El alfabeto alado
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El alfabeto alado

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El alfabeto alado

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Entre el alma humana y las mariposas existe un estrecho parentesco: lo que en una es oscilación y ascenso en las otras es aleteo y color. Aristóteles fue el primero en acuñar la palabra "psique" para designar ese nexo, y, tras él, poetas y pintores representaron el alma alada, frágil e inasible pero hermosa. Hoy es la fotografía la que documenta la vida de estos espléndidos insectos, cuya milagrosa existencia muestra a su vez cuán volátil y extraordinaria es la vida humana. Breves e intensos, los relatos que Mario Satz reúne en este bellísimo libro dan cuenta de las aventuras y desventuras de esas joyas aladas que han dado lugar a tantos mitos, leyendas y fábulas dignos de ser recordados."El alfabeto alado es un libro maravilloso, inquieto e hipnótico como una nueva especie de lepidóptero. Como sentir en las manos, al hojearlo, el poema de Basho que cita Mario Satz: "De todas las hojas caídas, solo una intenta volver a su lugar: la mariposa". Este libro, sí, es una naturaleza que se agita, se revuelve, también contra el horror de la historia".Manuel Rivas, El País"Un escritor interesado en los sentidos subterráneos por los que circulan las más profundas concepciones. Satz abandona los campos trillados y se enfrenta a un mundo elaborado con paciencia franciscana".Joaquín Marco, La Vanguardia"El alfabeto alado pertenece a esa singular estirpe de obras excepcionales como Las ciudades invisibles, de Italo Calvino, o Sueños de Einstein, de Alan Lightman. Estos relatos son el vuelo de la imaginación, el desprendimiento de arneses en el lenguaje, y así es la misma narración, como si cada capítulo o fábula fuera una letra del abecedario de un vuelo".Alexander Zárate, El Plural"Mario Satz continúa regalando al lector anécdotas sorprendentes y ternuras poéticas admirables. El alfabeto alado es un libro tan singularmente pensado como extraordinariamente escrito".Fulgencio Argüelles, El Comercio -Cultura"Mario Satz nos enseña el amor a la naturaleza y el empleo ajustado de la escritura para hacérnosla ver como si observáramos nuestro propio cuerpo. Incluso nuestra propia alma. Una maravilla de libro".J. Ernesto Ayala-Dip, El Correo Español"Un libro delicioso, con casi cincuenta relatos protagonizados por ellas. El autor comparte leyendas, creencias y anécdotas de todo el mundo: maoríes, chinas, japonesas, americanas, francesas, alemanas, etc. ¡Un montón de historias fascinantes! El alfabeto alado es de pequeño tamaño, pero tiene un gran contenido. Todo cuanto en él se cuenta invita a la reflexión. Y a medida que la lectura avanza, crece una sensación de bienestar interior. Tiene mucho que ver el lenguaje utilizado: poético, cargado de delicadeza y de una alta sensibilidad. Incluso en aquellos casos en los que lo que cuenta está sumergido en el horror. Es una auténtico regalo sensitivo, pura poesía".Virginia Garzón de Albiol, Pasión por la escritura"Poesía en prosa. "Belleza" es la palabra que mejor describe la estética de El alfabeto alado, en las formas con que se narran historias y leyendas que son metáforas en sí mismas, adornadas con la atmósfera de los cuentos antiguos".Félix Gutiérrez, Zenda libros"Los relatos que nos presenta el autor están muy bien construidos, escritos con un estilo poético que realza la belleza del mundo que nos narra".Jarment, Anika entre libros"Una obra con una prosa lírica y emotiva que abre al lector las puertas de un mundo colorido y sensual y que nos muestra cómo la trascendencia puede estar ocultada en las pequeñas cosas".Quimera

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Información

Editorial
Acantilado
Año
2019
ISBN
9788417346928
Categoría
Literature

EL ALFABETO ALADO

Una mañana de hace muchísimo tiempo, mientras el naturalista y fotógrafo Kjell Sandved miraba por el microscopio una mariposa nocturna tropical, descubrió en una de sus pequeñas alas la letra F. Ese hallazgo le produjo primero euforia y luego intriga. Quizá, pensó, fuera posible hallar entre todas las mariposas del mundo el resto del alfabeto, escrito con escamas y líneas, curvas y puntos en la fragilidad de las alas. Estampado allí por alguna deidad calígrafa mucho antes de que el ser humano se pusiera en pie en la tierra que llegaría a dominar. ¿No reconocían los antiguos chinos el origen de su escritura ideográfica en las huellas dejadas por los pájaros en la arena o el polvo, y no veían en el wen, el carácter o sello de lo hablado, una extensión de las vetas de las maderas y de los polígonos impresos en el caparazón de las tortugas? Fu Xi, el emperador mítico, vio surgir una yegua del mar, y sobre su lomo las rayas, óvalos y líneas de las ideas que quería expresar.
