Palmeras de la brisa rápida
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Palmeras de la brisa rápida

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Palmeras de la brisa rápida

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Palmeras de la brisa rápida es una de las crónicas más célebres de Juan Villoro y un clásico de la literatura de viajes latinoamericana. Con una búsqueda personal como motor y una encomienda editorial como chasis, este ágil relato concentra una innumerable cantidad de prodigios que sólo la "hermana república" de Yucatán ha sido capaz de engendrar gracias a su historia, geografía y gusto por el sincretismo: pirámides demasiado arduas, platillos de un barroquismo insuperable, ubicuos vendedores de souvenirs, dentaduras exportadas al extranjero, un singularísimo español: las infinitas maravillas de la cultura yucateca.Con una avidez producto de la búsqueda de las propias raíces, Villoro —hijo y nieto de yucatecas— reúne en el interior del mítico Volkswagen en el que recorrió la península a una variopinta serie de personajes: el ajedrecista que desafió a Capablanca, trovadores que renuevan el eterno arte de morir de amor, el más cortés de los grupos de rock duro, una liga socialista de beisbol. A fin de cuentas, y como el propio autor lo define, este es un viaje a un estilo narrativo pero, sobre todo, a un destino emocional. "Si Villoro fue desde joven proclive a la meditación epigramática y el vuelo metafórico, en sus últimos relatos el lenguaje está trabajado hasta volverse consistente con la misteriosa psique de sus criaturas, que se salvan —se transforman— casi por casualidad y tal vez sin merecerlo, como si a punta de purgar un pecado hubieran acumulado los méritos necesarios para dejar de ser culpables, para poder ser, otra vez, lo que son y dejar de traer al diablo." Álvaro Enrigue

