Tercera parte:
Y a la plata, al poder y al amor, también les llega su final
21. Tal vez sea un poco peligrosa, pero indudablemente, es atractiva.
Linda Goodman. Los signos del zodiaco y su carácter.
Secuencia 21
INT. / APARTAMENTO DE MARINA / MAÑANA
A Marina la despertó un mensaje de texto de Gulotta, en el que la citaba en el Jardín Botánico de Medellín a las 9:00 a.m. Eran las 7:00 a.m., así que apenas tenía tiempo para arreglarse y comer algo antes de salir para la cita. Junto con el mensaje de Gulotta, Marina encontró 5 llamadas perdidas de Romo y 1 de Otálvaro. Había decidido ignorarlas todas porque no sabía cómo las iba a responder. Podían esperar un poco.
Al salir de su habitación, vio que su mamá ya había calentado los tamales que compró en medio de su fallida persecución.
—Eso será lo único bueno que me quedó de la pérdida de tiempo de ayer. Ma’, servíme uno con chocolatico.
Desde la mesa del comedor, Marina observó que los tres computadores de su hijo estaban encendidos. En ellos, pudo reconocer diferentes imágenes de Ana María y entendió que la parte de que su hijo era un hacker, lejos de haber sido una pesadilla, era una perturbadora verdad, y al parecer su inocente criaturita treintañera era todo un experto en las artes de invadir la vida privada de las personas.
Magnum Alberto se veía inusualmente motivado esa mañana y muy entusiasmado, comenzó a contarle a Marina lo que había encontrado.
—Ma’, anoche, como llegaste tan aplanchada, no te mostré todo esto. Mirá, lo primero es que el apartamento de la dirección que te pasó Loaiza y pa’ donde creemos que iba Ana con el man del Audi, pertenece, o mejor dicho, estaba a nombre del finado Plata.
—¿Sí? ¡Ve, qué tan raro! ¿Será donde vive el Pepe? Y a todas estas, la vieja esa, ¿por qué iba para allá si Pepe no está en la ciudad?
Betico respondió automatizado:
—Seguro a remojarle la matica al del Audi.
—¡Magnum Alberto!, dejá esas guachadas y respetá a tu abuela— lo regañó Marina, aunque de nada sirvió, porque doña Leíto estaba riendo a carcajadas gracias al apunte de su nieto.
—Ustedes dos no tienen remedio. Más tarde le trato de preguntar a Romo si sabe algo de ese apartamento a ver qué sacamos de eso. Y esas fotos que veo en tus pantallas, ¿qué son?
—¡Ah, sí! Esto es lo más emocionante. ¿Te acordás de la imagen que te mostré hace dos noches?
—Yo creía que lo había soñado. Pero sí, me acuerdo de algo.
—¡Pues, tenías razón sobre esa vieja! Te presento a María Antonia Sanz, alias Miriam Adriana Sandoval, alias Ana María Sánchez. Y quién sabe cuántas más identidades tiene.
Marina no lograba comprender. Las fotos que su hijo le estaba mostrando eran todas de una joven –muy joven– mujer, que a diferencia del pelo, maquillaje y estilo de vestir se veía muy parecida, por no decir igual, a la Ana María que ella conocía.
—Magnum Alberto, ¿de dónde te sacaste todo eso?
Marina nunca había visto a su hijo tan contento y lleno de energía. Sus ojos brillaban de excitación cuando comenzó a contarle todo su proceso investigativo.
—Ayer, con los datos que me pasaste de Loaiza, pude completar una información que me faltaba, y anoche mientras dormías, seguí el rastro de la foto que encontré en la carpeta de doble encriptación.
—Vení, ¿estamos seguros de que es ella?
INSERTO - FOTOGRAFÍA MARÍA ANTONIA SANZ
Por ser una imagen digitalizada de la versión en papel de un periódico desgastado, la resolución no era la mejor, y al tratar de ampliarla, lo único que se veía eran unos puntos gigantes que distorsionaban los rostros de los personajes allí retratados. Sin embargo, en su tamaño original, sí podía distinguirse en la foto a una mujer joven, de cabello rubio, sedoso y largo, vestida con un traje de dos piezas de color claro, que sosteniendo un ramo de azucenas con una mano, abrazaba fuertemente a un apuesto joven mientras miraba de frente el lente de la cámara. La expresión de la joven mujer era definitivamente la de Ana María.
FIN DEL INSERTO
Marina trató de encontrar una explicación racional a la foto que no le cuadraba ni en tiempo ni espacio.
—¿Será una familiar de ella y por eso guardó la foto? O de pronto, alguien que vio que eran muy parecidas se la envió. ¿Será un montaje de esos que te gusta hacer a vos? Esos donde ponés la cara de tu abuela y la mía en los cuerpos de esas actrices de Hollywood.
Magnum Alberto seguía sonriendo, con una picardía que solo tienen los que saben algo más, pero que quieren ver hasta dónde llega el otro antes de soltarle toda la información.
—Yo también pensé todo eso, pero rastreando más, encontré que esa foto precisamente fue sacada de las noticias de sociales de un medio local de Barranquilla y tiene fecha de hace cinco años.
—Pero, ¿cómo? En la foto no dice nada de eso.
