El bienestar de todos
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El bienestar de todos

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El bienestar de todos

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John Ruskin (1819-1900) fue uno de los escritores británicos más importantes e influyentes del siglo xix. En 1860 decide publicar un ensayo con algunas ideas sobre economía titulado "The Roots of Honour" en la revista Cornhill, que sería el primero de tan solo cuatro textos que alcanzarían a ver la luz antes de que el editor les pusiera fin ante la presión de la opinión pública. A diferencia de los economistas de su época, Ruskin defendía que la base de una economía sólida debía construirse sobre el honor y la lealtad entre empleados y empleadores. Convencido no solo de la veracidad de sus ideas, sino también de su valor literario, Ruskin decidió reunir los cuatro ensayos y publicarlos bajo el título de Unto This Last.La presente traducción, El bienestar de todos, pone a disposición del lector los textos que el mismo autor consideraba "los más elocuentes y los más útiles" de toda su obra. Ediciones UC presenta la primera traducción al español después de más de cien años desde la primera y única que se hiciera en nuestra lengua de esta obra emblemática de la economía y que fuera traducida por el propio Gandhi al Guyaratí, su lengua materna, al haber influido notablemente en su vida, su filosofía y en sus ideas económicas y sociales.Este rescate adquiere un profundo sentido al ser las ideas de Ruskin especialmente relevantes en el mundo de hoy, que busca mayores espacios de igualdad y lealtad en su desarrollo económico y social. "He descubierto algunas de mis convicciones más profundas reflejadas en este gran libro de Ruskin, que me cautivó y transformó mi vida." Mahatma Gandhi

