Primavera de café
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Un libro de lecturas vienesas

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Primavera de café

Un libro de lecturas vienesas

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Desde sus primeros textos para la prensa, Joseph Roth nos muestra un extraordinario talento como reportero. El presente libro, compendio de sus mejores crónicas publicadas en 1919, traza un cautivador retrato de la ciudad de Viena después de la Gran Guerra. Como él mismo afirma: "Mirando estas terrazas abandonadas de la mano de Dios, a uno le viene casi involuntariamente a la memoria la comparación con unos sueños de paz jamás cumplidos, unas expectativas pasadas por agua y una situación internacional resfriada"."Hoy, estos espléndidos artículos proporcionan la mejor visión de la vida cotidiana, de las costumbres y las gentes de aquel tiempo de desilusiones y derrumbes, pero también de un incipiente futuro. Encontramos aquí al genial artista que fue Roth; un excelente narrador, un observador perspicaz y un periodista que atrapaba a sus lectores con las manos abiertas de la inteligencia. Ironía y frescura es lo que transmiten estos textos; magníficos en su brevedad, incisivos y cautivadores. La edición es excelente, muy bien traducida, con acertadas fotografías de época y un útil glosario."Luis Fernando Moreno Claros, El País"Sus textos ejemplifican una manera libérrima y creadora de entender el periodismo si se quiere local, o localista, para al fin transformarlos en piezas literarias de alto calibre que han superado la prueba de la erosión."Robert Saladrigas, La Vanguardia"Cautivador retrato de la Viena después de la Primera Guerra Mundial."ABC, Las letras y las Artes"Estupendas crónicas vienesas".Vicente Molina Foix, El País"Gracias a la observación de los pequeños universos, no pocos escritores han llegado a ser enormes y póstumos narradores. Roth es uno de ellos."Francisco Vélez Nieto, Cambio 16""Las crónicas rothianas son ejemplos de esmerado lirismo: hasta las cuestiones más nimias quedan convertidas en manos de Josephus en joyas de calidad. Una altura literaria sin par que brilla junto a unos devaneos temáticos que nos llevan por distintos aspectos de la vida que pululaba en aquellos años por la capital austríaca."Iñaki Urdanibia, Gara"Hubo un tiempo, allá por los siglos XIX y XX, en que periodismo y literatura no eran oficios excluyentes. Incluso cohabitaban en las redacciones y las tabernas, donde escritores y reporteros compartían noches de plomo, tinta y brebajes varios. Supone una excelente cura de humildad sumergirse en las páginas de Primavera de café, donde se reúnen las crónicas vienesas escritas por el gran Joseph Roth al término de la Primera Guerra Mundial. Porque la obra periodística de Roth está sin duda a la altura de su narrativa. Si el Roth novelista es un observador agudísimo, el Roth periodista es todo ojos y todo oídos. Es en lo minúsculo donde Joseph Roth detecta, y nos revela, el latido puro de la vida. Magistral."Luís Pousa, La Voz de Galicia"La mirada que dirige a la ciudad de Viena tiene muchos de los elementos que aparecerán en sus magníficas novelas, y el vigor descriptivo de estos breves textos, además de la propia juventud del autor, no disimula la amargura de fondo que más tarde transimitirán los mencionados textos. Aquí planea la lucidez de la mirada de Roth y el aire elegíaco de su mejor prosa."Tomás Ruibal, El día de Toledo"No importa de qué escriba, siempre se impone su mirada astuta y compleja sobre la superficie de la realidad."Carlos M. Domínguez, El País Cultural (Uruguay)

