La conquista del sentido común
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La conquista del sentido común

Cómo planificó el macrismo el "cambio cultural"

  1. 288 páginas
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La conquista del sentido común

Cómo planificó el macrismo el "cambio cultural"

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¿Cómo puede ser que todo eso haya pasado, que esto siga pasando y nada suceda?Este tipo de pregunta ha formado parte de la atmósfera general y expresa cierto aire de sorpresa y desconcierto, en el marco de un descalabro económico y social generalizado. Se dijo ya por el 2015 que mucha "gente" actuaba en contra de sus propios intereses. Hoy se subraya desde distintos ámbitos sociales y políticos –a veces con una sorprendente admiración- que la responsabilidad de estos hechos recae en el complejo trabajo político comunicacional desarrollado por el macrismo.Este libro aborda el modo en que esa fuerza planificó puntillosamente la captura y transformación del "sentido común", el "cambio cultural" tan pregonado. El análisis se centra en las estrategias comunicacionales que encuentran su raíz en una articulada cosmovisión que tiene su punto de arranque hace ya más de quince años atrás. No hubo improvisación en este campo. Asimismo, se desarrollan en términos operativos y discursivos los fundamentos y funcionamiento de la "cinicracia", un modo sustancial de organización y gestión del gobierno macrista, no simplemente una actitud provocadora, que lleva en su vientre, inexorablemente, el desarrollo del odio y la búsqueda de disciplinamiento.Se intenta generar herramientas que permitan repensar el caos y el desorden de vida en que se ha sumergido a la mayoría de la población a partir de esa cosmovisión y la necesidad de poner el foco en un sentido común que habilite nuevas formas sociales de vida, lejos de las fantasías tanáticas del macrismo.

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Información

Año
2020
ISBN
9789507546617

VIII
CINICRACIA

BAILARINA EN LA OSCURIDAD (LARS VON TRIER, 2000)*
* Bailarina en la oscuridad (2000) integra junto a Dogville (2003) y Manderlay (2005) la llamada “Trilogía USA”, en la que el director danés Lars von Trier traza una punzante denuncia sobre el carácter ambivalente y cruel de la sociedad estadounidense. En los tres films se destaca la esencia hipócrita y cínica de un sistema que se enarbola como ejemplo de sociedad democrática pero que se muestra profundamente violento y racista. Von Trier utiliza narrativas cinematográficas muy originales: Bailarina en la oscuridad es un musical “negro” y ácido, y las otras dos películas siguen un esquema de planificación “racionalista” teatral, totalmente despojado desde lo escénico, que hace de los hechos y los sentimientos que allí se ponen en juego el dominio absoluto de lo narrado. Ese doble juego discursivo y de acción cínico “americano” queda desnudado a través de las formas estéticas elegidas, que refuerzan la inusitada crueldad de los episodios relatados. Lo que estas películas subrayan es que hipocresía, cinismo y crueldad constituyen una trilogía inseparable. Bailarina en la oscuridad cuenta la historia de Selma (interpretada por la cantante islandesa Björk), una inmigrante checa en EE. UU., operaria en una fábrica, que sufre una ceguera progresiva y cuyo hijo corre riesgo de contraer la enfermedad. Para evitarlo debería transitar una intervención quirúrgica, para la que Selma ahorra cada moneda. Estafada por su vecino y confidente, un policía, termina en la horca al matar en una situación trágica al policía prometiéndole que no revelaría la autoría del robo. Todo se desarrolla en un clima sobrecogedor. En sus horas de ocio, Selma ensayaba con sus compañeros una obra de teatro, La novicia rebelde, ícono del musical norteamericano, sostén de valores altruistas americanos, a contracara de la creación imaginada por Von Trier. La protagonista imagina escenas edulcoradas, pero que son musicalizadas por ruidos y sonidos sórdidos surgidos de la realidad: la maquinaria fabril, su sujeción de clase. Un verdadero oxímoron. Se genera así una doble expresión: la imaginación deseante de Selma y su “sueño americano”, trunco por la realidad perversa del sistema de justicia estadounidense, que dicta su ejecución.
Esta película, una de las obras más admiradas y discutidas del creador del movimiento “Dogma 95” −con el que Von Trier procuraba buscar una estética más genuina para su cine−, fue premiada con la Palma de Oro en el Festival de Cannes del año 2000.

