Papa Francisco
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Papa Francisco

Lecciones de liderazgo

  1. 256 páginas
  2. Spanish
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  4. Disponible en iOS y Android
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Lecciones de liderazgo

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Información del libro

Para los creyentes y no creyentes, Papa Francisco: Lecciones de liderazgo de Chris Lowney es una oportuna introducción a la obra, la mente y el corazón de un papa que ha desafiado las expectativas y fascinado al mundo. En una cultura que ha llegado a ser escéptica con respecto al liderazgo institucional, Lowney da una esperanza y una idea de lo que puede ser un líder inspirador. El accesible libro de Lowney aborda la formación del Papa Francisco (y la suya propia) como jesuita y nos invita a reflexionar sobre nuestros propios obstáculos para liderar con éxito. Es un libro ideal para todos los que están interesados en servir mejor a sus familias, escuelas, empresas y organizaciones.

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Información

Editorial
Granica
Año
2019
ISBN
9789506418243
Categoría
Business
Capítulo 8
Crear el futuro: el desafío de liderar a través del cambio
¿Qué pasa si salimos de nosotros mismos? Lo mismo puede pasar con cualquiera que salga de su casa a la calle. Puede tener un accidente. Pero les digo, prefiero a una Iglesia accidentada por salir que enferma por encerrarse.
–Papa Francisco, discurso desde la plaza San Pedro, 18 de mayo de 2013
Después de su primer año como jesuita, Tomás Bradley y sus compañeros novicios fueron designados para trabajar en el colegio Máximo, el gran seminario entonces dirigido por el padre Jorge Bergoglio. Los estudiantes de teología y filosofía que habían animado el lugar todo el año se habían dispersado para el verano y el ruinoso viejo edificio estaba casi vacío. Pero alguien tenía que mantener el complejo en funcionamiento y los novicios, en la base de la columna totémica jesuita, eran los candidatos lógicos para trabajar en la granja del seminario, la cocina y ayudar en otras tareas. ¿Cuál era el papel de Bradley? Portero. El padre Bergoglio lo había designado para controlar la entrada principal del seminario.
De este modo, su solitario escritorio de portero debió haber parecido el recibidor de una vieja casa visitada por fantasmas; una casa sin aire acondicionado en pleno verano de Buenos Aires. Bradley pasó allí sudorosas horas de intenso aburrimiento, interrumpidas por el ocasional golpe de unos nudillos sobre la puerta.
Una tarde llegaron visitantes para el padre Bergoglio, dos monjas de una congregación religiosa llamada Hijas de Jesús.
Bradley telefoneó a la oficina del padre Bergoglio: “Padre, dos Hijas de Jesús están aquí para verle”.
“Jesús no tuvo hijas”, fue la respuesta burlona.
El joven seminarista soltó una carcajada y colgó el teléfono; las dos monjas miraban azoradas. El padre Bergoglio vino enseguida y las acompañó hasta una sala de reuniones; ellas nunca descubrieron qué fue exactamente lo que provocó la risa del joven seminarista.
El futuro de la Iglesia puede depender del significado de esa anécdota. Quizás esto parezca una exageración, pero no por mucho. El significado, desde luego, no es el sentido del humor del Papa (los católicos consideran que los pronunciamientos de un papa son infalibles, su sentido del humor, obviamente, no lo es). En realidad, la cuestión es cómo terminó Bradley en la función de portero. Al novicio le encantaba trabajar afuera y había deseado una tarea de verano en la granja del seminario. De hecho, habría sido un puesto perfecto, ya que había estudiado agronomía antes de ingresar en la orden jesuita.
Sin embargo, se sentía aislado adentro, en la cabina de portero, no porque el padre Bergoglio fuera cruel o ignorase sus talentos e intereses, sino porque trataba de alentar la formación espiritual. Al respecto, el padre Bergoglio le dijo: “No necesita ir a la granja; para usted, sería mejor quedarse aquí en el silencio del escritorio de portero, en su tranquilidad”. ¿Recuerda su insistencia –relatada en el capítulo 6– en que los jesuitas (y por extensión los líderes en general) necesitan cultivar la capacidad para reflexionar? Como explica Bradley, “él comprendía que necesitábamos desarrollar una vida interior para ser eficaces en nuestra misión, en nuestro trabajo” y veía en la tranquilidad del seminario una escuela ideal para el alma, donde un hombre joven orientado a la acción podía cultivar una rara habilidad: la capacidad de estar en soledad.
