La vida imperfecta
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La vida imperfecta

Artículos breves

  1. 200 páginas
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La vida imperfecta

Artículos breves

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Índice
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Información del libro

La obra "La vida imperfecta. Artículos breves" recoge ensayos diversos del escritor costarricense Rafael Ángel Herra: unos son retratos (Amighetti, Láscaris, Bracci, Patar, ), otros hablan de la violencia, la política, la moral. Hay textos analíticos, evocativos y nostálgicos; los demás hablan de literatura.

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Información

Año
2016
ISBN
9789930519783
La palabra Amighetti se dice de muchas maneras
1. Ciego hacia la nada
Viaje hacia la noche
El tríptico Viaje hacia la noche, de Francisco Amighetti, evoca su poema de tres líneas escrito muchos años antes:
Hay un camino, y lo andaré yo solo,
el último trayecto,
sin lazarillo, ciego hacia la nada.
La autorreferencia, el trabajo del yo, sobre todo el autorretrato –como se ve en estas dos obras independientes y con años de distancia entre sí–, retorna una y otra vez, en todas las técnicas que practicó Amighetti y en cada época. Poeta lírico y artista plástico, Amighetti mismo es material de su arte, recurrente. El último trayecto es breve, sin pretensión, queja radical frente a la infinitud. Viaje hacia la noche es la gran summa de temas y obsesiones. En uno y otro habla la misma voz, vive y protesta el mismo Francisco, siempre redivivo y siempre renovado. Observemos, sin embargo, un detalle: ni el tríptico es una ilustración del poema –aparte de la desproporción entre ambos–, ni el texto lírico es un pie de grabado. Son complementarios. Visto desde el final de la jornada, el poema, que parece premonitorio, esboza un tema destinado a perdurar, a volver, a mortificar y reproducirse en los tres grabados, y con la misma angustia. El artista no cesa de reivindicarse.
La construcción trinitaria es otra coincidencia. El poema ocupa tres versos; las cromoxilografías son tres: la triada es mágica, tal vez espontánea. Hubiera podido escribir un dístico o grabar una imagen, o varias. Pero se impuso el número tres: como en las trilogías antiguas o en la trinidad cristiana que lleva impreso el sello de la muerte.
A este fantasma del número se suman los temas comunes: el camino, la soledad del caminante –reiterada en el lazarillo ausente y en la ceguera de la noche– y, como culminación, la nada al final. Solo un exceso creativo: en la tercera xilografía no hacía falta el dibujo de la calavera. Todo está dicho sin ella. Quizá el fuego de vivir necesitaba asumir la muerte, tematizándola más acá de las metáforas tranquilizadoras.
En todas sus vías de expresión, incluso en su palabra viva, Amighetti o, más bien, Francisco, fue artista siempre. Necesitó del arte para sobrevivir a sus pasiones.
2. De puro viejo me he vuelto santo
La belleza de la vejez
El día en que me decidí a conversar con el artista pensé en un título: “Amighetti o la belleza de la vejez”; pero sus palabras cobraron tal fuerza en el diálogo que casi me sentí obligado a callar –quién sabe bajo el influjo de qué genio– para que solo se escucharan su voz y sus fantasmas.
Conversación franca, llena de humor, optimista por la vida y el trabajo. Los lectores permitirán que me limite a facilitar un encuentro íntimo con la persona en su más pura soledad. He cambiado el título inicial del texto, porque Amighetti, con su entusiasmo, con su contagiosa vitalidad, me dio una clave de la existencia cuando me dijo que un hombre de puro viejo se vuelve santo, una clave que se debe buscar más allá de la belleza.
Lo que pretendía ser el reportaje de una conversación íntima se ha convertido en un retrato de la vida. Lo interrogo sobre su trabajo reciente, pues sabemos que a sus 86 años sigue siendo artista:
“Ha bajado la energía para trabajar, para pensar, para leer, el entusiasmo no ha disminuido sino la capacidad de trabajo. Lo de la creatividad tendrían que verlo las personas que están fuera; ya trabajo menos y puede ser por ese mismo cansancio que originan los años. Por más que me rebelo no puedo desafiar las leyes biológicas. La vejez es una edad muy rica mientras uno pueda aprovechar el caudal de la memoria y la memoria creadora, sobre todo; pero uno tampoco tiene el entusiasmo, la capacidad de trabajo, que están muy relacionados, así como ya no camino igual, ni subo las gradas de dos en dos; veo que la capacidad motora ha disminuido en mí, han aparecido ciertas cosas que me obligan a ver a los médicos. Puedo hablar de mi propia edad y de la vejez que he visto en los otros. He visto gente que camina arrastrando los pies... si sigo cumpliendo años aprendo instintivamente a arrastrar los pies”.
La soledad creativa
A pesar de todo, a pesar de que es difícil vivir solo, este artista y poeta, que tan bien ha sabido relacionarse con los demás, reivindica la soledad:
“Las cosas familiares tienen su sentido, aunque antes decía: yo no me dedico a abuelo, eso me ha pasado; sin embargo, respondo a veces yendo de visita, pero es una lata un hombre que ande detrás de la familia”.
Esta soledad tiene el gusto de la nostalgia, de los temores. Los pequeños gritos del pasado se pegan en la memoria:
“La vida interior se acrecienta mucho como añoranza, porque yo estoy más tiempo callado, leo menos, pero los recuerdos se acentúan mucho, sobre todo hay recuerdos que yo no quisiera tener y vienen con fuerza a perturbarme en la noche, en la tarde. El amanecer le infunde a uno alegría, la misma con que yo pintaba mis acuarelas”.
