Hecatombes
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Hecatombes

  1. 78 páginas
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Hecatombes no es solo la historia de una mujer intoxicada de realidad, es sobre todo una sucesión de vidas en la que cualquiera podría reconocer la suya. Una mujer aprende desde el horror que le está negada la posibilidad de ser madre, un juego de poderes desata el crimen pasional que impulsa la carrera de un inexperto periodista, un incidente cotidiano revela realidades insospechadas entre vecinos, la desesperación por conseguir un premio lleva a un joven pintor a trabajar con recursos nada convencionales, el estudiante que gana una batalla en la miseria y un femicidio son algunas de las catorce historias enlazadas por el amor, la desgracia y los sacrificios que forman parte de este libro.La narrativa de Indira Córdoba Alberca es efectiva y perturbadora en la medida en que los temas, personajes y acciones que aparecen en sus relatos revelan un mundo que trastoca el orden social establecido; lo sobrevuela y, en ocasiones, muestra otra cara de lo real. El ruido en la cabeza del lector se apaga mucho después de vivir estas ficciones breves, crueles y hermosas.

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Información

Año
2020
ISBN
9789876918299
Categoría
Literature

De cuarta el poder

Fueron dos tiros. Esa mañana ella estaba en el jardín leyendo y tomando su café, recostada en la hamaca como era su costumbre. El señor Augusto se acercó, ella lo miró con interés y él empezó a contarle algo. Antes de la segunda frase, ella le disparó en el hombro, se levantó de la hamaca y lo remató.
–Esta pareja llegó al pueblo hace aproximadamente quince años, por más que han intentado, no lograron compenetrarse con nuestra gente. Nos sentíamos invadidos: como ellos, también llegaron otros señoritos y señoras de ciudad muy educados, de buen hablar, con títulos de ingenieros, abogados, profesores la mayoría, que creen saber de todo y de este lugar más que nosotros. Son diferentes, nada más. Hasta se han metido en la política, pero ellos todo el tiempo estuvieron allá y nosotros acá. Ya sé que usted me va a decir que este es un pueblo muy chico, con apenas dos calles principales y que de un modo u otro nos íbamos a dar cuenta si tenían problemas o eran una pareja normal. ¡No! Normales no eran, por algo dejaron la capital y se vinieron a meter a este fin del mundo, donde hace poco no sabíamos lo que era un banco y aún le tenemos desconfianza. Él era raro, sí, todos en el pueblo vimos que trajo cuatro baúles de libros y solo un valijín de ropa, además de sus malas mañas. Fumaba cosas raras, cuando vio que acá no las podía conseguir, las sembró en el fondo de su casa. Él hablaba mucho, tanto que hacía desconfiar, tanto que uno deseaba que se callara para siempre. Si no se callaba, lo hubiera callado usted, como yo o cualquiera. Como lo calló ella.
”Fui el primero que habló con él en este lugar. Yo estaba trabajando, como me ve, aquí en la plaza, juntando los diarios que no se habían vendido en la mañana y organizando los pedidos para la tarde, era casi la una y el hambre me apuraba. Ya quería cerrar mi quiosco. Lo vi bajarse del furgón de pasajeros con sus cuatro baúles y el valijín de ropa, supe que venía de lejos, no solo por su pinta, sino por la propina que le dio al chofer. No hacemos esas cosas por acá, los favores se agradecen, las atenciones se devuelven, pero a la plata se la gana. Eso el difunto nunca lo entendió. Con su andar canchero y sonoro, arrastrando los pies como si este suelo fuera suyo, se acercó y me tuteó como si me conociera, me leyó la dirección que traía anotada en un papel y preguntó si yo sabía