Un beso perdurable
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Un beso perdurable

  1. 108 páginas
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Un beso perdurable

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Índice
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Información del libro

Un beso perdurable es una colección de textos autobiográficos que giran alrededor de un umbral muy particular en la vida de la narradora: el momento en que pierde a su madre y se convierte a su vez en mamá. Ubicada como nunca antes en una posición donde mirar al pasado y al futuro al mismo tiempo es casi inevitable, la mujer que escribe en este libro se percibe como heredera y partícipe de una historia, que es familiar pero también está cruzada por el lugar tradicionalmente otorgado a las mujeres. Desde ese lugar Gabriela Bejerman repasa la infancia, los aprendizajes, los duelos y los amores, en textos que van del relato autobiográfico al poema en prosa.

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Información

Editorial
Rosa Iceberg
Año
2020
ISBN
9789874647450

Dar a luz

Quiero contar el nacimiento de Cosme, aunque no voy a olvidarme nunca. Tecleo con él a upa, tiene cuatro semanas y media. Está dormido en la guagüita, por eso puedo escribir con las dos manos.
Aquel jueves yo estaba en el último día de la semana 40. Al mediodía sentí un líquido constante, igual fui a yoga. Hice una clase muy tranquila, bien abajo, en el piso, abriendo, respirando, empezando a soltar... o a intentarlo. Le di un abrazo fuerte a la profe anunciando que Cosme iba a nacer al día siguiente, era una despedida.
Después, caminando por Elcano entré a Cabaña Tuyú. Planeaba tomar un helado, pero salí del baño con vértigo, ahora había un flujo rosado. Me senté impune, sin el helado, para llamar a la partera. Me dijo que Cosme estaba llegando.
Respiré hondo y me paré con todo mi peso. Era hora de los últimos antojitos. Me compré una hermosa chalina azul que tardé muy poco en elegir. Seguí por Elcano. Veredas anchas, árboles altos, había lugar para una panzota a punto. Entré a un negocio de ropa. La vendedora me preguntó para cuándo esperaba: para mañana, dije otra vez. Palpé telas y texturas, me probé de todo y al final elegí un sweater amplio, también azul. ¿Cómo sería mi cuerpo después de parir?
Después, fui a la chocolatería celestial. Me atendieron como a una reina sensible: me convidaron trufas y franui, frambuesa flotando adentro de chocolate, una exquisitez. Quería charlar con los chocolateros, quería que se dieran cuenta del momento que estaba viviendo. El último heladote de una parturienta.
Volví a casa en el 151, que vino enseguida, y por supuesto viajé sentada. Mientras hacía esa cuadra y media desde la parada vi algo hermoso en el cielo: la luna y Júpiter brillando fuerte, cerca. ¡Qué augurio!
A la noche fuimos a lo de la partera. Me dijo que sólo tenía uno de dilatación, que probablemente faltaban unos días, pero que podía equivocarse. A las doce apagamos la luz, pero al ratito me desperté gritando una “o” desesperada. ¡Así que eso eran las contracciones! Y yo que tenía miedo de no sentirlas… Empezamos a medir el tiempo. Cada cuatro minutos. La partera me dijo que lo tomara con calma: esto recién empieza.
Cada vez que venía el dolor lo hacía vocalizar a Sebastián, ooooooo; yo tenía que reservar fuerzas. Esas horas no sé cómo pasaron. Ya se iba haciendo de día y Sebastián fue a cargar la valijita roja y más cosas de la lista que había en la pizarra. Yo, sentada en el piso con las piernas abiertas y la frente en las manos, respiraba el dolor.
Ahora había que subirse al auto, qué baile. Me hice la cama de almohadas que había practicado, mirando al baúl, agarrada de los dos apoyacabezas para sostener las contracciones. Pero apenas salimos me arrepentí. Sebastián estaba preocupado porque desde un patrullero supervisaban las extrañas maniobras de nuestro auto a las 5 y pico de la mañana. ¡No estamos haciendo algo ilegal! ¡Estoy yendo a parir! Parece gracioso a la distancia, pero en el momento todo era tensión.
Del camino no recuerdo nada. No sé si pusimos el disco “Om” que había preparado para ese viaje. Sí recuerdo agarrarme de la manija de la puerta en una contracción. Y estirar mi brazo, mi mano, abrir los dedos, en otro intento de pasar el auge de dolor. Todo el viaje lo hice con los ojos cerrados, o casi, porque veo el recorte oscuro de los árboles contra el cielo de la madrugada.
En la recepción de emergencias me ofrecieron una silla de ruedas y la acepté. Tengo la imagen de estar entrando al hospital como en puntas de pie. No había nadie, a diferencia de tantas otras veces en que llegábamos en medio de un mar de gente. Era como un castillo a medianoche. Pura paz para la intimidad que vivíamos. Y empecé a llorar. Me sentía tan agradecida de que me llevaran sentada en lugar de tener que caminar. Y también: esta vez era yo la paciente en un hospital. Como un remolino se me vino todo lo de mamá, la dependencia de que otros nos cuiden, el ámbito al que hay que entregarse porque no queda otra, y además… la emoción porque estaba yendo a parir.
Pero mi dilatación era uno. ¡Uno! ¡En todas esa horas de dolor continuo no había pasado nada! Y el tiempo siguió pasando, doliendo, hasta que bien entrada la mañana pregunté por primera vez: ¿cuánto falta? La partera dijo que tomáramos las contracciones de a una y que descansara. ¿Cómo, sabiendo que venía otra avalancha de dolor? A veces quería pensar que esta vez ya no volvería otra contracción, o que tardaría mucho más… pero al ratito ya empezaba a venir, con sus tímidas ondulaciones que pronto se harían una ola tremenda. La especie humana estaba mal diseñada; así, ¿quién podía querer tener más de un hijo…?
