Libros y lectores en la Gazeta de literatura de México (1788-1795) de José Antonio Alzate
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Libros y lectores en la Gazeta de literatura de México (1788-1795) de José Antonio Alzate

  1. 270 páginas
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Libros y lectores en la Gazeta de literatura de México (1788-1795) de José Antonio Alzate

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En relación a este estudio, Dalia Valdez Garza nos señala que "si bien el título del libro es "Libros y lectores en la Gazeta de literatura de México (1788-1795) de José Antonio Alzate", sería posible entender [su propósito] haciendo un juego de palabras, es decir: Libros y lectores de José Antonio Alzate en la Gazeta de literatura de México". Así, y partiendo del concepto de prácticas de lectura, la autora nos lleva por un recorrido sobre los distintos procesos en la producción intelectual y material de una gaceta literaria, resultado de un tipo de prensa cultural y erudita –desde las lecturas que nutrieron de ideas al autor/editor de los textos que la conformarán, hasta la relación del impreso con la "censura" civil y religiosa, las decisiones editoriales que se reflejan en su propuesta tipográfica o sus canales de distribución– en un contexto amplio de su momento histórico (la Ilustración y las emergentes ideas nacionalistas de las futuras repúblicas americanas). Se ofrece aquí la biografía de un libro (en su materialidad) que contiene a su vez las ideas de numerosos libros, del reflejo de las sociabilidades en las que su autor/editor estaba inmerso y que lo relacionaron con otros lectores, y finalmente de los cánones de lectura y de interpretación en constante reformulación dentro del contexto novohispano de autores, editores e impresores y lectores.