Nada se inventa, todo se descubre. Ninguna forma, por minúscula que sea, es ajena a la madre de todas, la naturaleza.
Veinticinco años después de su primer descubrimiento, Kjell Sandved completó, tras visitar más de treinta países y hacer miles de fotografías, el resto del alfabeto. Como si de coordinar un vasto y críptico puzzle se tratara, atravesó las pluvisilvas de Centroamérica, África y Asia, se detuvo en los trópicos, acampó en los desiertos y observó, extasiado, floraciones de almendros y amapolas hasta hallar aquí una X, allí una R, más lejos una P, signos, muescas de un poema que se abría y cerraba al compás errático de las alas que los transportaban sin saber, quizá, que algún día el ojo del hombre podría leerlos. Más aún: también encontró las diez primeras cifras, del cero al uno en las alas, dando así con un tesoro que disipó su intriga e incrementó su euforia. Si el alfabeto preexistía antes de su invención, y si de ala en ala contribuía a la polinización cruzada así como la escritura cruza fronteras para escribir lenguas distintas con idénticos signos, ¿cómo no evocar a Platón y su anamnesis o reminiscencia? Todos nuestros conocimientos—dijo el filósofo—, no son sino reconocimientos. La telaraña precede a la red y los cristales a la geometría. Por más que la cultura parezca alejarse de la naturaleza, no es sino una de sus posibles extensiones. Aristóteles, que fue el primero en establecer un nexo formal entre nuestra psique y la mariposa, ¿pensó en la fantasía de su vuelo o simplemente constató que, y en el cráneo humano, el hueso esfenoides tenía precisamente esa forma?
En una negra y amarilla Papilio de Nueva Guinea, Kjell Sandved halló le letra A. En Ghana, cerca del Atlas, una satúrnida, al caer la tarde, le reveló la letra B. Otra papiliónida del África occidental llamada cola de golondrina le regaló la C. Su labor de espía de las polillas y las mariposas se fue perfeccionado día a día, viaje a viaje, al punto tal que Kjell Sandved comenzó a preguntarse si no había algo de eterno en esa búsqueda, pues cada hallazgo era un experiencia mística y cada experiencia mística era, a la manera antigua, un veloz pasaje entre el Liber Dei y el Liber Mundi, un fulgurante desliz entre el tipo y el arquetipo, entre el original y su modelo. Una pequeña apolo de Suiza le ofreció la letra D. Para entonces, cuando encontraba objeciones a sus hallazgos, el fotógrafo se defendía diciendo que había que observar con atención, desenfocando de cuando en cuando la mirada, esforzándose «en contemplar la realidad como lo hacen las mismas mariposas, con sus múltiples y sensibles ojos compuestos». Las letras no estaban siempre en el mismo sitio. Algunas preferían los bordes, otras la cercanía del tórax.
En Venezuela, una noctuida gris y negra le mostró la E. Había llovido, y el aire olía a selva y almizcle, fermentos y hojarasca. En una catagrama de Brasil, Kjell Sandved encontró la F bajo el pulido cristal de su lupa suiza, al borde de un camino de montaña. En las lluviosas florestas de Bolivia y en las alas azul metálico de una riodinida, al alba, junto a un arroyo, posada entre hojas grises, la letra H. Tras ese encuentro comprendió que el mismo alfabeto tenía un orden aleatorio, cuyo origen era difícil de rastrear. Aunque las vocales eran menos que las consonantes y en algunas lenguas, como las semíticas, a veces se escriben y a veces no, su sitio en el collar fonético no es simétrico, ni mucho menos lógico. El azar tuvo, sin duda, su papel en el asunto. La creciente curiosidad lo llevó a consultar el libro de Robert Claiborne The Birth of Writing y el clásico de Pope The Story of Decipherment, constatando que, en efecto, un cambio en la posición de las tablillas cuneiformes o el paso del soporte de madera al papiro egipcio determinaban diferencias en el diseño de las letras, a semejanza de cómo, entre las mariposas, un desplazamiento de hábitat puede hacer, con el tiempo, variar sus dibujos.