“CINICRACIA”, EL SISTEMA DE GOBIERNO Y DE COMUNICACIÓN NECESARIO PARA EL TRABAJO DEL ALMA

“Cínicos, hipócritas, mentirosos”. Son calificativos frecuentes expresados por los ciudadanos que se oponen al gobierno de Macri para caracterizar a sus funcionarios, a las declaraciones que hacen a la prensa o en sus presentaciones públicas, o a las puestas en escena que forman parte de su teatralidad, de su montaje de la realidad, su representación encubridora. “Nunca se ha mentido tanto”, dicen. En rigor de verdad, el cinismo que se ha instalado en la discursividad política es un fenómeno cultural.
Mirada desde una semiosis cultural, la cultura actual está dominada por el oxímoron, justamente por su capacidad de contener sentidos contrarios en un mismo cuerpo expresivo. Eso el macrismo lo expresa con holgura. Quedó atrás la paradoja que dominó la época anterior, bastante antes del cambio del milenio y alrededor de él y que sirvió para expresar la sorpresa frente a una realidad que no respondía, ya hacía rato, a los cánones de los paradigmas modernistas. Sin embargo, todavía había lugar para el escándalo frente a una realidad que sorprendía a la ética y a la moral con sus novedades y con el entrecruzamiento de campos semánticos antes separados tajantemente. Obviamente, la antítesis, que expresaba la organización de la realidad en esferas con valores claramente contrapuestos, en la cual las frontera entre esferas era nítida, había desaparecido hacía tiempo.
El oxímoron dejó atrás la sorpresa. También la posibilidad real del escándalo. El propio cuerpo del individuo, además en un mundo que borra las frontera entre el trabajo y el ocio, se convierte en el espacio en el que conviven el explotado y su propio explotador, a través de los trabajos de “calidad” que propone el macrismo, en el que el trabajador contribuye con los propios medios de trabajo para su propia explotación. Una “uberización” de la sociedad. Meritocracia y emprendedorismo. La cinicracia propone, a su vez, sentidos, éticas y morales contrapuestos que conviven en escenarios únicos de realidad, en únicos dispositivos discursivos y organizativos. La sociedad se psicopatiza frente a estas estrategias socio-culturales que el macrismo desarrolla.
Ahora bien, una “cinicracia” necesita de cínicos, pero no es esto lo que la define esencialmente, sino los actos cínicos.
¿A qué llamamos cinicracia? En la actualidad es, sin dudas, el sistema de gobierno y de gestión que se ha vuelto indiscernible del neoliberalismo global, también del macrismo como parte de él.
Cinicracia no refiere a las características personales de los componentes del gobierno. No refiere al “quién” pero tampoco especialmente al “qué”, sino centralmente al “cómo”, a un modo de gobernar, tramitar y comunicar los objetivos, y también de gestionar los conflictos que se desprenden de la acción gubernamental que sostiene un sistema económico social injusto y destructivo.
El “cinismo” es diferente de la mentira lisa y llana, por sus argumentaciones, por lo que pretende y por las consecuencias que tiene en general, y en la subjetividad en particular.
En el comienzo de la gestión macrista, con el fin de caracterizarlo críticamente en su particularidad neoliberal, se decía con frecuencia que se trataba de una “ceocracia”. ¿Sirve caracterizar así al gobierno de Cambiemos? No, seguramente, a los fines de entender el proyecto cultural del macrismo ni su armado comunicacional. Se vislumbró de inmediato que las experiencias políticas y económicas neoliberales anteriores no alcanzaban para entender en su justa dimensión lo que estaba armándose. “Este es un gobierno de ricos para ricos”, fue otra caracterización habitual tendiente a señalar una aparente novedad.
Es verdad que la mayoría de los funcionarios del gobierno de Cambiemos, no todos, eran (o son), en cuanto dueños, gerentes o CEO, partícipes directos de un complejo entramado de intereses empresariales; y que esta parece ser una característica distintiva de la actual gestión neoliberal en relación con otras anteriores, por ejemplo, la de Menem. Esto indicaría una etapa en que el Estado neoliberal ya no funcionaría mediado por políticos o tecnócratas, sino que, en la comprensión de la necesidad de unificar y articular políticamente la economía con la vida social y cultural, decidió poner a sus hombres directamente al frente de la cosa pública en defensa de sus intereses de clase. Trump en EE. UU., Kuczynski en Perú o Piñera en Chile serían otros ejemplos de esa nueva modalidad hegemónica, aunque no sea una condición esencial para la reproducción del sistema.
