LA CONSTRUCCIÓN SOCIAL DE DISCURSOS RIVALES SOBRE EL RIESGO. MODERNIZACIÓN Y ACCIÓN COLECTIVA
Ramón Adel Argilés
INTRODUCCIÓN
En los últimos años, y desde diversos ángulos metodológicos, se han hecho interesantes aportaciones teórico-empíricas para el conocimiento de las características de los movimientos sociales (MMSS), sus procesos de acción colectiva y su capacidad de intervención en el cambio social. Gracias al estudio de la participación y la protesta, conocemos mucho sobre la historia del la movilización sindical, vecinal, etc., e incluso bastante sobre los repertorios de acción de los nuevos MMSS, pero determinados sucesos y factores generan una movilización que sigue apareciendo ante muchos como «explosiva», inexplicable, e imprevisible. Los movimientos contraculturales y los de solidaridad o los movimientos anti-globalización son, entre otros, casos y tendencias recientes que están por analizar. En el escenario actual de participación desigual, aparecen temas que generan una movilización social inusitada. En este caso trataremos de analizar y comprender el «estallido» —en el País Vasco y resto del Estado— a mediados de los noventa, de una importante, y desconocida hasta entonces, movilización social por la paz y contra el terrorismo de ETA. A la intrínseca importancia para el estudio del fenómeno, se añade el que, a diferencia de otras protestas, han gozado, como veremos, de un inusual apoyo tanto institucional como de los medios de comunicación.
Por ello y desde la acción colectiva el estudio de dicha campaña, como fenómeno, es pertinente y obligado, más aún concluido un ciclo de movilización (1997-2000) y celebradas las 7.ª elecciones vascas. En ningún caso se presentan aquí recetas sobre la movilización, sino tan sólo, elementos concretos de análisis que nos ayuden a interpretar el fenómeno de participación. Con ello se rompe en cierto modo, los discursos clásicos del contexto de «guerra de propaganda» (riesgo que acarrea siempre el análisis de la complejidad del «conflicto vasco») en donde se abordada este tema, ignorándolo y minimizándolo, o por el contrario, sobredimensionándolo de forma complaciente.
Existen diversas metodologías que nos ayudan a «pulsar» el ambiente de la movilización. Además de la observación participante, en este artículo nos apoyaremos en informaciones y argumentos aportados por estudiosos y actores del conflicto vasco y de los MMSS, de los mass media, así como en la llamada «opinión pública discursiva» entendida como «el proceso de un agente colectivo (el pueblo) que conversa en ambientes formales o informales procesando experiencias propias, conocimientos e informaciones» (Sampedro, 2000, 20). Con ello intentaremos vencer los sesgos que se producen por «la espiral del silencio» (Noel e-Neumann), los «dobles discursos» (Kuran), o la «historia del optimismo» (Nahoum-Grappe).
En el presente artículo [1], nos centraremos en diversos aspectos de la movilización. En el primer apartado, nos referiremos a la movilización nacionalista radical y a su contexto, para referirnos después a la gestión propia del terrorismo como problema. En contraposición a la lucha callejera, el segundo apartado se dedica a la descripción, de los días de julio de 1997, en donde la opinión pública quedó conmocionada por unos hechos que le hicieron pasar del letargo a la acción. El ejemplo de esa cúspide nos servirá para seguir con un análisis pormenorizado de todo el ciclo de movilización, tanto en el País Vasco, como en el resto del Estado. ello se hace, desde metodologías propias, del entorno de la llamada «Sociología de la protesta». Se revisan los factores comunicativos que llevan a la movilización, la calidad (actores promotores) y cantidad (de difícil cuantificación) de la misma, los destinatarios de la protesta, los discursos y mensajes (manifiestos y latentes). Concluimos la exposición con la evaluación de la movilización contra el terrorismo como posible «movimiento social», o por el contrario, como campaña central y monotemática de un conjunto de acción determinado.
