Obreros evangélicos
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Obreros evangélicos

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Obreros evangélicos

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Índice
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Información del libro

En todo período de la historia de esta Tierra, Dios tuvo hombres a quienes podía usar como instrumentos oportunos. En toda era hubo seres piadosos que recogieron los rayos de luz que fulguraban en su senda y hablaron a la gente las palabras de Dios; todos fueron ministros de justicia. No fueron infalibles; eran hombres y mujeres débiles, sujetos a yerro; pero el Señor obró por su medio a medida que se entregaban a su servicio. Para quienes vivimos en esta etapa final del quehacer humano, este libro será una obra llena de consejos sabios e instrucciones muy apreciadas por todos los relacionados con el movimiento de esparcir la verdad salvadora y dar a conocer al Dios eterno.

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Información

Año
2020
ISBN
9789877981520

Sección VI: El subpastor

“Apacentad la grey de Dios... teniendo cuidado de ella” (1 Ped. 5:2, RV 1909).

Capítulo 36

El buen Pastor

Cristo, el gran ejemplo para todos los pastores, se compara a un pastor. Él declara: “Yo soy el buen pastor; el buen pastor su vida da por las ovejas” “Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas, y las mías me conocen. Como el Padre me conoce, y yo conozco al Padre; y pongo mi vida por las ovejas” (Juan 10:11, 14, 15).
Como un pastor terreno conoce sus ovejas, así conoce el Pastor divino su grey que está dispersa por todo el mundo. “Vosotras, ovejas mías, ovejas de mi pasto, hombres sois, y yo vuestro Dios, dice el Señor Jehová” (Eze. 34:31).
En la parábola de la oveja perdida, el pastor sale en busca de una oveja: el menor número que podía mencionarse. Al descubrir que falta una oveja, no mira con negligencia el rebaño que está albergado en seguridad, ni dice: Tengo noventa y nueve, y me costaría demasiada molestia salir en busca de la extraviada. Vuelva ella, y le abriré la puerta del redil y la dejaré entrar. No; apenas se extravía la oveja, el pastor se llena de pesar y ansiedad. Dejando las noventa y nueve en el redil, sale en busca de la que se perdió. Por oscura y tempestuosa que sea la noche, por peligroso e incierto que sea el camino, por larga y tediosa que sea la búsqueda, no se desalienta hasta encontrar la oveja perdida.
¡Con qué alivio oye a lo lejos su primer débil balido! Siguiendo el sonido, trepa a las alturas más escarpadas; llega a la misma orilla del precipicio a riesgo de perder la vida. Así sigue buscando, mientras que el balido, cada vez más débil, le indica que su oveja está por morir.
Y cuando encuentra la extraviada, ¿le ordena que le siga? ¿La amenaza o castiga, o la arrea delante de sí, al recordar la molestia y ansiedad que sufrió por ella? No; pone la exhausta oveja sobre sus hombros, y con alegre gratitud porque su búsqueda no fue vana, vuelve al aprisco. Su gratitud encuentra expresión en cantos de regocijo. “Y viniendo a casa, junta a los amigos y a los vecinos, diciéndoles: Dadme el parabién, porque he hallado mi oveja que se había perdido” (Luc. 15:6).
Así también cuando el buen Pastor encuentra al pecador perdido, el cielo y la tierra se unen para regocijarse y dar gracias. Porque “habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente, que de noventa y nueve justos, que no necesitan arrepentimiento” (vers. 7).
El gran Pastor tiene subpastores, a quienes delega el cuidado de sus ovejas y corderos. La primera obra que Cristo confió a Pedro, al restaurarlo en el ministerio, fue la de apacentar sus corderos (ver Juan 21:15). Esta era una obra en la cual Pedro tenía poca experiencia. Iba a requerir gran cuidado y ternura, mucha paciencia y perseverancia. Lo llamaba a ministrar a los niños y jóvenes, y a los que fuesen nuevos en la fe, a enseñar a los ignorantes, abrirles las Escrituras y educarlos para ser útiles en el servicio de Cristo. Hasta entonces Pedro no había sido idóneo para hacer esto, ni siquiera para comprender su importancia.
Era significativa la pregunta que Cristo dirigió a Pedro. Mencionó una sola condición del discipulado y servicio. Le preguntó: “¿Me amas?” Esta es la calificación esencial. Aunque Pedro poseyese todas las demás, sin el amor de Cristo no podía ser un fiel pastor de la grey del Señor. El saber, la benevolencia, la elocuencia, la gratitud y el celo son de ayuda en la buena obra; pero sin el amor de Jesús en el corazón, la obra del ministro cristiano resultará en fracaso.
Pedro recordó durante toda su vida la lección que Cristo le enseñó a orillas del mar de Galilea. Dijo, escribiendo a las iglesias, inspirado por el Espíritu Santo:
“Ruego a los ancianos que están entre vosotros, yo anciano también con ellos, y testigo de las aflicciones de Cristo, que soy también participante de la gloria que ha de ser revelada: Apacentad la grey de Dios que está entre vosotros, teniendo cuidado de ella, no por fuerza, sino voluntariamente; no por ganancia deshonesta, sino de un ánimo pronto; y no como teniendo señorío sobre las heredades del Señor, sino siendo dechados de la grey. Y cuando apareciere el Príncipe de los pastores, vosotros recibiréis la corona incorruptible de gloria” (1 Ped. 5:1-4).
La oveja extraviada del redil es la más inerme de las criaturas. Hay que buscarla; pues no puede encontrar por sí misma el camino para volver. Así es con el alma que se ha alejado de Dios; es tan impotente como la oveja perdida; y a menos que el amor divino acuda en su socorro, nunca podrá encontrar el camino hacia Dios. Por tanto, ¡con qué compasión, pena y perseverancia debe el subpastor buscar a las ovejas perdidas! ¡Cuán voluntariamente debe soportar renunciaciones, penurias y privaciones!
Se necesitan pastores que, bajo la dirección del Príncipe de los pastores, busquen a los perdidos y extraviados. Esto significa soportar molestias físicas y sacrificar la comodidad. Significa una tierna solicitud para con los que yerran, una compasión y tolerancia divinas. Significa tener un oído que pueda escuchar con simpatía lamentables relatos de yerros, degradación, desesperación y miseria.
El espíritu del verdadero pastor consiste en el olvido de sí mismo. Él pierde de vista el yo a fin de hacer las obras de Dios. Por la predicación de la palabra y por el ministerio personal en los hogares de la gente, aprende a conocer sus necesidades, sus tristezas, sus pruebas; y, cooperando con Cristo, el gran Aliviador de las cargas de los hombres, comparte sus aflicciones, consuela sus angustias, alivia el hambre de su alma y gana sus corazones para Dios. En esta obra el pastor es ayudado por los ángeles celestiales, y recibe instrucción e ilustración en la verdad que hace sabio para salvación.
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En nuestra obra, el esfuerzo individual logrará mucho más de lo que se puede estimar. Es por falta de él por lo que las almas perecen. Un alma es de valor infinito; el Calvario nos dice su precio. Un alma ganada para Cristo contribuirá a ganar a otras, y la cosecha de bendición y salvación irá siempre en aumento.