Más allá de la extracción empresarial de los dirigentes, es innegable que la construcción del sentido común está hoy dominada por la lógica del capitalismo cultural, del marketing y los negocios, y que esto ha facilitado el derrumbe de las barreras ideológicas que hasta aquí disponían esa separación aparente entre la gestión del Estado y los intereses de los sectores concentrados de la economía. Por otra parte, se podría agregar, como parte de esta lógica, que el capitalismo cultural ha absorbido en la vida cotidiana el espíritu y los métodos empresariales, y que prácticamente naturalizó la idea de que los empresarios serían mejores gestores administrativos en esta dupla Estado-negocios, puesto que están entrenados para ello. Y en otro nivel, además, como parte de un sentido común popular a todas luces pueril pero reiterado hasta el hartazgo, que la presencia de los “ricos” evitaría la corrupción puesto que “ya tienen, no necesitan robar”. Todos argumentos que van de la mano del desprestigio de la “vieja política” y que abonan el mito del sacrificio de “meterse en política”, reivindicado por Macri y otros miembros del gobierno, victimizándose ante el desgaste personal que implica administrar el Estado, y su renuncia a las ingentes fortunas que dejan de ganar en la actividad privada.
La lógica de la gestión, en efecto, la de cada una de las medidas que toma el gobierno, es la lógica de los negocios y, específicamente, la de los negocios concentrados, para desarrollarlos, para protegerlos, y esto es evidentemente así porque se inspira en modalidades empresariales que tienen en su organización administrativa y de racionalidad productiva, dirigidas a obtener el máximo beneficio, el ADN de los negocios privados. Sin embargo, esto nos remitiría a explicaciones de tipo económico, que en última instancia no alcanzan a la hora de responder la pregunta que insistentemente nos formulamos: ¿qué hizo y hace posible que el macrismo haya logrado ganar voluntades y conservarlas en un grado importante, a pesar de las dificultades económicas crecientes que para los sectores medios, medios bajos y bajos acarrean sus políticas?
Es decir, el abordaje económico y de gestión en forma restringida deja en gran medida afuera algo central para el sistema: el modo en que el régimen se asegura el trabajo del alma y consigue el consenso social necesario para gobernar. Repasemos, una vez más, los aspectos principales en los que se centra la producción de subjetividad que sistematiza la comunicación macrista, para analizarlos desde otra perspectiva:
a) El anunciado “cambio cultural”.
b) Su sistema ideológico central.
c) Las modalidades de comunicación.
d) Y la idea de un orden y una disciplina sociales nuevos.
Estos son los pilares sobre los cuales se apoya ese trabajo del alma. Veamos ahora, a la luz del concepto de “cinicracia”, de qué modo operan las modalidades de comunicación del macrismo con el cinismo como fundamento discursivo.
Cuando hablamos de “modalidades de comunicación”, apuntamos fundamentalmente al vínculo básico social e interpersonal que se construye comunicacionalmente y que tiene sus núcleos en la confianza, la credibilidad y la verosimilitud del lazo comunicacional. La cinicracia, como forma de gobierno adoptada por el macrismo, resquebraja esos núcleos de legitimidad democrática.
Digamos ya que este proceso de resquebrajamiento conlleva en el corto plazo la agresión y el odio que la mentira descarada porta en sí, pero en el mediano y largo plazo ese proceso de deterioro de esos núcleos básicos de legitimidad social conducen, además de a un deterioro de las bases de la política y la democracia, al resquebrajamiento del tejido social todo, que inunda de patologías sociales la vida cotidiana colectiva.
La escuela cínica, el cinismo “moderno” y el cinismo como forma de gobierno
La escuela cínica griega −lo que se conoce como “quinismo”, término que usa Peter Sloterdijk en su Crítica de la razón cínica− fue fundada por Antístenes en el siglo IV antes de Cristo, pero su miembro más característico, y quien la hizo célebre, fue Diógenes de Sinope, el filósofo del tonel, “solitario, moralista, provocador y testarudo”1. Sus principios y valores representaban todo lo contrario de lo que hoy el sentido común, en forma masiva, entiende por cinismo, es decir, “la mentira descarada”.
El quinismo tenía que ver con una mirada crítica de la práctica cultural y política de la época, con desnudar el ropaje de la mentira que cargaban, según su visión, la cultura y la política degradadas. El quinismo hacía de la “verdad” desnuda de la realidad humana, de la corporalidad, la sensorialidad, la simpleza y la humildad, de la denuncia de la corrupción y la hipocresía de la época, un valor central. Como otras escuelas griegas, lo que postulaba ante todo no era una construcción racional, sino una forma de vida.