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Información

Editorial
Acantilado
Año
2020
ISBN
9788417902957
Categoría
Viajes

IV

ESCENARIOS VIENESES

LA ISLA DE LOS DESDICHADOS

UNA VISITA A STEINHOF
Ahí está, la ciudad ajardinada de los locos, refugio de los que fracasan ante la locura del mundo, albergue de los locos y profetas. Una lluvia de oro brilla sobre la gravilla blanca, los castaños han echado brotes que relucen solemnes, y el canto de las alondras graniza desde el cielo azul. Esta ciudad de rostro sonriente y corazón acongojado se acuesta pacíficamente en la primavera y el azul. Las casas tienen todas la misma construcción y se llaman «pabellones», tienen números romanos en el frontispicio y puertas cerradas. En torno a algunas hay plantado un jardín, y por él pasean, se sientan, caminan los habitantes de la casa. Es justo la hora en que los sacan a tomar el aire. Una mujer mantiene las manos extendidas en horizontal delante de sí, mientras camina arriba y abajo, incansable, inagotable, sin dejar de canturrear una canción monótona y melancólica. Al parecer, cree estar empujando un cochecito de niño. Un hombre está en cuclillas en el suelo y se esfuerza en vano en trazar claros círculos en la tierra aún dura. Otro mueve los puños, gira un puño hacia dentro, sostiene el otro en horizontal y sigue atentamente cada uno de sus propios movimientos. Pero en torno a otras casas reina el silencio, allí no hay ningún jardín. La casa de los locos furiosos, de los criminales graves y los compañeros de Breitwieser* es oscura y amenazante, tiene precavidas y firmes rejas de hierro por las que asoma de vez en cuando un rostro de mueca sonriente. La casa de los idiotas es oscura, la melancolía y la aflicción pesan en todo el ala. Pero por dentro es luminosa, tiene muchas puertas de cristal por las que el sol visita, compasivo, a sus hijos adoptivos. Vienen visitas. Mujeres, viejas, jóvenes, acongojadas, alegres, indiferentes y preocupadas. Todas llevan grandes bolsas, paquetes, dones de amor. Primero hay que ir al médico inspector, se les da un papel azul, van a la casa correspondiente y llaman. Un celador abre y coge el papel. Entonces llega el reencuentro. Algunos enfermos se alegran de la visita, algunos están perturbados, no quieren saber nada, los unos ríen, los otros lloran. Pero casi todos los que vi empezaban por registrar las bolsas, la mayoría se alegran más de lo que les han traído que de la visita.
HAMBRE
Sí, hambre. También aquí ha tenido entrada. Un paciente ya curado, que ahora se esfuerza en matar el aburrimiento escribiendo historias de enfermos, me cuenta que el hambre y la subalimentación provocan con frecuencia enfermedad mental, y que precisamente en los últimos tiempos llegan a menudo personas que se han convertido en locos furiosos a consecuencia del hambre. Los nervios tienen menos flujo sanguíneo, no están lo bastante «engrasados», y las ruedecitas de esta la más divina de las maquinarias entran en confusión. El uno sospecha que sus compañeros de casa le niegan la comida que le corresponde para comérsela ellos, se pone furioso, empieza a dar golpes. Otro pierde la capacidad de pensar, mira con tristeza delante de sí: está hambriento. Desde luego, eso tiene poco remedio en esta institución. Por la mañana un discutible «solo», a mediodía un caldo, verdura o nabos, por la noche otra vez nabos. Sólo en los últimos días la comida ha vuelto a mejorar un poco. Precisamente hoy hay carne. Consigo una carta, se la enseño a un paciente. Él niega con la cabeza: «¿Estevia? Sé que volverán a poner chucrut. ¡Y lo de la carne tampoco durará mucho!». Pero, incluso aunque durase, no todos los días es día de carne, hay cuatro clases, y a los pacientes de la cuarta clase les toca ración de hambre en vez de ración de carne. Su desgracia es en general la misma, su dieta no. Reproduzco aquí los menús:
MENÚ
Para el domingo, 12 de abril de 1919
Mediodía Cena
Clase III Sopa de cebada Gulasch
Carne de ternera Arroz con copos de avena
Chucrut
Clase IV Sopa de cebada Estevia
Gulasch
Chucrut
Militares Sopa de cebada Estevia
Carne de ternera
Chucrut
Personal de atención Sopa de cebada Gulasch
Carne de ternera Cebada
Chucrut
Personal de edificios Pasta troceada
Viena, 11 de abril de 1919
ENTREVISTAS
Me han hablado de algunos «casos» interesantes, y hago que me los presenten. ¿Estaría dispuesto a recibirme el señor doctor? Desde luego. Un hombre alto y rubio, bien afeitado, de rasgos expresivos, simpáticos ojos azules, me recibe. «Doctor Theodosius Regelrecht, candidato a abogado». Ha desechado su nombre, no quiere saber nada de su familia, se llama «Regelrecht» y con eso basta. Está escribiendo sus memorias, afirma haber vivido mucho, y es en cualquier caso un personaje.
—¿Pertenece usted al gremio de consumidores de papel?
