RUBENS. Si no me hubieran guiado hasta aquí, me habría extraviado. Me desoriento en este edificio, no acabo de comprender cómo se ordenan sus pasillos.
VELÁZQUEZ. Los mejores laberintos se logran con líneas rectas. Pero no ha de preocuparse vuesa merced, porque no nos acecha ningún monstruo. ¿Ha tenido tiempo de refrescarse? ¿Estaba todo bien dispuesto en sus aposentos?
RUBENS. Sí, no puede pedirse más. Lo que me preocupa ahora es cómo reposar todo lo que hemos comido.
VELÁZQUEZ. Ha sido un refrigerio sencillo.
RUBENS. Yo venía aquí a hacer penitencia, a castigar mi glotonería; y la cena de hoy ha sido mejor que la de ayer, que ya es decir. La crema, exquisita; y las claras a punto de nieve, para los paladares más exigentes. De las perdices estofadas le diré que estaban suculentas. No hablo por hablar, porque he comido muchas docenas en mi vida.
VELÁZQUEZ. Y el vino no era malo.
RUBENS. ¿El vino? ¡Excelente! Hemos bebido más de la cuenta.
VELÁZQUEZ. El tinto de Ocaña, con un poco de agua, es el mejor fármaco para hacer una buena digestión.
RUBENS. Esperemos que sea así… Guisan bien, guisan muy bien. Para ser monjes y contar solo con las verduras de sus huertas y el ganado que les traen del pueblo, no sé cómo se las arreglan para obtener sabores tan refinados. ¡Vaya con el hermano cocinero y qué cosas sabe hacer!
VELÁZQUEZ. Don Pedro Pablo, permítame que le recuerde que esto no es un monasterio cualquiera, sino un palacio con un monasterio. ¿No se ha dado cuenta de que Su Majestad ha hecho venir a un cocinero de Madrid? Llegó antes que nosotros y se marchará cuando nos hayamos ido.
RUBENS. ¿El cocinero del rey? ¡Cómo me agasaja don Felipe!
VELÁZQUEZ. Su Majestad siempre quiere lo mejor para vuesa merced.
RUBENS. Anoche la pepitoria estaba deliciosa, y yo me dije: ‘Vaya, debe de ser una receta famosa en estas tierras, porque sabe igual que la que probé el mes pasado en Madrid’. Y con razón, ¿cómo habría de ser de otro modo? ¡Si es el mismo cocinero!
VELÁZQUEZ. Cuando este palacio no se usa, quedan los monjes y un puñado de criados para cuidarlo. Si viene Su Majestad o alguno de sus huéspedes, hay que proveer el servicio desde Madrid.
RUBENS. Me alivia saber que estoy bajo la tutela del rey. De la despensa de los monjes no habríamos obtenido buenos quesos, ni buen vino de su bodega; como mucho, un picadillo de miserias y un cocido de caras largas.
VELÁZQUEZ. No habrían permitido que nos muriésemos de hambre.
RUBENS. El prior me mira con sospecha. Soy pintor, lo cual ya le dará que pensar, y vengo del extranjero, de Flandes; aunque no acierta a distinguir si de las provincias rebeldes o de las del sur. Le han contado que en Madrid vivo en palacio, muy cerca de los aposentos del rey, y que he venido aquí a invitación suya. Con esto y con hablarle en latín (un latín mucho mejor que el suyo, modestia aparte), no sabe a qué atenerse conmigo.
VELÁZQUEZ. Es una persona amable y caritativa.
RUBENS. ¿Amable? ¿Caritativa? No le gusta que nos quedemos horas y horas mirando las pinturas, y eso que le tratamos con respeto de hijos de la Santa Madre Iglesia y no hemos sacado ni un pincel desde que llegamos. Si lo hubiéramos hecho, habría quemado incienso detrás de nosotros para purificar las estancias que vamos profanando a nuestro paso. Me gustaría oír lo que les dice a los otros monjes cuando nos ve paseando arriba y abajo por sus dominios.
(Se sientan a la mesa, RUBENS a la izquierda y VELÁZQUEZ a la derecha. RUBENS apoya con dificultad el pie derecho en el escabel.)
RUBENS. ¡Ay, Dios, este pie no me deja vivir!
VELÁZQUEZ. El viaje de ayer no le sentó bien.
RUBENS. Fue muy corto, no es para tanto. He cabalgado por media Europa y nunca he aflojado el pie del estribo. Mientras no me dé otra calentura, me doy por contento.
VELÁZQUEZ. ¿Quiere que avise al boticario?
RUBENS. El rey ha tenido la gentileza de ordenar que me examine su médico, que me ha atiborrado a tisanas y me ha puesto emplastos con olor a pis de gato; pero no he notado ninguna mejoría. Tampoco han dado con el remedio el médico de la serenísima infanta en Bruselas ni el de la reina madre en París. Los matasanos son todos de la misma calaña, trabajen con ropilla de terciopelo o con delantal de barbero. Que se lo digan al abuelo de don Felipe, que se murió aullando de dolor en este monasterio, o a su bisabuelo, a quien le pasó otro tanto en Yuste.
VELÁZQUEZ. Consuélese pensando que padece una enfermedad de reyes.
RUBENS. Eso también le sorprenderá al prior: que me queje de sufrir la gota.
VELÁZQUEZ. El prior se desvive por complacernos. Mire: ha dispuesto aquí otra jarra de vino para nosotros. (Coge la jarra; R...