¡Españoles, a Marruecos!
eBook - ePub

¡Españoles, a Marruecos!

La Guerra de África 1859-1860

  1. 416 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
eBook - ePub

¡Españoles, a Marruecos!

La Guerra de África 1859-1860

Detalles del libro
Vista previa del libro
Índice
Citas

Información del libro

Cargas de coraceros con refulgentes cascos metálicos; agrestes cabileños, de chilabas rayadas; lanceros con multicolores banderolas; la legendaria Guardia Negra, azul y roja; audaces cornetas, casi niños; bellas hebreas; presidiarios encadenados, como salidos de Los miserables; húsares, blancos y celestes; aérea caballería marroquí, envuelta en jaiques fantasmales; misteriosas ciudades santas; arias de Bellini cantadas a la luz de las hogueras por oficiales sentimentales; zocos abigarrados; curtidas cantineras vestidas a la amazona, revólver en cinto; Prim tonante, en los Castillejos; caravanas ondulantes de camellos; ataques a la bayoneta con banderas desplegadas, al compás de músicas y charangas... Por estos y otros aspectos la Guerra de Marruecos de 1859-1860 ha pasado a la historia con el nombre de "Guerra Romántica", carácter que comparte la misma denominación oficial, Guerra de África, que desorbita el ámbito de las operaciones que se llevaron a cabo, para darles una dimensión continental. Junto a todo eso existe, sin embargo, otro rostro no tan evocador, el de una campaña improvisada, lanzada en la peor época del año y con medios navales insuficientes; soldados ateridos, mal cobijados en tiendas diseñadas para resguardar del sol, no para proteger de las constantes lluvias, y batallas inútiles y costosas. Y siempre, la sombra del cólera insidioso, matando a diestro y siniestro, más feroz que las balas, que envió a miles de hombres a la tumba, o a hospitales donde con frecuencia agonizaban olvidados en el suelo, sobre un montón de paja podrida.En ¡Españoles, a Marruecos! La Guerra de África 1859-1860, Julio Albi de la Cuesta retrata con maestría esta dicotomía, porque si la guerra fue indiscutiblemente popular, miles de españoles pagaron para no ir a ella; si concitó consensos de todos los partidos, la unanimidad duró poco; si obtuvo ciertas ventajas, generó decepciones; y si se derrochó bravura, sobraron imprudencias censurables.

Preguntas frecuentes

Simplemente, dirígete a la sección ajustes de la cuenta y haz clic en «Cancelar suscripción». Así de sencillo. Después de cancelar tu suscripción, esta permanecerá activa el tiempo restante que hayas pagado. Obtén más información aquí.
Por el momento, todos nuestros libros ePub adaptables a dispositivos móviles se pueden descargar a través de la aplicación. La mayor parte de nuestros PDF también se puede descargar y ya estamos trabajando para que el resto también sea descargable. Obtén más información aquí.
Ambos planes te permiten acceder por completo a la biblioteca y a todas las funciones de Perlego. Las únicas diferencias son el precio y el período de suscripción: con el plan anual ahorrarás en torno a un 30 % en comparación con 12 meses de un plan mensual.
Somos un servicio de suscripción de libros de texto en línea que te permite acceder a toda una biblioteca en línea por menos de lo que cuesta un libro al mes. Con más de un millón de libros sobre más de 1000 categorías, ¡tenemos todo lo que necesitas! Obtén más información aquí.
Busca el símbolo de lectura en voz alta en tu próximo libro para ver si puedes escucharlo. La herramienta de lectura en voz alta lee el texto en voz alta por ti, resaltando el texto a medida que se lee. Puedes pausarla, acelerarla y ralentizarla. Obtén más información aquí.
Sí, puedes acceder a ¡Españoles, a Marruecos! de Julio Albi de la Cuesta en formato PDF o ePUB, así como a otros libros populares de History y World History. Tenemos más de un millón de libros disponibles en nuestro catálogo para que explores.

