Sí puedes
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Sí puedes

  1. 160 páginas
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Sí puedes

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Índice
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Información del libro

Necesitamos un coach, un entrenador, un psicólogo, un terapeuta a nuestro lado. Es el reverso de nuestra sociedad neurótica y estresada, ansiosa y apegada a lo material. Alguien que se acerque a nosotros, a lo que nos ocurre en el trabajo y en las relaciones, a lo que nuestra agenda marca como prioridades, a nuestros anhelos y a nuestras frustraciones. Un guía personal que analice nuestra situación concreta y nos oriente desde su experiencia y conocimientos.Pero alguien que realmente sepa de qué habla, que haya alcanzado él mismo una madurez psicológica, que haya sintetizado todo su aprendizaje de modo que pueda usarlo como un bisturí. En definitiva, un sabio. Alguien como Ramiro Calle, que ha dedicado su vida a profundizar en la práctica del yoga, la meditación y la relajación, y que ha conseguido algo parecido a la serenidad espiritual, lo más próximo a la felicidad duradera que existe.Este libro ausculta a las personas que decidieron formularle una consulta en la sección Sí puedes del suplemento Es Estilos de vida de La Vanguardia. Sus dudas, sus preguntas, con las que tan fácil es identificarse, son contestadas sin juzgar y de a tú a tú por el autor. Aquí se ofrece una selección de las más interesantes, ordenadas por temas, que constituyen juntas una especie de manual de equilibrio y superación personal. Con consejos sencillos y prácticos que cualquiera puede aplicar, son una invitación a que cada lector tome las riendas de su propio bienestar, vele por su salud psíquica y alcance una vida más armónica y feliz.

