Relecturas del cuento hispanoamericano
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Relecturas del cuento hispanoamericano

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Relecturas del cuento hispanoamericano

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Con más de 30 mil ejemplares vendidos y una fama que ha trascendido con mucho las esferas académicas, The Oxford Book of Latin American Short Stories es considerada una obra de referencia para conocer y entender el fenómeno del cuento latinoamericano.En estas Relecturas, Roberto González Echevarría, presenta por primera vez en español la introducción de su icónica obra, la que acompaña de dos ensayos sobre cuentos latinoamericanos –uno de Borges y otro de Carpentier– que son una muestra de su aproximación al género y de su estilo de crítica: "El caudal de la tradición cuentística en América Latina desmiente a quienes consideran que el subdesarrollo económico y la inestabilidad política son idénticos a la pobreza artística. Algunos de los escritores mencionados se encuentran entre los mejores del mundo moderno y han ejercido influencia en las literaturas de las áreas más desarrolladas del orbe".El Oxford Book of Latin American Short Stories es una excelente colección, brillantemente editada por Roberto González Echevarría. Sus presentaciones son esclarecedoras e informativas; las historias mismas, hispanoamericanas o brasileñas, son siempre de alto mérito estético, cubriendo toda la gama desde Borges a Arenas.Harold Bloom

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Información

Editorial
Ediciones UC
Año
2017
ISBN
9789561426085
Tradición cuentística
en América Latina
En América Latina, el cuento es un género importante, que goza de popularidad en todos los niveles y de un reconocimiento genuino en los círculos literarios más exigentes. Varios sobresalientes autores latinoamericanos han sido exclusivamente autores de cuentos –por ejemplo, Horacio Quiroga, Jorge Luis Borges, Juan José Arreola–. Y, algunos de los novelistas que gozan del mayor respeto, son considerados grandes a causa de sus cuentos: quienes me vienen de inmediato a la cabeza son Machado de Assis, Gabriel García Márquez y Juan Rulfo. Se cree que el desempeño más notable de otros novelistas exitosos, como Julio Cortázar y Reinaldo Arenas, se observa en sus cuentos. Abundan las antologías nacionales de cuentos y varios de los prestigiosos premios de cuentos les han sido otorgados a escritores de la región. El caudal de la tradición cuentística en América Latina, que forma parte de la fabulosa riqueza de la literatura y el arte latinoamericanos en general, desmiente a quienes, de modo ingenuo, consideran que el subdesarrollo económico y la inestabilidad política son idénticos a la pobreza artística. Algunos de los escritores mencionados se encuentran entre los mejores del mundo moderno y han ejercido influencia en las literaturas de las áreas más desarrolladas del orbe.
Varios errores presentes en el extranjero, relativos a la literatura latinoamericana, deberían disiparse desde el inicio. Uno de ellos, originado por la rutilante irrupción del conjunto de escritores de ficción en la década de los 60 del siglo XX (un fenómeno conocido como “el Boom de la novela latinoamericana”), consiste en creer que la literatura latinoamericana es un acontecimiento reciente, sin antecedentes. El hecho es que, dada la naturaleza de los imperios ibéricos de los que emergió, América Latina ha gozado de actividad literaria afín a la de Occidente desde el siglo XVI en adelante, en especial en el área española. Otra idea errónea, consecuencia natural del primer error, radica en pensar que la literatura es rural, tanto respecto de su naturaleza, como de sus temáticas, como consecuencia de su historia y de su entorno geográfico. No obstante, en contraposición a la vida colonial en América del Norte, el Imperio Español, en particular, estuvo organizado alrededor de opulentas ciudades, que eran las sedes de sofisticadas cortes virreinales, que competían con y en ocasiones aventajaban a los centros urbanos ubicados en la metrópolis. En varias regiones, como por ejemplo en México central, los españoles no tuvieron como contendoras a tribus nómades, sino a poderosas y avanzadas culturas originarias, que tenían grandes y complejas ciudades propias. Las urbes virreinales, los virreinatos, eran una simbiosis de las ciudades europeas y las ciudades indígenas. La literatura latinoamericana ha sido una actividad urbana desde el principio, aun cuando sus temáticas hayan sido rurales, en los casos en los que los escritores han desarrollado interés político en la selva, las llanuras o las tierras del interior.