—Eso no es lo importante. Buscando más, encontré una columna de chismes donde me enteré de que María Antonia Sanz, retratada en esta foto, se había casado con el hijo de un prestante empresario barranquillero, justo pocos días después de la muerte del papá del man. El chisme se concentraba en que el joven heredero prefirió dejar todos sus negocios en manos de las juntas directivas e irse a vivir con su joven y hermosa esposa al extranjero. Desde entonces no se ha vuelto a saber nada de ninguno de los dos.
Marina de inmediato relacionó la similitud de la historia del matrimonio costeño con lo que estaba pasando con Pepe Plata y Ana María, pero le parecía demasiado traído de los cabellos. Magnum Alberto, al ver la expresión de incredulidad de su madre, le soltó la siguiente bomba.
—Y antes de que digás que solo es casualidad, te presento a Miriam Adriana Sandoval.
INSERTO - FOTOGRAFÍA MIRIAM ADRIANA SANDOVAL
En otra de las pantallas de Magnum Alberto había una foto perturbadoramente similar a la anterior, excepto que en esta, la joven mujer lucía un corte de cabello corto y rojizo, vestido largo, más en un estilo hippie, y un ramo de margaritas. La foto tenía fecha de hace diez años y había sido tomada en Norte de Santander. En ella, igual que en la anterior, la joven mujer abrazaba a un hombre apuesto y miraba directamente al lente de la cámara con una expresión que logró estremecer a Marina.
FIN DEL INSERTO
Marina no sabía si estaba más sorprendida por lo que había visto en las fotos y lo que eso podía significar o por cómo su hijo había conseguido encontrar toda esta información en tan pocas horas.
—¿De dónde te sacaste esta otra foto?
—Simplemente corrí un algoritmo de reconocimiento facial partiendo de una foto de Ana María y de la otra que encontré en la carpeta de doble encriptación. Después de unos treinta minutos, la búsqueda me arrojó esta foto. No fue fácil porque la foto es más vieja y tiene todavía peor resolución que la anterior.
—Yo… no sé qué decir…
Doña Leíto ya había escuchado la historia de Magnum Alberto y decidió intervenir.
—Marinita, antes de que digás que es una bruja, déjame decirte que no hay hechizo que le permita a una verse así de joven eternamente. Si lo hubiera, yo ya me lo habría hecho. La vieja esa simplemente es una come años.
—Y aparentemente una come maridos – la interrumpió Marina, quien ya estaba totalmente involucrada y convencida de la historia.
—¿Dice algo de la segunda foto? ¿Dice quién es el marido?
—Otro huérfano de empresario— respondieron al unísono doña Leonor y Magnum Alberto.
Betico leyó un cortísimo pie de página:
Miriam Adriana Sandoval llegó a la vida de Manuelito Franco como un soplo de brisa fresca. La sencillísima y privada ceremonia se celebró unas semanas después del fallecimiento de don Manuel —padre— un prestante representante de la industria del calzado de Santander.
Al finalizar la lectura del pie de página, Betico completó:
—No pude encontrar ninguna noticia posterior, ni redes sociales, ni huella digital de ninguno de los involucrados en Santander ni en Barranquilla. La empresa fue vendida poco después, pero se le atribuyó a la crisis fronteriza con Venezuela.
Doña Leonor y Magnum Alberto se quedaron mirando a Marina, esperando a que les diera instrucciones sobre cómo iban a continuar con la investigación. Ninguno de los tres podía regresar a sus vidas normales habiendo conocido esta información. Marina les respondió a sus nuevos socios:
—Todavía no sabemos si la zunga esa mató o no al doctor Plata o fue tan de malas que quedó enredada en todo el escándalo con don Diego, pero al que sí tenemos que salvar ahora es al pendejo de Pepe, antes de que lo desaparezcan como a los otros dos maridos jóvenes.
—¿Y ese, nada que aparece? Me refiero a Pepe— preguntó doña Leonor, mientras le servía otro de los tamales a Betico.
—Nada. Voy a tener que llamar a Romo a preguntarle por él y por el apartamento.
—¡Mija! No le ocultés más al negrazo todo lo que está pasando. No te lo va a perdonar.
—Mamá, déjame que yo sabré cuándo es el mejor momento para comentarle todo esto. Betico, te pregunto algo. Con el número de celular que te di de Ana María, ¿vos no podés instalarle ese rastreador que me pusiste a mí o leerle los mensajes en Whatsapp, o algo?
Magnum Alberto se atragantó con el tamal por la sorpresa que le causó la solicitud de su mamá.
—¡Uy, madre! Eso son ligas mayores, pero de que se puede hacer, se puede.
—Hágale, papito, pero no me cuente cómo. Así, cuando me llamen a declarar, puedo con sinceridad desmentir que sabía lo que usted estaba haciendo.
—¡Marina!, no decretés cosas malas… todo va a salir bien y a nadie van a llamar a declarar— dijo doña Leonor mientras comía el último bocado de su tamal. Luego, agregó:
—Pues, a esa zorra de múltiple personalidad, sí, pero a nosotros, no.
—Yo voy ya a encontrarme con la Gulotta.
—¿La moza de Cepeda?— preguntó Magnum Alberto, inocente de la conversación que su madre y abuela habían tenido sobre el mismo tema el día anterior.
—La jefa de Sofía – respondió Marina, sin seguirle el chisme a Betico.
—¡Ay, vení! Dame el teléfono de la Mona que necesito que me haga “un cruce”91.
Marina miró con desconfianza a su hijo. ¿Para qué iba a ne...