En las largas escamas negras y azules de una metálica de las Guayanas apareció la I.
¡Cuán minúsculos eran, a veces, esos trofeos alfabéticos! Requerían, para ser descubiertos, que Kjell Sandved desplegase todos sus artilugios, lámparas y microscopios. Una vez hallados, había que anotar con exactitud en qué ángulo era preciso buscar las letras ocultas. Junto a las descripciones del lugar, el clima y la hora, el fotógrafo empezó a jugar con frases que contuvieran los signos hallados, de manera que cada mariposa pasó a ser la inicial de una sentencia que recordaba a la rosa que florece en el poema de Huidobro y la peonía que crece en los versos de Wang Wei.
Los hallazgos traían felicidad, la felicidad de estar incrementando el sentido del mundo. No mediante la dilatación de su perfil taxonómico, sino esbozando una trama lúdica que iba de las letras a las alas y volvía de las alas a las letras mientras dibujaba, en la mente del observador, una guirnalda de alegres sinapsis. Esa felicidad bien valía su paga en fiebres y picaduras de mosquitos, caminos abruptos y abismos de sonoras cascadas. Kjell Sandved dormía en lugares de mala muerte y comía lo que le ponían sobre la mesa con tal de estar cerca de los puestos de caza y observación en el instante justo. Sus jóvenes guías reían su torpeza, pero acababan por admirar su tozudez. En las alas azules y negras de una Papilio de las Célebes, en Indonesia, el fotógrafo descubrió dos letras J, inversión especular una de la otra. En un segundo cuaderno de campo, Kjell fue dibujando las mariposas con las letras ya encontradas a un mismo tamaño, poniéndolas por orden alfabético con el fin de componer más tarde sentencias alusivas según fuera la inspiración del momento.
A veces transcurrían meses entre viaje y viaje. Cientos de fotos hubieron de ser descartadas porque lo que había entrevisto bajo un cielo nublado en Corea podía revelarse muy distinto en la oficina del Smithsonian en la que el fotógrafo tenía su guarida de decodificador. Cuando el alfabeto había llegado casi a su mitad, niños, adolescentes y mujeres comenzaron a compartir con Sandved sus descubrimientos, confirmando así que su punto de vista no era único ni intransferible. Las críticas y objeciones más duras procedían del campo de los científicos y biólogos, que ironizaban sobre el hecho de que el alfabeto encontrado fuese el latino y no el sánscrito o el griego, a lo que el fotógrafo respondía que muy probablemente, y en el futuro, alguien hallaría otras escrituras en las semillas o en las distintas hojas de los árboles, ¿por qué no?
En una bajá de tres colas, una ninfálida de África, que busca su alimento en las frutas podridas con la misma avidez que las moscas, y entre rostros y corazones, el fotógrafo halló la letra K. Junto a un río de la selva peruana y en una metálica, Kjell leyó la letra L. Ese mismo día, al atardecer, el cazador de imágenes escribió que la existencia sutil de los seres alados inspira amor por las pequeñas cosas volátiles: hojas, granos de polen, amentos y sámaras. El Buda y Jesús habían amado el grano de mostaza, Heráclito las breves chispas de un fuego que nunca se extingue, Al Kindi las semillas de la adormidera y Feng Li una miosotis cortada por el filo de la lluvia. En Colombia, y al observar con detenimiento una geométrida verde, en los bordes de cuyas alas la astucia dibujó hojas secas para confundir a los pájaros, apareció la letra M; por cierto, una de las más frecuentes de hallar junto con la O de los ocelos. Que al comenzar su viaje iniciático Kjell Sandved viera más mariposas que veinticinco años después, cuando estaba a punto de culminarlo, era un motivo para preocuparse. Guerras, deforestación, sequías y venenos atacaban a los seres más frágiles de los ecosistemas. En algunos casos, tal vez estuviera fotografiando los últimos ejemplares de una especie. Sus sueños se llenaron de alas rotas y vuelos truncos, de aullidos y parpadeos de dolor.
Cuanto más fácil resultaba llegar a un sitio, en peor estado lo encontraba el fotógrafo.
