Andrés Bello y los orígenes de la Semiótica en América Latina
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Andrés Bello y los orígenes de la Semiótica en América Latina

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Andrés Bello y los orígenes de la Semiótica en América Latina

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Arturo Roig consideraba sustancial comprender al sujeto en su concreción histórica y, por tanto, pensaba que era no solo legítimo sino indispensable generar una Historia de las ideas de América Latina. Este historiar debía dar cuenta del desenvolvimiento del pensamiento en la región, así como deliberar sobre el sentido de su Filosofía.

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Información

II
El fundamento de posibilidad del universo de los signos
a) El alma como “signo-tipo”
Surge claramente de lo que nos dice Bello respecto de los signos -en particular pensamos en este momento, por ejemplo, en la palabra-, es decir que su fundamento de posibilidad se encuentra en la potencialidad de objetivación de la conciencia, dicho en otros términos, de hacer del “mundo” un “mundo objetivo”.
Ahora bien, esa capacidad o potencia tiene un punto de partida. Este se encuentra en la percepción intuitiva, es decir, inmediata, que el alma tiene de sí misma y de sus modificaciones.
En este acto originario del que nos habla Bello el alma se capta a sí misma, sin mediaciones, como simple, idéntica y una, que son por lo demás los atributos que la hacen conocerse a sí misma como un “yo”.
Es interesante notar que Bello trataba de separar todos estos planteamientos acerca de la sustancialidad del alma de sus inevitables connotaciones teológicas. Y así lo declara abiertamente a propósito de la “simplicidad”, al afirmar que el alma de los brutos gozaba, según él entendía, de una cualidad semejante, aun a pesar de que para ellos no se podía hablar de inmortalidad (p. 220 y ss.). Pareciera en este caso más bien recostarse sobre la tradición neocartesiana impuesta por los eclécticos en su época, quienes habían mantenido -por lo menos algunos y entre ellos el propio Bello- residuos de la vieja idea de Descartes del cuerpo entendido como una máquina (cfr. p. 53, 57, etc.), en manifiesta contradicción con la tesis ya mencionada del “alma de los brutos”.
De todos modos la posición de Andrés Bello respecto de la naturaleza sustancial del alma y de sus atributos, no es cuestión que nos interese aquí. Sí nos resulta, en cambio, importante para el tema que nos hemos propuesto investigar que si la objetivación es posible se debe a que el alma se sirve de sí misma como una forma muy particular de “signo”, al que también denomina “tipo”. Todas las demás formas de “percepción”, que no sean las que el alma tiene de sí misma, suponen ese “tipo” o modelo en el que se dan primariamente para cada uno de nosotros las categorías de simplicidad-complejidad, identidad-alteridad y unidad-multiplicidad.
Es importante observar, como lo ha notado García Bacca, que esas categorías no son “deducidas”. No hay lo que se podría llamar una “deducción trascendental de las categorías”, ni algo parecido, sino que ellas surgen del acto mismo del autoconocimiento inmediato que el alma tiene de sí misma. No se trata de categorías que se usan para organizar una experiencia, sino de una experiencia de las categorías en el lugar mismo en el que se nos muestran, antes de toda otra experiencia posible.
Pues bien, este “tipo” que es el alma en el sentido de modelo categorial, es el fundamento de posibilidad de todo signo. Y, más aún, ella misma se sirve de sí como “signo” para poder establecer la realidad de toda significación: “... la conciencia es la que da el tipo primitivo de las relaciones de identidad, continuidad y unidad; tipo de que después nos servimos como de un signo, para representamos todo lo que llamamos idéntico, continuo, uno” (p. 32). En toda “percepción sensitiva” interviene, afirma Bello, una “percepción intuitiva”, que es justamente esta del alma como “tipo” o “modelo”, y a la vez como “signo” que se hace de sí misma (p. 16). De esta manera, el alma, con este acto originario, es el presupuesto de todo universo semiótico.
