Salvajes y civilizados
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Salvajes y civilizados

Darwin, Fitz Roy y los fueguinos

  1. 132 páginas
  2. Spanish
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Salvajes y civilizados

Darwin, Fitz Roy y los fueguinos

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Información del libro

Una soleada mañana de enero de 1833, por uno de los canales al sur de la Tierra del Fuego un buque inglés navega junto a un bote más pequeño. Los nativos de la zona, mediante gritos y humo, rápidamente se comunican entre sí la novedad y comienzan a aparecer decenas de canoas con cientos de ellos para observar la extraña aparición. Curiosos y amigables la mayoría, algo agresivos otros, observan el bote más pequeño que acerca a la orilla a tres fueguinos (dos varones y una mujer) que regresan a su tierra luego de haber pasado casi un año en Londres. Para sorpresa de los compatriotas que los reciben casi desnudos, estos tres visten ropa europea, tienen el cabello cortado, hablan inglés y traen consigo juegos de té de porcelana, ropa blanca de cama, sombreros y vestidos.Esta singular escena es solo una pequeña parte de una historia más extensa que estaba destinada al olvido en el tiempo y en el inhóspito extremo suramericano si no fuera porque ocupa extensos pasajes de los diarios de viaje de los dos protagonistas ingleses de la misma historia: el capitán de la expedición Robert Fitz Roy y el naturalista de a bordo y, con el tiempo, uno de los científicos más influyentes del mundo moderno, Charles Darwin. Pero además de esos testimonios directos, a lo largo de casi dos siglos se ha instalado una versión más o menos estándar repetida una y otra vez con una cantidad de supuestos y errores que merecen ser revisados y reevaluados. Reconstruir esta historia y, sobre todo, revisarla críticamente, es el objetivo de este libro.

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Información

Año
2020
ISBN
9789876918442

CAPÍTULO 1
Los antecedentes y los personajes

La vista de un salvaje desnudo en su tierra natal es algo que no se puede olvidar nunca.
Charles Darwin, Autobiografía
Las expediciones de las potencias europeas hacia distintas zonas del mundo, que incluían objetivos militares, comerciales y también científicos, con los consiguientes relatos de los viajeros, se remontan al siglo XVI o incluso antes, aunque recién en el siglo XVIII se comienzan a producir diarios de viaje más confiables, según criterios científicos, que incluían observaciones sobre fauna, flora, geología y grupos humanos. Los relatos de viajeros fueron abandonando sus tendencias a describir seres fabulosos y monstruos que habitaban tierras lejanas y desconocidas, y fue prevaleciendo el mandato iluminista y científico. Son famosas las epopeyas del inglés James Cook (1728-1779), quien en 1768 comenzó una serie de viajes por Tahití, Nueva Zelanda, el Antártico y Nueva Caledonia; de los franceses Louis-Antoine de Bougainville (1729-1811) y Jean-François de La Pérouse (1741-1788), y, un poco más tarde, del alemán Alexander von Humboldt (1769-1859), el viajero más famoso y reconocido en época de Darwin. De hecho Darwin, según señala en sus cartas, se había sentido halagado y a la vez sorprendido cuando Humboldt manifestó deseos de conocerlo y mucho más cuando, luego, habló muy bien de él.
Muchos de esos viajeros visitaron América del Sur1 en general, y la zona de la actual Argentina en particular, en los siglos XVII, XVIII y XIX. Nicolás Mascardi (1625-1673) recorrió los Andes meridionales entre 1662 y 1670. Uno de los más conocidos fue Félix de Azara (1742-1821), quien realizó diversos viajes entre 1781 y 1801. Por la misma época, Alejandro Malaspina (1754-1810) recorría las costas patagónicas en una expedición que tenía por objeto realizar estudios de oceanografía, geología, flora, fauna, climatología, etc., de las posesiones españolas. Según José Babini (1986), junto con Darwin, el viajero más importante por estas tierras ha sido Alcides d’Orbigny (1802-1857), también frecuentemente citado por Darwin y reconocido por este como el viajero más importante después de Humboldt. D’Orbigny recorrió los países de América del Sur desde 1826 hasta 1833 y luego publicó Voyage dans l’Amérique méridionale, que abarca la geología, la paleontología, la botánica, la zoología y la antropología argentinas.