Por último ha habido quienes han considerado que la literatura latinoamericana es provinciana en cuanto a su orientación y primitiva en lo relativo a temáticas y técnicas, lo cual reflejaría una presunta proximidad a la naturaleza. Pero lo contrario es lo cierto. La literatura latinoamericana es predominantemente cosmopolita y sofisticada. En la época colonial, la vida intelectual se regía por filosofía neo-escolástica, que ponía gran énfasis en las fuentes clásicas y patrísticas, la retórica y la lógica. La erudición, el conocimiento recibido y la elegancia argumentativa prevalecían por sobre la observación de la realidad, hábitos mentales que dejaron un calamitoso legado en la política y la cultura en general, se podría agregar. Había una universidad, la Santo Tomás de Aquino, en la isla Española, ya en el siglo XVI y en Tlatelolco, un colegio, donde se les enseñaba latín a los hijos de la aristocracia nativa. El Imperio Español se regía por la letra de la ley, como también ocurría con el Imperio Portugués, aunque con menor severidad en este último caso. Esta costumbre perduró hasta después de la independencia. Desde el siglo XIX en adelante, cuando la literatura latinoamericana se convirtió en una actividad deliberada y premeditadamente social y textual, la supracapital artística e intelectual de América Latina ha sido París, el lugar en el cual hasta hoy los escritores de diversos países siguen encontrándose para intercambiar ideas. Desde entonces, la literatura latinoamericana ha sido cosmopolita hasta el exceso. Escritores latinoamericanos como Borges, Alejo Carpentier y João Guimarães Rosa fueron individuos de una erudición inmensa, que dominaban varias lenguas. La pose de ser escritor naif o alguien de talento innato, que parece prevalecer entre los escritores norteamericanos, no es frecuente entre los latinoamericanos, que rara vez se sienten incómodos por su erudición. Ni siquiera el compromiso político ha ido en contra de aprender un oficio artístico refinado. José Martí, el revolucionario y poeta cubano del siglo XIX, sabía al menos tres lenguas y escribía un verso delicadísimo y una prosa de enorme poder retórico.
Una importante faceta de esta larga tradición literaria latinoamericana es la cantidad de cuentos que ella ha producido y la calidad de los mismos. Esto se puede explicar en parte por la convergencia de ciclos narrativos provenientes de fuentes culturales vigorosas y diversas: las variadas culturas originarias (azteca, maya, inca, guaraní), las numerosas culturas africanas (con la cultura yoruba prevaleciendo entre ellas) y la cultura ibérica, que incluye la portuguesa, la gallega y la catalana, entre otras, como también el legado europeo completo, que se remonta a la época clásica y bíblica, pasando por la Edad Media, y las fuentes indo-europeas del repertorio narrativo occidental. A pesar de ello, hay razones más fortuitas para la abundancia de cuentos que existe en América Latina. Por ejemplo, en una región fragmentada en muchos países que comparten una lengua y una literatura, el cuento, que viaja con facilidad, es un género que les permite a los escritores latinoamericanos conocerse con mucha mayor rapidez.
Cualquiera sea la otra razón que pueda explicar el caudal de los cuentos latinoamericanos, ellos no solo comparten con los del resto del mundo una historia, sino también rasgos básicos en común. Entre todos los géneros modernos en prosa, el cuento es tanto el más como el menos literario a la vez: el más literario, pues el cuento artístico es notoriamente exigente en cuanto a forma y originalidad; el menos literario, pues el cuento es el único género moderno en prosa que ostenta una tradición oral paralela, que pervive incluso en la conversación cotidiana y es indiferente a los detalles formales o a la innovación. Contar cuentos consiste abiertamente en transmitir versiones recibidas de un relato contado y vuelto a contar infinidad de veces. Uno oye muchos cuentos en el transcurso de la vida diaria. Los chismes son una forma de cuento, como también lo son las anécdotas que se cuentan alrededor de una mesa, mientras se come, las cuales pueden tener el colorido de sus contrapartes literarias. Lo mismo se puede afirmar de los chistes, que dependen en igual medida de la actuación o la performance de quien los cuente, como de la novedad u originalidad de su contenido. También las mentiras tienden a ser cuentos cuidadosamente construidos, como lo son las confesiones a las autoridades, abogados o psiquiatras. Los cuenteros rurales en la Venezuela actual combinan la tradición con la tecnología moderna, vendiendo cintas grabadas de sus espectáculos en las paradas de autobús y las estaciones de servicio.