Capítulo 37

Ministerio personal

En la obra de muchos ministros hay demasiados sermones y demasiado poco trabajo personal, de corazón a corazón. Hay necesidad de más labor personal por las almas. Con una simpatía como la de Cristo, el pastor debe acercarse a los hombres individualmente, y tratar de despertar su interés por las grandes cosas de la vida eterna. Sus corazones pueden ser tan duros como el camino trillado, y aparentemente puede ser inútil el esfuerzo de presentarles el Salvador; pero aunque la lógica no los conmueva, ni pueda convencerlos, el amor de Cristo, revelado en el ministerio personal, puede ablandar el terreno pedregoso del corazón, de modo que puedan arraigarse en él las semillas de verdad.
El ministerio significa mucho más que hacer sermones; significa ferviente labor personal. La iglesia terrenal está compuesta de hombres y mujeres que yerran, que necesitan labor paciente y esmerada, para ser preparados y disciplinados para trabajar de una manera aceptable en esta vida, y ser en la venidera coronados de gloria e inmortalidad. Se necesitan pastores, pastores fieles, que no adulen al pueblo de Dios ni lo traten con dureza, sino que lo alimenten con el pan de vida; hombres que en su vida diaria sientan el poder transformador del Espíritu Santo, y que alberguen un fuerte y abnegado amor para con aquellos por quienes trabajan.
El subpastor tiene que obrar con tacto cuando es llamado a hacer frente al desvío, la amargura, la envidia y los celos que encuentre en la iglesia; y necesitará trabajar de acuerdo con el espíritu de Cristo para poner las cosas en orden. Se han de dar fieles amonestaciones, reprender pecados, enderezar agravios, tanto mediante la obra del ministro en el púlpito como por su trabajo personal. El corazón díscolo puede irritarse por el mensaje, y juzgar mal y criticar al siervo de Dios. Recuerde éste que “la sabiduría que es de lo alto, primeramente es pura, después pacífica, modesta, benigna, llena de misericordia y de buenos frutos, no juzgadora, no fingida. Y el fruto de justicia se siembra en paz para aquellos que hacen paz” (Sant. 3:17, 18).
La obra del ministro del evangelio consiste en “aclarar a todos cuál sea la dispensación del misterio escondido desde los siglos en Dios” (Efe. 3:9). Si el que entra en esta obra elige la parte donde menos tenga que sacrificarse, contentándose con la predicación, y dejando a otro la obra del ministerio personal, sus labores no serán aceptables a Dios. Hay almas por quienes Cristo murió que perecen por falta de obra personal bien dirigida; y erró su vocación aquel que, habiendo entrado en el ministerio, no está dispuesto a hacer la obra personal que exige el cuidado del rebaño.
El pastor debe instar a tiempo y fuera de tiempo, y estar listo para ver y aprovechar toda oportunidad de promover la obra de Dios. “Instar a tiempo” significa estar alerta para ver los privilegios que ofrece la casa y hora de culto, y las ocasiones en que los hombres hablan de temas religiosos. E “instar fuera de tiempo” consiste en estar listo cuando uno se halla en el hogar, el campo, a orillas del camino, la plaza para dirigir la mente de los hombres, de manera adecuada, a los grandes temas de la Biblia con un espíritu tierno y ferviente que les haga sentir las demandas de Dios. Muchísimas ocasiones tales se desperdician porque los hombres están convencidos de que no son oportunas. Pero ¿quién sabe cuál habría sido el efecto de un sabio llamado a la conciencia? Escrito está: “Por la mañana siembra tu simiente, y a la tarde no dejes reposar tu mano: porque tú no sabes cuál es lo mejor, si esto o lo otro, o si ambas a dos cosas son buenas” (Ecl. 11:6). Quien siembra las semillas de verdad puede sentir pesar en su corazón, y a veces sus esfuerzos parecerán infructuosos. Pero si es fiel, verá el fruto de su labor, pues la Palabra de Dios dice: “Irá andando y llorando el que lleva la preciosa simiente; mas volverá a venir con regocijo, trayendo sus gavillas” (Sal. 126:6).

