CRÍTICA VISUAL
DEL SABER SOLITARIO
ANTEPENÚLTIMAS COSAS
En medio de una crisis civilizatoria y del colapso ecológico en que vivimos, resulta inquietante ponerse a escribir sobre algo tan doméstico como los saberes académicos del arte, sus lugares, su condición situada al sur de la vieja Europa. Hay otro “sur”, más epistémico que geográfico, que está denunciando las políticas extractivas capitalistas y coloniales, y repensando de modo radical el predominio de una cultura basada en el discurso teórico y la jerarquía de saberes1. El kantiano “atrévete a saber” significaba fundamentalmente leer, pensar y estudiar en solitario. Ha sido la tradición dominante en la universidad de Occidente, en detrimento, claro está, de otros saberes y haceres más artesanales, más corporales, más comunitarios y más femeninos. Por ello, he sentido la necesidad de una revisión crítica que fuera al mismo tiempo comprensiva e implacable: ¿qué salvo y qué necesito condenar radicalmente del mundo que ha guiado mis conocimientos?
Esta Crítica visual del saber solitario lleva implícita la componente de crisis de la propia modernidad. Para dar cuenta de ella, he realizado tres catas. A la primera la he denominado “Tesis” y pone sobre la mesa de la cultura occidental los valores que requiere la Bildung. Se enfrenta a la fantasía de un sujeto masculino y soberano, capaz de levantar y organizar un mundo del que se mantiene aislado, al inicio de la modernidad ilustrada, cuando este mismo sujeto (y su clase) proponen la feliz alianza entre juego, sensibilidad e imaginación. La segunda cata, “Crisis”, da cuenta del antagonismo social que, en el entorno de 1968, hace saltar por los aires los viejos valores patriarcales. Fue una insurrección generalizada, pero me acompañarán algunos casos que en el ámbito universitario hayan cuestionado las estructuras tradicionales de representación. Y, por último, “Caosmosis”, como juego entre caos y complejidad, donde propondremos finalmente el valor epistémico y político de la interdependencia; un tercer momento que localizo en torno a las revoluciones de la primavera del 2011 y que nos lleva a la necesidad de pensarnos juntas. Desde ahí, creo que no hay saber sin que sea compartido; no hay Academia, ni Museo como ámbitos que lo administran sin una crítica, de nuevo radical2, de estas instituciones donde lo público y lo común tensionen el reparto de lo sensible.
Dada la amplitud del arco temporal, las imágenes posibilitan un relato “a saltos”, difícil de explicar de modo discursivo. Su singularidad me permite esbozar una casuística y desplegar pequeños relatos, “otras” historias de la Estética. Las imágenes condensan o resumen impresiones a la espera de ser desplegadas. Por ello he concebido este ensayo casi como un planisferio. Si las metáforas astrales han sido recurrentes entre historiadores y teóricos de la cultura (Giedion, Benjamin, Adorno, McLuhan), en mi caso, la componente epistémica se une con la pragmática: este libro es una carta estelar con la que poderme guiar en mi vida académica. Un programa en el sentido amplio de la palabra. Porque trabajar en una Facultad de Artes configura una estructura de pensamiento cartográfico. En una mañana de tutorías, puedes recorrer el Mississippi con Tom Sawyer, preguntarte por los búnkeres republicanos de la sierra madrileña o pasar por dispositivos de ingesta de testosterona. Para todo ello, debemos tener obligatoriamente a mano lecturas, imágenes, casos, referencias. Ejercita una visión periférica, una escucha flotante, una atención en estado de distracción. Es fascinante, pero agotador.
Considero antepenúltimas estas cosas tan pequeñas y domésticas en las que nos movemos en el arte y las humanidades porque oscilan todavía entre dos mundos: uno tiene que ver con la vieja carcasa que nos protege y en la que todavía nos reconocemos en los modos tradicionales de mirar y experimentar, como diría Foucault, “nosotros, los victorianos”. Me siento en deuda con Kracauer por robarle la intuición de las antepenúltimas cosas (History: last things before the last), pero también con Gramsci, porque transitan en un tiempo monstruoso, donde el viejo mundo no acaba de morir y el nuevo tarda en aparecer. Por ser antepenúltimas, se debaten en un intervalo de tiempos y espacios que he intentado complejizar: no se trata únicamente de cambiar el recorrido contemplativo en el museo por la participación performativa, la lección magistral por el taller, la producción en solitario por las prácticas colaborativas, la escritura recogida por encuentros y discusiones, la escucha ensimismada por la mediación. No hay substitución absoluta, sino la voluntad de transitar siempre por una escala de gradientes3 entre el ensimismamiento y los saberes comunes, entre la escucha ensoñada y la lucidez de estar alerta, la dispersión del aprendizaje en redes y la concentración en asuntos vitales. Por ello, muchas de las estrategias juzgadas con severidad por la filosofía moral eurocéntrica pueden convertirse en cualidades importantes para adaptarse a esa No man’s land tomada entre el “ya no” y el “todavía no”.