Una de las preguntas que se le plantea al creador cuando llega a la etapa madura de su producción, cuando puede mirar el pasado con cierto desprendimiento y sin pasiones, se refiere a las tareas cumplidas, a lo que va quedando en la vida como una huella. Esta pregunta desemboca en la radicalidad del presente:
“Asumo mi obra ya con cierta duda porque estoy en un cruce de caminos después de una crisis que tuve, tal vez no espiritual sino física. Para estar vivo yo necesito estar haciendo algo, me siento obligado, pero tampoco que se me vuelva una obligación estarme moviendo como un animal, continuamente, o estar caminando porque sí; tengo que sacar eso como una necesidad vital pero también con cierto agrado y no como una obligación penosa”.
Siempre hay que ser optimista, ¿por qué no?
“Me agrada haber hecho 24 años de grabado en madera en color; tengo una vista panorámica de la acuarela. Veo que retrospectivamente estoy vivo, pero no sé en el futuro... depende de los años que viva; por lo pronto me da frío; pero hasta cierto punto porque con más años llega un momento en que uno se enfría, quiere decir se muere”.
Optimismo puro, aunque sea solitario, aunque sea una paradójica nostalgia del presente:
“Yo quiero vivir en este piso de madera, asomarme a esta ventana, caminar por aquí, estar solo, aunque me pese la soledad en las noches, en determinado momento, porque no puedo encontrar la compañía; pero sí prefiero vivir solo en esta casa de madera y conservar mi independencia”.
Su soledad es voluntaria; con los años Amighetti ha aprendido a protegerse, a tender un pequeño cerco:
“Hay una compañía que es muy grata, me animo hablando con la gente, pero cuando me vienen a acompañar por acompañarme descubro que es mejor defender la soledad. Yo prefiero pasar por mis tristezas, como se decía en la época de los románicos. Me encanta vivir esa tristeza. Por ejemplo, la lluvia. El día del homenaje que me hizo la Universidad me encantó esa tempestad. Me encantó que la naturaleza me hiciera un homenaje y que las gentes atravesaran ríos que se inundan, cataratas del cielo, toda esa épica de la ecología me encantó que coincidiera con el homenaje. Siempre amo la lluvia aunque me moje. El sol me agobia los ojos, es estupendo en las horas dulces al amanecer, al anochecer, pero hay una hora meridiana en que veo el sol con cara hosca. Es cuando me pongo mis anteojos polarizados y parezco astronauta”.
Razones para vivir
El artista asume con gusto la experiencia de vivir, y “con cierta valentía, porque siempre me andan cuidando para que no esté solo. No me dejan hacer los viejos paseos, pero todavía es un placer físico desplazarme, subir gradas. Siempre me gusta abrir la puerta como te la acabo de abrir a vos, porque todavía es un placer físico sentir que me desplazo. Hay cosas que van desapareciendo y uno comprende que ya no puede hacer. Estoy comprendiendo a los viejos pues yo... me sentía joven y hacía cosas de joven, pero ya estoy comprendiendo la vejez”.
La enfermedad, los médicos, la violencia de la curación –destino casi inevitable de los seres vivos, como en el drama de los trágicos–:
“He pasado cosas de la Inquisición con los médicos que probablemente me han salvado la vida –la tortura de los aparatos modernos y la experiencia que pueden ellos tener para manejarlos: le tengo horror, pero es necesario”.
A veces la gravidez del pasado lo ata:
“Renuncié en mi juventud a muchas cosas: mientras mis amigos iban a los bailes con las novias, yo me pasaba leyendo la Crítica de la razón pura, me estrujaba el cerebro. Me gustaba la belleza, el amor, pero también andaba buscando la luz entre los libros. Leí mucho en mi juventud. Ahora vivo del pasado, no tengo tiempo y la vista se me cansa mucho. En cierta forma no dependo de mí, antes atravesaba las calles e iba a las librerías. Ahora estoy un poquito encarcelado por mis propios años”.
También lo ata el presente:
“Me he ido adaptando a la vejez y no sabe uno cómo va a parar; uno dice, bueno, pues ahí llega la muerte tan callando... No le tengo tanto pavor a la vejez como las divas. Puedo ser un símbolo cultural todavía, pero no soy un símbolo sexual. Siempre hay razones, aún viejo, para seguir viviendo. Tal vez no las mismas razones que tenía antes, pero siempre, si uno pierde eso no le queda nada, solo el hastío”.
Y lo ata la fuerza de la cosas, como a casi todos los artistas cuando no se ha valorado a tiempo su obra: “No me desagrada. Así pasa también con otros artistas: si uno empieza a deteriorarse y a morirse, la obra empieza a valer un poco más. Es fácil ganarse la vida para el pintor, pero después de muerto, como dice Degas. Si no hubiera vivido 86 años nunca habría podido vender como para utilizar ese dinero y hacer un viaje”.
Descubrió muy temprano el grabado y lo ha cultivado durante un cuarto de siglo. Hizo el último dos años antes. Le pregunto si no le haría bien buscarse un colaborador que le ayude a imprimir o a ejecutar ciertas obras bajo su dirección.
“Yo ya no quiero meterme con ayudantes, no quiero forzar las cosas; lo que se acaba se acaba y ya le digo adiós; y si paso a otras cosas, paso; siempre es una incógnita la actividad creadora de uno, si es creadora y si sucede de alguna manera”.
Siempre joven
De pronto me siente muy serio, pues estoy embebido en la conversación y se entabla este pequeño diálogo:
–Ya no preguntás cosas capciosas.
–Ilústreme eso.
–Bueno, cosas que me puedan comprometer.
–¿Quiere que lo comprometa con una pregunta capciosa?
–Voy a cumplir cien años y vos siempre echándome a perder”.
Pienso otra vez en su frase: de puro viejo me he vuelto santo. Sí: santo de eterna juventud.
Con las pasiones del joven se defiende contra la imagen de los viejos adocenados, solemnes.
“Me defiendo en mi casa, con mi soledad, frente a una ventana donde veo la lluvia, donde veo abrirse las mañanas como flores lindas”.
La niñez fue feliz. La vida fue difícil a partir de la adolescencia. “Se murió mi p...

