Diario de cabotaje
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Diario de cabotaje

Una inmensa soledad

  1. 284 páginas
  2. Spanish
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Diario de cabotaje

Una inmensa soledad

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Información del libro

Rafael García Maldonado es un escritor heterodoxo, de compleja prosa impermeable a las modas, y uno de los autores más interesantes del panorama literario actual.Diario de cabotaje brinda una oportunidad excepcional de aproximarse al escritor y a la obra partiendo de sus páginas más personales, en las que sus obsesiones literarias y existenciales se plasman junto a sus ambiciones, miedos e inconformismos.

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Información

Año
2020
ISBN
9788412060287
Junio
Es feliz por las mañanas, otra persona. Va hacia el coche recién duchado con el ánimo en alto, como las espadas de un desfile militar. La mañana es para él la alegoría del nacimiento, de las infinitas posibilidades de una vida que comienza. A medida que avanza el día las espadas se van bajando, y con el crepúsculo y la noche se envainan del todo: el soldado se retira a descansar. La tarde es la vejez del día, y la noche y el sueño son la muerte.
Empieza a leer al noruego Knausgard. Lo tenía pendiente desde hace tiempo y las primeras cincuenta páginas le han gustado, aunque más como escritor de diarios que como novelista. La sencillez de contar una vida común le gusta como proyecto biográfico, de dietario, no sabe por qué narices se le llama a eso novela. Está muy bien hacer literatura con la cotidianeidad, con los materiales que todos poseemos: una infancia, unos amores (y desamores), unos hijos y unos padres que se hacen viejos, que enferman y que por último mueren, sí, pero que no se llame novela, se enfada el terapeuta. Dicen que es el nuevo Proust, que, como el francés, anuncia muchos tomos. No dice que no se parezca en la ambición y en la empresa, pero el estilo del noruego es infinitamente más sencillo, las frases más cortas y simples, muy inferior la belleza de dichos períodos también. Absolutamente nada que ver. Querría haberlo empezado cuando naciese R., pero ha hecho bien apostando por el primer tomo, que se llama «La muerte del padre» (dentro del nombre global Mi lucha), esa que —sin las comillas— él tanto teme y para la que duda que esté preparado. ¿Es esa la vida? ¿Eso es hacerse mayor? ¿Por qué tiene la permanente sensación de que está disimulando, que en el fondo no acepta las reglas del juego? Ignora el porqué, pero hoy se ha levantado muy feliz y optimista pensando en la escritura de estos cuadernos. Cree que le gusta mucho hacerlo, y que de alguna forma calma su ansiedad por estar escribiendo siempre alguna cosa.
Día de guardia, en el que entra más tarde y que aprovecha para tener una mañana más o menos tranquila en casa. Comienza un bosquejo de lo que será su nueva novela sobre Majer, y con título provisional que no ha gustado demasiado al hermano N.: No importa la noche. ¿Cursi? Tal vez, pero lo primero es escribir, o escribir al menos algo más de los escasos folios que llevo, dice.
Continúa leyendo al noruego y empieza a cansarle ya: es la vida de cualquiera, de cualquier hombre mediocre. Si a los cuarenta años uno no es un hombre extraordinario es un hombre desecho, decía Onetti, al que no puede dejar de citar siempre. ¿Qué es esto? Ha pasado del gusto a la sensación de estafa en un centenar de páginas. ¿Siete tomos así, hablando de que su mujer le regaña por poner mal la lavadora y de que no puede escribir porque los niños están dando la lata? Qué horror de hiperrealismo. Decir que esto es como Proust es ser un miserable y un ignorante. Le doy un día más, ¡uno solo!, exclama.
Mientras piensa y divaga realiza un pequeño croquis de Majer, con su plaza del doctor Rey, el olivo de Tras la guarida, sus casas, su frondoso bosque de pinos, el mar al fondo con algunos barcos, la iglesia, etcétera. Una mezcla entre Mijas y Vejer de la Frontera, cuyo nombre le dio M.
Sí, ese es su territorio, del que no saldrá literariamente demasiado ya.
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Plano de Majer.
Comienza a ver una curiosa serie de animación sobre Corto Maltés, muy buena, y sin saber muy bien por qué se pone a probar suerte con sus caricaturas y bosquejos. Recuerda, con cierta emoción, que nada más llegar al colegio Salliver, en quinto de EGB, ganó un concurso de Tráfico gracias a lo que su maestra consideraba dotes para el dibujo, pintando él todas las viñetas sobre los avatares de un niño que recorría la ciudad. Le regalaron un microscopio y una bicicleta, y todavía anda por casa de los padres aquel pequeño artilugio de aumento con el que mucho tiempo observó insectos y flores. ¿Qué sería de la bicicleta? ¿Y del niño aquel? Quién sabe, piensa.
