Evasión y filosofía
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Evasión y filosofía

  1. 124 páginas
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Evasión y filosofía

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Citas

Información del libro

Pablo, en la treintena, decidido a apostar por la vida después de muchos años en la cárcel, lucha por llevar adelante la relación que comenzó con Mencía estando preso. Entre tanto, su amigo Ernesto, sin problemas aparentes pero desmotivado y hastiado, busca por todas las esquinas de la vida energía para continuar. ¿Sobrevivirán Mencía y Pablo a los prejuicios sociales y un entorno hostil? ¿Encontrará Ernesto la motivación necesaria para continuar?

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Información

Año
2017
ISBN
9788468507491
Categoría
Literatura
-...nada que se acerque a “El Quijote”; impensable que pueda superarlo.
-“Hamlet”.
-Me refería a novela, no a teatro; de hecho creo que “Hamlet” es al teatro lo que “El Quijote” a la novela. Puede haber obras que, por razones personales, resulten tan valiosas a un lector como las anteriores... se me ocurre “La metamorfosis”, pero eso no significa que estén a su altura. Y, habiendo lo que hay, ¿qué sentido tiene escribir?, ¿para qué?, ¿para quién?.
-Se te olvida que, muchas veces, puede ser un fármaco potentísimo.
-¿Como la fluoxetina? –sonríe Pablo-.
-No, no, muchísimo más eficaz –concluye Ernesto-.
Ambos se despiden afectuosamente, ufanos por la sensación que produce coincidir con alguien dando los mismos alaridos. Pablo toma María de Molina hacia Castellana y Ernesto se aleja subiendo Serrano.
***
Se acercaban las Navidades, pero esta vez estaban siendo eclipsadas por unas elecciones que todo el mundo sobrevaloraba como determinantes del futuro del país y con unas posibilidades parlamentarias nuevas pero que no eran más que otra convocatoria solo que con algún matiz adicional, un espectáculo mediático y retórico que servía para entretener e ilusionar a un país agotado por una crisis que parecía no tener fin. Unas frases llamativas, alguna anécdota, gestos apropiados para el medio televisivo y unas cuantas promesas bien o mal situadas en el tiempo llevaban a una composición u otra de un parlamento que era impotente ante las consecuencias de los cambios que tenían lugar en el mundo y cuyo curso era imposible siquiera variar un poco desde el gobierno de un país como España y, probablemente, desde gobierno alguno. Ernesto, como Pablo, como muchos otros, aunque minoría, veían todo este fenómeno como el que ve un partido amistoso de fútbol, eran meros observadores de un espectáculo carente por completo de trascendencia, una función ya conocida sobradamente pero de la cual no podías abstraerte porque lo inundaba todo, desde carteles publicitarios en las farolas hasta conversaciones de ciudadanos anónimos pasando, sobre todo, por la televisión, denostada pero siempre vista. A Ernesto le divertía este periodo repleto de opiniones políticas, naderías sin fondo para nutrir charlas y llenar vacíos entre conocidos y familiares. Ridiculez, como siempre. Según él no había nada más característico del ser humano que la ridiculez, el hombre es grotesco y la vida no se debe vivir con angustia, ni mucho menos ser convertida en una tragedia porque, en condiciones normales es, como su protagonista, algo de escasísimo valor. De manera que el objetivo consistiría en vivir solo, en el sentido profundo y no físico del término, con serenidad, sabedor de lo que está en juego: nada; y dedicar la vida a reírse de lo grotescos que son los seres humanos, empezando por uno mismo y siguiendo por los demás o, mejor, empezando por los demás y cayendo de vez en cuando en la pequeñez propia, para no llegar a tomarse nada, ni a uno mismo, ni la propia muerte, en serio. Y, pensando como pensaba, intentaba que su vida se acercase a lo que quería que fuera, haciendo un esfuerzo por no dejarse vencer por la apatía y por la melancolía y, una vez excluido el acercamiento a sus congéneres, tratar de buscar acomodo en la distancia, encontrar un lugar