cómo llegar hasta allá. Le quise explicar el camino, pero me interrumpía a cada instante terminando mis frases de modo incorrecto, demoraba más mi explicación porque él ya había estado ahí antes, pero necesitaba ayuda con la carga. No tengo paciencia y mi hambre decidió por él: “Espere acá, don, ya llamo a alguien que lo lleve y lo ayude con sus cosas”. Regresé con mi compadre, que tiene camioneta de alquiler en el mercado, junto con otros cuatro nos auxilian como taxi, fleteros y ambulancia. Supe por él que, en los cinco minutos que duró el viaje, el recién llegado lo aturdió con mil preguntas que se respondía a sí mismo.
–¿Sabes adónde lo llevé? –dijo mi compadre.
–Por la dirección sospecho que a la casa del finado don Egidio, alguien como él no creo que vaya a las otras casas de la cuadra.
–¿Cómo no supimos antes que él vendría! La gente me cuenta todo cuando sube y baja de la camioneta. Algunas veces llevé a la sobrina del cura a la capital, ella limpia esa casa desde que vivía don Egidio, jamás me dijo nada.
–Bueno, sabíamos que don Egidio tenía parientes y la hermana que vino a llevarse el cuerpo le dijo al comisario que pronto resolverían lo de la casa. Capaz ya la vendió.
–Pronto no fue, pasaron cinco años y con todo lo que trae encima este muchacho no sabemos si es para resolver o complicar.
”Ya le dije que acá todo se sabe, la sobrina del cura habla poco pero habla, así me enteré por mi mujer, que es parienta de ella, que los cuatro baúles eran de libros y el valijín tenía ropa. Cómo hicieron tan buenas migas el cura y don Egidio es un misterio, suponemos que tienen que ver las donaciones que aquel le hacía a la parroquia y que terminaron no bien llegó el muchacho. De entrada, le dijo a la parienta de mi mujer que ella conservaría su trabajo porque lo hacía bien, más no por ser sobrina del cura, porque él con la iglesia nada, con la gente todo. El discurso político le salía sin esfuerzo. Mi señora también nos dijo que el muchacho, y más tarde, la hoy convicta, le aumentaban el salario de acuerdo con la ley. Por primera vez hubo una mucama blanqueada en este pueblo, por eso ella, aunque temía por su alma, no quería dejar ese trabajo.
–¿Por qué temía por su alma?
–Porque trabajaba para herejes y blasfemos, pues ellos vivieron mucho tiempo juntos sin estar casados. No estamos acostumbrados a ver tantas libertades entre amigos ni a escuchar tanta soltura de lengua. Ya le dije que ella no habla mucho, cada vez que le preguntábamos algo, nos decía: “No sé, no he visto, ni idea”. Cumplía su horario, los patrones jamás le preguntaron por sus cosas ni compartieron ninguna intimidad con ella. Al poco tiempo de haberse mudado el joven, llegó doña Aurora, la procesada. Al principio venía solo los fines de semana, como el montón de amigos que lo visitaban; un día no se fue más. Nos acostumbramos a su presencia, era muy amable, trataba con respeto a todo el mundo, sabía escuchar, no pedía favores, tampoco los negaba. Para mí era un placer venderle el diario, personalmente le llevaba las revistas y colecciones de libros a las que se suscribía. ¿Alguna vez se va a cansar de comprar libros?, me preguntaba yo. Jamás tuve una clienta así. No era de deber un centavo, el pago justo, gracias y hasta luego. Cuando su marido me hacía pedidos, me entendía con ella, era más rápido y me evitaba la verborrea. Él criticaba a la gente, cuando no a los servicios, que si la luz, que el agua, el transporte, de modo tan confuso que la cabeza me dolía después de escuchar sus palabras raras, muy de profesor de la ciudad. El jardinero, el que reparte el gas, el almacenero, el carnicero, la verdulera, todos arreglaban con ella nomás porque él como sea le buscaba la quinta pata al gato.