Las expediciones del Adventure y el Beagle

El conjunto de episodios que nos ocuparán transcurrió, como dijimos, en el marco de dos expediciones llevadas adelante por embarcaciones de Su Majestad Británica. La primera de las travesías, que llegó hasta Sudamérica y regresó, contó con la participación como naves principales del Adventure y el Beagle, y la segunda, solo con esta última. La primera expedición abarcó desde el 22 de mayo de 1826 hasta el 14 de octubre de 1830 y la segunda entre el 27 de diciembre de 1831 y el 2 de octubre de 1836. A los dos principales buques mencionados se agregaron por períodos variados otras naves: algunas goletas como Adelaide, La paz y La liebre (la primera para recorrer canales fueguinos y las dos últimas alquiladas en Bahía Blanca para relevamiento de costas), dos buques foqueros (el Uxbridge y el Adeona) y un bote con cubierta (el Hope), además de otras embarcaciones menores.
El primer viaje estuvo al mando del capitán Philip Parker King,2 su segundo comandante era Pringles Stokes y el joven Robert Fitz Roy participó como teniente de navío hasta la muerte de Stokes, cuando asumió como segundo comandante y quedó al mando del Beagle. Así narraba el capitán King la extrema situación que desembocó, entre otras cosas, en el suicidio de Stokes:
La severidad del clima trajo aparejado un fenómeno muy desagradable. El escorbuto llegó y se acrecentó; a su vez, la muerte accidental de un marinero al caer desde una escotilla, seguida por el fallecimiento de otros dos, así como del señor Low, del Adeona, cuyo cuerpo me fue enviado para su entierro, contribuyó a crear una sensación de abatimiento entre los tripulantes que no pude controlar de ninguna manera. La monotonía de sus ocupaciones, el escalofriante y sombrío aspecto del país y el rigor del clima contribuían a aumentar el número de enfermos, así como los síntomas desfavorables de su enfermedad. No obstante, el período de ausencia del Beagle estaba llegando a su fin, por lo que hice correr el rumor de que abandonaríamos Puerto Hambre en cuanto llegara. (Narrative, t. I: 144)
King había decidido nombrar como comandante del Beagle a William Skyring luego de la muerte de Stokes pero, por distintas razones, al llegar a Río de Janeiro el comandante de la estación naval, sir Robert W. Otway, anuló la decisión de King y, entre otros cambios, nombró a Fitz Roy al mando del Beagle para su regreso a Inglaterra. El suicidio de Stokes, como bien señala King, afectó profundamente a la tripulación, al mismo King y, seguramente, condicionó al futuro capitán Fitz Roy a elegir un compañero de su misma clase para el viaje que emprendería años después. El destino querría que ese compañero de viaje fuera un ignoto joven en ese momento, pero que con el correr de los años se transformaría en uno de los científicos más importante del mundo moderno: Charles Darwin.
Los objetivos de la primera expedición eran realizar un relevamiento hidrográfico en el extremo sur de Sudamérica y trazar mapas de las costas entre Montevideo y Chiloé, principalmente de los canales fueguinos; asimismo, recoger muestras de animales, vegetales y minerales de las zonas visitadas. Inicialmente, en el Adventure (“una embarcación amplia de 300 toneladas de arqueo, sin cañones, de aparejo ligero aunque fuerte y de construcción sólida”; Narrative, t. II: 38) viajaban: el capitán King, varios pilotos, cirujanos, voluntarios, un recolector botánico, un artillero, un