A pesar de que había elegido el programa de parto sin intervención, terminé pidiendo anestesia. No era posible, ¡ni siquiera estaba borrado el cuello del útero! Era como si todavía faltaran dos días para parir… Con terror y frustración, llorando, pedimos la cesárea. ¡No daba más! Claudia, la doula, me explicó qué me iban a hacer mientras yo seguía llorando. Yo le dije que mi hermana tuvo cuatro hijos por parto natural y ella me contestó: vos no ibas a tener hijos, esto es mucho para vos. Sos muy sensible. Recuerdo nítidas esas frases, en medio del caos de horas de dolor. Ella me estaba reconociendo por cuánto había soportado las contracciones. Era emocionante que alguien valorara así, con palabras exactas, simples, la valentía que iba más allá de mi fortaleza. Yo, que tanto juzgué a las que eligen cesárea, decía llorando... Y también: yo elegí este parto natural por miedo a las prácticas médicas, y al final tengo que enfrentarlas.
Sebastián lloró y me dio la mano. Cómo me enterneció verlo sentir el dolor por mí, él no podía ayudarme… Pero se encaminaba la cesárea. Todo eso iba a terminar. Pedí la bañera. Era chiquita. Recuerdo el baño muy blanco, mucha luz. Yo sangraba por todas partes, Claudia pasaba un papel limpiando. A mí no me importaba nada, por mí podía mancharse el baño entero de rojo.
Llenó la bañera y me hice un bollito ahí adentro. Ella tarareaba y me pasaba el duchador. Fue un momento de gran fragilidad. Yo estaba a las puertas de la cesárea, me iban a intervenir, iban a terminar las contracciones y Cosme iba a nacer.
En el agua seguía el dolor de las contracciones, escandidas por el canto y la tibieza. Finalmente salí, había llegado el obstetra. Ya sé, césarea, dije yo derrotada. Vamos a hablar, me dijo él.
Cuando me revisó, el cuello había empezado a borrarse y el uno de dilatación era un poquito más cómodo. Quizá en el agua y ante la perspectiva del nacimiento inminente yo me había aflojado. Me ofreció probar con la peridural y romper la bolsa. Quizá funcionara, quizá no. Acepté, aunque parece que al principio dije que no, de eso no me acuerdo. Después de dos horas más de contracciones, las más largas, al final ofrecí mi espalda al pinchazo de la anestesia. No tenía miedo de lo que me harían, me curvé a fondo para que entrara mejor. ¡Creo que esperaba más el alivio que a Cosme!
Ah, la peridural… Al fin se había diluido el dolor insoportable. Ondulaba mis brazos, sonreía, estaba bien drogada y canturreaba chocha. No tenía filtro, dicen que es la droga de la verdad. Lloraba diciendo: ¡estoy tan agradecida de que me hayan dado esta oportunidad! Hablé de mamá. Hablé de papá. Y también dije en un momento: nunca estuve tan drogada.
Pujé para ver si Cosme bajaba. Paula me felicitó: ¡me gusta ese pujo! Pero pasadas las horas, mis pujos no fueron tan efectivos. Cosme no se decidía a bajar. Pujé y pujé, ¡tanto! ¿Doscientas veces? ¿Quinientas? ¿Cuántas veces me dijeron “vamos que ya sale”? Pero no salía, no salía. Pujé en cuclillas, de costado, con manoseo para ayudarlo a pasar… También pujé con Sebastián envolviéndome desde atrás, cucharita vertical. Mucho después me confesó que estaba asustado porque Cosme tardaba tanto en nacer.
En un momento sentí vergüenza y a la vez estaba más allá de todo. Incluso pensaba que era un clásico del parto. Pedí permiso. Paula me dijo: ¿tenés ganas de hacer caca? Es tu hijo.
Se sentía una incomodidad trabada, que no subía ni bajaba.
¡Veo los pelos!, dijo el obstetra.
Grité por si acaso, como un orgasmo fingido, a ver si con ese falso grito primal, como había leído en un libro, el bebé se lanzaba a través de mí al mundo.
Cuando miré el reloj de pared eran las 7 menos veinte. Y lo supe: antes de las 7 nace.
¡Tocale el pelo! En la punta de los dedos sentí una cosa gomosa y blanda, la cabecita de mi bebé. Ese fue el último empujón para batir mi fuerza y eyectarlo.
Nació el 3 del 7 a las 7 menos 5.
Directo a mi pecho y yo flasheada, ¿esto terminó? ¿Salió? ¿Esto es el bebé? ¿Todo este tiempo adentro y éste sos vos? Un cuerpo resbaladizo, vivo, moviéndose sobre mi pecho. Le dije al doctor: ¿no está un poco morado? Y enseguida lo llevaron a otra sala acompañado de Sebastián. Yo me sentía eufórica, no sé si porque había nacido Cosme o porque había terminado el parto. Y se me dio por decir y repetir: soy una heroína, soy una heroína.
Me ofrecieron la placenta, la toqué. Esa cosa como un órgano de vaca, rojo y sanguinolento, con el que, según otros relatos de parto, se hacen cuadros para decorar la casa o remedios homeopáticos, ahora estaba en mis manos. La forma concreta de algo invisible, la casita de Cosme adentro de mi panza. Y ese gran agujero por donde él había pasado para nacer.
Cuando me lo trajeron nos volcamos a una cama en la que nos llevarían hasta la habitación. Mientras nos deslizábamos unidos por el pasillo del hospital se me ocurrió ponerlo en la teta, como un hallazgo, una ocurrencia, o —ahora lo veo— una intuición de madre. Entonces sentí el chupón más fuerte y desaforado de mi vida.
La habitación era hermosa, una punta del hospital sobre la noche enorme, negra, con su luna y su Júpiter destellando juntos hacia la izquierda en una misma comba. Puse almohadas cubriendo los barrales de la cama y el bebé pegadito a mí. Todos dormimos mucho esa primera noche, mientras la luna se hacía más amarilla y se acostaba…