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Información

Editorial
Ediciones UC
Año
2016
ISBN
9789561426092
Categoría
Business
ENSAYO IV
Ad valorem
Hemos visto que el pago justo por una labor consiste en una suma de dinero que le permita a la persona obtener un equivalente de labor aproximado en un tiempo futuro: ahora tenemos que examinar los medios para obtener tal equivalencia. Esta pregunta requiere la definición de valor, riqueza, precio y producto.
Ninguno de estos términos ha sido definido a fin de que sea comprendido por la gente normal. Pero el último, el “producto”, que uno pudo haber pensado como el más claro de todos, es en términos prácticos el más ambiguo; y examinar el tipo de ambigüedad que aqueja su uso actual abrirá mejor el camino a nuestro presente labor.
En el capítulo 1 sobre capital1, el señor J.S. Mill pone de ejemplo, como capitalista, a un fabricante de herramientas, el que, teniendo en mente gastar una cierta parte de las ganancias de su negocio en comprar vajilla y joyas, cambia de parecer y “lo utiliza como sueldo para contratar gente adicional”. El Sr. Mill indica que el efecto es que “se necesita más comida para el consumo de los trabajadores productivos”.
Yo no estoy preguntando, aunque si hubiese escrito este párrafo probablemente se me hubiera hecho tal cuestionamiento, qué va a pasar con los trabajadores. Si realmente son personas no productivas, entonces convenimos en que no deben trabajar. Y aunque en otra parte del mismo pasaje, se supone que el fabricante de herramientas también prescindió de un número de subordinados, cuya “comida se liberó para propósitos de producción”, no persigo encontrar cuál será el efecto, doloroso o de otra índole, que tendrá sobre los subordinados esta liberación de su comida. Pero sí pregunto seriamente: ¿por qué se considera producción importante las herramientas de acero y no la vajilla de plata? Que el comerciante consuma una y venda la otra claramente no constituye una diferencia, a menos que se pueda demostrar (lo que, de hecho, percibo que se torna cada día más en lo que los comerciantes quieren demostrar) que los bienes están hechos para ser vendidos, no para ser consumidos. El comerciante es un agente que lleva el producto al consumidor en un caso, y él mismo es el consumidor en el otro21: pero los trabajadores son, en ambos casos, igualmente productivos, porque han producido bienes al mismo valor, porque tanto las herramientas de acero como la vajilla son bienes.
¿Qué distinción las separa? De hecho, es posible que en el “estimado comparativo del moralista”, del cual el Sr. Mill dice que nada tiene que ver con la economía política (III.I.2), un tenedor de acero puede parecer una producción más considerable que uno de plata: también podemos conceder que los cuchillos, no menos que los tenedores, son buenos productos; y que las herramientas del arado son artículos útiles. Pero, ¿qué pasa en el caso de las bayonetas? Supongamos que el comerciante, para lograr mayores ventas de las mismas, “libera” la comida de sus trabajadores y subordinados. ¿Todavía emplea a trabajadores productivos, o, en las palabras del Sr. Mill, a trabajadores que aumentan “la cantidad de medios permanentes de goce” (I.III.4)? O si, en vez de bayonetas, el fabricante se dedicara a las bombas, ¿no sería el “goce” final y absoluto de esos artículos energéticamente3 productivos dependiente de una elección adecuada del tiempo y del lugar para liberar su efecto, es decir, una elección que depende de aquellas consideraciones filosóficas con las cuales la economía política no se entromete4?
Debería lamentar tener que demostrar la incoherencia de cualquier parte de la obra del Sr. Mill, si no fuera porque el valor de su obra proviene de estas mismas incoherencias. Él merece el honor entre los economistas por renunciar, sin darse cuenta, a los principios que él declara, y por introducir tácitamente las consideraciones morales que declara que no tienen relación con su ciencia. Muchos de sus capítulos son, por lo tanto, verdaderos y valiosos; y las únicas conclusiones de Mill a las que me opongo son aquellas que derivan de sus premisas.
Por lo tanto, la idea que yace en la raíz de este pasaje que hemos examinado, es decir, que el trabajo enfocado en la producción de artículos de lujo no sirve para mantener a tantas personas como el trabajo enfocado en artículos útiles, es completamente verdad. No obstante, la instancia aludida falla de inmediato porque el Sr. Mill no ha definido el significado real de utilidad. La definición que nos ha dado es: “Capacidad para satisfacer un deseo o servir un propósito” (III.I.2), la cual se aplica tanto al acero como a la plata. Sin embargo, la verdadera definición que no nos entrega, la que subyace a la definición verbal falsa que tiene en su mente y que aparece una o dos veces de manera fortuita (como en las palabras “todo lo que apoye a la vida y la vitalidad”, en I.III.5), se aplica a algunos artículos de acero, pero no a otros, y a algunos artículos de plata, pero no a otros. Se aplica a los cubiertos, pero no a las armas; se aplica a los tenedores, no a la filigrana5.
Buscar las verdaderas definiciones nos dará respuesta a nuestra primera pregunta: “¿qué es el valor?”. Aunque primero deberíamos prestar oído a las ideas populares sobre el tema.
“La palabra ‘valor’, sin un calificativo, siempre significa, en economía política, valor en el intercambio” (Mill, III.I.2). En consecuencia, si dos vehículos no pueden intercambiar sus volantes, desde un punto de vista económico, estos no tienen valor.
Sin embargo, “el interés de la economía política es la riqueza” (Comentarios preliminares, página 1).
Y toda la riqueza “consiste en objetos útiles y agradables que poseen valor de intercambio” (Comentarios preliminares, página 10).
Por lo tanto, parece que, de acuerdo con el Sr. Mill, la utilidad y el placer subyacen el valor de intercambio, y se debe considerar que existen en el objeto antes de que podamos considerarlo una cosa de valor.