El “cinismo moderno”, por el contrario, supone una mirada despojada de la risa, del saber satírico que el quinismo portaba: se conforma como “aburguesamiento de la sátira hasta convertirse en una crítica de la ideología”2. Es “falsa conciencia ilustrada”3. Construcciones racionales que al enunciar la falsa conciencia, como consecuencia de la propia Ilustración que echa luz sobre la realidad, se hacen cargo, paradójicamente, de una cultura en la que se enredan, y que termina sosteniendo una falsedad. Se trata del fracaso del iluminismo que vino a derramar verdad sobre la realidad y termina encubriéndola.
Ese tipo de cinismo, el moderno, se hace cargo del sistema de poder ante el que se presenta irremediablemente sometido. En todo caso, actúa ante él con ironía: “No soy en absoluto cínico; solo tengo experiencia… lo que en definitiva es lo mismo”, dice Oscar Wilde. O Antón Chéjov: “Ningún cinismo puede superar a la vida”4. Sería la aceptación de una realidad no querida, pero imposible de modificar en el actual esquema de poder. Una característica central de la cultura actual, de generación “millennial”, a la que nos referiremos más adelante, es esta forma del “cinismo moderno”. Es conciencia del poder, adaptación y resistencia cínica a la manera moderna aquí descripta. Una actitud ambigua, difícil de ser asimilada totalmente por un aparato de comunicación –como el del macrismo− que es portador del cinismo como “mentira descarada”, exhibidora de poder y de desprecio por el otro.
¿Por qué el cinismo como mentira descarada es distinto del cinismo moderno? Forma parte de otra construcción de subjetividad, que constituye el sentido común actual. Este nuevo cinismo se exhibe sin vergüenza, ostensiblemente, como parte de un sistema de poder que le permite, o cree que le permite, mentir descaradamente.
Es un modo de gobierno, en el sentido en que es un modo de someter a la realidad, ordenarla discrecionalmente, gestionarla llevándose por delante convenciones que forman parte de la identidad cultural de una comunidad.
Desde el poder cínico, que en adelante llamaremos “cinicracia”, el acto cínico dice o insinúa que no va a respetar esa identidad cultural en nombre de un “cambio” necesario para sanar a la sociedad. El acto cínico revela que esta postura no es sino parte de un sistema de dominación en el que la comunidad y el “otro” quedan reducidos a un simulacro, y le hace creer al sujeto que su desvinculación de su historia, de sus orígenes, de su identidad sociocultural, es un acto necesario de liberación, parte de su crecimiento como persona, por el cual construye responsablemente y de modo autónomo su propio presente y su futuro. El planteo cínico le exige pensarse solo como “individuo”, eventualmente dentro de un colectivo que incluye a otros pero también indeterminados, autores aparentes de su propia felicidad, o bien de los obstáculos que los llevan al fracaso.
Lo cínico es definido en alta coincidencia en diferentes diccionarios (también el de la Real Academia Española) como el acto de “mentir descaradamente”. Es decir, la mentira no constituye en sí un acto cínico. Lo es cuando está calificada por el descaro. De aquí que el acto “cínico” sea radicalmente diferente de la “mentira”.
Veamos un ejemplo que marca esta diferencia y a la vez permite entender el lugar del cinismo como elemento diferenciador posible entre el neoliberalismo de los 90 y el actual, iluminando los alcances de la cinicracia en el trabajo del alma. ¿Cuál es la diferencia entre la “picardía” que se adjudicaba a Carlos Menem, como forma de la violación de reglas, ocasionalmente una mentira, y un acto cínico de la administración Macri? Macri jamás reivindicaría la picardía argentina, mientras que Menem solía practicarla con cierto desparpajo y hasta legitimarla con un gesto, un guiño. Macri, por el contrario, reitera su condena al “hacerse el vivo”, a los “atajos”, el “no decir la verdad”.
Menem admitía que estaba mintiendo y pedía la complicidad de un público con el que, sabía, compartía ciertos códigos alrededor de los alcances supuestamente permitidos en la violación de una regla. Reprobable en términos éticos formales, paradójicamente estaba admitiendo la vigencia de esa ley que vi...

Índice

  1. Cubierta
  2. Contratapa
  3. Biografía del autor
  4. Portada
  5. Índice
  6. Dedicatoria
  7. Introducción
  8. I. El cambio cultural
  9. II. El sentido común
  10. III “Esto yo ya lo viví”
  11. IV. “Ir contra los propios intereses”
  12. V. El macrismo que no se pudo ver
  13. VI. El nuevo sistema de valores
  14. VII. Operacionalizando el sistema de valores
  15. VIII. Cinicracia
  16. IX. Vos
  17. X. La puesta en escena
  18. XI. “Los fierros”
  19. XII. El disciplinamiento macrista como acto de comunicación
  20. XIII. Vecinos y ciudadanos
  21. XIV. Matar la historia, matar al padre. Menos simbolismo...
  22. XV. La grieta
  23. XVI. ¿Hacia dónde vamos?
  24. Agradecimientos
  25. Bibliografía general
  26. Créditos
  27. Otros títulos de esta editorial