CAPÍTULO 1
¿Agresión o violencia?: dilucidar los conceptos
INTRODUCCIÓN
La violencia ha estado presente a lo largo de la historia de la humanidad, de manera que muchas veces es asumida como algo característico de la propia naturaleza humana. Esta mirada determinista yerra al realizar un tratamiento simplista de un fenómeno tan complejo, al mismo tiempo que socava los intentos por paliar sus manifestaciones en muchas sociedades.
Como concepto, la violencia se ha planteado a partir de diferentes perspectivas teóricas que van desde su manifestación individual (resultado de una enfermedad o de fallas en la socialización) hasta planteamientos más sociológicos que analizan la violencia desde sus orígenes y repercusiones sociales.
Respecto de las teorías y los paradigmas desde los cuales se la ha planteado, un rasgo común es que los estudios sobre la violencia no utilizan un único enfoque, dado que existen varios términos y categorías procedentes de enfoques conceptuales diversos (Van der Dennen, 1980). Los más utilizados son el enfoque sistémico, el estructuralismo, el estructural-funcionalismo, el marxismo, las perspectivas jurídicas y sociojurídicas, aunque también se utilizan enfoques como la epidemiología, el psicoanálisis, la etnosemántica, el positivismo o el liberalismo filosófico. También se hace alusión a la violencia desde la teoría de conflictos y desde el enfoque del pensamiento complejo, sin mayores desarrollos teóricos y prácticos (Sánchez, 2004).
Actualmente el modelo epistemológico dominante ha llevado a que se realicen muchos estudios sobre la conducta violenta, que dan prioridad a lo genético y lo biológico. Un ejemplo de esto son las investigaciones de Ferguson (2010) y Ferguson y Beaver (2009) sobre las contribuciones de la genética del individuo al desarrollo de la personalidad antisocial y la extrema violencia, o las desarrolladas por Natarajan et al. (2009) que establecen la diferencia entre agresión funcional y violencia a partir del estudio de ratones. De igual forma se encuentran los estudios de Chichinadze, Chichinadze y Lazarashvili (2011) enfocados en los mecanismos de funcionamiento de los agentes neuroquímicos y hormonales que participan en la inducción de la conducta agresiva.
Como es claro en los anteriores ejemplos, las comunidades académicas se refieren de forma indistinta a los conceptos de agresión y violencia, cuando no se refieren a lo mismo pese a estar relacionados (Van der Dennen, 1980). Uno de los problemas en la definición radica en que no hay un estudio sistemático sobre la violencia que no se realice a partir de las observaciones conductuales o mediciones físicas (Salas-Menotti, 2008). Sin embargo, la mayor parte de las definiciones de violencia y de agresión combinan dos ideas básicas: el acto que ocasiona el daño y los componentes subjetivos de esa acción, en especial la intención del agresor y la interpretación de la víctima sobre el daño (Márquez, Moreno e Izarzugaza, 2006).
CONSIDERACIONES SOBRE LA AGRESIÓN
Ha sido difícil establecer una definición sobre agresión, debido a que abarca un amplio espectro de comportamientos de naturaleza física, verbal o psicológica, y puede ser vista como respuesta a una amenaza o provocación y también como un acto planificado, dirigido hacia sí mismo o hacia otros. Ahora bien, la agresión ha sido estudiada desde diversas escuelas de pensamiento, que han permitido desarrollar distintas teorías para su tratamiento (tabla 1).
Tabla 1. Principales enfoques teóricos sobre la agresión
Teoría | Autor representativo | Enfoque sobre la agresión |
Cognitiva neoasociacionista | Berkowitz (1989, 1990, 1993) | Los eventos aversivos producen una respuesta emocional negativa, que estimula pensamientos, recuerdos, reacciones y respuestas fisiológicas asociadas con la lucha y la huida. Ante la ocurrencia del evento, los pensamientos agresivos, las emociones negativas y los comportamientos se unen en la memoria y crean un aprendizaje en el que se asocia la situación con dichas respuestas. |
Instintiva psicoanalítica | Freud (1923/1973) | Considera la agresión como uno de los motores básicos del ser humano, que constituye una fuerza global, instintiva, presente en toda actividad humana, básicamente inevitable. De acuerdo con esta teoría, el ser humano está dotado de fuerzas internas oponentes en fuerte conflicto entre la preservación (eros) y la destrucción (thanatos) de la vida. |
Etológica | Lorenz (1966) | Asume que el ser humano, como otras especies animales, posee un impulso agresivo que debe ser descargado y que actúa sin aprendizaje previo. La energía agresiva se genera espontánea y constantemente en el organismo y se acumula con el paso del tiempo. La agresión desde esta perspectiva cumple tres funciones para la especie: distribución en el espacio, selección natural de los más adaptados y defensa de la progenie. |
Impulso frustraciónagresión | Dollard (1939) | Propone que el comportamiento agresivo es consecuencia de una frustración previa, de manera que la frustración siempre conduce a una forma de agresión. Desde esta perspectiva, los seres humanos están motivados a comportarse agresivamente, por impulsos internos provocados por estímulos externos. |
Aprendizaje social | Bandura (1978) | Se centra tanto en las influencias ambientales como en las influencias cognitivas y autorregulativas. Las personas adquieren las respuestas agresivas de la misma manera que adquieren otras formas de comportamiento social, sea por experiencia directa, sea por observación. |
Interaccionismo social | Tedeschi y Felson (1994) | Plantea que el individuo es un tomador de decisiones, cuyas opciones son dirigidas por los beneficios esperados, los costos y las probabilidades de obtener resultados diferentes. Esta teoría proporciona una explicación de los actos de agresión motivada por objetivos. Incluso la agresión hostil podría tener un objetivo racional de base, como castigar a los atacantes para reducir la probabilidad de provocaciones en el futuro. |
Tal como se evidencia en cada uno de los enfoques teóricos presentados, el tratamiento de la agresión se ha centrado más en la perspectiva del individuo, bien desde un énfasis biologicista, bien desde una perspectiva de la socialización, pero, en últimas, sujetos descontextualizados ahistóricos y aculturales.