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Información

Año
2014
ISBN
9786078348503
Hacer la prensa literaria: el trayecto del autor al lector
Condiciones para el surgimiento de la prensa erudita
En Francia, antes de la llegada de la prensa periódica, impresos como los ocassionels convivieron con noticias manuscritas (Guillamet 53). La única coincidencia entre esos primeros papeles u hojas impresas que ni siquiera tenían título en serie, y los periódicos posteriores, era “el interés informativo, el sentido de la novedad y la rapidez de la impresión” (54). Todo esto se daba como un fenómeno que en lo cultural transformaba la sociedad porque se fueron configurando nuevas formas de lectura, mientras que en el negocio de la imprenta dio pie a desarrollar el ingenio empresarial, con la inversión en un tipo de publicaciones que permitiera a los impresores una compensación más inmediata en relación con el libro, dado el alto costo que representaba la producción de cualquier impreso.
En el surgimiento del mercado de publicaciones periódicas confluyen aspectos económicos y culturales. En Europa, según nos informa Guillamet, la aparición de las publicaciones con periodicidad sería la consecuencia de la expansión de la demanda de noticias por parte de un público interesado en conocer los últimos acontecimientos, a tal grado de que el siglo XV se convertiría en “el gran siglo de las noticias” (53-54). De esta forma encontramos a impresores conformando pequeños cuadernos de cuatro, ocho o dieciséis páginas a los que dieron distintos nombres, según el país, y que ya perfilaban las tres grandes líneas del periodismo moderno: “las relaciones u hojas de noticias, los libelos u hojas de opinión y propaganda, y los canards o relatos de hechos curiosos y extraordinarios” (51). Posteriormente en siglo XVI se dio “la eclosión de la curiosidad pública” (53). Todos estos fenómenos editoriales que a su vez perfilaban nuevos hábitos de lectura, en su momento tendrían una influencia en los territorios americanos como se verá en esta sección.
Bibliotecas novohispanas: un viraje en materias y formatos
En una sociedad estamental, para la Corona, el beneficio de intervenir en los temas relacionados con el libro como la censura en la edición y la dotación de grandes bibliotecas, era el incremento de su poder a través del control ideológico de la sociedad o la vía indirecta de la representación, según nos ilustra Bouza (106). Al llegar al siglo XVIII se hace necesario centrar nuestra atención en el libro como “objeto comercial o vehículo de cultura”. Durante el reinado de los Borbones se actualizaron leyes para facilitar los trámites de impresión, se conformó una bibliografía nacional y crecieron las colecciones bibliográficas en entidades culturales y científicas; además, en España los libros se pusieron a disposición del público, en gabinetes de lectura o en las bibliotecas de las sociedades económicas (López-Vidriero 201 y 208).
Las reformas en educación en la Nueva España y la creación de establecimientos que simbolizaban la nueva tendencia experimental y creación de conocimientos, justificarían la necesidad de contar con una biblioteca científica y técnica, ya fuera personal o institucional. Aunque la lectura de libros relacionados con la ciencia moderna permanecería reducida a una élite como fue durante todo el periodo colonial, en su último siglo, el impulso que se dio a la traducción de obras en lengua extranjera permitió que este tipo de publicaciones ampliaran su público, además de que por fin las lenguas vernáculas1 irían desplazando al latín (Osorio 127 y Coudart y Gómez 182) como la lengua oficial de comunicación entre los hombres de letras, una tendencia que se dio en Europa para una mayor difusión social de la ciencia (Comberousse 40).
Desde el siglo XVI los recién llegados a la Nueva España formaron sus bibliotecas con los libros que traían en su viaje a América. Poco a poco se fue imponiendo la práctica de comprarlos a los mercaderes que los importaban a México con pie de imprenta de ciudades como París, Lyon, Venecia, Roma y Amberes, Sevilla y Salamanca (Ramírez 47). Las bibliotecas particulares e institucionales en la Nueva España pudieron enriquecerse con libros en varios idiomas y materias. Ya en el siglo XVIII, las de algunos prelados reflejan por ejemplo su interés en disciplinas que estaban de moda como historia, geografía y ciencias y artes (Coudart y Gómez 189). Otras bibliotecas particulares de este siglo que dan cuenta del interés por el libro, incluso fuera de la capital, y en el primer caso, fuera del ámbito eclesiástico, son las del intendente Riaño y la del cura don Antonio de Labarrieta en Guanajuato, quienes lograron reunir más de mil volúmenes (Jiménez 103). Las bibliotecas novohispanas en las que seguramente estuvieron entremezcladas ediciones europeas y locales, son una muestra de las preferencias lectoras y una prueba fehaciente de la existencia de un mercado del libro que seguía con atención las novedades bibliográficas, indicadoras de las tendencias, tanto en forma como en contenido.
