Gritos primigenios
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Gritos primigenios

Cómo la revolución sexual creó las políticas de identidad

  1. 146 páginas
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Gritos primigenios

Cómo la revolución sexual creó las políticas de identidad

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Desde tiempos inmemoriales, los humanos han forjado sus identidades en el contexto de las estructuras del parentesco. La familia es la primera tribu, y el primer maestro. Pero con su actual declive, sin precedentes en la historia, generaciones de personas han quedado a la deriva y ya no pueden responder a la pregunta ¿Quién soy yo?Sediento de conexiones y solidaridad, reclama entonces su pertenencia a grupos politizados, cuyo irracionalismo frenético habla a gritos de una ausencia de familia y de comunidad.Mary Eberstadt presenta en este libro la teoría más provocativa y original de los últimos tiempos. El auge de esas políticas de identidad, dice, es resultado directo de las consecuencias de la revolución sexual y del colapso de la familia.

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Información

Año
2020
ISBN
9788432152573
1.
LA CONVERSACIÓN HASTA AHORA, Y SUS CONSECUENCIAS
ANTES DE ABORDAR ELPOR QUÉ”, es necesario, primero, dar un paso atrás en la conversación y preguntar por el “qué”, a saber, ¿qué se ha dicho hasta ahora acerca de la política identitaria que pueda ser relevante para la tesis de este libro? Una primera consideración acerca de cómo la percepción del yo ha ido cambiando aparece en una obra que ha marcado época, en la que, irónicamente, la expresión “política identitaria” tan sólo aparece brevemente. El profesor Allan Bloom de la Universidad de Chicago alcanzó un inesperado éxito en ventas con El cierre de la mente moderna[1], publicado por primera vez en 1987. En parte diagnóstico moral, en parte cri de coeur, El cierre de la mente moderna influiría en una generación de críticos que trataron de precisar exactamente qué había transformado a los grandes foros académicos en lugares donde facciones cada vez más ofendidas abjuraban de la civilización occidental como tal.
El análisis de Bloom fue controvertido entonces, y sigue siéndolo ahora. Por un lado, la erudición del profesor le restó lectores que de otra manera hubieran empatizado con su argumento (tal como Friedrich Nietzsche bromeó al decir que Immanuel Kant escribió para el hombre común en un lenguaje que solo un erudito podría entender)[2]. Por otro lado, la crítica de Bloom al relativismo “vulgar” de la academia fue recibida con frialdad por muchos académicos. Simultáneamente, su pertinaz ataque a la música rock aseguró que muchos lectores, especialmente, aunque no únicamente, de la izquierda, descartaran a El cierre de la mente moderna como la rabieta propia de un reaccionario cultural cuarentón.
Sin embargo, no hace falta suscribir todas las otras tesis de Bloom para encontrar en su análisis de los jóvenes un aviso premonitorio de lo que parecía ser un nuevo desgarrón en el tejido humano. Con una cita del Emilio de Rousseau, en el que, en palabras de Bloom, la educación de un estudiante se lleva a cabo «en ausencia de cualquier relación orgánica entre esposos y esposas, y padres e hijos», El cierre de la mente moderna resumió la situación de los jóvenes de la siguiente manera: «Eso es todo. Cada uno desarrolla «su pequeño sistema aparte». La descripción más adecuada que puedo encontrar para el estado del alma de los estudiantes es la psicología de la separación»[3].
Lo que Bloom vio claramente no fue la política identitaria per se, sino el antecedente sin el cual no hubiera sido posible: el peculiar aislamiento de los Baby Boomers tardíos y la generación X que empezaban a asistir a sus clases universitarias. Y aunque este aspecto de su argumento parece haber pasado inadvertido, Bloom repetidamente conectó la soledad de sus alumnos con un fenómeno cada vez más común: el divorcio. «El signo más visible de nuestra creciente separación», argumentó, y «la causa de una separación cada vez mayor, es el divorcio. El divorcio tiene una profunda influencia en nuestras universidades porque cada vez más estudiantes son producto de sus efectos, y no son solo ellos mismos los perjudicados, sino que también afecta a otros estudiantes y al ambiente general»[4].
Hace ya tres décadas, el vínculo entre hogar quemado y soledad de sus habitantes más jóvenes era patente, al menos para un profesor perspicaz, aunque eternamente controvertido.
La conexión entre las observaciones de Bloom y la política identitaria que estaba por venir llegó en la forma de otra palabra que no aparecía como tal en El cierre de la mente moderna: multiculturalismo.
Para algunas personas, “multiculturalismo” significaba, y aún significa, algo tan anodino como el abrazo de ideas y tradiciones diferentes a las nuestras. Sin embargo, en los campus y en otros ámbitos del pensamiento izquierdista, el multiculturalismo que comenzó en los ochenta adquirió un significado algo divergente y mucho más virulento: la idea de que todas las culturas tienen el mismo valor —excepto la civilización occidental, que tiene menos—.