–¿Cómo incurrió en la política?
–Porque enseguida nomás se hizo amigo de un chico de acá, que ahora es el intendente, el mejor que hemos tenido. Niño rico, hijo de las primeras familias que tuvieron sus estancias por estos lares, lo queremos mucho por los progresos que trajo. A pesar de su gran amistad con el finado y de estar relacionado con este escándalo, no dejará de ser nuestro intendente, hijo de este pueblo, aunque se haya educado afuera.
–¿El intendente no creció aquí?
–Se fue de chico a estudiar a la capital, a veces venía en los veranos, volvió para quedarse cuando ya fue ingeniero. Gran parte de la gente de afuera que compró propiedades aquí son sus amigos. No nos sorprendió que se llevara tan bien con don Augusto, eran de la misma clase, digamos.
–¿Se conocían de antes?
–Capaz nomás, eso no sabemos. Eran inseparables, eso sí, se vestían y hablaban igual, ni que fueran hermanos. Con la diferencia que uno era querido, temido y respetado, y el otro solo temido.
–¿Por qué temido?
–Ah, que ustedes los periodistas preguntan todo. Temido por poderoso pues, cualquiera que se meta con uno de esos pierde. A viceintendente y otros cargos importantes llegó colgado del amigo, y por qué no, también de su mujer que lo representaba muy bien y casi la consideramos una de aquí. ¿Ya fue a la comisaría? Si no lo ha hecho, dese una vuelta. Ningún reo fue tratado como ella, mandaron a limpiar el lugar para que se encuentre a gusto, la sobrina del cura le lleva todos los días una muda de ropa y comida recién hecha, hasta improvisaron una ducha para que no le falte el baño. Al atardecer, yo mismo le llevaré el diario y los libros que llegaron, eso seguro le hace bien. Ándele, hable también con la gente por allá, no se fíe de todo lo que yo digo, porque uno nunca sabe.
El diariero después me llevó con el jardinero, único testigo del asesinato y a quien fue difícil convencer para que colaborara.
–Usted no es policía, no tiene nada que investigar. Ya hablé con el comisario y con el cura, todos me dicen cosas distintas, me confundo. El intendente mandó un abogado para que me ayude con la declaración, él me dijo que no hable más, que podrían hacerme un daño. ¿A mí por qué? Por haber visto lo inevitable y estar donde no debía. Usted pregunta todo de vuelta, nadie me avisó que venía un periodista. Ustedes mienten en la radio, en la tele y en los periódicos, solo aparecen cuando algo malo pasa. Dicen lo que les interesa. ¿Por qué no publican que quedamos incomunicados gran parte del invierno a causa de las inundaciones? Tres veces se cayó el puente, la última tuvimos que levantarlo entre todos, juntando plata de pobres. Cuando el intendente lo mandó a pintar, vinieron a sacar fotos y pusieron en el diario: “Intendente inaugura nuevo puente en Las Barrancas”. En el verano nos cortan la luz más de tres veces a la semana, eso no dicen, que nos cobran en los impuestos recolección de basura y alumbrado público sin tenerlo, tampoco dicen. Y hoy, que esta pobre señora cayó en desgracia, aparecen para hacer leña del árbol caído.
–Como todo, el periodismo tiene su lado bueno y su lado malo. Puede ser que lo que diga hoy mañana ayude a la señora. ¿No fue por un colega mío que un nene se salvó en este lugar cuando denunció que la obra social no pagaba la medicina? Acuérdese que gracias a él se inició la campaña que obligó al seguro a cumplir, al conocer el caso las autoridades de la provincia y de la nación se solidarizaron para mejorar la calidad de vida del chico. Lo que hay detrás, el contexto del homicidio, puede ayudar a esta mujer.
–No empiece a hablarme en difícil, conozco el caso y es verdad que lo ayudaron. Tengo poco que decir, solo puedo repetir lo que ya dije al cura y al comisario, lo que diré en mi declaración el día del juicio.