Avanzaba en pos de un tesoro que se desvanecía, maldiciendo las lluvias ácidas y la desmedida ambición de los hombres, sus congéneres. Cuantas más letras en las alas de las mariposas hallaba, más muda se volvía su boca. Kjell escribió a sus amigos que la forma más elevada de elocuencia era el silencio, ese silencio que él debía hacer cuando se acercaba, arrastrándose, a un bebedero de ninfálidas o a la oscura rama en donde, abierta como un pequeño libro de cortezas, una polilla entraba a su descanso. Fue en Ecuador, ante una itomino llamada tigre que llevaba impresa la letra N, que el fotógrafo pensó por vez primera en que las larvas comen sólido y las mariposas adultas sólo beben agua y néctar. La etapa del amor requiere poco peso, un girar liviano, agilidad de patas y palpos dispuestos al roce del beso.
En una hermosa pavo real de Estados Unidos, Kjell Sandved encontró la más común de las letras que las mariposas llevan tatuadas en sus alas, la O. Fue hacia finales de marzo, cuando se abren, como estuches de minúsculos violines, las crisálidas, y la mostaza silvestre rompe con su amarillo la verde uniformidad de la hierba. En una geométrida de Sri Lanka el fotógrafo halló, disimulada en sus alas verde pálido, la letra P. Había visto, años atrás, una larva de esa especie, una pequeña agrimensora de pasos flexibles tan hermosa como llena de veneno. En la velluda Parnassius clodius de Canadá, Sandved descubrió la Q, y al ir a tomar notas sobre su hallazgo, tras verla aletear muy alto, recordó que la mariposa es la única criatura que puede volar de modo imprevisible. El peso del abejorro determina sus giros, las esfinges vuelan hacia atrás pero siempre en zigzag. Sólo las mariposas pueden detenerse en seco y bajar o subir, recursos imprescindibles para despistar a sus perseguidores. En una tigre nocturna de la familia de las árctidas apareció la letra R. Para verla, Kjell recorrió, tras la puesta de sol, con un casco minero los bordes de un bosque en las afueras de Boston.
Allí, como en tantas otras ocasiones, le mordió la belleza. ¿Por qué esa profusión de colores, líneas y diseños, únicamente superados por los pájaros y los peces de los trópicos? ¿Por qué tanta maravilla en tanta fragilidad? Había, ciertamente, libertad en el matiz, pero también una energía inagotable. A su cabeza acudieron polillas y demás insectos enamorados de la luz, ángeles caídos para los antiguos teólogos y desorientadas criaturas para los entomólogos. Hubiese podido sacar más fotos, pero el cansancio tras un día de largas marchas y la satisfacción de haber captado a la tigre en toda su magnificencia le bastaron. A la altura del hallazgo de la R, y cuando faltaban pocas letras para completar el alfabeto, comenzaron a llegar a su oficina noticias de las que no tenía idea: algunas mariposas olían a canela, otras a piña, algunas a tabaco, muchas a humus y detritos. Formuló teorías sinestésicas caras a los poetas simbolistas, y eso sin que hubiera una relación directa entre la planta de la que la larva comía y su posterior aroma en el estadio alado. Un ala cercana huele a una fruta lejana, ¿con qué fin?
Aquél era un nuevo misterio a sumar a los cientos que rodean la fantástica vida de los lepidópteros. Un colega japonés de Osaka, Kioyi Namura, le envió a Kjell una antología de versos japoneses dedicados a las mariposas, diciéndole que ningún otro pueblo las había amado tanto, ni siquiera los chinos discípulos de Chuang Tzu. Abanicos, kimonos y máscaras lo probaban. Una mañana fría de Cachemira, cerca de la aldea en la que cientos de artesanos la reproducían en sus cajas de papel maché, una cola de golondrina marrón, blanca y roja, le brindó al esforzado fotógrafo la letra S, junto a las ya encontradas I, O y L. Más tarde, comentando con una etóloga inglesa el tema, y cuando ésta, con ironía, le dijo que era él quien escogía las letras que quería ver, Sandved le contestó que las más recientes teorías físicas avalaban su percepción, pues el observador modifica lo mirado, o por lo menos lo condiciona. Salvando las enormes y naturales distancias, nadie antes de Jesús había pensado que los pájaros no hilan ni tejen, nadie antes de Sócrates había observado que la escritura atenta contra la memoria, nadie antes de Confucio que la música revela el estado emocional de una sociedad, y nadie antes de Arquímedes había establecido que allí donde el vaso tiene vino no cabe la misma medida de leche. No obstante lo cual, también era cierto que el primero en expresar una verdad no es, necesariamente, el primero en constatarla.
