PARA COMENZAR
El texto que aquí se presenta recoge algunas elaboraciones que he realizado a lo largo de los últimos años en relación a mi mayor preocupación teórica pero también práctica y existencial o vital. Podríamos decir de un modo genérico que dicha preocupación es la visión que nuestra época tiene del ser humano, la pregunta por aquello que nos constituye, por lo esencial de nuestra condición, por aquello que nos humaniza y nos diferencia del resto de los seres vivos.
Esta preocupación ha tomado diversas formas a lo largo del tiempo. En un primer momento estuvo ligada a lo que fue mi primera formación y profesión, el trabajo social. Ligada a la inquietud por comprender a quienes acudían a los servicios sociales buscando ayuda y cuyas vidas en el mejor de los casos se tambaleaban y en el peor estaban definitivamente truncadas, rotas. Las dificultades para entender lo que ocurría y actuar adecuadamente desde mi limitada formación y comprensión de la realidad subjetiva y social, fueron motivo de impotencia en muchos momentos.
Posteriormente, avatares de mi vida, me llevaron al estudio de la filosofía y a la colaboración, desde la sociedad civil, en el ámbito del VIH. Trabajé durante 20 años en diferentes proyectos relacionados con la prevención, sensibilización y atención en el campo del sida y realicé mi tesis doctoral en torno a la cuestión de la enfermedad. En estos años tomé contacto también con el psicoanálisis de orientación lacaniana y desde entonces no he dejado de estudiar el pensamiento de S. Freud, J. Lacan, J. A. Miller y otros analistas que continúan elaborando y actualizando dichas teorías.
Durante todos esos años de estudio y gracias al trabajo con personas que viven con VIH he podido constatar la fragilidad, la precaria condición humana que se ve abocada a la enfermedad y la muerte y que demasiadas veces carece de recursos con los que orientarse en el camino hacia una vida vivible, aceptable. Aunque no es menos cierto que muchas veces la enfermedad se convierte en una oportunidad para investigar nuevas rutas que permiten una salida digna a la encrucijada que es toda vida.
He tenido también la fortuna de haber podido dar clase a personas deseosas de conocer y aprender, alumnos adultos de las Aulas de la Experiencia de la Universidad del País Vasco, que han escuchado mis propuestas e ideas sobre el ser humano en nuestra sociedad contemporánea y cuyo interés me ha animado a escribir estas líneas.
En ellas planteo tres cuestiones, divididas en tres partes, que considero fundamentales. La primera es una reflexión sobre la visión actual del ser humano y la felicidad que es posible obtener. Nuestra época, cada vez más tecnocientífica, desarrolla teorías que nos hablan de un humano que va quedando obsoleto en el nuevo espacio abierto por las tecnologías. Un humano limitado y sufriente que se desea superar a través de propuestas que defienden la creación de posthumanos o cyborgs. Y mientras estos sueños se van poco a poco ampliando nos encontramos con sujetos cada vez más perdidos, más solos y más medicados ante el dolor de existir. Me parece necesario reflexionar sobre el mundo en que vivimos con la felicidad que nos promete. ¿De qué felicidad se trata? ¿Es la felicidad de la que A. Huxley nos habló en su novela Un mundo feliz, la felicidad del amor a la servidumbre? ¿Es la felicidad toda del cientificismo, la misma para todos los humanos? ¿Es la felicidad del mercado, del consumidor consumido? ¿Hay otras? Complicada cuestión ante la que conviene detenerse y pensar.
La segunda parte es una reflexión sobre la enfermedad, sobre qué supone estar enfermo y cuál es la salud que esperamos en una época obsesionada con el cuerpo, la juventud y la belleza. Una época que al no poder aceptar ningún tipo de falta o límite tiene grandes dificultades para hacer frente a la tragedia cotidiana de la enfermedad. Pensar sobre la enfermedad y la salud, conocer diferentes enfoques y propuestas, nos permite entender un poco más la complejidad humana y las dificultades que surgen en la atención a personas enfermas desde una mirada médica que se caracteriza por un enfoque biológico reduccionista. El análisis de la relación clínica, de lo que ocurre entre un médico y un sujeto que sufre, fundamento de la medicina, pone de relieve que a pesar de la enorme potencia y eficacia de la biomedicina actual, su enfoque científico y objetivista resulta insuficiente para atender a personas cuyas enfermedades son algo más que un desarreglo del organismo. Personas que sufren por su enfermedad, por su vida truncada, por sentirse objetos explorados, porque ya nadie les escucha o por otros motivos.
