“Castidad:
Oh Virginidad, estás en el tálamo regio.Oh cuán dulcemente ardes en los abrazos del rey,como el sol te traspasa, así tu noble flor nunca caerá.¡Oh noble virgen, nunca te encontrará la sombra como una flor marchita!
Virtudes:
La flor del campo cae con el viento, la lluvia la riega.Oh Virginidad, tú permaneces en las sinfonías de los ciudadanos supremos:por eso, eres una flor suave que nunca te resecas”338.
Los estudiosos de la mística suelen decir que la unión con dios se ha expresado de dos maneras: o bien con la imagen de la nada o bien con la del abrazo amoroso. Se olvidan de que también con el tema de la luz, como en la tradición neoplatónica. Pero dejando de lado estas cuestiones eruditas, un historiador debe explicar por qué un escritor recurre a uno u otro de las metáforas o alegorías que tiene a su disposición y por qué se inventa otras nuevas.
El poema de Hildegarda nos da la pista: la Virginidad –condición de la monja, en este caso, de Hildegarda– es una flor regada permanentemente por su amado, y este riego es lo que la mantiene permanentemente lozana. Por si hubiera alguna duda sobre este riego, nos indica que está en el tálamo de su rey. El erotismo a lo divino, pero erotismo, no puede ser más explícito. Y todo este poema dramático, bajo el envoltorio de la concepción cristiana de la caída y del apego al mundo, muestra cómo le pesa a la virgen, es decir, a Hildegarda, este atractivo que ella reconoce y cuyo goce echa en falta: toda la primera escena (v. 10-67), presentación del drama, es el de la situación caída, descrita, precisamente, como lascivia; bien hubiera podido describirla, al modo de Agustín, como soberbia u otro vicio y pecado capital. El punto de partida (la perspectiva) de Hildegarda es una experiencia de amor humano llevado a lo divino.
El amor trovadoresco
“Sin mi Señora no puedo vivir”339.
Es, sin duda, el tipo de amor más famoso de toda la época caballeresca y el amor propiamente cortés. Y fue también el de mayor influjo y persistencia. Sin embargo, hay que tomar ciertas precauciones a la hora de estudiar este tipo de amor340. El inventor de este concepto fue Gaston Paris, cuyos resultados ideológicos resume así:
“hay que reconocer entre las grandes damas de este siglo entre las que aparece lo que se suele llamar “mundo”, un esfuerzo por crear y hacer aceptar a los varones un amor ideal y refinado, en modo alguno platónico, sin embargo, y fundado en la plena posesión, pero que no deja a los sentidos más que una parte secundaria, estrechamente ligado a la práctica y al acrecentamiento de las virtudes sociales, y dando a la mujer, a causa del riesgo que corría entregándose a él, una superioridad constante que ella justificaba por el influjo ennoblecedor que ella debía ejercer sobre su amante”341.
El éxito de este concepto fue inmediato y su impacto fulminante.
Un repaso rápido sobre las fuentes para el estudio del amor cortés nos evitará varios desvíos. Estas fuentes son de tres tipos.
En primer lugar, la novela caballeresca, cuyo autor principal es Chrétien de Troyes. Hombre dotado, escribe siempre en verso. Sus protagonistas son caballeros capaces de padecer los mayores sacrificios y de realizar las mayores proezas con tal de conseguir el favor de su dama. Suelen formar parte del ciclo del rey Arturo, es decir, de lo que se llama el ciclo bretón.
En segundo lugar, la lírica. La más famosa es la provenzal, los trovadores. Son cantautores profesionales que recorren las cortes de más acá y más allá de los Pirineos al servicio de los señores que les pagan, sin tener ningún dueño al que se fijan, nómadas por voluntad. Son originales en sus composiciones y en esto se distinguen de los juglares, meros recitadores de poemas de otros. Su temática es variada, pero una buena cantidad de sus poemas gira en torno al amor y nunca en torno a la guerra. Hay varias mujeres trovadoras342.
Los Minnesänger (“cantores de amor”) son también cantautores líricos, pero en lengua alemana e influidos por los trovadores en lengua provenzal. Los mismos motivos se encuentran en unos y otros. Wolfram von Eschenbach (1170-1220), Hartmann von Aue (1160-1220), Walger von der Vogelweide (1165-1230) son sus representantes más elevados, aunque no los primeros ni, por supuesto, los únicos.
Finalmente, los tratadistas teóricos. El más destacado fue Andrés el Capellán, que en su tratado Sobre el amor (ca. 1180-1190)343 codifica una casuística de circunstancias en que se pueden encontrar y debatir un caballero y una dama, de rangos sociales iguales o diferentes, y propone los comportamientos a seguir. Esta obra tuvo una importancia decisiva por dos motivos. Primero, porque codificó de modo sistemático todos los comportamientos posibles del amor cortes. Y, segunda, porque presenta sus ideas a modo de tribunales de justicia en que mujeres de alta alcurnia todavía vivas (Leonor de Aquitania, su hija y otras) dictan sentencias sobre el comportamiento amoroso correcto, lo que ha dado lugar a la idea de las famosas “cortes de amor”, qu...