Los pueblos indígenas y las geografías de poder
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Los pueblos indígenas y las geografías de poder

Narrativas de Mezcala sobre la gobernanza neoliberal

  1. 331 páginas
  2. Spanish
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Los pueblos indígenas y las geografías de poder

Narrativas de Mezcala sobre la gobernanza neoliberal

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Al trazar las tendencias clave de la interfaz global-regional-local de poder, Inés Durán Matute, a través del caso de la comunidad indígena de Mezcala, México, demuestra cómo los procesos económico-políticos globales moldean las vidas, espacios, proyectos e identidades de las comunidades más remotas. A lo largo del libro, las entrevistas a profundidad, la observación participante y la recopilación de textos ofrecen al lector una visión del funcionamiento de la gobernanza neoliberal, de cómo ésta es sustentada por las redes de poder y las retóricas desplegadas, y cómo es vivida. Las personas, como participantes pasivos y activos en sus formas de proceder, son sumergidas en estas geografías de poder buscando estrategias de supervivencia, pero también construyendo proyectos autónomos que desafían estas formas de gobernanza. Este libro, al conectar la experiencia de una localidad geopolítica y la literatura del "Sur Global" latinoamericano con las discusiones de la academia del "Norte Global", ofrece un enfoque transdisciplinario original y oportuno que desafía las interpretaciones de poder y desarrollo, al mismo tiempo que prioriza y respeta la producción local de conocimiento.