En una pequeña marrón de Guatemala, de la familia de las ninfálidas, una tarde de domingo, Kjell leyó la letra T. Fue un chico de doce años, su guía, quien la vio entre las hojas caídas, disimulándose entre ellas. La foto fue difícil de tomar. Hubo que despejar parte de la hojarasca para evitar el ruido alrededor de la mariposa. Por suerte la halló antes de que el frío la hiciera migrar hacia el sur. Su nombre popular, zapatera, procede de la forma de un mocasín en los dibujos de las alas inferiores. Un mes más tarde, en Argentina, cerca de las cataratas de Iguazú, en una Agrias de color escarlata, azul y negro, el fotógrafo detectó, tras la captura y por mediación de su lupa, la U. Ese hallazgo fue complejo, porque cuanto más oscuro es el ejemplar, más ardua es la detección. ¿Qué poema, qué leyenda anotaría bajo la suntuosidad de su imagen? ¿Uno de su cosecha o uno de algún maestro japonés? El hallazgo de la letra V en una gigantesca Morpho hizo pensar a Kjell en los tejedores de tapices de Persia y Turquía, que logran efectos y mezclas de colores tras años de esfuerzos y dedicación, mientras que las mariposas nacen con el código que hereda su eventual despliegue. Cuando llegó a Tailandia, en su tercer viaje, no sabía que aparecería allí la geométrida con la letra W, semejante a una corteza alada. También aquí se le hizo necesario el casco de minero para explorar los bordes de la selva por la noche.
El hecho de que hubiera más mariposas nocturnas que diurnas y de que las primeras fueran más hermosas que las segundas honraba a las estrellas, a la par que explicaba que las amenazas sufridas por las segundas eran menores que las padecidas por las primeras. Cuántos de los soles que vemos a medianoche no avergonzarían, en tamaño y esplendor, al que los seres humanos observamos casi todos los días.
La letra X, confirmando su símbolo de incógnita, apareció por sorpresa en una uránide del centro de México, oscura y de vuelo muy silencioso. Aunque nocturna por su especie, el atardecer en el que la descubrió le reveló a Kjell lo que buscaba en las alas inferiores. De un verde casi iridiscente, no dos sino cuatro eran los signos claramente visibles. La India del Norte y el Nepal brindaron al fotógrafo la ocasión de hallar la letra Y en una zigánida de brillantes colores rojos, naranjas y negros, tonos habituales del veneno del que es portadora. Por último, ...

Índice

  1. El alfabeto alado
  2. Perdida por la belleza
  3. Chuang Tzu y las metamorfosis
  4. Las cuatro fases
  5. Un viaje etimológico
  6. La hoja remonta el vuelo
  7. Las dos abubillas
  8. El tigre enjaulado y la Callimorpha libre
  9. La mente papalotl
  10. Dos vecinas
  11. Tocata y fuga de la mariposa Thecla
  12. Argus azules
  13. Post tenebras, lux
  14. Los sobrevivientes
  15. Al azar del vuelo
  16. De la cianosis al cielo
  17. La hora de las feromonas
  18. Las fiestas del maíz
  19. El círculo de Kama
  20. El perezoso y las pirálidas
  21. Un rumor maravilloso
  22. La Señora del Ensueño
  23. El sello de la tristeza
  24. Color, dolor y tiempo
  25. Hamadryas
  26. El peine de Lalique
  27. La Vanesa atalanta y la ortiga
  28. Luna de la India
  29. El espejo de Pitágoras
  30. La mariposa y el último suspiro
  31. Unión, distancia y reunión
  32. Estación seca y estación húmeda
  33. Teodora, emperatriz de Bizancio
  34. Un breve despertar
  35. Bandejas de alas
  36. El cazador de muerte
  37. El lobito perdido
  38. La revelación de los ocelos
  39. Mientras el mundo duerme
  40. Perfecta imperfección
  41. Hijas del fuego
  42. El abandono del paraíso
  43. Después del terremoto
  44. Compañero del aliento
  45. Contienda de amor
  46. Hermanas de las flores
  47. El alfabeto alado
  48. Hoja de Cerezo y el Hombre Mariposa
  49. ©