en que su faceta frívola le permitiera disfrutar un poco de la vida, pero a gran distancia de los demás, con un trato tangencial, que evitara que afloraran todos los gusanos que siempre lleva el hombre dentro y así poder mantener una relación placentera con ellos. Instrumentalizar a las personas para que le dieran respiro, fundamentalmente a las mujeres. Era un gran conocedor de las páginas de contactos de internet, a las cuales se dirigía como el que visita un zoológico, le parecía impensable que hubiera una mujer digna de admiración en aquellas páginas –y quizá en cualquier otro lugar- así que conocía a muchas por este medio, para entretenerse, en busca de un poco de aire, que llegaba en forma de picar algo, tomar una copa, reírse, acostarse con ellas y nunca, por supuesto, tomarse a alguna en serio, lo cual era bien difícil por razones sociales y culturales y, sobre todo porque, como señaló un polémico escritor madrileño, un tipo elevado nunca se enamora.
Si bien su manera de proceder habitual era la anterior, había dos personas con las cuales tenía un vínculo distinto: su prima Cristina y Pablo. Los dos muy diferentes, pero ambos le despertaban algo de afecto. Cristina era la persona que sustituía a su inexistente familia y Pablo, a diferencia del resto de la gente que había conocido, disponía según su opinión de cierta talla intelectual, condición imprescindible para que él considerara a una persona. La relación con su prima era relajada, al no tener hermanos y haber fallecido sus padres cuando él contaba con tan solo veintitrés años, sentía la necesidad de tener algo parecido a una familia y, como las únicas opciones eran los cinco miembros de esta rama familiar paterna, optó por aquél con el que más simpatizaba, Cristina, que tenía muy buen talante, no era nada entrometida y no parecía interesada en sacar alguna ventaja económica de él. Primero con ella soltera, después con ella unida al que sería su marido, más tarde ya casada y, por último, madre de tres hijos, su relación había sido muy satisfactoria. Aunque no podía compartir casi ninguna de sus inquietudes con ella, no recordaba ningún caso en que ella o su marido le hubieran incomodado, nunca cuestionaban su poco convencional forma de vida y él respondía a este respeto con la misma conducta. Se veían siempre en casa de ellos y a su solicitud, regularmente recibía llamadas para acercarse a su casa y siempre, tanto en Nochebuena como por su cumpleaños, cenaba con ellos. Intercambiaban opiniones mesuradas sobre cuestiones de actualidad, la evolución de los niños o hechos cotidianos y siempre salía de allí optimista, parcialmente reconciliado con la vida después de compartir un cálido entorno familiar que apenas tuvo y, contra su voluntad, en cierta medida necesitaba. El caso de Pablo era diferente, no les unía parentesco alguno y, sin embargo, se veían periódicamente, se respetaban y les unía una consideración que ambos valoraban.
Pero en la vida de Pablo había alguien más cercano que Ernesto, era Mencía. Se conocían desde hacía unos años, ella era abogada y realizó diversas gestiones que agilizaron la puesta en libertad de Pablo. Procedía de una familia de apellidos y origen patricio que había visto en las dos últimas generaciones disminuir su posición económica; disfrutaban de un altísimo nivel económico, pero ya no eran lo inmensamente ricos que fueron tres generaciones atrás. Era la hija mayor de un matrimonio obsesionado con la condición perdida y con un desmedido ansia de riquezas. De buena formación académica pero escasísima formación cultural, habían educado a sus hijos con el objetivo de que los cuatro sirvieran a sus ambiciones. Entre sus hijos habían puesto muchas esperanzas en su hija, Mencía, que estaba llamada a volver a situar donde debía a su familia, ellos no eran una familia adinerada más, ellos habían sido una de las familias más importantes de España y, de una forma u otra, tenían que volver a ese lugar. La elegancia y belleza de la niña hizo que desde la adolescencia recibiera un sinnúmero de atenciones por parte de chicos de su generación