Luego veremos cómo esa misma alma, en el acto segundo de la “percepción sensitiva” recepta la función significante de la naturaleza y se convierte de este modo en el lugar de confluencia de la totalidad de los signos posibles.
El alma funciona, en la medida en que actúa como ciencia (p. 9), como el modelo fundamental que reúne los caracteres esenciales que se pueden predicar de todas las demás sustancias, entendidas -lo mismo que el alma, muy clásicamente- como una relación entre un sujeto y unos atributos. “Propiamente -dice Bello- no percibimos otra sustancia que la del yo individual, y esta nos sirve de tipo para representarnos lo que por una instintiva e irresistible analogía atribuimos a los otros seres inteligentes y sensibles” (p. 219) y, por supuesto, también a las sustancias no inteligentes.
Esa intuición, o acto perceptivo inmediato del alma en cuanto conciencia, no solo hace posible una ciencia del alma, sino, antes que esto, hace posible el lenguaje mismo, es decir, hace posible los signos del lenguaje. “Que el alma tiene la facultad de percibir lo que pasa en ella, es una cosa tan obvia, que parece imposible que se haya puesto alguna vez en duda. Sin esta dificultad ¿cómo habría jamás existido la Psicología, la ciencia del alma? Pero no solo esta ciencia, ninguna otra, el lenguaje mismo, no hubiera podido existir” (p. 27).
El fundamento de posibilidad de todo signo radica, pues, en esa capacidad que el alma tiene de desdoblarse, de “presencia” en “re-presentación” de sí misma.
Digamos, de paso, que esta fundamentación entre fenomenológica y metafísica del signo, no solo es en Bello el principio de una Semiótica, sino que es, además, la fundamentación, a nivel social, de las formas representativas de estructura política. El rechazo de posiciones de tipo rousseauniano es por demás evidente.
Posee, pues, el alma una potencialidad de objetivación, es decir, de proyección de una intuición íntima (subjetiva) que le permite, mediante una analogía, conocer las cosas, pero -y esto es lo que nos interesa- significándolas.
Significarlas quiere decir, en este caso, que crea para las cosas un signo, que ciertas percepciones -las que se apoyan en las intuitivas- son re-presentaciones de las cosas, hecho posible a partir de aquel primer momento no-representativo, de sí misma: “La significación que da el alma a las sensaciones, haciéndolas representativas de lo que no es ella; la conversión de lo subjetivo en objetivo, es una de las claves principales de la teoría del conocimiento (...)” (p. 24).
La función de simbolización o de elaborar signos, es, pues, la “clave” misma del conocimiento, y, por supuesto, del lenguaje o de los lenguajes en general, en cuanto que es con signos que hacemos, para nosotros, objetivo el mundo.
Por otra parte, si el signo es la vía de objetivaciones, ello se debe a la función referencial que implica todo signo. “La referencia es lo que convierte -dice Bello- lo subjetivo en objetivo; es el puente sobre el abismo que media entre la conciencia y el universo externo (...)” (p. 38). Esta función referencial, aun cuando en algún momento la defina diciendo que es un acto judicativo (pp. 65-66), no se reduce a una cuestión de lógica. Puede ser entendida como una afirmación o una negación, que habrá de expresarse como juicios, pero es necesario pensar que antes de ellos hay algo, la realidad misma que es la que Bello señala con las expresiones de “referencia objetiva”, “significado objetivo”, etc., y nosotros con nuestras exigencias de tender “el puente sobre el abismo”.
Toda esta línea de meditación de lo que hemos denominado en un comienzo como el fundamento de posibilidad del universo de los signos se juega en lo que podríamos considerar como un doble movimiento del alma. Podríamos decir, para tratar de entender lo que nos dice Bello, que el punto de partida debe estar dado en un acto intuitivo originario, porque simplemente el alma en cuanto conciencia no puede marchar “hacia atrás”. O, dicho de otra manera, más atrás de ella no podríamos ir, pues, nos hundiríamos en el proceso infinito de “representación” de la “representación”. Ha de haber necesariamente, por lo menos así lo exige esta lógica, un comienzo no representativo, sino presentativo o intuitivo.
