VIII
Compendium Musicæ: Vestigios de un mundo simbólico
[...] esa armonía vigorosa de la música guerrera, que regocija vuestro oído y pone aliento en vuestra alma.
Michel de Montaigne, Vie Militaire, III, 350.
Lobos y corderos
Después de haber realizado un recorrido visual por medio de la comparación de una serie de ejemplos elegidos entre las ilustraciones científicas en la obra de Descartes, me gustaría agregar un aspecto complementario: la relectura de algunas expresiones utilizadas por Descartes que permiten desarrollar un trabajo comparativo, esta vez retórico quizás, con aquel atlas visual propuesto por el conjunto de figuras de sus libros.
La primera expresión que trabajaré se encuentra en el Compendium Musicæ, texto de un Descartes veinteañero dedicado a su amigo holandés Isaac Beeckman (1588-1637); y la segunda, aparece en una carta a Marin Mersenne del año 1628. Demostraré cómo ambas esconden una notable carga figurativa reconocible en el universo alegórico de la emblemática del siglo XVI y XVII, bajo la misma hipótesis de influencia entre imagen y texto que he seguido a lo largo de este estudio.
Hay varios pasajes en la obra de Descartes en los que el filósofo manifiesta una explícita desconfianza respecto a las tradiciones que constituyen el patrimonio de conocimientos de su tiempo. No obstante esta actitud crítica —en sí misma innovadora—, en su primer escrito titulado Compendium Musicæ (1618) aparecen expresiones que apelan a un contexto cultural más bien clásico. Paradójicamente, como afirma E. Gilson, estas citas aparecen como los vestigios de viejas tradiciones que se remontan al Medioevo y al Renacimiento, y que, de alguna manera, hacen perder parte de su valor científico al tratado de música del joven Descartes.
El primer ejemplo se encuentra en el pasaje introductorio del Compendium, cuando, inmediatamente después de haber propuesto el modelo estético de simpatía y antipatía de la voz humana, Descartes encuentra una explicación para la difundida superstición que afirmaba que un tambor hecho de piel de lobo lograría hacer callar a otro tambor de piel de cordero:
Parece que, si la voz humana nos resulta la más agradable, es solamente porque más que ninguna otra es conforme a nuestros espíritus. Así, incluso nos es mucho más agradable la voz de los amigos que la de los enemigos, según la simpatía o antipatía de las pasiones: por la misma razón por la que, según se dice, una piel de oveja tensada en un tambor enmudece, si se golpea, cuando resuena una de lobo en otro tambor.
El segundo ejemplo está al final del tratado, en el momento en el que, para describir esta breve y —según él— incompleta obra teórico-musical, Descartes la parangona con el feto informe de una osa que ha recién parido:
Ya veo la tierra, corro a la orilla. He omitido muchas cosas en mi afán de ser breve, muchas por olvido, pero, desde luego, más por ignorancia. Sin embargo, consiento que este hijo de mi espíritu, tan informe y semejante al feto de una osa recién nacido, llegue a tus manos para que sea como un recuerdo de nuestra amistad y el testimonio más auténtico del amor que te tengo [...].
Ambas citas, en este caso del bestiario antiguo, pertenecen a uno de los tantos eslabones de la cadena argumentativa que Descartes sigue. En aquel momento él tenía sólo veintidós años, y, por lo tanto, estas referencias seguramente no pertenecían a un discurso filosófico maduro aprendido en los tratados que, aunque no cita, sin duda conocía; no obstante, siguen siendo expresión de su primer pensamiento.
Estos “vestigios”, para aplicar el concepto usado por Gilson, sugieren dos recorridos. Por una parte, podemos considerarlos como pertenecientes a un sustrato cultural, por decirlo así, innato al ingenio de Descartes. Pero, por otra parte, al tener en cuenta el modo cuidadoso con el que el filósofo seleccionaba cada concepto y los ejemplos, es posible que estos elementos correspondieran en cambio a elecciones meditadas o, al menos, aceptadas como parte de las exigencias convencionales del lenguaje, así como lo han sido las láminas y las figuras de sus libros.
Presentar parte del recorrido vivido por estos antiguos dichos, ya indicados al inicio de este escrito, permite vislumbrar, en parte, el esprit que define precisamente el imaginario cartesiano. Será Descartes mismo quien literalmente comparará este ejercicio de escritura —en un giro horaciano— a un parto del ingenio, “patior tamen hunc ingenij, mei partum…”.
La obra de Descartes es una suerte de manual de navegación hacia lo nuevo, que aconseja a quien quiera —como él lo desea— conducir con agilidad el barco de la razón para desvincularse de cualquier forma de observancia ciega de la antigüedad clásica. Este lastre se vuelve aun más pesado si se acomoda la proa contra las fuertes corrientes moderniza...