Contraviniendo las expectativas, el género ha adquirido nueva vida en las ciencias sociales. Las historias de casos en el psicoanálisis, la antropología y la sociología suelen ser similares a los cuentos, un hecho que la etnografía moderna hoy en día reconoce. Dos de las compilaciones de cuentos que más influencia han tenido en los últimos cien años han sido The Golden Bough (1890), de Sir James G. Frazer y La interpretación de los sueños, de Sigmund Freud (1900). El trabajo de Carl Jung trazó un mapa de las relaciones entre las historias míticas y el subconsciente y Claude Lévi-Strauss comparó las estructuras profundas de los relatos con las del lenguaje en sí mismo. El cuento parece ser inmune al tiempo, a las modas literarias, al progreso y a la diversidad cultural. Todo el mundo, en cualquier lado, alguna vez ha contado cuentos, a pesar de haberlo hecho por razones que pueden diferir, dependiendo del momento histórico. Los cuentos tainos, mayas e incas con gran probabilidad tuvieron una función doctrinaria, quizá litúrgica, en sus respectivos entornos culturales originales.
En tanto, definir el género es difícil. Existe una sensación y una textura propias del cuento –una especie de fenomenología–, determinadas por su limitada extensión, por su breve duración, independientemente de si se trata de un cuento escuchado o leído. Aún así, no se puede medir la extensión con facilidad aunque, por lo general, un cuento se pueda leer o escuchar de una sentada, de modo que la totalidad del mismo se encuentra presente en la mente del lector, una vez que el cuento finaliza. Sin duda, esta es la razón por la cual el cuento artístico le da tanta importancia a su unidad de acción, a su simbolismo y a su tono. En este aspecto, el cuento se parece a la poesía lírica y a la música. Una frase musical tiene efecto en el auditor, solo si una frase anterior continúa sonando en su oído. Del lector de un cuento bien elaborado se espera que recuerde incidentes previos u otros detalles y que sea capaz de establecer relaciones en su mente. El placer estético que un buen cuento brinda, repentino e intenso, depende de la habilidad que ese cuento tenga para provocar dichas asociaciones, pero la diferencia entre el cuento y la música o el poema lírico es grande. Un buen cuento probablemente sobreviva una mala redacción por parte de un escritor torpe. Su núcleo parece ser la coincidencia de incidentes independientes de su esbozo y de los adornos permanentes de las modas literarias. Esa es la razón por la cual los cuentos pueden gozar de cierto anonimato, como las baladas populares o los romances. Al ver esto, Vladimir Propp propuso una “morfología” de los relatos populares rusos, como si los cuentos fuesen una propiedad común a todos, como lo es la lengua. Otra de las razones de la riqueza del cuento latinoamericano podría muy bien ser su combinación de formas altamente literarias con otras profundamente tradicionales.
Los primeros cuentos en lenguas europeas que surgieron en lo que iría a convertirse en América Latina fueron sin duda los relatos que los marineros contaron sobre sus aventuras en las tabernas de puertos como Cádiz, Sevilla o Lisboa. Bien hiladas y pulidas por sucesivas narraciones durante las tediosas travesías marítimas, algunas de estas historietas encontraron su camino hacia los escritos de Pedro Mártir de Anglería (1456-1526), el primer historiador del Nuevo Mundo, como también el primer coleccionista de americanismos, tanto en lo relativo a objetos provenientes del Nuevo Mundo, como a saberes populares. En De orbe novo decades, el infatigable Anglería, que enloqueció cuando se le contó (por equivocación) que su hijo había sido devorado por caníbales. También les regala a sus lectores las heroicas hazañas de un mono manco –un brazo le había sido mutilado en el cautiverio– que combate a un jabalí, decidido a matarlo, mientras ambos están siendo embarcados a España. Anglería compiló además muchos de los cuentos que conforman la cosmogonía taína y comenta acerca de su sugerente parecido de esta con los mitos clásicos. Con esta observación inauguró un tema que incluso hoy asedia a filósofos y antropólogos: ¿es acaso la mitología un fenómeno generalizado, con relatos análogos contados en regiones del mundo independientes unas de otras? ¿Existe una mentalidad universal que se expresa en estos relatos? Al momento del cambio del siglo XV al XVI, los componentes de lo que se iría a convertir en la literatura latinoamericana (por lo demás, escritos en latín por un buen humanista) ya se encontraban activos en los influyentes escritos de Anglería. Su misma práctica de coleccionista de relatos de orígenes diversos, refundidos más tarde en un molde retórico europeo dentro del cual se acomodan con dificultad, anticipa tanto la difícil situación de los escritores latinoamericanos contemporáneos, como algunas de las soluciones, descubiertas por ellos mismos.