La guardia, a pesar de tratarse de un viernes casi de verano, no está resultando tan movida como imaginaba. Puede hacer algunas cosas. Esta fiebre por el diario, los dibujos y las lecturas le sosiegan, le anulan la ansiedad y el ardor. Está contento.
Cierra el diario por hoy. Le llama M.: no se encuentra bien, le cambia el humor y se ha desentendido por completo de los perros, de los libros y casi de él.
Anoche dijo una frase de la que no está completamente seguro; fue la siguiente: «Estoy bien con lo que tengo ahora. No necesito más que esto, firmaría seguir así el resto de la vida». Qué duro, qué valiente. La dijo sin pestañear, muy seguro, como si lo tuviese tan claro como que quiere tener un velero el día de mañana o que va a ser padre el mes que viene. Debe de estar convencido en lo de no ambicionar nada material más allá de lo que ya se tiene, que siempre es mucho. Es posible que haya llegado demasiado pronto a una estabilidad general a la que, normalmente, se llega pasados los 40. ¿Puede relacionarse eso con las crisis existenciales más recientes? Ya lo creo, piensa, y es posible que esa reflexión esté hecha ya unas páginas atrás. Haber llegado tan joven a las cosas (al trabajo bueno, al amor, a publicar) tiene un lado pernicioso, pero, sin embargo, es vital para el lado que posiblemente más le interese: el de disponer de la estabilidad necesaria para la literatura, para leer y para hacer su obra. Seguir escribiendo cada día mejor es mi meta, asegura. Al escritor que ha nacido escritor no puede aniquilarlo nadie, sólo la muerte.
Oiga, ¿por qué escribe usted? ¿Yo?, pregunta el boticario. Pregúntale a un olivo por qué da aceitunas.
Está horrorizado con el nivel educativo y cultural de la gente, en general. A veces tiene la sensación de que no podrá aguantarlo mucho tiempo. Piensa que es algo que irá a más, y no ve el mundo y la vida algo que vayan a merecer muchísimo la pena: le da igual (o mejor dicho, menos miedo) la idea de la muerte en uno de esos momentos en los que se cerciora de lo mediocre y ruin que es casi todo. ¿Quién querría ser mucho tiempo uno más de la burricie imperante?, se pregunta. Él, desde luego, cree que no. También piensa que puede ser verdad que cada persona tiene su tiempo, que no debiera pensar en un futuro largo que apenas lo atañerá. Pero es que, dice, mira uno a su alrededor y piensa: ¿quién seguirá leyendo alta literatura —o mediana— dentro de pongamos veinte años? Si todo sigue como apunta, ¿quién se interesará por lo que escriba yo?
¿Qué será eso de ser un hombre de su tiempo? ¿De qué tiempo?
Va el sábado en Fuengirola y el domingo en Málaga al rastro, algo que le sigue entusiasmando, y adonde llega siempre con la emoción del primerizo, con el zurrón dispuesto a llenarlo de libros y cachivaches varios. Del de Fuengirola se trajo un canotier (como el que llevaba en verano su bisabuelo Modesto) y unos pocos buenos volúmenes (además del gozo de ver la vida tan palpitante); y del de Málaga —hecho en el Centro Cívico, en La Térmica actual— una pluma Parker espléndida por sólo dos euros, con la que ahora mismo escribe estas notas en tinta azul.
Le ocurre con mucha frecuencia: se le vienen a la cabeza un montón de posibles cuentos y novelas. ¡Qué difícil centrarse en una sola! Quiere seguir con la serie de Majer, pero son tantas las ideas que va a probar con el cuento, aunque debería retomar aquella novela policíaca que empezó al poco de terminar El trapero, una novela con la que quizá llegase a un público mayor antes de seguir con Majer y «lo complejo».
«Cualquier hombre es todos los hombres», dijo Borges. Aquel que escribe a fondo sobre el conflicto del alma humana escribe sobre y para todos los hombres, dice el boticario.
Ha empezado un cuento con título «Extraño campo de batalla», en sustitución de aquel «No importa la noche», cursi y propio del ubicuo periodista JC. En él cuenta lo que sucedió a un viejo paciente que acaba de fallecer. Se llamaba José, y estuvo en un hospital holandés durante meses sin que su familia de España supiese que estaba gravísimo al caerse de un andamio. No entendía el idioma, ni siquiera sabía que iba a morirse, no podía ni sabía pedir un vaso de agua siquiera. Lo dieron por desaparecido y luego por muerto. Su mujer se volvió a casar y él también, con una mujer joven del pueblo de al lado, una vez retornó a España y se encontró tamaño panorama. En paralelo a esa historia querría contar la del narrador, la relación extraña y pseudoamorosa que establece con una muchacha que va a buscarlo por orden de José.
A sus pacientes les debe todo en el fondo, piensa el farmacéutico. Conoce los abismos del alma humana, en parte, gracias a ellos. Ignora si en el pueblo saben que es un ladrón, que anda robándoles las historias y las caras a sus propios pacientes para convertirlas en literatura.