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Información

Año
2019
ISBN
9786070310157
Edición
1
Categoría
Social Sciences
Categoría
Sociology
1. EL IMPACTO LOCAL DE LA CULTURA POLÍTICA
Pasé una mañana platicando con Don Salvador, principalmente escuchándolo, quien me ayudó a comprender las complejidades de ser comunero en Mezcala. Él fue nombrado delegado dos veces y pertenecía a la Confederación Nacional de Organizaciones Populares, que representaba al sector popular del Partido Revolucionario Institucional (PRI); pero también es un comunero y un ferviente defensor de la comunidad, de su territorio y de su gente. En otra ocasión, presencié una reunión del Partido Verde en la plaza, donde muchos asistentes escuchaban los discursos de algunos representantes. Lo que me llamó la atención fue otro comunero comprometido con la lucha que vestía una camiseta en apoyo a este partido político. De hecho, Rocío me explicó después que
Nunca se ha hablado de partidos políticos en las asambleas, pero eso no quita que pertenezcan a partidos políticos algunos de ellos. Y, aquí mucho tiempo estuvo, o sea el PRI, igual que en todos lados haciendo, rejuntando pues a gente. Lo único que creo que es diferente en Mezcala frente a los partidos políticos es que cuando se trata de algo ya de la comunidad quitan su bandera.
Sin embargo, los comuneros no están exentos de contradicciones internas; son una autoridad con conflictos, divergencias y fragmentaciones que se pueden elucidar explorando la forma en cómo están atravesados por la cultura política nacional. En este sentido, por cultura política me refiero, tomando prestada la definición de Guillermo Núñez Noriega (2006: 377), a las prácticas sociales y significados a través de los cuales las clases sociales interactúan y dan sentido a los “procesos de formación del Estado”, que tienen una naturaleza pública y personal. En este respecto, el objetivo de este capítulo es escudriñar las estructuras políticas locales e identificar las consecuencias de la cultura política heredada en la comunidad con el fin de comprender el funcionamiento de la gobernanza neoliberal. Para este propósito, considero principalmente los usos y costumbres de sus habitantes;1 en especial con relación a la elección del gobierno local de acuerdo con el derecho consuetudinario. Así, en la primera parte, desarrollo un breve marco histórico y político tanto nacional como regional, y tomo como punto de partida la creación del PRI, y lo relaciono con la llegada del delegado municipal a Mezcala. Después de este antecedente histórico, introduzco un análisis de la democracia en México en la era de la gobernanza neoliberal, a la par que controvierto las afirmaciones sobre el “avance democrático”, en relación con la cultura política y las rutas formales e informales de poder dentro de la comunidad.
Posteriormente, describo las relaciones y los patrones de alineación y lealtades de la comunidad y del Estado, donde la atención se dirige hacia quienes detentan el poder para comenzar a delinear el papel de la marginación, la discriminación y el racismo en la política. De acuerdo con esto, en la cuarta parte, el objetivo es comprender el surgimiento y la posición de la autoridad “tradicional”, y cómo la cultura política heredada está implicada en ello. Por eso describo cómo nació esta autoridad tradicional e indico quiénes la integran y cuál es su función, pasando luego a analizar su situación actual, su papel y su representatividad. Este análisis es el primer paso para entender la organización de los comuneros que de alguna manera ha sido atravesada por las geografías de poder y, por lo tanto, ha reproducido o incluso agudizado las diferencias económicas, sociales y culturales que subyacen a la gobernanza neoliberal. No obstante, este capítulo rastrea las redes institucionales a nivel local, regional y nacional respecto a la política, lo que también propicia la creciente participación de nuevos sectores en los asuntos políticos comunitarios con el propósito de cambiar su situación.
PNR/PRM/PRI: LA EXPANSIÓN DE LAS CLIENTELAS,
CACIQUES Y CORRUPCIÓN
Para comenzar a delinear el panorama político vivido en la comunidad, menciono brevemente algunos de los impactos y transformaciones en la organización de la población nativa desde la colonización española. Esto servirá para mantener una perspectiva de largo aliento. Como es bien sabido, durante este tiempo se estableció un sistema político en México en concordancia con la estructura social, en el que no toda la población estaba representada y un grupo poderoso era privilegiado por encima de los intereses del resto de la sociedad. Como lo refiere Roderic Ai Camp (2000), la cultura española heredada grabó experiencias y características sobre nuestro sistema político. Específicamente, el establecimiento de la propiedad comunal tuvo como objetivo agrupar y confinar a los pueblos nativos, al tiempo que otorgaba a los españoles un control más extenso sobre las comunidades indígenas (Warman, 2003: 122-123). Esto facilitó en comunidades indígenas como Mezcala, la manipulación de sus recursos y su gente, y el daño a su organización política y social.
Sin embargo, como la cultura política se produce históricamente en la interfaz entre el Estado y la sociedad (Lewis, 2012: 48), con el tiempo, diferentes momentos históricos evidenciaron su influencia. Los mezcalenses, como se señala en la introducción, no han sido ajenos a la historia, moldeando y expresando ésta en las prácticas, valores, procesos, posiciones y relaciones de grupos específicos. A este efecto, en el contexto de la inestabilidad social y la crisis política posrevolucionarias, el presidente Plutarco Elías Calles (1924-1928) creó el Partido Nacional Revolucionario (PNR)—hoy conocido como PRI— en 1929, para avanzar hacia un sistema más representativo; de todas formas, la sucesión fue objeto de negociación (González, 2008: 12) y sólo se posicionaron a una “serie de títeres” (Haber et al., 2008). La creación de este partido, sin embargo, trajo consigo transformaciones políticas y organizativas que en Mezcala significaron la implementación de nuevas figuras políticas: los delegados y los comuneros. Mezcala, al no ser un municipio, presenta un caso singular en el funcionamiento de los usos y costumbres donde los delegados son la partida formalmente integrada en la “política oficial”, y los comuneros, aunque mantienen cierto grado de autonomía y son reconocidos más como una autoridad “tradicional”, de hecho, obedecen a procesos similares.