En su Histoire de l’édition française, Chartier y Henri-Jean Martin consideran el triunfo de los pequeños formatos entre mediados del XVII y finales del XVIII, como uno de los elementos que modifican las posibilidades de lectura y como una de las transformaciones en el libro-objeto que definen las condiciones de una nueva legibilidad, quizá porque se podían manejar mejor y porque se podían llevar de un lugar a otro con mayor facilidad, lo que podía propiciar una relación más íntima entre el lector y el texto (148). Las bibliotecas de dos miembros de la élite eclesiástica novohispana que analizaron Coudart y Gómez pueden darnos una idea respecto a las preferencias en los formatos del libro, pues las autoras encontraron que predominaba el libro de tamaño pequeño (cuarto y octavo específicamente), y lo señalan como el formato típico del siglo XVIII (179), tomando en cuenta que, en una de esas bibliotecas, las fechas de edición de los libros corresponden al periodo de 1750-1799 en 71% de los impresos que registran este dato (79% del total) (181). De ahí que al hablar de esta preferencia por el libro pequeño se pueda hacer la precisión de que si bien esta tendencia comienza a mostrarse desde principios del siglo XVIII, se hace más fuerte hacia la segunda mitad. En cuanto al género de las obras, predominaban las de derecho (ya que ambos obispos estudiaron un doctorado en cánones) y el libro religioso, aunque están presentes también las de teología, literatura, historia, geografía, política y economía, ciencias exactas, ciencas naturales, pedagogía y educación (180-181). Importante es igualmente que por lo menos dos terceras partes de los libros de estas bibliotecas correspondían a ediciones europeas, y sólo un tercio a impresos publicados en América, predominantemente en la ciudad de México (182). Cabe puntualizar, finalmente, que la cantidad de periódicos encontrados en una de estas bibliotecas muestra a su dueño como un “gran lector” de este tipo de impresos (187).
Alzate por su parte parece considerar las obras breves muy útiles en la instrucción de la juventud, pues está “convencido por la experiencia de que las obras voluminosas, lexos de excitar la curiosidad y atencion de los Jóvenes, ordinariamente los cansan y fatigan”. De ahí que los formatos más pequeños como en el que se edita el Curso filosófico de Celis, sean de los más convenientes para fines didácticos, según opina Alzate de un autor que además se expresa con mucha claridad aun teniendo que tratar “tantas y tan diversas materias en solos tres volúmenes en quarto, en caracteres mayores que los de esta Gazeta, y en tomos tan poco abultados, que el mayor apenas comprehende 330 páginas” (GLM I: 17-b, 134-135, 10/5/1790).2 Otra referencia está en la transcripción que hace Alzate de lo que le escribió el impresor español Antonio Sancha (Torija, Guadalajara, 1720-Cádiz, 1790) sobre su plan de imprimir en castellano la Storia antica del Messico3 (Cesena, 1780-1781) de Clavijero, en el mismo tamaño en cuarto y papel “que la Historia de México4 de Solis5 que he publicado, aunque el caracter será un grado menor y en dos tomos iguales: las láminas procuraré igualmente vayan bien echas y dibujadas mejor que la edicion publicada en Italiano en quatro tomos en quarto” (GLM I: 21 [22], 104, 25/6/1789). Por lo menos tres menciones más se dan sobre este formato en la Gazeta de literatura, una a propósito del comentario de una obra de Antonio León y Gama que imprimió Zúñiga y Ontiveros,6 y otras dos que se citan en el Diario de física, correspondientes a obras de Born7 y a Duhamel8.
Las bibliotecas novohispanas son asimismo las que alimentan el genio de los escritores que producirán los textos para ser impresos en México y a su vez revelan posibles conexiones entre intelectuales, resultado de las prácticas de préstamo e intercambio. No es fortuito que haya surgido una producción de divulgación científica de las plumas de Alzate y Bartolache, dos hombres pertenecientes a la élite cultural del siglo quienes podían poseer libros, o consultar temporalmente los de las bibliotecas particulares de sus amigos y de las institucionales en la universidad, o en las nuevas instituciones científicas. Se sabe que el funcionario ilustrado, Francisco Leandro de Viana, conde de Tepa, vinculado a Alzate por su filiación a la Sociedad Bascongada, le dio acceso a su biblioteca personal para consultar algunos libros que le servirían en la redacción de su memoria sobre la grana cochinilla. El conde de Tepa contó incluso con un permiso especial para leer libros prohibidos, como Bartolache.9 Alzate, de quien se desconoce su biblioteca,10 da cuenta en su Gazeta de literatura (GLM I-b, 2, 13, 22/9/1789) de los libros que solicitó para estudiar sobre el tema del añil, y que le franquearía, según dice, Juan Eugenio Santelices Pablo. En nota a pie de página añade que este caballero, al pensar en lo útil que le sería al autor de la Gazeta la colección de Artes de la Academia de Ciencias de París, se la remitió a pesar del elevado costo que se sumaba entre el valor de la propia obra y el del envío. Luego Alzate presume de contar con una edición ejecutada en “Neuchatel”11 y cómoda en su manejo por estar impresa en cuarto, además de contener notas muy sabias.
Santelices, dueño de una mina y fiscal del Real Tribunal de Minería, fue un importante comprador de libros y poseedor de un mediano gabinete de historia natural en la Nueva España.12 Hay que tener en cuenta que en 1793 parte de sus libros (102 títulos) “indispensables en la educación minera” pasarían a conformar la biblioteca del Colegio de Minería, por arreglo de su director Fausto de Elh...

Índice

  1. 1ª de forros
  2. Portadillas
  3. Índice
  4. Reconocimientos
  5. Hacer la prensa literaria: el trayecto del autor al lector
  6. La nación en el espejo: preceptos y efectos de la lectura
  7. Conclusiones
  8. Bibliografía
  9. Anexo
  10. Sobre la autora
  11. 4ª de forros