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Información

Año
2015
ISBN
9788496642997

Capítulo 1

El complejo mundo de las emociones
Antídoto al odio
Estimado señor Ramiro Calle, perdóneme si opto por el anonimato, pues me avergüenza tener que consultarle sobre un problema que no es dignificante. Me declaro víctima del odio. Tengo desde hace años una tendencia al rencor y al resentimiento, y a veces se intensifica y se traduce en odio. Deseo cosas negativas para los que me despiertan odio. ¿Qué puedo hacer? Siento mi mente sucia, pero muchas veces no puedo evitarlo. ANÓNIMO
No te culpabilices, porque entonces en lugar de resolver el problema lo agudizas. Es muy importante, y honesto por tu parte, este valioso reconocimiento de tu odio. Mediante la aceptación consciente puedes ahora empezar a debilitar esa raíz tan aflictiva del odio e incluso transformarla. Tu anhelo de liberarte del odio ya es un paso muy esencial. Ahora necesitas entendimiento correcto y firme resolución para conseguirlo.
Permíteme, porque viene muy al caso, que te dé a conocer un cuento espiritual de los que he ido recopilando a lo largo de años en mis viajes a India: Un país entra en guerra y dos amigos son alistados. Caen prisioneros y permanecen dos años en un campo de concentración. Cuando el país recupera la paz, son liberados y cada uno recompone su vida en un lugar diferente. Se encuentran después de diez años y uno le pregunta al otro:
–¿Dejaste de odiar a nuestros carceleros?
–En cuanto salí de allí. ¿Y tú?
–Yo sigo odiándolos.
–Pues entonces yo he estado dos años prisionero, pero tú llevas doce.
Así es el odio. Nos mortifica y encadena. Es una emoción no sólo muy negativa, sino necia, porque sufrimos justo por la persona odiada, cuando ella a menudo ni se entera o si lo sabe no le importa. ¡Qué insensatez! Somos muy poco caritativos con nosotros mismos y nos hacemos mucho daño, además del que podamos hacer a los demás. Es un sentimiento de gran inmadurez, no lo dudes. Sus parientes son el resentimiento, el rencor, la ira, la rabia, la malevolencia y en el peor de los casos la crueldad. El odio emponzoña la mente.
¿De dónde nace el odio? De la aversión, muy enraizada en el ser humano. La aversión es una tendencia al rechazo, la antipatía, la animadversión contra aquella persona que nos contraría o perturba, o no es como queremos, o tiene otra forma de ser o de pensar, o nos hace daño. El odio no es fortaleza, sino debilidad. Se puede ser firme y vigoroso, pero sin odio, sin saña, sin resentimiento. El antídoto es la compasión, el amor. Buda declaraba: “Hay una ley eterna: jamás el odio puede ser vencido por el odio; sólo el amor puede vencer al odio”. También nos recomendaba: “Oponte a la oleada de pensamientos de odio con una oleada de pensamientos de compasión”. Sé que es difícil sentir compasión por quien interpretamos que nos ha hecho daño, pero es un bálsamo para restañar la herida del odio.
La tendencia al rencor, al resentimiento y al odio es también el resultado de traumas, complejos infantiles o carencias emocionales, y desde luego lo es del ego exacerbado, que busca vengarse, reafirmarse, imponerse. Tenemos que estar vigilantes para que cuando nos percatemos de que empieza a surgir la tendencia de antipatía o aversión, podamos frenarla o desmantelarla. El odio es como un dardo envenenado y la primera víctima es uno mismo. Si de verdad te aprecias en algo, amigo mío, empieza a zafarte de él.
No me prestan atención
Señor Calle, soy una mujer de 50 años. Toda mi vida he tenido un problema que me ha perjudicado mucho, me ha robado tranquilidad e incluso ha perturbado mis relaciones con personas queridas. Creo que soy demasiado sensible, tan frágil que algunos dicen que soy quisquillosa. Lo que me sucede es lo siguiente, y espero que en algo pueda orientarme: desde niña he sido muy fácil de herir, a veces por cosas que parecen muy pequeñas, como que alguien no me conteste bien o no me preste la atención que yo espero o me diga una palabra en mal tono. Entonces me siento muy mal, como si me hubieran humillado intencionadamente y me vuelvo huraña y resentida. Mi marido llega a decir que soy exasperante y que así malograré mis relaciones con los demás; dice también que es ego, pero entonces yo me enfado y me parece muy injusto, pues ¿cómo va a ser ego cuando creo que es falta de autoestima? ¿Qué puedo hacer? CONSUELO
