PARTE 1
AVANCES Y RETROCESOS EN LOS INSTRUMENTOS INTERNACIONALES RELACIONADOS CON EL CAMBIO CLIMÁTICO Capítulo 1
La necesidad de un cambio en los estilos de vida para lograr la transición hacia una economía baja en carbono
Julie Alejandra Cifuentes-Guerrero
Investigadora de la Facultad de Jurisprudencia de la Universidad del Rosario
María Alejandra Vesga Correa
Estudiante de Jurisprudencia de la Universidad del Rosario
Resumen
El cambio climático es un asunto de interés público. Este fenómeno afecta a la sociedad en su conjunto sin distinción de raza, religión, orientación política ni ubicación geográfica. Nadie está exento de los efectos de una variabilidad climática intensificada a causa del incremento de la temperatura que el planeta ha sufrido desde la Revolución Industrial, pues la humanidad depende de los recursos y las funciones ecosistémicas que la naturaleza provee. Si la sociedad contemporánea continua desarrollando su economía bajo el escenario business as usual —BAU—,1en el que predomina la dependencia de los combustibles fósiles y los elevados patrones de producción y consumo, las emisiones de gases de efecto invernadero —GEI— seguirán aumentando y como resultado la temperatura del planeta llegará a niveles peligrosos para la vida; las ciudades experimentarán intensos y frecuentes episodios de contaminación atmosférica; los fenómenos naturales serán más agudos y frecuentes, y, en pocas palabras, las dinámicas ecosistémicas que soportan la vida se alterarán a tal punto que pondrán en riesgo la permanencia del ser humano en el planeta.
El modelo económico capitalista ha hecho al hombre moderno un ser dependiente de los combustibles fósiles para satisfacer sus necesidades. El último informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático —IPCC por su sigla en inglés— menciona que la influencia humana en el sistema climático es clara y las emisiones antropogénicas recientes de GEI son las más altas de la historia; además, los cambios climáticos en los últimos años han tenido impactos generalizados en los sistemas humanos y naturales (IPCC, 2014a), lo cual se explica por el uso intensivo del carbón desde la Revolución Industrial, época en la que este combustible fósil era considerado la principal fuente de producción energética. Dicha correlación lleva a catalogar la actividad industrial como una las principales causas del cambio climático.
Sumado a lo anterior, los actuales patrones de producción y consumo de la sociedad han llevado a superar los límites del planeta y el agotamiento de los recursos naturales es cada vez más intenso, como lo evidencia el Living Planet Report publicado por la WWF en el 2016; en este se indica que la mayor amenaza para la biodiversidad en el planeta es la pérdida y la degradación del hábitat producto de las actividades humanas, como la agricultura extensiva, la producción energética y la minería (WWF, Global Footprint Network, 2016).
Estos hechos muestran la imperante necesidad de transformar los hábitos cotidianos para lograr un provecho responsable de los recursos naturales y reducir el impacto sobre el sistema climático global. Una alternativa es la utilización y la promoción de energías renovables, las cuales, según la Agencia Internacional de Energía Renovable —Irena, por su sigla en inglés— no solo permiten reducir las emisiones de carbono, sino que mejoraran la calidad de vida de la población, crean nuevas oportunidades de trabajo, y aseguran un futuro más limpio y próspero (Irena, 2017).
No obstante, y como lo destaca el IPCC (2014a), transitar hacia sociedades sostenibles, libres de carbono y con menor huella ecológica, en una escala corta de tiempo, depende de la participación y la acción que emprendan diferentes actores y no solamente los gobiernos nacionales. La sociedad civil y el sector empresarial son fundamentales en la construcción de un modelo de crecimiento económico responsable, sostenible y bajo en carbono.
Teniendo en cuenta dicho contexto, este artículo busca mostrar la imperante necesidad de transitar hacia una economía baja en emisiones de GEI que permita consolidar asentamientos humanos resilientes y sostenibles. Destaca tanto la educación para la sostenibilidad como un determinante para acelerar esta transición, como el papel de los actores no estatales para el cumplimiento de las metas del Acuerdo de París, y hace un llamado al trabajo colectivo para enfrentar los desafíos de las vulnerabilidades a las que la humanidad está inexorablemente expuesta.
Palabras clave: actores no estatales, cambio climático, conciencia ciudadana, costos ambientales, educación, resiliencia, transformación de mercado, vulnerabilidad.