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Información

Año
2020
ISBN
9786078667710
Edición
1
Categoría
Viajes

LEJOS DE MÉRIDA

LA CIUDAD DE LOS BRUJOS DEL AGUA

Después de semanas de tórridas temperaturas es fácil entender la veneración por los dioses del agua y la delirante iconografía del Códice de Dresde, donde el dios Chac orina, defeca y escupe lluvia; la diosa roja, más recatada, vierte un cántaro sobre los hijos del Mayab. Y del entendimiento uno pasa a la franca participación. ¡Con qué ligereza se piensa en parientes para sacrificar en el cenote sagrado!
En Yucatán el calor ha sido la causa de muchas obsesiones, entre ellas las tablas termométricas del cura Villamil. Gracias a que registró medio siglo de calor, ahora sabemos que el siglo XX supera en unos 5° C al XIX. La causa es simple: la vegetación que rodeaba a Mérida ha sido desmontada.
A estas alturas del ecocidio nada resulta tan desagradable como subir a una combi sin aire acondicionado para ir a Chichén. En maya, Chichén Itzá significa “en la boca del pozo del brujo del agua”. Una de las razones del viaje era ver si la brujería estaba surtiendo efecto.
Para alentarnos, el chofer informó que todavía íbamos a cargar gasolina y a buscar a unos gringos al Holiday Inn. Pasamos la primera media hora de pésimo humor, abanicándonos con sombreros de paja.
Los gringos resultaron ser una pareja sexagenaria vestida en todos los tonos que pueden tener los malvaviscos y dos gorditas de California. Hasta ese momento me parecía ignominioso estar en un asiento de plástico con la temperatura exacta para freír un panucho, pero cambié de opinión en cuanto la gringa de pelo gris-azulado sintió el bochorno de la camioneta:
–Oh, my God, not again.
–You have to think positive – le dijo el marido, en un tono tan positivo como el de un serrucho eléctrico.
–I’m not “that” positive.
Luego le comentó a su esposo: “¿Te has dado cuenta de que los mexicanos necesitan mucho menos aire que nosotros?” Seguramente es la búsqueda de aire lo que los ha llevado a Vietnam y al Golfo Pérsico. Por razones logísticas inescrutables para los observadores del Tercer Mundo, llegan a respirar rodeados de misiles (para atizar mi ira recordé que los Pershings, eminentes misiles atómicos, deben su nombre a un asesino de mexicanos).
Pero está visto que en cuestión de odios no hay nada escrito, pues las gorditas empezaron a defender el calor y esto me pareció aun peor:
–This is the only thing real –dijo una, con sonrisa de católica carismática y mirada de nirvana sin fondo.
La otra informó a los pasajeros que estaba into deep-breathing, es decir, que era aficionada a respirar, y para demostrarlo pegó un suspiro capaz de inflar uno de esos plátanos de hule que son remolcados por lanchas para el banana-ride. Las californianas no se podían lavar los dientes sin organizar un brush-in; hubieran necesitado un mínimo de cuarenta bocas espumajeantes para compartir la experiencia. Mientras que la anciana despotricaba sobre el estado de los inodoros, las gorditas aceptaban todo sin discriminación y creían que una paratifoidea las haría estar más cerca del momento mexicano. Sin embargo, en ese momento, los naturales no queríamos compartir otra experiencia que el silencio. El anciano tuvo un destello de sensatez y calmó los ánimos de sus compatriotas. A cada una le dijo I see your point y todas se callaron, felices de que él viera tantos puntos.
El paisaje era bucólico a la distancia y un basural junto a la carretera, bolsas y papeles atropellados o aventados por los coches. En Kantunil nos detuvimos a tomar refrescos. En la tienda había un camión de Coca-Cola con una llanta ponchada; el chofer dormía bajo el chasís junto a un perro con la lengua de fuera. Un cartel anunciaba al grupo Los Humildes y un letrero en casa de la familia Pech Gamboa que ése era un hogar católico.
Pasé el resto del camino contando las veletas que despuntaban en el horizonte. Al pasar cerca de una vi el letrero en la cola: The Aeromotor, Chicago.
Ocupé el asiento del frente juzgando que era el único territorio libre de la combi, pero el conductor resultó un mal aliado. Se pasó todo el camino señalando matas de henequén:
–Sisal, you know?
Desde los primeros árboles a la salida de Mérida vimos unas cajas con un extraño emblema que en mi ignorancia tomé por un átomo con sus órbitas. A la quinta caja le pregunté al chofer.
–Bees, la africana, you know? Son trampas –sus facciones y su don de lenguas revelaban la herencia española. Le costaba un trabajo enorme separar los idiomas, a tal grado que al llegar a Chichén pidió otro guía para los que hablábamos español.
El nuevo guía resultó ser un muchacho que no llegaba a los veinte años y que impartió una cátedra maestra con citas de los mejores frailes y arqueólogos. Durante un rato me separé del grupo para escuchar lo que decía otro guía con aspecto de veterano en la materia. Con gran autoridad y abundancia de datos, hablaba del triángulo de las Bermudas, la pirámide de Keops y las misteriosas conexiones entre Yucatán y la India, donde hay una deidad llamada Maya y el Buda se sienta en flor de loto como el dios Itzamná. Dependiendo del guía, Chichén puede ser una zona arqueológica o un artículo de la revista Duda. Los guías jóvenes no admiten que la plancha de Palenque represente a un astronauta, no hablan de curiosos magnetismos ni describen el ovni que subió piedras tan alto; esto los hace impopulares entre algunos turistas; sin embargo, para el hombre medio de Nebraska o de la colonia Garza de Monterrey es más fácil creer que las pirámides son obra de extraterrestres que de “indios”.