Estimada amiga, no te voy a responder con paños calientes, porque eso en nada te ayudaría. Claro que es ego, pero también hay un problema de autovaloración. Tu ego no está maduro y controlado, se resiente con poco, se siente vejado y desconsiderado, y reaccionas del modo que explicas. Hay que tener un ego maduro, que no se recree en los llamados estados de ánimo ñoños, a los que todos podemos propender porque nos creemos demasiado importantes y no sabemos digerir que alguien nos conteste mal o nos reprenda o no sea tan cortés como esperábamos. No podemos ir por la vida gastando nuestras mejores energías ofendiéndonos por todo, incluso por pequeñas cosas que deben traernos al pairo. ¿Sabes lo que decía Buda cuando le insultaban? “Los demás me insultan, pero yo no recojo el insulto”. No puedes poner tu amor propio en eso, porque entonces alimentas aún más las suspicacias y susceptibilidades y cada día te vuelves más sensitiva, lo que no hay que confundir con verdaderamente sensible. Hay personas que se tornan anestésicas afectivas, que es un extremo, y otras pusilánimes o lábiles afectivas, que es otro. Hay que encontrar el punto medio. Seguramente por razones psíquicas de la infancia arrastras ciertas carencias emocionales que te hacen ser demasiado susceptible y entonces todo crea conflicto y malestar. Tienes que empezar a ejercitarte en no ser tan reactiva e inspirarte en aquello que dice Kipling en su hermoso poema: “Si nadie que te hiera llega a hacerte la herida...”.
¿Por qué presupones que la gente lo hace intencionadamente o por dañarte? Tienes que saltar fuera de ese circuito repetitivo de reacciones desmesuradas, porque te hacen mucho daño y perjudican tus relaciones. No te permitas esos estados negativos, trata de estar más atenta y ecuánime para irlos superando. Te vendría muy bien la práctica de la meditación, porque mediante ella uno se torna menos reactivo, más armónico y no tan pendiente ni dependiente de comportamientos u opiniones de los demás. Lo más difícil será ahora superar un hábito que has dejado que se perpetúe durante toda la vida. Pero puedes conseguir desaprenderlo y restar importancia a si alguien se dirige a ti con un tono áspero o si no te atienden como tú esperabas. Tómate en serio cambiar la actitud, el modo de interpretar las cosas, para ayudarte a ti misma y mejorar la relación con los seres queridos.
Reacciones ante el insulto
Estimado Ramiro: tengo 40 años y soy una mujer sensible y profesora de yoga en una escuela. Me cuesta aceptar que haya personas agresivas, maleducadas, incluso maliciosas, a las que no les importe perjudicar a los demás. Quizá soy demasiado idealista y no quiero aceptar que hay personas que crean conflicto por cualquier cosa, personas que hieren con las palabras y las formas de ser. Me ha pasado últimamente en varias ocasiones. Las últimas veces en un bar, donde el camarero empezó a insultarme, y en un tren, en el que me gritaron y amenazaron. ¿Qué se puede hacer en esos casos? ¿Qué nos dicen los grandes maestros orientales? ¿Debe uno reaccionar en un sentido u otro? ¿Cómo comportarse? LOLA
Vivimos, Lola, en una sociedad muy agresiva, hostil, adusta. Hay personas maravillosas. Pero no podemos ocultar que, como ya dijo Buda con su gran sentido pragmático, también abundan las personas aviesas y, por supuesto, las maleducadas, hoscas, groseras, personas que parecen gozar hiriendo a los demás. Tenemos que aprender a ser hábiles con nuestros comportamientos en tales ocasiones y no tragar el cebo, que se convierte en venenoso anzuelo, que los desaprensivos y perversos nos tienden, muchas veces en su afán de provocarnos. Hay que saber velar por uno y ser firme, pero en muchos casos la sabiduría consiste en evitar el conflicto innecesario, pues produce una espiral de mayor hostilidad, daña a las personas nobles. Es preferible no entrar en el juego de las malas formas, la violencia verbal y las conductas groseras e indeseables.
Volviendo a Buda, cuando le insultaban, jamás perdía la semisonrisa y comentaba a sus discípulos: “Los demás me insultan, pero yo no recibo el insulto”. No son pocos los desaprensivos, sin ninguna calidad de vida interior, que se empeñan en sacar no sólo lo peor de ellos, sino también lo de los demás. No hay que entrar en su juego si eso es posible, y entender que muchas veces la mejor defensa es no engendrar oposición ni poner el ego por medio ni entrar en la dinámica del insulto, el reproche o la descalificación. Mantener la claridad de mente y la ecuanimidad no es falta de firmeza o intrepidez, sino un saludable dominio que nos puede evitar muchos problemas graves. Sobre todo nos puede prevenir contra reacciones que al final nos ponen a la misma altura de los que son groseros, hoscos, agresivos y barriobajeros en el peor sentido del término.