carpintero, quince infantes de marina y alrededor de cuarenta “marineros y pajes” (unas 76 personas). En el Beagle (“un pequeño navío de construcción sólida de 235 toneladas, aparejado como una barca y dotado de seis cañones”; Narrative, t. II: 38) viajaban el comandante Stokes, cirujanos, voluntarios, algunos oficiales, unos diez infantes de marina y también alrededor de cuarenta “marineros y pajes” (unas 63 personas). A lo largo del viaje hubo muchos cambios, incluidos los mencionados en el comando de la expedición.
Para la segunda expedición se destinó inicialmente (luego se fueron agregando otras naves, como ya se mencionó) solo el Beagle con algunas modificaciones estructurales con respecto al viaje anterior y que, según la enumeración que hace el propio Fitz Roy, zarpó con el joven naturalista Charles Darwin, trece tripulantes –entre oficiales y sus asistentes–, un médico, un carpintero, siete particulares, treinta y cuatro marineros, seis grumetes, un sirviente de Darwin (Syms Covington, quien lo acompañó en los múltiples viajes a caballo en Uruguay, Chile y Argentina), el reverendo Richard Matthews, el ya entonces reconocido pintor Augustus Earle (quien renunció a la expedición en Montevideo y fue reemplazado por Conrad Martens, autor de algunas de las más conocidas pinturas de la expedición, pero que también se retiró de la travesía en 1834, en Chile) y los tres fueguinos. Como es natural, a lo largo de cinco largos años hubo algunos cambios en el personal de a bordo.
Darwin enumera, en el primer párrafo de su Diario, de manera muy sucinta, los objetivos3 del viaje del H.M.S. Beagle:
[C]ompletar el reconocimiento de Patagonia y Tierra del Fuego, comenzado bajo la dirección del capitán King de 1826 a 1830; hacer un estudio de las costas de Chile, Perú y de algunas islas del Pacífico, y efectuar una serie de medidas cronométricas por todas partes del mundo. (Darwin, 1892: 267)
Como ya se ha señalado, la doble expedición británica forma parte de una larga serie de viajes por distintas regiones del planeta y obedece a la estrategia de expansión diseñada y llevada a cabo a lo largo del siglo XIX (que algunos historiadores denominan el “siglo imperial”) con el resultado conocido: el Imperio británico –el más extenso de la historia– llegó a dominar hacia principios del siglo XX aproximadamente al 25% de la población y el 20% del territorio mundial, sin contar otras formas de dominación diplomática y comercial. Aunque América quedó exenta, en el último tercio del siglo XIX se consolidan los imperios coloniales que anexaron, formal y administrativamente, una enorme cantidad de territorios alrededor del mundo en manos de las principales potencias europeas (Reino Unido, Italia, Alemania, Francia, Países Bajos y Bélgica) y Estados Unidos. En buena medida, esos territorios surgieron de la desintegración de los imperios español y portugués.
De los cinco años que duró el segundo viaje, aproximadamente un año transcurrió en el actual territorio argentino, ya que el 24 de julio de 1833 indica Darwin en su Diario que la expedición zarpó desde Maldonado en Uruguay con rumbo hacia el sur, y el 10 de junio de 1834, por su parte, relata que a través del estrecho de Magallanes el Beagle pasó al océano Pacífico rumbo a la región central de Chile. Incluso permaneció unos pocos días en Mendoza luego de cruzar los Andes desde Chile.4 Al período “argentino” le dedicó ocho de los veintiún capítulos de su Diario.