Por último, en la tercera parte, se plantea una reflexión sobre el modo en que abordamos el sufrimiento humano en la actualidad, sobre el furor de la normalización que trata a toda costa de que todo el mundo se integre en la sociedad, trabaje y se comporte como se espera de cualquier ciudadano considerado “normal”. Una sociedad que trata el dolor desde la protocolización y estandarización de los humanos y en la que no hay ya lugar para la particularidad, para el análisis del caso por caso. Digo que no hay lugar pero es necesario matizar esta afirmación. Hay lugares. Hay profesores y centros en los que aún se da tiempo para hablar y pensar en la mejor solución para cada niño o joven con problemas. Hay médicos y profesionales sanitarios que se preocupan por entender los límites con los que se encuentran en su trabajo cotidiano, que quieren saber de sus pacientes algo más que lo que les dicen las radiografías o las pruebas diagnósticas, que todavía consideran importante escuchar sus palabras. Hay también trabajadores del ámbito social que se preguntan por su función y por las dificultades de su práctica. Hay consultas privadas en las que se escucha el sufrimiento y se ofrece un lugar en el que poder hablar con alguien sobre la propia vida, sobre aquello que se presenta a veces insalvable, sobre la dificultad de sostenerse o de encontrar un camino cuando se viaja sin mapa. Hay lugares todavía y se trata de conseguir que los siga habiendo.
Por eso también, por si estas líneas pueden contribuir a que los siga habiendo, presento estas reflexiones dirigidas a cualquiera que quiera leerlas y en especial a aquellos profesionales que trabajan con humanos, con el material más complejo y delicado que se puede encontrar y ante el cual tenemos una gran responsabilidad: no olvidar nuestra condición, no escapar de ella.
En mi búsqueda personal he recurrido a diferentes saberes: la literatura, la filosofía, la antropología, la historia, el psicoanálisis. Tengo una cierta vocación hacia lo interdisciplinar y considero que lejos de amurallarse en un saber excluyente, es enriquecedor abrir una puerta para explorar las aportaciones de diferentes saberes. Esto no supone sin embargo tomar indiferentemente cosas de aquí o allí. Hay una orientación de fondo que me guía y es la visión que el psicoanálisis lacaniano tiene en la actualidad sobre el ser humano y su dificultad para vivir. Es mi brújula en el camino.
1. ¿QUÉ FELICIDAD PARA QUÉ HUMANO?
Comenzamos este capítulo con una pregunta fundamental, ¿cuál es nuestra visión actual sobre el ser humano en esta época regida por la alianza indisoluble entre el capitalismo y la tecnociencia? Podemos afirmar que es una visión reduccionista que no tiene en cuenta la particularidad del humano como especie y como individuo y que busca explicarlo fundamentalmente por la biología. Este ser reducido al animal o al texto genético o neuronal, se convierte en el objeto privilegiado del cientificismo contemporáneo que pretende poder dar cuenta de todo lo humano a través de los genes y las neuronas. Pero ¿somos realmente eso? ¿qué felicidad es posible para un ser puramente biológico? ¿se puede alcanzar la felicidad? ¿a qué podemos aspirar?
Para introducir estas cuestiones recurro a una diversidad de autores y saberes, entre los que tomo como punto de partida un texto literario. ¿Por qué comenzar con una novela? Considero que muchas veces encontramos en la literatura verdades fundamentales. En ocasiones la belleza y la verdad se unen de tal modo que la lectura nos transforma, nos conmociona, nos enseña y amplía nuestro mundo. Por eso me parece interesante utilizar referencias literarias y por eso esta reflexión parte de la novela Un mundo feliz de A. Huxley que nos ofrece una ficción inquietante que deberíamos tener en cuenta. En ella resuena...