Su primera pregunta es algo sorprendente, respondo con un «sí» a media voz.
—¿Así pues, tengo el dudoso honor—prosigue—de ver en usted una parte de esa humilde opinión a la que se da el nombre de «pública»? ¡Son ustedes una de esas «profesiones liberales», y debido a un fatal descuido de la Naturaleza, no pueden ser correctos, y por eso sólo son o muy buenos o muy malos! ¡Bien, haga sus preguntas!
—¿Qué opina usted de la situación política de Austria, doctor?
—Austria es un imperio sin emperador, pero no una República. El presidente, el canciller, o como se llame el que manda, se entregaría al más despiadado bolchevismo al precio de una corona. Todas las antiguas naciones austrohúngaras firmarían enseguida la paz y formarían una Confederación Danubiana si se les permitiese volver a participar en el desfile de un jubileo imperial. Todos los periódicos saludarían al fiscal del Estado—creo que se llamaba doctor Mager—con verdadero júbilo si se les permitiera volver a incluir el apartado «Noticias de la corte y de personal». Todos los telépatas y boxeadores se quedarían sin público si volviera a autorizarse a cualquier alteza pasar ante un hospital de guerra en Grinzing, y la nostalgia de los vieneses por la música de la corte es tan insuperable que por falta de ella celebran asambleas comunistas.
—¿Cree usted en el comunismo, doctor?
—Puede venir, pero, si viene, será un comunismo con un «corazón de oro». Incluso en Budapest se grita ¡Viva Kun! sólo porque ya no se puede gritar ¡Viva Károlyi!*
¿Cree usted en el retorno de la monarquía?
—¿Qué pregunta es ésa? Comunismo o monarquía…, ambos son austriacos, y ambos no. Por lo demás, ya me he entretenido bastante. Informe a ese manicomio llamado «mundo» para el que escribe de que yo, el doctor Theodosius Regelrecht, no tengo la menor intención de regresar a él. ¡Yo no estoy loco!
Con esto, me fui. Mi siguiente visita fue a un digno caballero de barba gris, que lleva una corona de papel de colores en la cabeza y se hace llamar el «último emperador». Al parecer también él lee los periódicos, porque grita una y otra vez: «¡A mí no me van a derrocar!». Su triste majestad es inaccesible, así que seguí mi camino.
En el pasillo, un hombrecillo enjuto y bajito corre hacia mí:
—El doctor Regelrecht me ha hablado de usted. Estoy listo, estoy a su disposición. He oído decir que la monarquía ha quedado disuelta, que el Consejo Imperial ha sido despedido, y que en la Asamblea Nacional un secretario de Estado ha pronunciado el discurso del trono en representación del emperador, al que ha enviado a Suiza con ese objeto. ¡Oh, es el fin del mundo!
—¿No es usted demasiado pesimista?
—¿Yo? ¡Al contrario! Tan sólo veo que el mundo se convierte a una nueva idea. Llevo años predicando: «El mundo está patas arriba». Por eso me declararon loco. ¡Pero ahora está patas arriba!
—¿Cómo vino usted a parar aquí?
—¡Oh, muy sencillo! Suscribí tranquilamente siete empréstitos de guerra. Pero cuando me pidieron que firmara un octavo, me dio un ataque de risa y grité: «¡El mundo está patas arriba!». Si me hubiera dado un ataque de vino, para lo que había más motivos, me habrían encerrado. Así que vine a parar aquí, y debido a mi trato durante meses con personas que tienen grandes y ricas ideas, y a las que por eso se llama «idiotas», tuve ocasión de profundizar en mi visión del mundo. Se lo aconsejo: ¡venga con nosotros! ¡Usted es escritor, no le costaría trabajo! Porque los médicos nunca creen que uno está en sus cabales. Se lo perdono: sus estudios y su trato con sus colegas justifican esa desconfianza. Pero venga con nosotros, funde un periódico. Yo me suscribiría de inmediato. ¡Será un semanario satírico, y usted no tendrá que escribir ni un solo chiste! ¡Limítese a imprimir los dictámenes psiquiátricos y los decretos de las autoridades! Y ahora, ¡adiós!…
DESPEDIDA
Sinceramente: me cuesta trabajo. Por la noche, la isla de los desdichados—¿o dichosos?—se envuelve en un vapor azulado. Sólo la cúpula de la espléndida iglesia construida por Otto Wagner sigue resplandeciendo. ¿Tendrá razón, el pequeño profesor? ¿Acaso no es el mundo una casa de locos? ¿No es práctico asegurarse a tiempo un huequito tranquilo en Steinhof? Quizá lo haga. Y… funde un periódico. Busco por esta vía colaboradores…
Der Neue Tag, 20-4-1919

LOS MUERTOS

DE LA PLAZA DE SAN ESTEBAN

¿Quién hubiera podido suponer que en esta agradable ciudad se podría caminar sobre cadáveres? A nada más que cincuenta centímetros bajo el entarimado hay mandíbulas, cráneos, vértebras. Encima, hay una parada para coches y fiacres. A cincuenta centímetros por debajo se pudren los huesos de los antepasados, arrib...

Índice

  1. Prefacio, por helmut peschina
  2. I. Primavera de café
  3. II. Síntomas vieneses
  4. III. tipos vieneses
  5. IV. Escenarios vieneses
  6. V. Viaje por el país de heanzen
  7. Glosario
  8. ©
  9. Notas