Visitando los hogares

Cuando un pastor presentó el mensaje evangélico desde el púlpito, su obra no hizo más que empezar. Le queda una obra personal que hacer. Debe visitar a la gente en sus hogares, hablando y orando con ella, con fervor y humildad. Hay familias que nunca serán alcanzadas por las verdades de la Palabra de Dios a menos que los dispensadores de su gracia entren en sus casas y les señalen el camino superior. Pero los corazones de aquellos que hacen esta obra deben latir al unísono con el corazón de Cristo.
Abarca mucho la orden: “Ve por los caminos y por los vallados, y fuérzalos a entrar, para que se llene mi casa” (Luc. 14:23). Enseñen los pastores la verdad en las familias acercándose a aquellos por quienes trabajan; y al cooperar ellos así con Dios, él los revestirá de poder espiritual. Cristo los guiará en su obra, dándoles palabras que penetren hondamente en los corazones de los oyentes.
Es privilegio de todo pastor poder decir con Pablo: “No he rehuido de anunciaros todo el consejo de Dios”. “Nada que fuese útil he rehuido de anunciaros y enseñaros, públicamente y por las casas... arrepentimiento para con Dios, y la fe en nuestro Señor Jesucristo” (Hech. 20:27, 20, 21).
Nuestro Salvador iba de casa en casa, sanando a los enfermos, consolando a los que lloraban, calmando a los afligidos, hablando palabras de paz a los desconsolados. Tomaba los niños en sus brazos, los bendecía y decía palabras de esperanza y consuelo a las cansadas madres. Con inagotable ternura y amabilidad, él encaraba toda forma de desgracia y aflicción humanas. No trabajaba para sí, sino para los demás. Era siervo de todos. Era su comida y bebida dar esperanza y fuerza a todos aquellos con quienes se relacionaba. Y al escuchar los hombres y las mujeres las verdades que salían de sus labios, tan diferentes de las tradiciones y dogmas enseñados por los rabinos, la esperanza brotaba en sus corazones. En su enseñanza había un fervor que hacía penetrar sus palabras en el corazón con poder convincente.
A mis hermanos en el ministerio, quiero decir: Alléguense a la gente dondequiera que se halle, por medio de la obra personal. Relaciónense con ella. Esta obra no puede verificarse por apoderado. El dinero prestado o dado no puede hacerla, como tampoco los sermones predicados desde el púlpito. La enseñanza de las Escrituras en las familias es la obra del evangelista, y ha de ir unida a la predicación. Si se llega a omitir, la predicación fracasará en extenso grado.
Los que buscan la verdad necesitan oír palabras en sazón; porque Satanás les habla por sus tentaciones. Si se sienten repelidos al tratar de ayudar a las almas, no hagan caso. Si parece resultar poco bien de su obra, no se desalienten. Sigan trabajando; sean discretos; sepan cuándo hablar, y cuándo callar; velen por las almas como quienes han de dar cuenta; y vigilen las trampas de Satanás, para que no sean apartados del deber. No permitan que las dificultades los descorazonen o intimiden. Con fuerte fe, con propósito intrépido, arrostren y venzan estas dificultades. Siembren la semilla con fe y con mano generosa.
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Mucho depende de la manera en que traten a aquellos a quienes visitan. Al saludar a una persona, pueden estrecharle la mano de tal manera que ganen su confianza en seguida, o de una manera tan fría que ella piense que les es indiferente.
No debemos obrar como si fuese condescendencia de nuestra parte entrar en contacto con los pobres. A la vista de Dios, son tan preciosos como nosotros, y debemos obrar considerándolos de esta manera. Nuestro traje debe ser sencillo y modesto, de modo que cuando visitemos a los pobres, no se sientan molestos por el contraste que haya entre nuestro aspecto y el suyo. A menudo es muy limitado el gozo que reciben los pobres, y ¿por qué no habrían los obreros de Dios de llevar rayos de luz a sus hogares? Necesitamos poseer la tierna simpatía de Jesús; entonces podremos ganar corazones.