Cumple hoy su padre 61 años. No es poca cosa. La jubilación ya no le queda lejos y está hecho a la idea, compatible absolutamente con su optimismo patológico y su amor a la vida. Dos de sus mejores amigos están enfermos, uno de ellos con la enfermedad más grave y terrorífica que ha inventado la naturaleza, y el otro con una angina de pecho severa que lo ha sumido en la congoja y el aislamiento. Lo mismo es únicamente una mala racha, pero lo ha visto bajo de ánimo, melancólico, algo raro en él, musita el licenciado. A veces se pregunta por qué lo idolatra y lo quiere tanto, por qué no es capaz de ser mínimamente egoísta y anteponer su bienestar al de él. No puede evitar, sin embargo, sentirse como el hijo mayor de aquel coronel interpretado por Anthony Hopkins en Leyendas de pasión, cuando ve que él es el hijo perfecto y su padre prefiere —irracionalmente, claro— al hijo díscolo y zangolotino, interpretado por Brad Pitt. Ninguno de mis padres me prefiere a mí, dice subiendo los hombros, resignado y estoico. También en eso, asegura, se siente el más solo de los hombres.
Escribe una tribuna en el diario Sur, sobre la cultura y su decadencia, motivado por la traducción al castellano actual del Quijote hecha por Andrés Trapiello. No ha visto necesaria tal traducción, y piensa, por lo que dicen, que no está mal el artículo. No se cree eso que dice AT. de que la gente no lee el Quijote porque no lo entiende; nadie, está seguro el farmacéutico, deja el libro porque ponga «cotufas en el golfo» en vez de «peras al olmo». ¿Hay que dárselo todo fácil y mascadito a un improbable lector? ¿No es acaso mejor ir descubriendo poco a poco lo que no se sabe y está en los libros? ¿No requiere acaso la cultura un esfuerzo del interesado? La cultura, la alta cultura, es y debe ser elitista, piensa. Saber lo que es una cotufa, por ejemplo. Él lo sabe porque lo buscó la primera vez que leyó el Quijote. Supone el boticario que será una obra digna y un ímprobo trabajo, pero eso de llevar la cultura a la gente en vez de que la gente se esfuerce por llegar a la cultura no lo acaba de ver.
Se hace tarde y lo vence el sueño. Amanecer muy temprano tiene el inconveniente lógico de sentir modorra a eso de las once de la noche. Pero necesita seguir escribiendo algo, aunque sea esta bitácora tan extraña. Han pasado M. y él la tarde en Coín, intentando que su refugio del pueblo empiece a parecerse a una cosa donde convivir de vez en cuando con un hijo recién nacido. Le gusta que venga ella, aunque odia el piso con toda su alma, y no sabe muy bien por qué, aunque de seguro tiene que ver con su aversión a lo pueblerino, cuando hoy día hay más atraso y catetos en las ciudades que en los pueblos y el campo, cunas de la sabiduría vital y el buen vivir, el beatus ille. Es una vivienda extraordinaria, amplia, de techos altísimos, luminosa, justo encima de la botica, donde le gustaría pasar al menos el verano. Sin coger el coche, sin aglomeraciones y ruidos en Fuengirola, sin turistas patrios y extranjeros, sin tatuajes, borracheras y pieles achicharradas por el sol llenas de aceite de zanahoria. Detesta Fuengirola en verano, le da angustia sólo de pensar lo que se le viene encima, cuando la densidad de población da a ratos la apariencia de Calcuta o Bombay. Hasta sacar al perro es desagradable, va chocándose con sudorosos que huelen a aftersun, colonias de imitación y a fotoprotector barato. Siente de alguna forma también envidia de los que gozan la noche: ve beldades despampanantes y provocadoras pasar por su puerta en dirección a alguna parte. Ya son otros, imagina, los bares, y también los tipos que intentarán seducirlas. Son probablemente buenas chicas, gente normal sin intenciones espurias, pero hay algo en la noche, en la aparente pose que adoptan, que hace que se las imagine proclives a la actitud animal de seducción y cortejo. Siente una mezcla de excitación, rabia y celos: querría ir y acostarse con todas, o así lo engañan la mente y el instinto, y se va a la cama de mal humor, como un macho selvático al que echan de la manada por viejo o por estéril. Sí, decididamente detesta el verano en la costa, sólo quiere pasar el estío tranquilo, en Coín o cerca del barco con el que sueña a menudo. Sigue teniendo la sensación de que el tiempo pasa demasiado deprisa, y continúa obsesionado con el día jueves, que marca al boticario la pauta de la fugacidad (¡otra vez ya es jueves! ¡No puede ser!).
El abuelo del farmacéutico fue un médico fuera de serie, con una gran vocación literaria que no pudo o no quiso ejercer. Cuando se instaló en la que fue su casa, en la Costa del Sol, el farmacéutico pasó a limpio todos los cuentos y poemas que, con gran éxito, el abuelo materno f...

Índice

  1. ¿Escribir diarios para qué?
  2. A modo de proemio
  3. Tomo primero
  4. Un hombre sólo es interesante si cuenta sus sufrimientos, sus fracasos y sus tormentos.
  5. Obviamente, esto no es un libro, sino una purga de mi corazón.
  6. 2014
  7. 2015
  8. Enero
  9. Junio