La hora feliz

Muchas veces tengo ganas de escribir acerca de qué es estar con un bebé, un bebé que se tuvo, un bebé que tuve. Llega la hora feliz, la happy hour o changüí en que puedo subir a las alturas del estudio donde escribo, al lado de las plantas de la terraza y sus luces amarillas. Pero a esa hora ya no tengo ni un chorrito de energía, sobre todo para estar sentada. Otras veces es temprano de mañana, Cosme todavía duerme y yo empiezo a redactar cosas. Si intento levantarme, entiendo que mi cuerpo pide horizontalidad, un rato más de ahorrar energías para el aluvión del día. Y pasan los días, los meses, y no puedo poner en palabras lo que me pasa, no puedo parar a pensarlo. El pensamiento es un tiempo fuera del cuerpo, una suspensión donde armar un tejido lógico, como un pulóver con franjas, bien organizadas y sin puntos sueltos, flojos. En general no puedo pensar, me echo entera sobre las cosas, dar la teta, hacer las cosas de la casa, lucho por dormir al bebé y después lucho por dormirme yo. Y si estoy despierta y agotada, me critico y a la vez tengo un entusiasmo de que el bebé esté dormido pero es un entusiasmo más que inútil: no sólo no puedo ir a hacer nada porque el cuerpo no me da, sino que el entusiasmo es un ente dañino que me impide lograr los nece...

Índice

  1. Cubierta
  2. Créditos
  3. Portada
  4. Media tacita
  5. Es un portarretratos rosa de los ochenta
  6. Fair es justo
  7. Rápido por los teclados
  8. Leve, decidida, guiada
  9. 70 años
  10. Dar a luz
  11. La hora feliz
  12. Cielo veloz
  13. No fumo nada
  14. Viaje azul
  15. Duérmete, niño
  16. Destete en la India
  17. La bendición, Tata
  18. Conesa (crisis en chino)
  19. Pasarla bien
  20. Aniversario
  21. 8M/S18
  22. Tía Any
  23. El calor de los muertos
  24. Espuma de señora
  25. Sobre este libro
  26. Sobre la autora