1. NACIONALISMOS Y CONFLICTO: MITO Y REALIDAD
El nacionalismo aparece como concepto a mediados del siglo XVIII, y desde entonces el término ha tenido diversas interpretaciones por el hecho de que el concepto «nacionalismo» se use para denotar lealtad máxima al estado nacional y, al mismo tiempo, el traslado de esta lealtad a unidades más pequeñas. ello ha generado mucha confusión. Entre los «mitos» o «utopías» revolucionarias [2] destacan la soberanía como principio fundacional de la política moderna y por extensión el concepto de nación. De el os se derivan otros como autodeterminación, independencia, etc. Así pues, del internacionalismo al localismo, existen múltiples categorías identitarias con los consiguientes lazos culturales de pertenencia. Es indiscutible que todo ser humano nace en una cultura heredada determinada con una raza, una lengua, tradiciones, valores, memoria común, etc. Todo el mundo tiene el derecho de defender su cultura, pero el lugar de nacimiento no es una opción que elige el interesado y en cambio sí determina su cultura y nacionalidad previa o primera. Pero a su vez resaltemos algo también obvio: el ser no determina la conciencia. Las opciones y convicciones ideológicas individuales —a diferencia de apariencias deterministas de carácter proto-social, campo de la antropología— son una conquista de la razón y la modernidad.
En nuestra opinión, los lazos culturales de la ciudadanía son más fluidos y solidarios entre sí que muchas constricciones identitarias construidas (estereotipos, instituciones, rivalidades deportivas, políticas, etc.). Como nos recuerda Víctor Sampedro, citando a B. Anderson, «resulta muy dudoso que el nacionalismo que “inventan” las elites corresponda con el “del pueblo”» (Sampedro, 2000, 34). Esta realidad tiene en sus extremos nacionalismos exacerbados con orígenes o finales políticos de carácter fascista y por tanto excluyentes.
Todo resurgir del nacionalismo lleva implícito un choque de identidades. En un contexto imparable de mundialización de las sociedades, los fundamentalismos étnico-religiosos de resistencia, por una parte, y las homogeneizaciones globalizadoras (etnocentrismo occidental), de otra, ambas como estrategias excluyentes, reducen las capacidades de elección y transculturización del individuo. Se nos brinda así un escenario de héroes («los mejores» y generalmente ya muertos) y de culpables (chivo expiatorio) que provoca una vez más una participación polarizada bajo el mito de la liberación nacional [3]. En ese contexto preocupa, por sus devastadores efectos, los apoyos al llamado independentismo totalitario o excluyente, que abandera la identidad racial xenófoba. Conecta así con la ultraderecha abertzale que parte también de la idea de la superioridad de su propia etnia sobre las demás. Es el histórico ejemplo de los grupos «nosotros solos» (Sinn Fein, irlandes o la escisión nosaltres sols de Estat Catalá [4]). En tiempos de solidaridad «sin fronteras», se intentan levantar ghet os. En el caso vasco, se trataría de los seguidores de la «corriente RH-«más arraigada en los elementos étnicos de los textos de Sabino Arana.
Desde las teorías de A. O. Hirschman (Salida, Voz, Lealtad) y su fenomenología de la participación, vemos que los simpatizantes de las opciones políticas presentes en el País Vasco que no se consideran nacionalistas sufren un largo proceso de Salida (huida de intelectuales, auto exilio, confinamientos, miedo al genocidio), la Voz, queda representada por los que desde dentro de la sociedad vasca y como veremos, con constantes adversidades, luchan por la paz. Son los que se niegan a que su tierra de origen o acogida sea un escenario de violencia. El silencio se ha transformado en palmadas rítmicas y finalmente en voz. En cuanto a la Lealtad, el PNV recoge la vía institucional de la lealtad. Es la opción de supervivencia, la de creciente lealtad institucional a la Estructura de Oportunidad Política local- nacional que conjuga la defensa de la entidad vasca, la asunción estratégica de la historia del «conflicto vasco», y algo que tras las recientes elecciones, resulta importante: el acercamiento electoral al voto PNV aparece como dos opciones de supervivencia en dónde unos reducen los riesgos a sufrir violencias personales (y con ello la esclavitud de la autoprotección) y otros evitan asimismo la represión (progresiva ilegalización del entorno de EH), sin dejar de sentirse nacionalistas.
