1. Despertar y relámpago: aparición del sujeto del inconsciente
Eso sueña, eso falla, eso ríe: el inconsciente es el fracaso
Puede constatarse rápidamente que, en la enseñanza de Lacan, el término “despertar” se encuentra evocado en un contexto que excede al fenómeno onírico del cual surge. Pero, para que ello tenga lugar, debe cumplirse una condición: que la lógica propia del sueño pueda ser válida fuera del estado del dormir. Esto implica que lo que llamamos un sueño se vuelva equivalente a lo que llamamos el pensamiento.
El 20 de abril de 1968, Lacan da una conferencia a los internos de psiquiatría en Bordeaux, publicada bajo el título “Mi enseñanza, su naturaleza y sus fines”. En dicho coloquio, Lacan aborda la cuestión de la enseñanza, especialmente de lo que el psicoanálisis considera que es su objeto de transmisión: el sujeto del inconsciente. Comparte con el público una pregunta que acaban de hacerle: ¿dónde hay, en la obra de Freud, huellas de la idea de sujeto? Lacan responde de manera muy concisa: eso sueña, eso falla, eso ríe.
Así son evocados los tres libros “canónicos en materia de inconsciente” que datan del comienzo mismo del psicoanálisis: la Traumdeutung, la Psicopatología de la vida cotidiana y El chiste. Tres textos donde el funcionamiento, la estructura y la materialidad del inconsciente resultan estar hechos de significantes, de reglas, de mandamientos, de palabras… en resumidas cuentas, un texto. Todo este conjunto de significantes se ordena por leyes de conexión de un significante con otro (metonimia), y de sustitución del significante por otro significante (metáfora). Se trata de las apariciones que solo pueden tener lugar en la materialidad textual, ya sea bajo la forma de un “menos” en la cadena (lapsus, olvidos, actos fallidos), ya sea bajo la forma de un “plus”, de una producción y reorganización de la cadena discursiva (sueño, Witz). Eso sueña, eso falla, eso ríe en un texto. El sujeto, que resulta de su efecto, no es ni lo subjetivo, ni lo individual, ni la existencia del viviente, sino una aparición evanescente y puntual producida en la articulación lenguajera.
La distancia entre las intenciones del sujeto y el texto que aparece repentinamente inscribe al fracaso como la definición propiamente lacaniana del inconsciente: este último es la hipótesis que viene a explicar esos escollos. “Y después, eso falla. Véase el lapsus, el acto fallido, el texto mismo de la existencia de ustedes”. Es muy interesante que en la lista “eso sueña, eso falla, eso ríe”, Lacan incluya el texto que el sujeto articula para hacer el relato de su existencia. El fracaso que constituye el inconsciente se extiende así más allá del advenimiento efectivo del escollo. Eso falla en el momento mismo en el que el sujeto habla de sí como sujeto del conocimiento, como sujeto que se conoce. Esos fenómenos obstaculizan la idea de síntesis o de construcción de una personalidad total. El sujeto se presenta marcado por una división: entre el querer decir y el resultado. La emergencia del sujeto del inconsciente se presentifica bajo la forma de una ruptura o de una hiancia en la trama del discurso, ya que, en el momento del fracaso, el sujeto se dice: si sueño con lo que justamente no quiero soñar, y si no sé lo que digo cuando hablo, o incluso, si no hago sino recordar una palabra en lugar de aquello que no dejo de olvidar, ¿quién es el agente de todo esto? Frente a esta hiancia cuya respuesta es la perplejidad, el sujeto del inconsciente es la suposición explicativa.
Eso sueña: eso piensa
Es que eso sueña. Eso no es un sujeto, ¿no? ¿Qué hacemos aquí todos? No me hago ilusiones, un auditorio, por muy calificado que esté, sueña mientras yo estoy aquí luchando. Cada uno piensa en sus asuntos, su noviecita con la que se encontrará dentro de un rato, su auto que está fundiendo una biela, algo que no anda bien.
Para ilustrar lo que eso sueña quiere decir, Lacan decide no proceder mediante una interpretación de sueño, sino dar como ejemplo de “eso sueña” lo que llamamos habitualmente las ensoñaciones. La frase célebre “no solo soñamos cuando dormimos” no es entonces una idea abrupta del final de su enseñanza, sino que ya está presente en los años sesenta. El “eso sueña” debe hacerse extensivo, ya que sale del campo del dormir y se extiende a todo el campo del pensamiento. A simple vista, Lacan procede a una equivalencia entre el sueño nocturno y la ensoñación diurna, eso sueña y eso piensa son términos equivalentes. ¿Pero hay en Freud una igualdad tal?