Información

Año
2020
ISBN
9788412207927
Edición
1
Categoría
History
Categoría
World History

1

«¡ESPAÑOLES, A MARRUECOS!»1

LA CUESTIÓN DE LOS «MARMOLILLOS»

En la noche del 10 de agosto de 1859, sombras furtivas se afanan en torno a un edificio en construcción. Jadeantes, con palos y medios de fortuna destruyen las paredes apenas levantadas. Terminada la labor, se pierden en la oscuridad.
La mañana del día siguiente, Ramón Gómez Pulido, gobernador militar de Ceuta, envía a un subordinado a pedir explicaciones a la autoridad marroquí más próxima, el alcaide del Serrallo, un vetusto palacio situado a corta distancia de los muros de la plaza. El representante del sultán Abderramán se muestra sorprendido por la noticia, que atribuye a un desmán de la arisca cabila de Anghera. Aunque presenta sus excusas, maldiciendo a los montañeses, y ordena a sus acólitos restablecer como puedan un garitón que ha sido demolido, el español, hombre de corta paciencia, no se da por satisfecho. Ese mismo día 11, comunica al ministro de la Guerra, en Madrid, su propósito de «escarmentarlos [a los agresores] sangrientamente, emboscándoles fuerza fuera del recinto».2
No obstante, solicita permiso para esa iniciativa, consciente de su posible alcance. Por el mismo motivo, pone al corriente al cónsul general de España en Tánger, Juan Blanco del Valle. Este, un rico propietario de San Roque, transformado en diplomático por los azares de la política, no oculta su alarma, o, en frase más expresiva, «una bomba que hubiese caído a sus pies no hubiera causado más desastroso efecto»3 que la inoportuna novedad.
En esas fechas estaba pendiente de firma un acuerdo sobre los límites de Melilla,4 muy favorable para el Gobierno, y temía, justificadamente, que lo sucedido afectase a las buenas relaciones entre los dos países. De hecho, como recordará a Gómez Pulido, en respuesta a un oficio suyo del 6, había expresado ya su preocupación ante las eventuales «dilaciones y entorpecimientos» que podían causar los trabajos que se habían emprendido en el campo exterior de Ceuta.
Por eso, en su contestación del 12 volverá a mencionar las posibles «complicaciones y dificultades» que se suscitarían. Al tiempo, evoca el muy delicado estado de salud del «anciano emperador berberisco», esto es, del sultán, y comenta que «si llegare a sucumbir todo lo habríamos perdido, porque la anarquía más espantosa se entronizaría en este país casi salvaje», haciendo estériles todos sus desvelos para concluir el tratado de Melilla. Con ese motivo, le ruega que, de momento, «suspenda las obras proyectadas». A la vez, traslada al Ministerio de Estado, como se titulaba entonces el actual de Asuntos Exteriores, su inquietud ante «los propósitos belicosos» del gobernador.
Finalmente, se dirige a Mohamed el-Jetib, ministro de Negocios Extranjeros de Marruecos, refiriéndose al «ultraje» cometido, que «no puede quedar impune». «Es preciso, absolutamente preciso, que se haga en presencia de la mencionada plaza […] un ejemplar castigo […] justo y severo» de los culpables.
Siempre el 12, una delegación de cabileños pidió parlamento ante Ceuta y manifestó al mayor que salió a escucharles que, en ningún caso, consentirían la erección de edificaciones en ese terreno, «aunque el sultán lo mande». Al informar de ello, y de su firme respuesta, Gómez Pulido destacó que estaba «sumamente satisfecho de la conducta que ha observado el alcaide del Serrallo» en toda la cuestión, porque había hecho lo posible para convencer a los de Anghera para que depusiesen su actitud. Solo al final del despacho alude, por primera vez, a «los marmolillos […] volcados», que en el curso de los siete meses siguientes llevarían a la muerte a miles de hombres.
Para valorar lo sucedido, es preciso situar los acontecimientos en su contexto. En virtud del artículo 15 del Tratado de Mequínez, de 1 de agosto de 1799, vigente en 1895, que se remitía a su vez a un acuerdo de 1782, se estipulaba la concesión por parte de Marruecos de un «terreno para el pasto» a las afueras de Ceuta, delimitado por los malhadados marmolillos.5 Se trataba del campo exterior, o «del moro» –la expresión ya revela la pertenencia–, de unos mil metros. Remacha6 estima que ese «espacio agropecuario» es «territorio del sultán, gravado con una servidumbre», pero considera que ello no excluía que España pudiera tomar «medidas de seguridad para su mantenimiento y uso». Acaso, en cambio, cree que cualquier construcción en dicho territorio era contraria a «la letra y el espíritu del tratado en vigor».7