–Lo que le aconsejó el abogado del intendente…
–Mire, no me haga enojar, porque lo saco de acá ya mismo. Ustedes los instruidos, los leídos y escribidos creen que la gente del pueblo no piensa sola. Nadie me lavó la cabeza para contar que esa mañana, mientras yo cortaba el pasto, la señora leía y tomaba su café en la hamaca como era su costumbre. Al rato llegó el finado y empezó a contarle algo, no me pregunte qué, tengo problemas de oído y estaba lejos, además no me gustaba poner asunto a sus conversaciones. La señora lo escuchó sin dejar de leer, solo una vez levantó la cabeza para comentar algo, no más de dos palabras. Él terminó su larga perorata, ella asintió con la cabeza y él dio vuelta para irse, no llegó a la puerta de la cocina, la señora lo llamó y se volvió sorprendido; empezó a hablar otra vez, no mucho porque ella sacó un revólver y lo disparó en el hombro, se puso de pie y lo remató con otro disparo en el pecho. Así era ella, no gritó, no lloró, no cambió su cara. Yo ni me moví, esperé órdenes. No tuvimos que hacer nada, la sobrina del cura se encargó de llamar a la policía. Váyase ya, más vale que sirva de algo su visita. No pierda tiempo con la mucama, no habla ni con la madre.
¿Qué le habrá dicho la víctima a la asesina? ¿Será verdad que el jardinero no lo sabe? Mi intriga iba en aumento. A pesar de llevar más de doce horas en pie, yo no sentía cansancio. El cura, la mucama y la convicta evidentemente eran los muros más difíciles a franquear. Como al principio, yo no sabía por dónde empezar. Tenía hambre, pero antes de buscar algo de comer pasé por donde el cura, él mandó a decir que esas no eran horas de visita. Como todo en ese pueblo, a pocos pasos de ahí vivía la mucama, me cansé de golpear, no me abrieron. El diariero me había mostrado un lugar donde comer y dormir decentemente. Allí me dieron un plato descomunal por un precio irrisorio, habitación con catre limpio y baño con agua caliente. Superadas mis expectativas de alojamiento, dormí como dopado y ni sentí que llovió la noche entera. Temprano en la mañana me despertó el olor de pan casero, me desconcertó el silencio mientras salía del sueño, reconocí el lugar y recordé por qué estaba ahí. Cuando bajé a desayunar los dueños me recibieron amablemente y, con distancia, cambiamos frases sobre el tiempo y la estación. Al terminar, me dieron una nota que habían dejado temprano para mí:
Te espero en la comisaría.
Aurora
Leí la nota incontables veces y de nuevo no sabía qué hacer. Esperé un par de horas, pedí que me subieran una jarra con agua y mucho hielo para mitigar el calor mientras ordenaba mis ideas e intentaba calmarme. Al final, anoté en mi libreta la lista de objetivos y el tinte que tendría la noticia. En la mochila metí grabadora, papel y lápiz. Con mi identificación de reportero prendida en el bolsillo de la camisa, respondí las preguntas de rigor, pasé el control de la delegación y, para más sorpresas, fui conducido a lo que parecía la cocina de los policías. A la mesa estaba esperándome ella, linda, radiante, como se espera a un amigo que no se ve hace tiempo, con la serenidad que siempre tuvo.
–¿Has notado lo hermosas que quedan las hojas, las plantas y la hierba después de la lluvia? Desde aquí las veo claramen...

Índice

  1. Cubierta
  2. Acerca de Hecatombes
  3. Portada
  4. Dedicatoria
  5. A las 7 a.m. en el 101
  6. Acá todo anda bien
  7. El 10
  8. Lied para Remigio
  9. Técnica mixta
  10. Jazz, blues and soul
  11. De cuarta el poder
  12. Gato por liebre
  13. Despedida
  14. Infracción
  15. Ni por ojo ni por diente
  16. Mensaje de texto
  17. Hoy
  18. Hecatombes
  19. Créditos