Ahora, la utilidad económica de una cosa no solo depende de su naturaleza, sino del número de personas que pueden utilizarla y que la utilizan. Un caballo es inútil, y por lo tanto no se puede vender, si nadie lo quiere montar; una espada es inútil si nadie puede cortar con ella, así como la carne si nadie la quiere comer. De este modo, la utilidad de cualquier cosa dependerá de su capacidad humana relativa.
Análogamente, el placer de una cosa dependerá no solo de que sea agradable, sino de la cantidad de personas a las que les pueda gustar. El placer relativo, y por lo tanto el atractivo de venta, de un “vaso de la cerveza más barata” y de un “Adonis pintado al lado de un arroyo en movimiento” dependerá virtualmente de la opinión de la masa. En otras palabras, el placer de una cosa dependerá de la disposición humana relativa6. En consecuencia, la economía política, como ciencia de la riqueza, debe dedicarse a las capacidades y disposiciones humanas. No obstante, las consideraciones morales no guardan relación alguna con la economía política según Mill (III.I.2). Por lo tanto, las consideraciones morales tampoco se relacionan con las capacidades y disposiciones humanas.
No me gusta para nada la forma como se ve esta conclusión de los postulados del Sr. Mill. Intentemos con el Sr. Ricardo.
“La utilidad no es la medida del valor intercambiable, aunque es esencial a la misma” (Cap. I., secc. I). ¿Esencial en qué grado, Sr. Ricardo? Puede haber grados de utilidad mayores y menores. Por ejemplo, la carne puede ser tan buena que todos la quieran comer, o tan mala que nadie la quiera comer. ¿Cuál es el grado exacto de bienestar que es “esencial” a su valor de intercambio, pero que no es la “medida” de la cosa? ¿Qué tan buena debe ser la carne para que posea un valor de intercambio y qué tan mala debe ser para que no posea ninguno? Me gustaría que los mercados respondieran a esta pregunta.
Creo que parece haber un problema en las ideas de los principios del Sr. Ricardo, pero dejemos que se haga cargo de su propio ejemplo.
“Supongamos que en las primeras etapas de esta sociedad, los arcos y las flechas del cazador tenían el mismo valor que los implementos del pescador. Ante tales circunstancias, el valor del venado, el producto de un día de trabajo del cazador, sería exactamente igual al valor del pescado, el producto de un día de trabajo del pescador. El valor comparado del pescado y del venado estaría completamente regulado por la cantidad de trabajo invertida en conseguir ambos” (Ricardo, Cap. III. Sobre el valor).
¡Así que esto piensa! En consecuencia, si el pescador atrapa una sardina y el cazador un venado, la sardina tiene el mismo valor que el venado, ¿pero si el pescador no atrapa la sardina y el cazador captura dos venados, cero sardinas tendría el mismo valor que dos venados?
Los que apoyan al Sr. Ricardo pueden decir que él se refiere a un promedio: si el producto promedio de un día de trabajo del pescador y del cazador son un pescado y un venado, respectivamente, el pescado siempre será igual al venado.
¿Puedo preguntar sobre otras especies específicas? ¿Ballenas? ¿O pescados para anzuelo?7
Es una pérdida de tiempo seguir con estas falacias; es mejor buscar una definición correcta.
Por siglos, se le ha prestado mucha atención al uso de nuestra educación clásica inglesa. Sería bueno que nuestros bien educados comerciantes recuerden siempre el latín que aprendieron en la escuela, es decir, que el nominativo valorem (una palabra que ya es lo suficientemente familiar para ellos) es valor; una palabra que, por lo tanto, les debería ser familiar. Valor, que viene de valere, que significa “bienestar” o “fortaleza”; fortaleza, vida (en una persona) o valentía; fortaleza, durabilidad (para una cosa) o valor. Por lo tanto, tener “valor” es “ir hacia la vida”. Una cosa con valor o disponible es aquella que da más vida con toda su fuerza. En la medida en que no dé más vida, o de que su fortaleza se quiebre, esta disminuirá su valor; en la proporción en que se aleje de la vida, perderá su valor o se volverá perjudicial.
El valor de una cosa, por ende, no depende de la opinión ni de la cantidad. Sin importar lo que uno crea o gane con ella, el valor de una cosa en sí no es mayor ni menor. Siempre tendrá valor o no lo tendrá; ningún estimado podrá aumentar, ni ninguna displicencia reprimir, el poder que le ha concebido el Creador de las cosas y las personas.
La ciencia real de la economía política, que se debe distinguir de la ciencia bastarda como se diferencia la medicina de la brujería, o la astronomía de la astrología, es aquella que les enseña a las naciones a desear y trabajar por cosas que dan más vida; y que enseñan a despreciar y eliminar las cosas que llevan a la destrucción. Si, en un estado de infancia, ellos supusieron que cosas normales, como las excrecencias de un marisco y los pedazos de piedras rojas y azules, tenían un valor, y trabajaron largas horas que debieron ser empleadas para extender y ennoblecer la vida buscándolas y cortándolas con distintas formas; o si, en el mismo estado de infancia, imaginaron que cosas preciosas y benéficas, tales como el aire, la luz y la limpieza, no tenían valor; o si finalmente, imaginaron que las condiciones de su propia existencia, que son las únicas que permiten poseer o usar algo realmente, como por ejemplo, la paz, la confianza y el amor, eran intercambiables de modo prudente (cuando el mercado presenta ofertas) por oro, acero o excrecencias de mariscos, la única y verdadera ciencia de la economía les enseñará, en todos estos casos, qué es vanidad y qué es sustancia, y cómo el servicio de la muerte, el señor del desecho y la vacuidad eterna difieren del servicio de la sabiduría, la señora del ahorro y la abundancia eterna. Ella, la sabiduría, ha dicho: “Haré que aquellos que me amen hereden sustancia y yo llenaré sus tesoros”.
La “señora del ahorro”, en un sentido más profundo que el de los bancos de ahorro, aunque en buen sentido: Madonna della Salute, la Señora de la Salud, que, aun cuando se habla por lo general como si estuviera separada de la riqueza, de hecho forma parte de ella. La siguiente palabra, “riqueza”, c...

Índice

  1. Portada
  2. Créditos
  3. Título
  4. Índice
  5. Introducción
  6. Prefacio
  7. I. Las raíces del honor
  8. II. Las venas de la riqueza
  9. III. Qui judicatis terram
  10. IV. Ad valorem
  11. Bibliografía