El Nuevo Mundo era solo “nuevo” desde el punto de vista de los europeos, por supuesto. Los pueblos originarios habían contado cuentos durante siglos, antes de que las naves de Colón aparecieran en el horizonte de aquella auspiciosa mañana del 12 de octubre de 1492. Sus relatos, al igual que los del Antiguo Testamento o los de la mitología clásica, trataban de los orígenes del mundo y la humanidad y comprendían narraciones sobre cataclismos cosmológicos, incesto, violencia, traiciones, luchas monárquicas y migraciones masivas. Estos relatos eran una manera de conceptualizar el mundo y de lidiar con las arduas realidades que hombres y mujeres de todas partes enfrentan: el destino, la muerte, la trascendencia, la organización de la vida en sociedad. Hablaban de lo azaroso del amor, fuera este filial o erótico, de la sucesión de generaciones, del temor a los fenómenos de la naturaleza, de asuntos ligados al conocimiento y al poder. Los frailes, consternados por el tratamiento que recibían los llamados “indios”, recopilaron estos relatos y les dieron forma escrita, para demostrar, por una parte, que esta gente pertenecía a la raza humana y, por otra, que también era hija del Dios cristiano. La originalidad de los cuentos a menudo era sorprendente, del mismo modo en que el saber popular europeo, en especial el cristiano, lo era para los indígenas.
Los cuentos europeos y americanos eventualmente se entremezclaron, mientras los indígenas, con diversos grados de sinceridad y a menudo respondiendo a las amenazas y a una innombrable brutalidad, aceptaban las nuevas doctrinas. Este proceso cobró nueva fuerza cuando los africanos comenzaron a ser importados como esclavos a muchas partes del Nuevo Mundo, en especial al Caribe y a Brasil. Diversas formas de recopilación de relatos, derivadas de la práctica iniciada por los frailes, aún siguen vigentes. Es gracias a los frailes, en épocas remotas, y más tarde a los antropólogos, que contamos con algunos de los relatos incluidos en la antología, dado que antes de la llegada de los europeos, en el Nuevo Mundo no existía la escritura. Los dilemas que este tipo de recopilación ocasionan –de índole moral, política y literaria– a menudo han sido incorporados en la textura misma de los relatos, en especial, aunque no en forma exclusiva, en épocas modernas. Por lo tanto, los relatos taínos, mayas e incas recogidos aquí, no son prehispánicos en un sentido cronológico, sino post-hispánicos, parte del proceso de reescritura y redescubrimiento constante provocado por la colonización. Aparecen al inicio del presente libro, para respetar la estructura secuencial que toda historia tiene que construir, con la finalidad de ser inteligible, pero el lector debe estar consciente de las inevitables distorsiones que las reescrituras siempre perpetran en los textos originales, sin importar los esfuerzos que quien reescribe haga para desaparecer del cuadro.
Los cuentos recopilados por de Anglería, Fray Ramón Pané o Fray Bernardino de Sahagún no fueron los únicos relatos originarios que llegaron a las imprentas europeas. Pronto, los descendientes alfabetizados de los indios conquistados comenzaron a escribir desde su perspectiva escindida, como habitantes de dos universos mentales que tratan de explicarle uno de esos universos al otro. Al escribir acerca de Garcilaso de la Vega, el Inca, Arnold Toynbee identificó de manera muy provechosa a esta nueva clase de escritores híbridos, presentes a lo largo de la historia moderna, como pertenecientes a lo que los rusos denominaban la “intelligentsia” –habitantes originarios que explicaban (hacían inteligible) su cultura al conquistador, incorporando en el proceso el repertorio ideológico y técnico fundamental del conquistador–. En la América Latina colonial, de hecho, estos escritores se valieron de los mismísimos fundamentos de la doctrina europea para condenar a los europeos. Guamán Poma de Ayala –escribiendo, como Garcilaso de la Vega, desde una perspectiva cristiana– critica con gran severidad a los españoles por no regirse por los principios de su propia religión. Ninguno de estos escritores cuestiona el cristianismo –en esa época, el núcleo explícito de la ideología de Occidente– que es el conjunto dominante de creencias a las cuales adhieren. En su ambivalencia y en su angustiada hibridez, estos escritores anticipan el dilema de los autores latinoamericanos modernos: para diferenciarse de Occidente deben pensar utilizando los fundamentos ideológicos y discursi...

Índice

  1. Portada
  2. Créditos
  3. Títulos
  4. Contenido
  5. Prefacio “El cuento latinoamericano: historia y crítica”
  6. Tradición cuentística en América Latina
  7. Historia y ficción: “Semejante a sí mismo”, de Alejo Carpentier
  8. Borges en “El jardín de senderos que se bifurcan”