Obviamente, la sociedad vasca, ocupa el lugar central en este conflicto, y por tanto siendo la primera afectada por estas dinámicas polarizadas debería ser la más interesada en vencer la situación. Si al inicio de la transición política estábamos ante una sociedad caracterizada por unos altos niveles de participación sociopolítica de la ciudadanía en defensa de las libertades políticas y unos niveles aceptables de convivencia en la construcción de proyectos locales, nos encontramos ahora ante un retraimiento preocupante de dicha participación y una fractura expresiva que se traduce en las cal es en donde vemos estilos, y repertorios de participación, antagónicos. Esta polarización se agrava aún más en escenarios geográficos concretos (acorde con las variables de la estructura social) y suele estar presidida y mediatizada por el miedo. Cada actor colectivo tiene su espacio expresivo más o menos acotado, observa y se siente observado, y la permeabilidad entre unos y otros es casi nula lo cual imposibilita la movilidad de tomas de postura y la imposible convergencia consensuada de unos y otros en proyectos locales propios. A su manera, y poniéndonos en el lugar de «el otro» vemos que los discursos y las convicciones, desde el error o el acierto, son en ambos casos profundas y a priori inamovibles. Respecto al resto del Estado, el mal llamado «problema vasco» se ve con mayor o menor incredulidad en función de las distancias geográficas. En los últimos años, al crecer la amenaza de ETA, aumenta también el espacio (tanto geográfico, como del perfil de las víctimas) del miedo y cunde la realista percepción de que el Estado no puede proteger a todos. Desde la matanza en Hipercor, de Barcelona (6- 1987), la preocupación frente a los asesinatos indiscriminados de ETA ha ido generando una indignación creciente. Veamos ahora la participación política en el ámbito del nacionalismo más radical.
1.1. Lucha callejera y terrorismo de baja intensidad
En cuanto a la capacidad movilizadora de las organizaciones nacionalistas del entorno de HB/EH/Batasuna, se observa desde principios de los noventa, una progresiva perdida de respaldo, a la vez que una acelerada radicalización de sus formas expresivas. Por otra parte, algunas voces de su entorno (concejales, presos, etc.) se han ido desmarcando del seguidismo con ETA, iniciando así un lento pero inaplazable debate interno (por ejemplo el colectivo Aralar, Zutik, etc). La izquierda abertzale, como tal, es «una red de alta densidad» (Funes, 1998, 92), con un tejido asociativo dinámico, variado y complejo.
Muchos ciudadanos tienen más inquietud e inseguridad por las agresiones indiscriminadas de la Borroka Eguna «día del tumulto» que por los propios atentados de ETA. Esas acciones se iniciaron en 1992 con la guerra de las banderas en la semana grande de Bilbao (y luego La Salve donostiarra) en dónde, por ejemplo, los alborotadores «alunizaron» un autobús contra una entidad bancaria. Desde entonces y sobre todo desde 1995, la llamada kale borroka incluye el destrozo generalizado de, mobiliario urbano, la quema de barricadas, banderas, autobuses, cajeros automáticos, coches particulares, quema de vehículos de la Ertzaintza, agresiones a transeúntes, atentados a viviendas y negocios de los oponentes políticos, etc. Con carteles, pintadas y gritos de «gora ETA militarra», entre otros, amedrentan al vecindario practican la tierra quemada contra todo símbolo institucional o económico, «liberando» barrios y zonas del País Vasco al nacionalismo-radical. Estos espacios se convierten en territorios no go para gran parte de sus vecinos, que acaban asumiendo, en aras de la supervivencia, las nuevas relaciones de dominación.
La represión, no siempre selectiva, aumenta el victimismo (o victimización [5]) de un pueblo, el cierre de grupo, la clandestinidad, y convierte en mártires a sus protagonistas. En localidades pequeñas y en situaciones prolongadas en donde además el debate y el discurso ideológico se va reduciendo y aumenta el «etiquetaje o clivage», se podrían incluir seguramente cuadros psicoclínicos individuales de paranoia, masoquismo, chivo expiatorio, etc. que actúan por mecanismos de solidaridad mecánica muy primarios. En este contexto, los dubitativos o débiles, los que ma...