que sus padres evaluaban como si se tratara de la oferta por una casa de campo. Pasaron los años y, con no pocas dudas, acabó por casarse con quien para sus padres era el yerno perfecto. Tres hijos, hastío, maduración, la convicción de que su marido, unos años mayor que ella, ya nunca dejaría de ser quien era y una visión cada vez más negativa de sus padres y hermanos, todos ellos con tendencia a esclavizarla, le llevó a un divorcio muy desagradable por el aluvión de presiones y críticas que recibió de sus familiares y la más absoluta incomprensión del resto de su entorno. Por conocidos se puso a trabajar siguiendo su especialidad, penal, y tras las dificultades que tuvieron dos abogados previamente, se vio llevando el caso de Pablo. Distanciada de su familia, divorciada, con tres niños muy pequeños, una pensión cuantiosa y alejada de sus amistades, pedía a gritos conocer a alguien que pudiera entender a una chica de veintinueve años que había despreciado aquello a lo que casi nadie renuncia por una serie de razones para casi todos incomprensibles. La relación tortuosa que mantenía con su madre era el tercer caso de un fenómeno extraño y repetitivo que se daba en su familia. Su bisabuela había castigado a su abuela con la ignorancia, inclinada enfermizamente a su otro hijo, su abuela había tratado con infinita displicencia a su madre y ésta la había utilizado a ella de forma inmisericorde para servir a sus propósitos, sin afecto, sin agradecimiento alguno, todo lo contrario, subordinando permanente a su hija a sus caprichos e intereses. Enigmáticamente, tanto su madre como su abuela habían sido excelentes hijas, siempre pendientes de esas dos madres que tanto las hirieron pero, en su caso, no era ni iba a ser así, Mencía establecía una distancia inmensa entre su madre y ella. Era una repetición de la perversa relación entre víctima y verdugo extendida a tres generaciones. Las figuras paternas implicadas eran hombres débiles que fueron incapaces de afrontar el problema así que, por parte de su padre, nada había que esperar y, de sus hermanos, tampoco; tenía familia pero estaba sin familia. Y cuando peor se encontraba conoció a Pablo, que estaba en una situación peor que penosa, abandonado e incapacitado para albergar cualquier esperanza. Y cuanto más difícil ven los dos todo a su alrededor, más se agarran el uno al otro, comenzando una relación condicionada por la situación de Pablo, en la cual son abogado y cliente y con todo factor en contra. Ella intenta por todos los medios no sentirse atraída por él pero de nada le sirve, comienzan a verse con mucha regularidad y empiezan a estar cada vez más presentes en las conversaciones los temas personales. Pablo es una persona muy adecuada para ella pero... aparecen sus propios prejuicios sociales, menores que los de sus padres, pero existentes, cae en lo que siempre ha censurado y, como consecuencia, en la contradicción, en la duda y de nuevo en la angustia. Una relación con él es imposible, no es viable, por el estigma que él arrastra, inaceptable en su ambiente; si él no estuviera en la tesitura en que está sería perfecto pero la situación es la que es. Todo falla, concluye taciturna, a ella siempre todo le falla.
***
Ernesto mantenía una relación con la televisión consistente en demonizarla pero verla, tenía para él un efecto relajante, hacía muchos años que había pasado de la indignación a esa mueca que tanto repetía, mezcla de burla y pena. Cuando no salía por la noche, encendía ese popular dispositivo para saltar de canal en canal riéndose de lo que exhibían, pero últimamente se centraba casi exclusivamente en programas de política. Los canales de televisión estaban aprovechando el hecho, ya incontestable, de que las campañas electorales fueran un fenómeno televisivo y a él le divertía ver cómo presentadoras, con gran solemnidad y transmitiendo gravedad, preguntaban a los entrevistados grandes nimiedades que eran respondidas con los habituales lugares comunes, generalmente utilizando palabras como diálogo, progreso o ...

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