Capítulo 38

Obra del pastor

Un verdadero pastor tendrá interés en todo lo que se relacione con el bienestar del rebaño, y lo apacentará, guiará y defenderá. Se conducirá con gran sabiduría y manifestará tierna consideración para con todos, especialmente para con los tentados, afligidos y abatidos. “Como el Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos” (Mat. 20:28). “De cierto, de cierto os digo: El siervo no es mayor que su señor, ni el apóstol es mayor que el que le envió” (Juan 13:16). Cristo “se anonadó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres” (Fil. 2:7). “Así que, los que somos más firmes debemos sobrellevar las flaquezas de los flacos, y no agradarnos a nosotros mismos. Cada uno de nosotros agrade a su prójimo en bien, a edificación. Porque Cristo no se agradó a sí mismo; antes bien, como está escrito: Los vituperios de los que te vituperan, cayeron sobre mí” (Rom. 15:1-3).
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Más de un obrero fracasa en su obra porque no se acerca a aquellos que más necesitan su ayuda. Con la Biblia en la mano, debe tratar, de una manera cortés, de aprender las objeciones que existen en la mente de aquellos que empiezan a preguntar: “¿Qué cosa es verdad?” Con cuidado y ternura debe guiarlos y educarlos, como alumnos en una escuela. Muchos deben de-saprender teorías que durante mucho tiempo creyeron eran la verdad. A medida que se convencen de que estuvieron en error acerca de los temas bíblicos, caen en perplejidad y duda. Necesitan la más tierna simpatía y la ayuda más juiciosa; deben ser instruidos con cuidado, y hay que orar por ellos y con ellos, y velar sobre ellos y guardarlos con la solicitud más amable.
Es un gran privilegio colaborar con Cristo en la salvación de las almas. Con esfuerzos pacientes y abnegados, el Salvador trataba de alcanzar al hombre en su condición caída y rescatarlo de las consecuencias del pecado. Sus discípulos, quienes enseñarán su Palabra, deben imitar a fondo a su gran Modelo.
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En los campos nuevos, se necesita mucha oración y sabia labor. Se necesitan, no meramente hombres que puedan hacer sermones, sino personas que tengan un conocimiento experimental del misterio de la piedad, y que puedan suplir las necesidades urgentes de la gente, personas que se den cuenta de la importancia de su posición como siervos de Jesús, y que tomen alegremente sobre sí la cruz que él les enseñó a llevar.
Es de suma importancia que un pastor tenga trato frecuente con sus feligreses, y así llegue a conocer las diferentes fases de la naturaleza humana. Debe estudiar los modos de obrar de la mente, a fin de poder adaptar sus enseñanzas al intelecto de sus oyentes. Así aprenderá a ejercer esa gran caridad que poseen únicamente aquellos que estudian detenidamente la naturaleza y las necesidades del hombre.

Capítulo 39

Estudios bíblicos con las familias

El plan de celebrar estudios bíblicos es una idea de origen celestial. Muchos son los hombres...

Índice

  1. Tapa
  2. Aclaraciones
  3. Prefacio
  4. Sección I: Llamados a una vocación santa
  5. Sección II: Ministros de justicia
  6. Sección III: Preparación necesaria
  7. Sección IV: Calificaciones
  8. Sección V: El ministro en el púlpito
  9. Sección VI: El subpastor
  10. Sección VII: Ayudas en la obra evangélica
  11. Sección VIII: Peligros
  12. Sección IX: Métodos
  13. Sección X: Responsabilidades de la asociación
  14. Sección XI: Nuestras relaciones mutuas
  15. Sección XII: Palabras finales