Aún más, este partido desarrolló una cultura política basada en las relaciones patrón-cliente2 y un sistema corporativista (Purcell, 1981). De hecho, el autoritarismo persistió, con la diferencia de que desde la creación del PNR eran muchos y diversos quienes detentaban el poder vinculados a una institución, al partido político oficial, concentrando el poder para mantener la estabilidad del Estado (Purcell, 1981; Selee, 2011). Las relaciones corporativistas en México basadas en las relaciones autoritarias y paternalistas previas se adaptaron teniendo una doble función, como herramientas de control y subordinación de las clases populares y como un medio de participación política que, no obstante, ayudó a reproducir este tipo de cultura política (Mackinlay y Otero, 2006). Con el tiempo, el partido renovó el sistema corporativista con el fin de reunir y controlar a campesinos, obreros, militares y a la clase media, permitiéndoles ser parcialmente independientes de los caciques locales, pero altamente dependientes de sus equivalentes nacionales (Purcell, 1981). Estos sectores fueron “integrados al Estado por medio de corporaciones sociales controladas por el mismo” empleando el clientelismo y la división (Olvera, 2010: 82). Y, en realidad, estas corporaciones permitieron al partido mantener el control dentro y fuera de los distintos sectores, y aquellos que no estaban dispuestos a formar parte de ellas fueron reprimidos o excluidos (Mackinlay y Otero, 2006).
Pero, dado que el descontento de los sectores populares no desapareció y de hecho aumentó, el presidente Lázaro Cárdenas (1934-1940) cambió de estrategia y transformó el partido político en el Partido de la Revolución Mexicana (PRM) en 1938, apoyado especialmente por campesinos y obreros. De hecho, con Cárdenas comenzaron a operar dos sistemas clientelares; por un lado, el clientelismo nacional utilizó las estructuras locales para lavarse las manos del creciente descontento social, de la exclusión y la represión, con el fin de institucionalizar a los clientes como miembros del partido mediante las Confederaciones, para mostrar una imagen falsa de supremacía y obtener un mayor apoyo social y control de las localidades. Por otro lado, los caciques locales fueron recompensados con poder y autonomía (Purcell, 1981). Andrew Selee (2011) describió este fenómeno como una “relación bidireccional”, donde los intermediarios obtienen poder de los de abajo y brindan beneficios a los de arriba, lo que obliga a los líderes locales a cumplir y permanecer leales a las decisiones superiores y de los partidos. En este contexto, el poder es constantemente negociado y es visto como una relación beneficiosa para todos, ya que implica complicidad y dependencia, aun con las desventajas y la distribución desigual de poder. Además, esta jerarquía asimétrica y vertical de las relaciones patrón-cliente ocurre en todos los niveles y se reproduce desde lo local hasta lo nacional.
Aun con la supuesta centralización de México durante gran parte del siglo XX, en ese momento las localidades fueron importantes para el establecimiento de la política nacional, convirtiendo a los Municipios en la posición política más ambicionada —ya que eran también el acceso para moverse hacia arriba y renegociar las relaciones de poder (Selee, 2011)—. Por lo tanto, como revela el caso de Mezcala, los Municipios buscaron controlar las localidades a través de la figura del delegado municipal.3 De hecho, incluso si esta figura política se implementó aproximadamente en la década de 1920, fue en los años cincuenta cuando comenzó a ser elegida por el Municipio en lugar de por los habitantes, mientras que los jueces de barrio disminuyeron en importancia (Bastos, 2011b). Es más, el delegado municipal no representaba un gran poder; como explica Rocío: “al principio no tenían ni siquiera el poder este fuerte, como autoridad, porque aquí había autoridades propias”.
En 1946 se produjo un nuevo cambio político que remplazó al PRM con el PRI para enfatizar la institucionalización de la Revolución, pero siguió siendo un “partido de masas” que continuó con un sistema de patronazgo y mantuvo la misma estructura de poder de arriba hacia abajo. El PRI perduró como el único partido político hegemónico y garantizó su dominio como resultado de la no competencia, la corporativización de la sociedad, las prácticas populistas, la violencia, el fraude electoral y el control sobre los medios de comunicación. Como lo señalan Horacio Mackinlay y Gerardo Otero (2006), México es un claro ejemplo de corporativismo estatal, esto es, con un alto nivel de subordinación de diferentes grupos al Estado, que permite escasas concesiones, y se caracteriza por el autoritarismo, el patrimonialismo y el clientelismo. Mezcala no escapó a este escenario, dado que algunos habitantes se unieron a sus prácticas clientelistas, corporativistas y corruptas. Como indica Santiago Bastos, su participación política dependía de su pertenencia al “partido oficial” (2011b: 106).