Nuestro guía empezó analizando el carácter mortal del juego de pelota. Todos los partidos terminaban 1-0. A la primera anotación el capitán del equipo perdedor era decapitado, pero dadas las dificultades para pasar la pelota por el aro, no era extraño que el partido durara un mes. Sólo podía anotar el capitán de cada equipo, que corría por una saliente en la pared, armado de un bat y una raqueta, y recibía los pases de los jugadores en el campo. El eco tenía una función arbitral; estaba prohibido golpear la pelota con la mano y la menor infracción se detectaba por el sonido del impacto; la acústica del juego de pelota hace que un aplauso resuene de siete a trece veces.
–La Pirámide del Castillo o de Kukulcán tiene 91 escalones de cada lado. Arriba hay un escalón común a los cuatro lados. Los peldaños alojan la cuenta exacta del año: 365 1/4 días.
–Éste es el calendario que hoy se usa en la NASA –comentó con orgullo el guía, las patillas afiladas por el sudor–. En los equinoccios se produce el fenómeno de la serpiente de sombra que desciende las escaleras.
Como muchas otras pirámides, la de Kukulcán fue erigida sobre una construcción previa. Una escalera interior permite llegar a la cámara del Chac Mool y el jaguar rojo, en caso de que no esté bloqueada por turistas sudorosos. Nosotros tuvimos que esperar el descenso de un niño tan rollizo que obstruía el túnel entero.
Uno llega a la cámara sintiéndose el doctor Livingstone en su viaje al África; en consecuencia, el jaguar resulta demasiado pequeño y paliducho y el Chac parece una estatua de parque público.
–La escalera conserva un calor tan húmedo que al salir casi se siente fresco.
El guía nos volvió a reunir al centro de un triángulo formado por El Castillo, el Adoratorio de Venus y el Templo de los Guerreros. Aplaudió y se produjo un nítido eco triangular. Las piedras lanzaban el aplauso de un edificio a otro. Nos demoramos en estos portentosos edificios: piedras que son signos que son ecos.
La Chichén Itzá que se visita ahora pertenece al periodo posclásico maya (siglo X). Durante cientos de años los mayas supieron de la existencia de otras tribus que dominaban los ríos con sus rápidas canoas. Los putunes o chontales son los fenicios del sureste, un pueblo movedizo que sirvió de eslabón a civilizaciones tan distantes como la tolteca y la maya. Los itzaes, que le dieron su apellido a la ciudad entre 968 y 987 d. C., son el producto de un atavismo y una vanguardia: los mayas rezagados en una población antigua y la avanzada chontal. Los chontales llevaron numerosas influencias toltecas: el culto a Kukulcán (Quetzalcóatl), la decapitación del perdedor en el juego de pelota, los edificios circulares, la representación de la sangre como serpiente, el militarismo y hartos falos. Las columnas del Templo de los Guerreros tienen figuras idénticas a las de Tula; para los toltecas, la guerra tenía una indudable connotación sexual y la homosexualidad era un signo de virilidad, una afirmación fálica: espada contra espada. Las prácticas sexuales de los putunes causaron tanto escándalo en el siglo X como el primer divorcio yucateco en el siglo XX.
Al bajar del Templo de los Guerreros, el guía nos reunió en círculo pero no pudo decir palabra: un pelirrojo argentino se manifestó entre el grupo. Al escuchar su acento supimos que la excursión se había transformado en mesa redonda.
–Creo que se acaba de tocar uno de los grandes temas: preservar o reconstruir.
El sacbé o camino de tierra blanca que seguimos para llegar al cenote sagrado fue una especie de coloquio móvil. El argentino había visto unas piedritas blancas en las paredes que señalaban lo que se había agregado en tiempos recientes: se había reconstruido y preservado, solución fenómena.
No nos importó escucharlo porque estábamos felices de ver agua. Con la sequía, la simple vista de un estanque era apaciguadora. Pero el cenote significaba otras cosas. Para los mayas era el lugar del sacrificio, ahí se deshacían de sus bienes más preciados: joyas, doncellas bellísimas y niños, muchos niños (los sacerdotes estaban seguros de que los dioses preferían ofrendas pequeñas, de ahí tantas miniaturas y niños rumbo al agua). Los escogidos llegaban semidrogados y se ahogaban con un placer exultante. Con el tiempo aquella boca de la muerte despertaría otros intereses. En 1894, el vicecónsul norteamericano Edward Thompson compró la “hacienda” de Chichén Itzá en 23.5 dólares. Thompson era un sátrapa de tiempo completo: sabía que el cenote estaba lleno de joyas pero no quería “arriesgar” su dinero en la exploración (los 23.5 dólares ya le parecían un e...

Índice

  1. Cubierta
  2. Portadilla
  3. Créditos
  4. Portada
  5. Dedicatoria
  6. ANTESALA
  7. ACERCAMIENTOS
  8. LOS AEROPLANOS DEL CALOR
  9. PASAJEROS EN TRÁNSITO I
  10. LEJOS DE MÉRIDA
  11. BAJO LAS ASPAS
  12. PASAJEROS EN TRÁNSITO II
  13. LAS ASPAS, TODAVÍA
  14. ÍNDICE