Freud ha sido sensible al hecho de que si sueño y sueño diurno han recibido el mismo nombre, es porque tienen un punto en común, “podría ser que esta comunidad de nombre descansase en un carácter psíquico del sueño, todavía desconocido para nosotros, y tal vez uno de los que buscamos”. Hay aspectos comunes entre ambos: tanto uno como otro son cumplimientos de deseo y se basan en impresiones de experiencias infantiles. Pero lo que los hace claramente diferentes es el control consciente del autor, porque los sueños diurnos se forman siguiendo el capricho del autor. Es la diferencia radical con el sueño nocturno en el que hay pérdida, ciertamente parcial, del control consciente del soñante. En los sueños diurnos, la puesta en escena no se presenta bajo la forma de la alucinación sino de la representación. A diferencia del sueño diurno, lo que busca el trabajo del sueño es la identidad de percepción, “el contenido de representaciones no se piensa, sino que se muda en imágenes sensibles”.
En un texto tardío dedicado al sueño, Freud aborda la cuestión del pensamiento en el sueño. No sin ironía, evoca el “inconsciente misterioso” que ha hecho olvidar a sus discípulos que “un sueño no es sino un pensamiento como cualquier otro, posibilitado por la relajación de la censura y el refuerzo inconsciente, y desfigurado por la intervención de la censura y la elaboración inconsciente”. Lacan no hace sino retomar a Freud cuando recuerda que “un sueño es algo que no introduce a ninguna experiencia insondable, a ninguna mística: se lee en lo que se dice de él”. Dejando de lado todo oscurantismo, Freud reduce el sueño a un pensamiento, a una simple frase tal como habría podido ser dicha en la vigilia, y que solo conserva una diferencia: la intervención del mecanismo de censura que el trabajo del sueño procura superar. El sueño es un producto significante que debe diferenciarse del trabajo del sueño, puesto en marcha para sustraerse de la censura, y es allí donde reside el punto de mayor divergencia entre sueño y ensoñación. Pero si el sueño es un pensamiento, ¿cómo comprender el postulado freudiano según el cual el trabajo del sueño no piensa?
En La obra clara, Jean-Claude Milner analiza esta contradicción interna de la obra de Freud: la afirmación de Freud “el sueño es un pensamiento” y “el trabajo del sueño no piensa”, a la cual se añade el enunciado lacaniano según el cual el inconsciente, del cual el sueño es una de sus formas, es un “eso piensa”. Esta contradicción podría explicarse por el hecho de que Freud rehúsa al inconsciente las modalidades propias del “pensamiento cualificado”: suputar, juzgar, calcular. El trabajo del sueño “no piensa ni calcula ni en general juzga, sino que se limita a remodelar”, lo que supone, como J.-C. Milner bien lo indica, que para Freud no es un trabajo de algo que piensa. Freud reserva para el inconsciente el “pensamiento sin atributos”. La contradicción no queda no obstante resuelta, porque el sueño como producto final es para Freud una forma de pensamiento que porta un atributo: “si, en cambio, se considera que el sueño es una forma del pensamiento, hay que admitir, entonces, que hay pensamiento”.
El sueño puede ser reducido a un pensamiento, es decir a una frase. Pero se trata fundamentalmente de un pensamiento rechazado. Tomemos como ejemplo el análisis del sueño de la inyección de Irma, Freud concluye: “el deseo onírico no se aparta de la prosecución de los pensamientos de vigilia en el estado del dormir”. El pensamiento que en la vigilia debería formular mediante el optativo, “¡Ojalá que Otto sea el culpable de la enfermedad de Irma!”, se expresa en el sueño como “Sí, Otto es el culpable de la enfermedad de Irma”. Freud resume el pensamiento latente del sueño con el deseo inconsciente en juego: no soy culpable de la enfermedad de Irma. El mismo procedimiento está en juego en el sueño “R. es mi tío”. En el nivel optativo, el deseo del sueño se expresaría así: si ni R. ni N. han sido todavía nominados profesores, es porque R. es un idiota y N. es un criminal, yo podría entonces acceder al puesto de profesor sin que las consideraciones confesionales sean determinantes, ya que no soy ni un idiota ni un criminal. En cambio, debido al pasaje por la censura, el pensamiento del sueño se enuncia en presente así: mi amigo R. es un idiota como mi tío Josef.
¿Qué es lo que finalmente se modifica entre ambos enunciados? ¿Qué es lo que se encuentra transformado en el pasaje de la modalidad optativa a la modalidad presente? El “Yo” [Je] del soñante está ausente en el enunciado presente del contenido manifiesto del sueño. Eso lleva a deducir que el pasaje por la censura produce un borramiento del “yo pienso”. Si el trabajo del sueño borra el “yo pienso”, es más fácil contornear la barrera de la censura y que los deseos prohibidos logren expresarse.
En ambos ejemplos de sueños de Freud, la frase final que puntúa el deseo del soñante solo funciona en relación a un imposible de decir: lo que “yo” quiero decir. Lacan lo precisa bien cuando dice que “el deseo del sueño no es asumido por el sujeto que dice: ‘Yo’ [Je] en su palabra”, viniendo la gramática a confirmar que las modificaciones en el sueño responden al hecho de que estamos en el campo del discurso, y “así es como los anhelos que constituye no tienen flexión optativa para modificar el indica...