La rebelión de los náufragos
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La rebelión de los náufragos

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La rebelión de los náufragos

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Mirtha Rivero analiza en este libro el segundo mandato de Carlos Andrés Pérez y los hechos y procesos que determinaron su renuncia, al tiempo que va develando episodios, pistas y motivaciones que ponen en entredicho verdades asumidas cómda o irreflexivamente como tales -consolidadas a lo largo del tiempo como verdades oficiales- y nos ofrece herramientas suficientes como para echar una segunda mirada, escuchar otras versiones, encajar piezas perdidas y evaluar aquellos hechos bajo una nueva luz, más nítida y desprejuiciada, gracias a la ponderación que brinda el tiempo a toda posibilidad de análisis histórico-político. Se trata de un texto que nos interpela y nos obliga a reflexionar acerca de nuestra condición republicana: ¿podemos sentirnos ciudadanos de un Estado de Derecho capaz de poner en funcionamiento la totalidad del engranaje institucional de la democracia precisamente para desmontarla? ¿Los hechos ocurridos constituyeron la única respuesta posible del sistema ante la magnitud de la crisis política de entonces? ¿Las motivaciones estratégicas de algunos personajes de la época contribuyeron a un debilitamiento institucional que podría explicar mucho de cuanto ocurre en la actualidad_ ¿Seguimos pagando el precio de la rebelión de aquellos náufragos?Acompañado del valioso testimonio de muchos de los principales actores del proceso, La rebelión de los náufragos es un riguroso trabajo de investigación periodística que analiza la trama de contecimientos que condujeron al juicio político que produjo la separación de Pérez de la Presidencia de la República aquel 20 de mayo de 1993.

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Información

Año
2016
ISBN
9788416687015
Categoría
Historia
Categoría
Historia social

Epílogo 1

Una vez me dijo Miguel Ángel Capriles que lo malo mío era que yo metí a Venezuela en una batidora «ostereizer».
Carlos Andrés Pérez en Usted me debe esa cárcel de Caupolicán Ovalles
Miami, marzo 2008.
Son las cinco de la tarde. Desde un balcón en el piso tres de uno de los edificios de la avenida Collins, un anciano mira el mar y las ondas suaves que se forman a lo lejos y que van a reventar a la orilla. Esa tarde no tiene pensado recibir más visitas, pero al igual que ha hecho todos los días de los últimos sesenta años, al igual que todos los días que recuerda, viste impecable. Hoy, la camisa es blanca, de yuntas. La corbata de seda azul, y el pantalón es de un traje gris; el paltó se lo quitaron hace un rato y, seguro, ya debe estar colgado en el clóset. Un par de zapatos de piel de cocodrilo adornan, más que calzan, sus pies. Está sentado en una silla de la terraza, es un asiento cómodo pero que por lo bajo le dificulta el movimiento de sentarse, y sobre todo el de levantarse. Es todo un proceso. No puede hacerlo solo. Necesita ayuda, por eso siempre hay alguien cerca. Pendiente de lo que necesita. Adivinando lo que quiere. Pero ahora, en este instante, no. No hay nadie alrededor, y lo agradece. Está solo, contempla el mar. Es una tarde tranquila y fresca. No hay ruido ni cháchara que lo distraiga de su actividad preferida en los últimos tiempos: pensar. El ACV que lo atacó hace cuatro años –justo el día de su cumpleaños– le ha dificultado el habla y el movimiento, pero no el pensamiento. La habilidad de pensar quedó intacta. Y eso es lo que hace con gusto esta tarde, mientras mira las olas que se forman a lo lejos. Piensa –parece una paradoja– en otras olas, unas que hace quince años reventaron en otras costas y que en su retirada arrastraron consigo un país entero. Mientras mira y no mira las olas, piensa:
—Querían un vengador...

Epílogo 2

Mucha gente se pregunta en qué forma será juzgado Pérez por la historia... quién sabe si a final de cuentas su nombre sea registrado al lado de las figuras transformadoras del país... Lo que sí es seguro es que, aun con el reconocimiento de la historia, CAP no tendrá la gloria a la que aspiraba...
Argelia Ríos en Economía Hoy, 11 de mayo de 1993
¿De qué se quejan?
Monterrey, 15 de marzo de 2010