Paradigmática fue la revuelta del 15 de enero de 1987 en la Universidad de Stanford, durante la cual unos quinientos estudiantes dirigidos por el reverendo Jesse Jackson marcharon al canto de: “Hey hey, ho, ho, Western Civ has got to go”. Dos años más tarde, su programa introductorio a las humanidades, “Cultura occidental”, sería reemplazado por el programa “Cultura, ideas y valores”, con «textos más inclusivos en términos de raza, clase y género», tal como lo expresa el archivo de Stanford[5].
En retrospectiva, es difícil saber si todos aquellos que buscaba un plan de estudios más “inclusivo” querían simultáneamente deshacerse del canon occidental. Sin embargo, el emblemático teatro político de Stanford capturó un pensamiento de suma cero que persiste hasta el día de hoy en las discusiones sobre políticas identitarias: la idea de que la tradición formada por Atenas y Jerusalén, el cristianismo y la filosofía occidental, era el designado enemigo de la “diversidad” a los ojos de los defensores del multiculturalismo.
Lo que sucedió en Stanford no se quedó en Stanford. La resistencia al multiculturalismo pronto se convirtió en un grito de guerra para el conservadurismo, una causa que unía a los libertarios y a los conservadores sociales como ninguna otra. Como resultado de esa misma erupción, también surgieron una serie de libros en los años noventa y comienzos del 2000 que evaluaban lo que significaría el multiculturalismo y su hermana emergente, la política identitaria, para el renacimiento o la ruina de los Estados Unidos. Entre estos, hubo tres análisis que fueron especialmente proféticos.
En La desunión de Norteamérica: Reflexiones sobre una sociedad multicultural, publicado por primera vez en 1992 y posteriormente ampliado y reimpreso en 1998, Arthur M. Schlesinger Jr. tocó algunos temas que resonaron en otras críticas escritas años después. Por ejemplo, que el separatismo de dichas políticas «alimenta los prejuicios, aumenta las diferencias y agita los antagonismos», socavando así la noción de una identidad común[6].
Schlesinger cita al historiador marxista Eric Hobsbawm, quien sostiene que el proyecto político de la izquierda «debería ser para todos los seres humanos», y cuestiona, en concreto, el efecto tóxico del multiculturalismo en la agenda tradicionalmente universalista de la izquierda. El «criterio de sentimientos heridos», advierte Schlesinger, ha dado como resultado una «estrategia de censura» que, entre otras cosas, «pondría en manos de la derecha el tema de la libertad de expresión» —una profecía que se realiza todas las noches en Fox News y en otros lugares, donde voces conservadoras señalan constantemente, y con razón, el sofoco de aquellas formas de expresión que no se alinean con el consenso progresista, especialmente en el ámbito académico.
Por penetrantes que fueran sus pronósticos, lo más sobresaliente del análisis de Schlesinger, en retrospectiva, es la misma preocupación de Alan Bloom por lo que parecía ser un tono cada vez más emotivo e irracional en la vida pública, especialmente entre los jóvenes. Como Bloom, también él buscó la causa principal, e identificó que, en última instancia, la “contracción del mundo”, lo que ahora llamaríamos globalización, es el dispersor supremo. «Mientras más personas se sientan a la deriva en un mar vasto, impersonal y anónimo, más desesperadamente nadan hacia cualquier bote salvavidas que les resulte familiar, inteligible y protector; tanto más anhelan una política identitaria», ha observado Schlesinger.
También profético fue otro análisis proveniente de la izquierda en la década de los noventa. Todd Gitlin publicó un libro titulado The Twilight of Common Dreams: Why America Is Wracked by Culture Wars[7]. Aunque rechazaba los análisis conservadores por sobreexcitados y mal informados, Gitlin concedió que «la campaña contra la corrección política» había tenido un gran eco por una razón primordial: el hecho de que «la política identitaria y la censura que la acompaña eran reales»[8]. El «triunfo de la política identitaria —escribió—, equivalía a un parroquialismo intelectual»[9].
The Twilight of Common Dreams es también es un buen indicador de lo poderosa que se ha vuelto la política identitaria desde entonces. En 1995 todavía se le podía decir a una audiencia de la izquierda libe...

Índice

  1. PORTADA
  2. PORTADA INTERIOR
  3. CRÉDITOS
  4. ÍNDICE
  5. INTRODUCCIÓN
  6. 1. LA CONVERSACIÓN HASTA AHORA, Y SUS CONSECUENCIAS
  7. 2. UNA NUEVA TEORÍA: LA GRAN DISPERSIÓN
  8. 3. EVIDENCIAS: ENTENDER EL CLAMOR DE “LO MÍO” EN LA POLÍTICA IDENTITARIA
  9. 4. EVIDENCIAS II. EL FEMINISMO COMO UNA ESTRATEGIA DE SUPERVIVENCIA
  10. 5. EVIDENCIAS III. LA ANDROGINIA COMO ESTRATEGIA DE SUPERVIVENCIA
  11. 6. EVIDENCIAS IV. CÓMO #METOO REVELA LA RUPTURA DEL APRENDIZAJE SOCIAL
  12. CONCLUSIÓN
  13. BIBLIOGRAFÍA
  14. AUTOR