Lo mejor es, en la medida de lo posible, apartarse de estos individuos como si de la peste se tratara y no permitir que su odio encienda nuestro odio. Pero no son pocas las ocasiones en la vida en la que uno se encontrará con personas de este tipo y tendrá que hacer uso de toda su inteligencia primordial y poder interno para no dejarse meter en su lodazal. Hay muchísima más gente buena, delicada y sensible que aviesa o perversa. Pero parece ser que estos segundos se organizan mejor. Ojalá podamos vivir sin rencor entre los resentidos, vivir cuerdos y sosegados entre los desalmados. Y podemos hacerlo, seguro.
Conocer y controlar la angustia
Ramiro, he seguido con interés su consultorio y finalmente me he decidido a escribirle y también yo hacerle una consulta. Soy desde hace muchos años una persona muy angustiada. Tengo casi 50 años y recuerdo padecer signos o crisis de angustia desde que era joven, pero no es sólo eso lo que me preocupa, sino que siempre estoy tratando de cambiar algunas cosas en mí, que también creo que son las culpables de mi angustia, y no me decido a hacerlo o no encuentro el modo de hacerlo o lo voy dejando para más adelante. Son aspectos de mi forma de ser que no me hacen bien ni a mí ni a los demás, como mi carácter a veces demasiado hosco o mi irritabilidad, que se intensifica cuando algo no es como yo querría. Es como si quisiera controlarlo todo, y cuando no salen las cosas como quiero, me angustio más y me irrito. ¿En qué me puede orientar? MARIO
Hay varios puntos que tratar, Mario, pero antes que nada permíteme que te recuerde una antigua instrucción: “No se enciende la lámpara con sólo pronunciar la palabra luz”. Es necesario darle al interruptor, del mismo modo que para cambiar y mejorar es necesario lo siguiente: primero y ante todo, querer hacerlo y, por tanto, tener esa firme determinación o propósito, pues de otro modo es imposible.
Segundo, poner todos los medios para modificarse, variando actitudes, por un lado, y por otro, poniendo en práctica métodos que hagan posible ese cambio interior. Un gran yogui aseveró: “No me digáis nunca que un ser humano no puede cambiar, porque es un conjunto de hábitos psíquicos y, si los muta, se modifica a sí mismo”. Tenía toda la razón. Pero se requiere intensa motivación para que esa transformación se produzca en beneficio propio y de los demás. Y no se puede ir dejando para otro día, porque entonces incurre uno en la enfermedad del mañana y nunca llega el momento de mejorarse.
¿Por qué la mayoría de nuestros propósitos se quedan a medio camino? Porque queremos cambiar y seguir siendo los mismos o porque ese querer cambiar se queda en una idea de superficie, pero no se interioriza lo suficiente. Era André Gide quien decía: “Si comprendes algo y no procedes en consecuencia, es que no era real comprensión”. Es necesario desarrollar el entendimiento correcto y ponerse manos a la obra para modificarse y, así, ir enfriando las emociones negativas y poco provechosas e ir estimulando las positivas y provechosas. No se conoce el caso de ninguna persona que se acueste siendo celosa y se levante siendo tolerante o que se duerma siendo avara y se despierte siendo generosa. El cambio se va produciendo a cada momento, mediante la observación y autovigilancia para saber qué hay que cambiar y tratar de modificarlo de verdad. Buda declaraba: “Si te estimas en mucho, vigílate bien”. Vigilándonos nos iremos conociendo y así sabremos qué hay que transformar y qué no.
Toma consciencia de tu irritabilidad y de qué la produce y trata de aplicar la ecuanimidad, la fuerza de voluntad para desidentificarte de esa irritabilidad. Y estate en el intento de ser más flexible psíquicamente, más poroso y expansivo. No olvidemos que la rigidez es muerte y la flexibilidad es vida, y no hay mejor elasticidad que la del espíritu.
Miedo a las crisis de ansiedad
Ramiro, he leído sus obras y me dan mucha confianza en usted. Soy un joven de 27 años y quiero compartir mi situación. He comenzado a trabajar en algo que no me gusta, pero con un buen sueldo; no estoy satisfecho, aunque es una oportunidad. Me caso dentro de unos meses, y tampoco termino de estar decidido, aunque quiero mucho a mi novia. No creo en el matrimonio, pero ella quiere casarse...

Índice

  1. Portada
  2. Índice
  3. Prólogo
  4. Capítulo 1: El complejo mundo de las emociones
  5. Capítulo 2: Hacia el autodesarrollo
  6. Capítulo 3: En torno al trabajo
  7. Capítulo 4: Las relaciones sentimentales
  8. Capítulo 5: La familia
  9. Capítulo 6: Sobre el estado de ánimo
  10. Capítulo 7: Bienestar y salud
  11. Sobre el libro
  12. Sobre el autor
  13. Créditos