Pero si no podemos regresar “hacía atrás” en ese proceso infinito de representaciones de representaciones, para “adelante” la conciencia -que es primariamente objeto de sí misma por un acto intuitivo simple y directo- a pesar de ello se hace de sí misma signo de todo signo posible. Tal es lo que nos quiere decir cuando afirma que la conciencia es un tipo que funciona como signo. No es propiamente “signo” pero, en esa marcha “hacia adelante” o hacia la “exterioridad”, se sirve de sí misma como “signo”. En este momento, la conciencia es representación de sí misma, único modo como puede luego, por analogía, comparar su propia sustancia y sus atributos, con las demás sustancias y sus atributos. Volcada la conciencia “hacia afuera”, proyecta sobre los entes aquellas categorías fundamentales, que son puestas en ejercicio colocando entre ellas y los entes su propio tipo que funciona como representación o signo.
A esto es lo que hemos llamado nosotros “signo-tipo”, dentro de las diversas clases de signos de los que nos habla Bello y que, lógicamente, no pretende ser una referencia al concepto de “signo-tipo” tal como fue usado por Pierce y sus continuadores, aun cuando tal vez se podría encontrar alguna semejanza.
El concepto de “tipo” o “modelo” tiene claramente en Bello un origen metafísico y teológico. Así, nos dice que “la inteligencia suprema no solo es el principio del orden, sino el tipo de la perfección del orden” (p. l64). En cuanto a las sustancias creadas, el alma ejerce un papel equivalente: “Propiamente no percibimos otra sustancia que la del yo individual, y este nos sirve de tipo para representarnos por una instintiva e irresistible analogía, atribuimos a los otros seres (...)” (p. 219).
Es necesario dejar bien claro que la posible relación conceptual que podamos ver entre los planteamientos de Bello y la distinción entre un signo -considerado en sí mismo haciendo abstracción de su uso (signo-tipo)- y ese mismo signo estudiado en los diversos usos que se hacen de él (signo-ocurrencia), tal como fue establecida por Pierce, puede llevar a lamentables confusiones. Los planteamientos del sabio inglés fueron hechos desde lo que podría considerarse una estricta ciencia del signo, mientras que los del sabio latinoamericano implican relaciones entre dos modos tender el signo, pero desde un plano que, como ya hemos dicho, es a la vez fenomenológico y metafísico.
Podríamos, pues, decir que la conciencia se capta como “presencia” (y este es uno de los caracteres básicos del logocentrismo), pero se abre al mundo como “representación”, en este caso, como representación de sí misma en el de estructura categorial básica.
Y así, en el seno mismo de la “presencia”, se da la primera manifestación de una forma “representativa”.
b. Los planos de constitución del “signo” y sus dos definiciones
1. La “representación” en el plano mental
A partir de este primer signo, el del “signo-tipo”, se organizan en Bello los que podríamos considerar como “planos de constitución del universo de los signos”. Estos suponen, como hemos dicho, un proceso de exteriorización de la conciencia u objetivación. Es la conciencia vista o considerada en lo que podríamos llamar, metafóricamente, su inevitable y necesaria “marcha hacia afuera”.
En Bello se dan los lineamientos generales de lo que bien puede ser entendido como una fenomenología de ese proceso. La marcha supone dos momentos principales que implican dos tipos de formas representativas y por tanto dos definiciones de “signo”.
En primer lugar, tenemos el “plano de la representación mental”, o sea el de todos los signos que podríamos catalogar como sensorio-mentales. En este momento “signo” es simplemente “lo que está en el lugar de”, vale decir, signo es sinónimo puramente de re-presen...

Índice

  1. Nota a la presente edición
  2. Prólogo a la segunda edición
  3. I
  4. II
  5. III
  6. IV
  7. V
  8. VI