illustration
Panorama de Ceuta, en el Atlas histórico y topográfico de la Guerra de África (1861).
Este punto de vista parece acertado. Se trataba, sin duda, de suelo marroquí; más concretamente, de la cabila mencionada. Desde luego, al cederlo para su aprovechamiento en un ámbito específico, estaba implícito que el usufructuario pudiera tomar las providencias precisas para hacer efectivo su disfrute, ya que, en caso contrario, el derecho cedido estaría vacío de contenido. Pero incluir entre ellas el levantamiento de estructuras duraderas, y más aún de carácter militar, se antoja exagerado. Al respecto, es muy significativo que los montañeses no protestasen por la existencia de construcciones, sino porque las nuevas, a diferencia de las anteriores, no eran de madera, sino de obra, lo que implicaba una clara voluntad de permanencia.
El fondo del asunto es que, al margen de disquisiciones, dicha voluntad existía. En efecto, de creer a una fuente nada sospechosa,8 ya desde julio de 1854, Leopoldo O’Donnell, como ministro de la Guerra de un gobierno anterior, acariciaba la idea de «redimir de su desprestigio nuestra influencia en África mediante una acción enérgica». Con vistas a ello, en noviembre nombró gobernador militar de Melilla al brigadier Manuel Buceta, un belicoso militar. Es más, siendo presidente del gabinete, en 1859 le repuso en el puesto del que había sido relevado. Sin duda, se arrepentiría más tarde, ya que era tan impetuoso que sería condenado al año siguiente en un consejo de guerra por su acometividad, tan excesiva como poco prudente.
Por otro lado, en 1855, una comisión había realizado reconocimientos de la costa marroquí para estudiar posibles puntos de desembarco. Fueran o no reales los pretendidos planes de O’Donnell, existía una última cuestión de mayor cuantía: la vulnerabilidad de las plazas ante los crecientes avances en el alcance de la artillería, fruto de la aparición de nuevas tecnologías, que permitían que Ceuta pudiese ser bombardeada desde la altura llamada El Otero, en pleno «campo del moro». Para eliminar esta eventualidad, en Madrid se había decidido la erección de cuatro fuertes en esa zona. Justamente para vigilar a los penados que trabajarían en ellos, se había comenzado a levantar el cuerpo de guardia llamado de Santa Clara, objeto del atentado del 11.
Complicaba todo la tenue soberanía ejercida por los sultanes en el ámbito de su propio país. Durante siglos, Marruecos estuvo dividido entre un estrecho Bled el-Majzen, donde la autoridad del emperador era indiscutida, y un amplio Bled es-Siba, en el que era contestada en mayor o menor medida, y que podía englobar, según las épocas, hasta dos tercios del territorio, incluyendo las regiones vecinas tanto de Ceuta como de Melilla.
De ahí que en el citado texto de 1799 se autorizara a España a usar «del cañón y del mortero», si resultara preciso por «la mala índole de aquellos naturales». Así, el sultán reconocía expresamente que no siempre estaba en condiciones de reprimir los desmanes de sus revoltosos y teóricos súbditos. Por eso, la buena voluntad del alcaide del Serrallo, aun siendo real, tenía una eficacia muy relativa.
En cierto modo, pues, a mediados de agosto ambos países se encontraban, incluso aunque no lo desearan, en rumbo de colisión. Los de Anghera se resistían a perder de forma definitiva unas tierras que consideraban propias, con razón; par...

Índice

  1. Cubierta
  2. Título
  3. Créditos
  4. Índice
  5. Prólogo
  6. 1 «¡Españoles, a Marruecos!»
  7. 2 España, 1859
  8. 3 Los Contendientes
  9. 4 Operaciones de Noviembre y Diciembre de 1859
  10. 5 «Un Mal Sueño»; La Larga Marcha (Enero de 1860)
  11. 6 Aita Tettauen
  12. 7 Una Batalla Difícil, Una Paz Complicada y Otros Combates
  13. Apéndice I
  14. Apéndice II
  15. Apéndice III
  16. Apéndice IV
  17. Apéndice V
  18. Bibliografía
  19. Imágenes