Agradecimientos

A mediados del año 2004 pensé por primera vez escribir una crónica sobre la caída de Carlos Andrés Pérez. En días tan difíciles como los de entonces me interesé por esa historia en la que ya intuía encontrar las raíces de lo que en ese momento vivíamos –y seguimos viviendo– como nación. Sin embargo, no fue sino hasta finales de ese año cuando di los pasos iniciales: revisar libros y periódicos viejos. Luego, 2005 se me fue en visitas espasmódicas a la hemeroteca y en mudarme de país, así que sólo fue a inicios de 2006, ya con quince meses viviendo entre México y Venezuela, cuando en verdad encaré con seriedad el asunto. La primera entrevista la hice en marzo, y las otras vinieron a lo largo de los tres años siguientes. Al principio, mis vuelos a Venezuela eran más o menos frecuentes y los aprovechaba para entrevistar, buscar libros, fotocopiar más periódicos viejos. Pero, poco a poco, los viajes se fueron espaciando. Hoy, cuatro años después, entiendo que nunca hubiera podido escribir este mamotreto en Caracas. Necesitaba alejarme de la bulla cotidiana. Necesitaba enconcharme. Así fue como logré reconstruir hechos, digerir situaciones, entender y, finalmente, escribir el cuento –mi cuento–. Lo hice en Monterrey, resguardada por el silencio que brinda mi casita al pie de la Sierra Madre Oriental y acompañada sólo de Paulina, mi gata; los vaporones (bochornos, le dicen en México) de la postmenopausia; los mensajes de texto de mi hija desde Caracas –Madre ¿andas por ahí?– y los correos siempre puntuales de VenEconomía y el Museo de Antioquia.
Terminé La rebelión de los náufragos en el silencio y a la distancia. Sin embargo, hasta mi concha regiomontana llegó la mano amiga de un montón de gente, sin la cual no hubiera podido hacer mi trabajo. A esa gente, le doy las gracias:
A todos los entrevistados, los que aparecen con sus nombres y los que me hablaron off the record, por el tiempo y la atención que me brindaron –algunos más de una vez– y por dejar en mis manos sus declaraciones.
A Roberto Giusti, porque a pesar de que nunca hablamos, fue un artículo suyo escrito en 1997 el que me dio la escena inicial. Y a Javier, que no se llama Javier, porque además de su vivencia me regaló la escena final. Y a Violeta, que tampoco se llama Violeta y es esposa del que no se llama Javier, por su historia y sus análisis.
A Sebastián de la Nuez, por sus consejos cuando apenas iniciaba mi tarea y por los periódicos de su colección que gentilmente me cedió, y a Enrique Rondón, por facilitarme el acceso al archivo de Últimas Noticias y El Mundo, pero especialmente por el empujón –y con las dos manos– que me dio para que empezara a escribir de una vez por todas y dejara de seguir «investigando».
A Anna María Díaz, Argelia Ríos, Gabriela Caraballo, Mariela Pereira, Hugo Vilchez y Rafael del Naranco que me prestaron libros, documentos o me suministraron datos, informaciones y números telefónicos, para mí, imposibles de conseguir.
A Rosa María Zulueta y Alfredo Ducharne, quienes sin conocerme accedieron a mis requerimientos.
A Eva Crisóstomo, Mónica Meza y Geraldine Trujillo por la valiosa ayuda que me prestaron con la revisión hemerográfica, cuando yo ya no pude hacerlo.
Al grupo de cuaimas venezolanas de Monterrey, por ser tan buena nota y disculpar mis ausencias –por estar «trabajando»– a los desayunos que organizan casi mensualmente.
A Mariana Reyes, por aquello de que no me quedara con nada adentro.
Al combo del Táchira tres raya uno (mi papá, mis hermanas y allegados), que siempre listo y siempre presto respondía a mis peticiones –todas urgentes, todas importantes, todas en medio de un ahogo de vida o muerte– por un recorte, un video, un fax, una información específica, un enlace telefónico. Y por ser el soporte, el árbol bajo el cual me siento protegida.
A las distinguidas integrantes del G-ampliado: Fabiola Sánchez, Patricia Ventura Nicolás, Mercedes Martínez, Cristina Marcano, Luisa Maracara y Alicia Mocci por sus cuentos, contactos, libros y por el cariño que supo llegar hasta mi concha mexicana.
A las dos más importantes miembros del G-3: Gloria Majella Bastidas –que suministró libros (muchos libros), documentos, teléfonos, observaciones– y Ross Mary Gonzatti –que compartió análisis y bibliografía, y se leyó con cariño pero sobre todo con rigurosidad el manuscrito original, encontrando huecos, frases rebuscadas, condenando errores–. A ellas dos, de manera especial, porque sin ellas no hay Cumbre que valga, y por haber sido las más fieles interlocutoras con las que me encontraba cuando apenas aterrizaba en Maiquetía.
A Sergio Pérez y Rubén Blades, porque me marcaron la entrada para comenzar a escribir.
A Alberto Barrera Tyszka, por su generosidad, y por entregarme la llave de la puerta exacta.
A Ulises Milla –por su interés, apoyo, profesionalismo y entusiasmo–, y al Grupo Alfa –en especial Carola Saravia y Magaly Pérez Campos–, por su respaldo, su respeto y sus buenos oficios.
A Araceli Franco, porque sin su «cocheo» no hubiera podido con esto.
A Glinda Neva, mi hija, por asumir tareas que ayudaron a descargarme y a espaciar mis visitas a Caracas; y por atender mis constantes peticiones de un libro, una fotocopia, un papel que yo necesitaba que me enviase urgente.
A Alberto, mi marido, mi primer lector, mi patrocinante y hasta mi publisher (le gusta como suena en inglés) si hubiera podido: por estar siempre aquí, a mi lado, oyéndome, atendiéndome, discutiendo, confrontándome, apoyándome, abrazándome.

Notas

1. Luis Alfaro Ucero: secretario de Organización de AD en 1989. Secretario general de AD a partir de 1991. Se consideraba que era quien, realmente, controlaba al partido.
2. Cecilia Matos: con ella CAP mantuvo una relación extramatrimonial desde mediados de los años sesenta. A finales de los años noventa se convierte en su pareja oficial.
3. Carolina Pérez Rodríguez, 25 de julio de 2008. Hija de Carlos Andrés Pérez y Blanca Rodríguez de Pérez. Internacionalista, especialista en Medio Oriente y América Latina. De 1989 a 1993 estaba en una comisión que monitoreaba los programas sociales del gobierno. Personalmente se encargaba de los barrios: 23 de enero, La Vega, Nueva Tacagua, La Dolorita.
4. Carmelo Lauría: banquero, político. Entre 1989 y 1992 era diputado por AD al Congreso. En la primera presidencia de CAP fue, entre otros cargos, ministro de la Secretaría de la Presidencia. En el gobierno de Jaime Lusinchi destacó como ministro de la Secretaría, y fue también gobernador de Caracas.
5. Sierra Nevada: buque frigorífico comp...

Índice

  1. Prólogo
  2. Primera Parte
  3. Segunda parte
  4. Tercera parte
  5. Cuarta parte
  6. Epílogo 1
  7. Epílogo 2
  8. Agradecimientos
  9. Notas
  10. Créditos