Los protagonistas: Robert Fitz Roy, Charles Darwin y los fueguinos

Muchos años después, un Darwin ya anciano reflexiona acerca del viaje en el Beagle en su autobiografía:
[H]a sido con mucho el acontecimiento más importante de mi vida y ha determinado toda mi carrera […] le debo a esa travesía la primera educación o educación real de mi mente; me vi obligado a prestar gran atención a diversas ramas de la historia natural y gracias a eso perfeccioné mi capacidad de observación, aunque siempre había estado bastante desarrollada […] Hoy día, lo que más vivamente me viene a la memoria es el esplendor de la vegetación de los trópicos; aunque la sensación de sublimidad que excitaron en mí los grandes desiertos de la Patagonia y las montañas cubiertas de bosques de la Tierra del Fuego ha dejado una impresión indeleble en mi mente. La vista de un salvaje desnudo en su tierra natal es algo que no se puede olvidar nunca.5 (Darwin, 1892 [1997: 65])
Charles R. Darwin, hijo y nieto de médicos, nació el 12 de febrero de 1809 en Shrewsbury (Inglaterra) y murió, víctima de una cardiopatía, el 19 de abril de 1882. Provenía de una acomodada familia y a los dieciséis años fue enviado por su padre a estudiar medicina a la Universidad de Edimburgo, junto con su hermano Erasmus. Luego de dos años en Edimburgo, su padre se enteró del desinterés de Charles por la medicina y decidió enviarlo a realizar la carrera eclesiástica a Cambridge. Tampoco allí encontró su vocación. No obstante, y al igual que le había ocurrido en Edimburgo, Darwin estableció gran cantidad de contactos, sobre todo con geólogos y botánicos. Como sentía gran afición por las ciencias naturales, el profesor John S. Henslow lo instó a estudiar geología con Adam Sedgwick.
Era habitual que las expediciones contaran con un naturalista, es decir, alguien encargado de recoger muestras de plantas y animales desconocidos y realizar observaciones geológicas. Ese puesto correspondía, por una tradición de la Armada británica, al cirujano de la nave que, en el caso del Beagle, era Robert McCormick, quien también estaba interesado y preparado para el puesto y la tarea de recolección de especies biológicas y cuestiones geológicas. Pero el capitán Fitz Roy no lo consideró la persona adecuada, quizá por su carácter reacio a aceptar órdenes, quizá por su origen irlandés. Sin embargo, lo más probable es que, como bien señala Stephen Jay Gould, dada la tradición de los capitanes de no relacionarse con sus subordinados (salvo para cuestiones estrictamente referidas al barco y la travesía) y el temor a estar varios años aislado –luego de la traumática experiencia de Stokes en el viaje anterior–, Fitz Roy haya querido designar un supernumerario que, aunque se tratase de un desconocido para él, perteneciera a su misma clase social. Por ello, le pidió al profesor Henslow que le recomendara a alguien,6 y este le nombró a Darwin quien, ante el ofrecimiento, aceptó condicionadamente. Pidió tener libertad para alejarse del derrotero de la expedición cuando quisiera (cosa que hizo repetidas veces y por períodos bastante prolongados) y que se le permitiera hacerse cargo de sus gastos de alimentación. Fitz Roy aceptó y, poco antes de zarpar, Darwin escribe en una carta entusiasmada desde Devonport el 17 de noviembre de 1831:
Todos aquellos que están a la medida de opinar, dicen que se trata de una de las travesías más grandiosas que jamás se hayan emprendido. Estamos equipados a lo grande […] en definitiva, todo es tan próspero como el ingenio humano puede hacerlo. (Darwin, 1892 [1997: 268])
Puede asegurarse que en su viaje, además del libro de Humboldt (Personal Narrative of Travels to the Equinoctial Regions of America), Darwin llevó la Biblia y el recién aparecido primer tomo de los Principios de geología de Charles Lyell, que proponía una nueva visión de los cambios geológicos del planeta (conocida como “uniformitarismo”) y que influyó fuertemente en él. Lyell afirmaba que las características geológicas d...

Índice

  1. Cubierta
  2. Acerca de Salvajes y civilizados
  3. Portada
  4. Introducción. Un viaje extraordinario
  5. Capítulo 1. Los antecedentes y los personajes
  6. Capítulo 2. La captura
  7. Capítulo 3. El regreso a la patria
  8. Capítulo 4. Después del Beagle
  9. Capítulo 5.El siglo XIX: evolucionismo, racismo y jerarquías humanas
  10. Epílogo. Imperio, afectos y tragedia
  11. Referencias bibliográficas
  12. Créditos