TAXONOMÍA SOBRE LA AGRESIÓN
De acuerdo con Navarro (2009), la agresión puede analizarse como desadaptativa (cuando se utiliza para alcanzar un beneficio o solucionar un conflicto), pero también como adaptativa (cuando se usa en defensa propia); puede incluirse en el repertorio conductual (como forma de conducta social) o como rasgo de personalidad (tendencia y predisposición a actuar de un modo agresivo ante diversas situaciones); puede considerarse como fruto del desarrollo evolutivo (parte de la conducta infantil) o una pauta desviada (a medida que avanza la socialización), que se sitúa en distintos niveles: interpersonal, grupal y societal. Sin embargo, la definición más general del comportamiento agresivo se basa en la intención de hacer daño (Anderson y Bushman, 2002; Berkowitz, 1993).
Para entender los factores de riesgo y desarrollar intervenciones orientadas a reducir y prevenir las agresiones, gran cantidad de estudios se han centrado respecto de la motivación que precipita este comportamiento (Reidy, Shelley-Tremblay y Lilienfeld, 2011).
Moyer (1987) realizó una clasificación de la agresión manifiesta en la conducta de distintos animales, según las condiciones sociales en las que se presenta este comportamiento. Tomando como base sus estudios, Soma et al. (2008) clasifican los tipos de agresión como sigue: la agresión depredadora, la agresión entre machos, la inducida por el miedo, la irritable, la maternal, la territorial y la instrumentalización de la agresión.
Wingfield et al. (2006) plantean otra clasificación: la agresión territorial, la relacionada con alimentos u otros recursos de ingestión, la agresión por estatus de dominio, la agresión sexual, la parental, la antidepredadora, la interespecie y, por último, la irritable.
Otros modelos más simples sobre los tipos de agresión la clasifican en un modelo más simple: la ofensiva y la defensiva (Blanchard y Blanchard, 2003), o bien como reactiva (también conocida como hostil, impulsiva, emocional) y proactiva (también conocida como instrumental) (Berkovitz, 1993). En comparación con la agresión reactiva, la proactiva se asocia con una evaluación más positiva de la agresión y mayor justificación de su utilización (Calvete y Orue, 2010).
Más allá de las motivaciones que puedan dar origen a una taxonomía, Anderson y Bushman (2002) definen la agresión humana como la conducta dirigida hacia otra persona con el fin de causar daño inmediato, en la que el autor debe creer que la conducta dañará su objetivo, y ese objetivo desea evitar dicha conducta.
CONSIDERACIONES SOBRE LA VIOLENCIA
Se puede afirmar que toda violencia incluye la agresión, pero no toda agresión es violencia. La diferencia entre ambos conceptos radica en la connotación simbólica y cultural que adquiere la última. La agresión se constituye en la operacionalización de la violencia, su manifestación concreta (Martínez-González et al., 2014), mientras que la violencia da cuenta de una estructura ideológica justificadora, arraigada en la construcción simbólica que sobre ella se ha formado en un determinado contexto sociocultural (Blanco, Caballero y De la Corte, 2005). “La agresión es inevitable, no así la violencia. De lo que se deduce la importancia del momento socializante, educativo, formativo en la transformación o reproducción de las culturas” (Jiménez-Bautista, 2012, p. 12).
La violencia es considerada como una conducta cargada de una gran intensidad de agresión, donde se presenta una intención destructiva hacia la víctima, que causa el mayor daño posible (Reidy, Shelley-Tremblay y Lilienfeld, 2011; Navarro, 2009; Anderson y Bushman, 2002). Así, la violencia ha sido entendida como el uso excesivo de la fuerza sobre las cosas o las personas, es decir, hechos que sacan de su “estado natural” a la gente, sean de carácter intencional, natural o accidental (Márquez, Moreno e Izarzugaza, 2006). Para Zimbardo (2007a), la violencia es el uso del poder con el propósito de causar daño a alguien.