Índice

  1. Portada
  2. Inicio
  3. Dedicatoria
  4. La vida imperfecta
  5. I. Figuras
  6. La palabra Amighetti se dice de muchas maneras
  7. Benoît Patar: de Buridán a Jijé
  8. Evocar a Sartre un día de invierno
  9. Constantino Láscaris-Comneno
  10. Alberto Murillo: el artista es un mago
  11. Alvaro Bracci
  12. El paso de la guerra a la paz incluye también las palabras
  13. II. Letras, libros, lecturas
  14. Cómo devolver un libro 23 años después
  15. La gracia del folleto
  16. Frankenstein: la identidad fragmentada
  17. Apuntes sobre el Soñador del penúltimo sueño
  18. Ese Quijote entre nosotros
  19. El lector infantil
  20. Un poder extraño gobierna a la poesía lírica
  21. Bitácora de los hechos consumados
  22. Oficio de ciegos
  23. Voces de la Sirena
  24. De todas las selvas: la insurrección novelada
  25. Larga noche hacia mi madre
  26. Green Huie y el lenguaje poético de Rubén Darío
  27. La dispalabra
  28. Diplomacia y ficción
  29. Justicia poética
  30. La otra orilla del sueño
  31. Transitada ausencia
  32. III. Cultura y sociedad
  33. Para el destino humano la inteligencia aún no ha hecho méritos suficientes
  34. Redes del rumor
  35. Ocio y negocio o la vida está en otra parte
  36. ¿Sobrevivirá el marxismo?
  37. Cultura y desarrollo
  38. Los emociconos
  39. A pesar de los juegos perdidos
  40. La adoración del macho
  41. El poder de las apariencias
  42. Brasil, Brasil
  43. Sumisión
  44. La ficción trágica de Jonesboro
  45. Un tal ‘Santa’ peludo
  46. Angelitos de oro plástico
  47. Retrato hablado de Paloma San Basilio
  48. Escribir hoy
  49. Textos sobre la crítica crítica
  50. IV. El árbol caído
  51. Basura nuestra de cada día
  52. Pobres perros tristes
  53. La oportunidad casi perdida
  54. La sórdida explotación del bosque tropical
  55. V. Ética y política
  56. Si un juez se equivoca
  57. El drama moral del científico
  58. Costa Rica real o imaginaria: márgenes de la pasión
  59. Nacionalismo a prueba
  60. El policía trágico
  61. Ideas de los intelectuales
  62. El conflicto es esencial en las relaciones entre prensa y política
  63. Repensar lo moral
  64. Los sueños, la moral, el texto de ficción
  65. Escribir hoy
  66. El texto y los sueños: el porvenir de Antígona
  67. La región imaginaria: arte y ficciones
  68. VI. Evocaciones
  69. Carretas lejanas en mi memoria
  70. La imprenta de Sibaja
  71. Recuerdos del barrio habitable
  72. Nací en la casa de mis abuelos
  73. Autorretrato hablado
  74. Referencias
  75. Sobre el autor
  76. Créditos
  77. Otros libros recomendados