Introducción
Si las abejas desaparecieran, la seguridad alimentaria global estaría en riesgo. Así lo destaca un estudio publicado por la revista Science en el 2016 que analiza el rol de estos insectos para el bienestar humano y la producción de alimentos (Garibaldi, Gigante Carvalheiro, Vaissière y Gemmill-Herren, 2016). Alrededor del 84 % de los cultivos para consumo humano necesitan de las abejas o de otros insectos para ser polinizados, y aumentar su rendimiento y calidad (FAO, 2015). En el Tratado Internacional sobre los Recursos Fitogenéticos para la Alimentación y la Agricultura se destaca el impacto del cambio climático en la distribución de muchas especies, en particular de los polinizadores como las abejas, las cuales reducen su rango de acción con las nuevas pautas climáticas, lo que representa una amenaza para la producción de alimentos (FAO, 2008).
El cambio climático ha sido considerado el mayor desafío que la humanidad debe enfrentar y es una de las principales razones para la desaparición de las abejas (Le Conte y Navajas, 2008) y de otros seres vivos. El calentamiento global incide negativamente en el equilibrio de los sistemas sociales y naturales, dado que, al incrementar la temperatura de la Tierra en proporciones aceleradas y anormales, se producen alternaciones climáticas repentinas que no le dan tiempo a la naturaleza para adaptarse. Como consecuencia, aumentan los niveles del mar, inundando las áreas costeras; las olas de calor son más frecuentes e intensas, provocando sequías e incendios forestales recurrentes; los mosquitos portadores de enfermedades expanden su zona de distribución y, como resultado, se altera la dinámica de los sistemas naturales y sociales.
Al igual que las abejas, la vida del ser humano corre un riesgo inminente ante el cambio climático. La variación en la temperatura y en los regímenes de lluvia y sequía inciden en los medios de sustento de las personas. De igual manera, los desastres naturales más frecuentes e intensos comprometen la capacidad de los gobiernos para desarrollar sus economías y afectan principalmente a las comunidades de escasos recursos. Según la Organización Mundial de la Salud —OMS—, los habitantes de los pequeños Estados insulares en desarrollo, las regiones costeras, las grandes ciudades, y las regiones montañosas y polares presentan un nivel de riesgo alto a los efectos del cambio climático, dada su vulnerabilidad y baja capacidad de adaptación (OMS, 2016).
Los efectos del aumento en la temperatura del planeta como consecuencia de la alta concentración de gases de efecto invernadero —GEI— en la atmósfera, producto de la inminente dependencia de los combustibles fósiles para desarrollar la economía, es una preocupación de orden mundial. Este fenómeno afecta el crecimiento económico, el bienestar social, la seguridad alimentaria, la salud, y pone en riesgo el equilibrio y el funcionamiento de las dinámicas planetarias.
Según estadísticas de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación —FAO—, en el mundo existen 795 millones de personas que padecen de hambre y el 98 % de estas vive en países en vías de desarrollo; esto quiere decir que casi una de cada nueve personas en la Tierra carece de alimento (FAO, FIDA y PMA, 2015). Esta situación, sumada a largos periodos de sequias o inundaciones como consecuencia del cambio climático, compromete cada vez más la seguridad alimentaria de los asentamientos humanos.
El cambio climático, la pérdida de hábitat y biodiversidad, la contaminación de las fuentes hídricas, la degradación de los suelos, el agotamiento de los recursos naturales y la extinción de especies son efectos de la implantación de una sociedad industrial que ha asumido el concepto de desarrollo como sinónimo de crecimiento económico y que considera la naturaleza infinita. Lo anterior permite afirmar que la forma de desarrollar la economía de la sociedad contemporánea se caracteriza por un consumo masivo e insostenible que ha superado la capacidad de carga de los ecosistemas indispensables para el bienestar humano, como lo evidencian las alteraciones sobre el sistema climático.
El capitalismo salvaje es el que ha llevado al planeta al límite. Las externalidades negativas producto de la sociedad industrial no han sido incorporadas en el mercado y los precios de los bienes de consumo no reflejan los costos de la degradación ambiental, como es el caso de los combustibles fósiles. Frenar el deterioro de los ecosistemas, detener el cambio climático y construir sociedades prósperas, equitativas y sostenibles dependerá, en cierta medida, del tránsito de un modelo de desarrollo dependiente de los combustibles fósiles hacia una economía baja en carbono.
Nos encontramos en una carrera contra el tiempo para recuperar el estado de los ecosistemas indispensables para la vida del ser humano. La biodiversidad se extingue, los recursos hídricos se agotan, la degradación de los suelos es cada vez más evidente, la temperatura aumenta y no habrá dinero que pueda comprar lo que ya no existe. ...