Se trata de poner en crisis estos momentos y las palabras que nos ayuden a pensar que lo que está por venir no se solucionará únicamente por medio de nuevas formas, o signos encapsulados, si no van recorridos por fuerzas que revienten el formato patriarcal del “hombre-estuche”. Pretendo evitar caer en absurdas dicotomías y demonizar así la actitud contemplativa para trazar exclusivamente la línea divisoria que nos permita una celebración histérica de las nuevas tecnologías de la comunicación, aunque sí esbozo algunas ideas de cómo podría resultar una vida no dañada sin “el rigor” propuesto por el pensamiento teórico masculinizado. De ahí la recuperación de la estética como conocimiento sensible resistente.
La experiencia de la entusiasta complejidad de los encuentros que nos ha enseñado a manejar Deleuze ha sido fundamental. Por ello, tendré buen cuidado en ir dejando nota de mis lecturas y referencias. Por agradecimiento y por si alguien en algún momento quisiera repensar lo dicho a la luz de las fuentes que he manejado. Los libros, los paseos, los podcasts escuchados, las personas con las que he trabajado estos años, las discusiones en los seminarios, los textos “trufados” por mis colegas; es decir, todas las experiencias compartidas contribuyen a la articulación de estas páginas desde una crítica radical al saber alto-solitario. Espero quede bien reflejado a pie de página.
Las primeras interlocutoras son mis editoras: consonni. La elección de este espacio de pensamiento guarda mucha complicidad con el proyecto presentado, concebido con la libertad de una investigación artística. O heterodoxa, si se quiere. Hubiera sido impensable sin su colaboración, porque han generado precisamente un espacio de pensamiento irreductible a la vieja noción de campo (artístico): pretenden hacer esfera pública desde los espacios del arte al mismo tiempo que incorporar y poner en práctica la ética de los cuidados editoriales4.
Por último, serán mis estudiantes (y los/las estudiantes de mis estudiantes), una potente mise en abîme, quienes removerán sin duda estás páginas como tantas veces hemos hecho. Porque forma parte de las antepenúltimas cosas el hecho de subrayar y tachar, recortar, fotocopiar o sacarle una imagen a un fragmento y enviárselo a alguien por WhatsApp o lo que quede por venir. Estos aspectos de recuperación necesaria van a convivir con el cariño que, por oficio, me despierta la palabra “enseñar”, una de cuyas acepciones, la tercera en el diccionario de María Moliner, supone “dejar ver ciertas cosas sin el propósito de hacerlo”.
TESIS ESPRIT ÉCLAIRÉ/ÂME SENSIBLE
Cuando se manejan lugares comunes con los que definir la episteme dominante en Occidente, se suele recurrir a imágenes del encierro: Descartes junto a su estufa en la habitación de Baviera, procurándose un ocio tranquilo para lograr destruir todas sus opiniones y poner en pie la figura de sujeto moderno. O Kant, sin salir de Köenisberg, un pueblito-cofre desde el que dar un paso más y, a través del sujeto transcendental, construir la idea de humanidad. La recuperación del Sapere aude! (“¡Atrévete a saber!”, o “¡Ten el valor de servirte de tu propio entendimiento!”) como respuesta a la pregunta “¿Qué es la Ilustración?” (1784) parece invitar a esa humanidad –¡tan restringida!– al estudio y el pensamiento discursivo.
Frente a otras culturas, otros modos de explicación del mundo, el pensamiento occidental ilustrado ha sido considerado esencialmente introspectivo y autosuficiente. Ya se trate de poetas, filósofos o artistas, la iconografía recoge esta idea de un sujeto burgués, que goza y cultiva su interioridad con atención concentrada y muchas horas por delante. De ahí la desocupación, el empleo del tiempo largo en mirar, las ensoñaciones ante la naturaleza o en el museo; la concentración para escuchar música, leer una novela o atender el discurso del padre como signos intercambiables de ese mundo autotélico que parece no depender de nadie.
Siglo de las luces: progreso y fe en la razón. En medio de todo ello, también el XVIII es el siglo de la estética que nace como “discurso del cuerpo”. Parece ser que no servía cualquier cuerpo, y tampoco valía cualquier experiencia sensorial. Estamos hablando de gusto y sensibilidad, es decir, de sensación educada: la música, la pintura, el viaje, los paseos por el campo o el vino de Burdeos componen el centro del ojo del huracán desde donde las clases ociosas se resguardan y organizan el mundo a través de la educación racional del deseo. El universo de la sensación siempre se abrirá en Occidente bajo el paraguas de la razón. Sigo las tesis de Terry Eagleton, con quien mantendré a lo largo de estas páginas un diálogo estimulante: la noción moderna de artefacto estético es inseparable de “la construcción de las formas ideológicas dominantes de la sociedad moderna”5. En otras palabras, es un concepto burgués en su sentido histórico más estricto. Ahora bien:
si lo estético es un asunto peligroso y ambiguo, es porque […] hay algo en ...