Al mismo tiempo, se fortaleció el poder informal en la región; es decir, según lo definido por Selee (2011), “un sistema de relaciones de poder jerárquico basado en el patronazgo y la intermediación informal que sirve como una estructura organizacional que vincula a los ciudadanos y grupos en la sociedad”. En consecuencia, en Poncitlán, la familia Montes, marcada con la etiqueta del PRI y dueña de Montes, una compañía de dulces creada en 1938, ha sido la gobernante. El fundador de la compañía, Miguel Montes Castellanos (1917-1993), fue alcalde de 1959 a 1961, pero incluso después no perdió el poder. De hecho, los caciques4 parecen seguir un proceso hereditario y muestran un fuerte apoyo familiar, como se analiza más adelante. Además, en el pueblo, este sistema de patronazgo reforzó el dominio del PRI por medio de los líderes locales, como Don Chava, un comunero y anterior candidato en las elecciones para delegado municipal (suplente), recuerda con referencia a las palabras del partido: “si trabajas, convences a la gente y ganamos, vamos a hacerte una nueva delegación”.
El PRI persistió con su modelo corporativista para fomentar la industrialización y la modernización, incorporando aún más a los campesinos y a los trabajadores en la estructura de poder, y continuar mediando entre los ciudadanos y el Estado, creando o adaptando instituciones. En este sentido, la hegemonía del PRI y las relaciones antidemocráticas y desiguales fueron garantizadas por un sistema que promovió el intercambio de beneficios entre los líderes políticos y un impacto limitado de la sociedad en la política por medio del clientelismo (Selee, 2011: 44). El clientelismo, por lo tanto, en términos generales, debe entenderse como el intercambio desigual de bienes privados o públicos, favores, patrocinio, estatus o poder por la lealtad al partido o por apoyo político. Pero, como señala Tina Hilgers, también “implica longevidad, dispersión, contacto cara a cara y desigualdad” (2011: 568). Como se demuestra más adelante, estas relaciones, estos modos de interactuar, son resultado de las necesidades y las desigualdades económicas y políticas que son explotadas por un sector para construir su apoyo social.
Jalisco no fue la excepción en este panorama nacional, aunque para las elecciones nacionales de 1979 el apoyo político se diversificó hacia el Partido Acción Nacional (PAN), a nivel local esto fue más limitado (Tamayo y Vizcarra, 2000: 66). Durante estos años, el PRI se estableció “oficialmente” como el partido hegemónico en Mezcala, dado que tenía dominio sobre la población y no existían opciones políticas reales, tal como Don Chava recuerda acerca de los años setenta: “todos éramos del PRI… Toda la gente era del PRI porque no funcionaba otro partido, más del puro PRI”. Además, antes de la década de los ochenta en México, el PRI centralizaba el poder formal, pero mantenía un poder informal altamente descentralizado, como una “forma de institucionalización” (Selee, 2011: 11). En Poncitlán, esto se manifestó en el poder excesivo de Miguel Montes, como Don Salvador recuerda haber tenido que tratar con él asuntos de la comunidad, expresando que “me dijo el presidente [municipal], no el presidente, el señor Montes era el que tajaba el queso ahí”, y como también Don Chava compartió: “el mero cacique, él era el que tenía dinero”, “era el que mandaba, ese era el que ponía y quitaba [a la gente] en el Municipio”.
En efecto, las élites de Poncitlán han manejado el municipio y, por lo tanto, han intentado hacer lo mismo en la comunidad de Mezcala. Así, los delegados eran usualmente comuneros afiliados al PRI, quienes la mayoría de las veces mostraban voluntad de trabajar para la comunidad, pero generalmente eran abusados, no remunerados y obstruidos por el Municipio. Como señaló Pieter de Vries, “lo que fortalece el poder del Estado es la oportunidad de participar en todo tipo de actividades opacas, ilegales en espacios liminales” que apoyan el sistema político existente y su mandato ante la debilidad y quebrantamiento del derecho público (2007: 153-154). Bajo esta perspectiva, la figura del delegado municipal designado por el presidente municipal responde a esta informalidad. Según lo experimentado por Don Salvador al ser elegido delegado en 1974:
cuando entró el presidente [municipal], ya dice “Ya volví ¿a ver díganme a quién eligieron?” y ya dijeron “no, pos que a Silvino Santos”, –“A ver, ¿quién es Silvino Santos?”, lo ve y dice “Está muy bien”, dice, “Nomás les voy a decir una cosa”, –“A ver”, –“Que creo yo que como presidente puedo dar un voto, ¿cómo ven?”, –“Ah, estamos de acuerdo”. Le dio vueltas y dijo “Miren”, dijo, “Yo doy el voto para que esta persona sea el delegado”, y yo estaba así en el escritorio como ahí, “Ah”, dije, “No doctor yo no sé nada de eso, yo nunca he estado en eso”, dijo “Yo tampoco, y estoy aquí. Así es esto”.
Este recuerdo muestra no sólo la utilización de prácticas informales como el dedazo para designar autoridades, sino también la falta de experiencia de estos servidores públicos para llevar a cabo su función y la conexión familiar, ya que un miembro cercano de su familia había sido previamente delegado. En este sentido, la informalidad que usualmente no está escrita ni es oficial puede ser institucionalizada por medio de canales formales, ayudando posteriormente en el establecimiento de la gobernanza ne...

Índice

  1. Cubierta
  2. Índice
  3. Portada
  4. Copyright
  5. PREÁMBULO
  6. PREFACIO
  7. AGRADECIMIENTOS
  8. INTRODUCCIÓN
  9. 1. EL IMPACTO LOCAL DE LA CULTURA POLÍTICA
  10. 2. EL FUNCIONAMIENTO LOCAL DE UNA ECONOMÍA POLÍTICA GLOBAL
  11. 3. LA TRANSNACIONALIZACIÓN DEL PODER INFORMAL: EL ESTABLECIMIENTO DEL CAMINO AL “PROGRESO”
  12. 4. EL TURISMO: UNA LUCHA PARA DEFINIR EL PROGRESO
  13. 5. IDENTIDADES A TRAVÉS DE LAS FRONTERAS: ¿LEGITIMACIÓN O DESAFÍO A LAS ESTRATIFICACIONES?
  14. CONCLUSIONES
  15. POSFACIO
  16. REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
  17. ÍNDICE TEMÁTICO Y ONOMÁSTICO