La mayor parte de los actos violentos son considerados como no necesarios por quienes los sufren y se interpretan como algo negativo atribuible a la voluntad de quien aplica la fuerza (Márquez, Moreno e Izarzugaza, 2006). Sin embargo, cuando las personas se sienten amenazadas por un enemigo real o imaginario, la utilización de la violencia como forma de garantizar la propia supervivencia es vista de forma aceptable e incluso festejada. Al respecto, May (1990) se refiere a la violencia como una consecuencia del bloqueo del poder del individuo para ser y para autoafirmarse. La violencia sería la última instancia a la cual recurrimos como única vía de los individuos o los grupos para liberar la tensión producto del bloqueo y la última posibilidad para alcanzar una sensación de significación (Acosta y Llinás, 2002). Desde esta perspectiva la violencia puede ser tanto una reacción armada internamente por el individuo como la respuesta a los atropellos por parte de otros (personas o grupos) que amenazan potencialmente la estructura de la personalidad o lesionan la propia integridad (Acosta y Llinás, 2002).
Tal como se vislumbra, estas definiciones insisten en conceptualizar la violencia en el marco de una relación diádica entre el agresor y la víctima, que los aísla de los fenómenos a su alrededor. Por tanto, se considera necesario resaltar que los impulsos y las motivaciones que ocurren en el organismo no se dan espontáneamente, sino que están supeditados a las características socioculturales que lo enmarcan.
Tal como lo plantean Araújo y Díaz (2000), las condiciones que agreden la estructura biológica y psíquica de los individuos ocurren a través de conductas fijadas por la estructura socioeconómica y cultural de la sociedad y de los grupos humanos y de las conductas personales de los individuos. Por tanto, la conducta violenta tiene causas, manifestaciones e implicaciones psicológicas y emocionales, que tampoco deben estudiarse fuera de las condiciones grupales y sociales en que se desenvuelven (Araújo y Díaz, 2000).
La violencia es algo que se ubica en nuestra conciencia (que aprehende y genera símbolos) y se manifiesta a través de lo que sentimos, pensamos y verbalizamos, inmersa en un “mundo” conflictivo ante el cual da unas determinadas respuestas, que evaluamos como negativas en la medida en que tenemos unas normas culturales y unos valores que así lo aconsejan (Jiménez-Bautista, 2012, pp. 17-18).
La consideración de que los fenómenos psicológicos se producen dentro de determinados marcos sociales, que se caracterizan por disponer de sistemas de comunicación y de distribución de conocimientos, afectos, emociones y valores, nos proporciona un enfoque apropiado para comprender la génesis y el desarrollo de las conductas de violencia interpersonal, como respuesta a experiencias de socialización, que, en lugar de proveer afectos positivos y modelos personales basados en la empatía personal y el respeto hacia el prójimo, ofrecen claves para la rivalidad, la envidia y el odio (Ccoicca, 2010, p. 29).
Así, a la complejidad para definir los elementos involucrados en la aparición de la conducta violenta, se agrega la cuestión de apreciación cultural (oms, 2002). Esto es, que se nutre de contenidos dependientes de criterios morales y valores sociales, de manera que los significados que se le atribuyen emergen en momentos concretos de la historia, en función de lo que los individuos sufren y de la captación social de su sufrimiento (Fernández, 2007).
Además, tal como lo plantea Skolnick (citado en Del Olmo, 1975, p. 296),
la violencia es un término ambiguo cuyo significado es establecido a través de procesos políticos. Los tipos de hechos que se clasifican varían de acuerdo a quien suministra la definición y a quien tiene mayores recursos para difundir y hacer que se aplique su decisión.
Tal como se evidencia en la frase anterior, el concepto de violencia es en sí mismo un concepto político, lo cual explica las dificultades en su definición. En la práctica, el fenómeno atraviesa múltiples campos disciplinarios, por lo que los estudios tienden a ser fragmentados y apolíticos e impiden el desarrollo de una teoría general de la violencia (Del Olmo, 2000).
De este modo, la palabra violencia se utiliza para referirse a hechos y situaciones tan heterogéneos que parecen no tener conexión entre sí, mientras persiste poca preocupación por diseñar sus postulados básicos (Del Olmo, 2000).
En este sentido, Chesnais (citado en Del Olmo, 2000) señala:
El término violencia ha terminado por designar cualquier cosa: desde el intercambio agresivo de palabras al homicidio crapuloso, pasando por el cheque sin fondos. Es un término […] abierto a todos los abusos lingüísticos que poco a poco se ha despojado de su sentido original, a saber el abuso de la fuerza. (p. 3)
Así, predomina la tendencia a formular tantas definiciones de violencia como manifestaciones tiene, de manera que todo es producto de la violencia, y la responsabilidad es de nadie y de todos a la vez (Del Olmo, 2000).
Al igual que en la agresión, la violencia, en medio de su gran indefinición, también se ha estudiado desde distintas perspectivas. Se expresan a continuación, de manera muy sintética, los principales enfoques de acuerdo con el análisis planteado por Sánchez (2004), p...