Pero en realidad, como Bradley recuerda ese verano, el padre Bergoglio perseguía algo más profundo. Estaba tratando de inculcar, dice Bradley, “parte de la espiritualidad de los jesuitas”, es decir, “que no siempre se puede realizar el trabajo que uno desea o lo que resulta más fácil; sino que, para vivir plenamente nuestra misión jesuita es esencial aprender a seguir el camino del desapego, de la disponibilidad, de la indiferencia ignaciana”.
¿Desapego? ¿Indiferencia?
Libertad “de” y libertad “para”
Para decirlo más claramente uno podría llamarlo “libertad de y libertad para”, una disposición personal vital que ayuda a los líderes a tomar buenas decisiones para guiar a sus familias o compañías (o incluso a la Iglesia global) hacia el futuro. Así pues, mientras lea los siguientes párrafos, recuerde su historia favorita de una decisión tomada con torpeza; es posible que el responsable de la decisión no tuviera “libertad para” tomarla.
En primer lugar, consideremos la libertad de. El futuro de la Argentina jesuita difícilmente dependía de la predilección de Bradley por trabajar afuera durante ese verano en el noviciado. Pero hagamos una proyección a veinte años e imaginemos a un hipotético Bradley (o cualquier líder) tan motivado por intereses y deseos personales –tan “poco libre”– que eso socava su capacidad para tomar decisiones acertadas. Por ejemplo, un jesuita podría estar tan cómodo trabajando en su ciudad natal, tan a gusto en una tarea conocida, que se resista a ser transferido a un nuevo trabajo en otra ciudad, aun cuando eso represente una prioridad más alta para los jesuitas. Imagine a un ejecutivo tan aferrado a su propio ego y orgullo que se niega a escuchar los argumentos bien razonados de los otros contra la ejecución de un nuevo proyecto acariciado por él. Imagine al administrador de un hospital tan apegado a la vieja manera de dirigir un hospital como un feudo, que no está dispuesto a experimentar con un nuevo modelo en el que el hospital, los grupos de médicos, las clínicas y los centros comunitarios cooperarían para proporcionar una atención holísticamente coordinada.
En otras palabras, una persona puede llegar a estar tan aferrada a lo familiar, al ego, al estatus o a muchos otros demonios internos, que eso le nubla la razón y lo hace tomar malas decisiones. El padre Bergoglio le estaba dando al joven seminarista Bradley una lección para liberarse del apego y, como papa, nos ha estado ofreciendo la misma lección al resto de nosotros. El pontífice llama a estos apegos o faltas de libertad nuestros ídolos personales. Al respecto, expresa que debemos “despojarnos de tantos ídolos, pequeños o grandes, que tenemos y en los cuales nos refugiamos. En los que a menudo basamos nuestra seguridad”.138
Este uso de la libertad es una piedra angular de la cultura jesuita. De hecho, podríamos entender su voto de castidad, entre otras cosas, como un signo radical de ese compromiso con la libertad y la disponibilidad. Hernán Paredes recuerda al padre Bergoglio exhortando a los seminaristas, “ya hemos tomado la difícil decisión de dejar atrás a nuestras familias [para devenir jesuitas]. ¿Con qué fin? Para usar esa libertad…”. [Énfasis añadido].
En efecto, tenemos que usar nuestra libertad para algo. Este es el aspecto especular de la “libertad de”. Liberarse de los ídolos y apegos solo produce una desviación sin propósito, a no ser que sea simultáneamente una libertad para lograr algún objetivo. Nos liberamos de nuestras trabas, no para remolonear ni para dar vueltas en círculos, sino para correr en busca del premio, la misión, el sentido del propósito que le da un significado a la vida y al trabajo. Observemos que los ejemplos anteriores siempre involucraban implícitamente una meta o un objetivo: el jesuita apegado a su ciudad natal y a su trabajo familiar no era libre para una tarea de alta prioridad. Y el administrador del hospital aferrado a la vieja manera de hacer las cosas no era libre para buscar un nuevo enfoque a fin de mantener su comunidad saludable, la misión fundamental de una institución médica.
Recordemos el tema del último capítulo, “respetar la tradición”. Ahora ese concepto tiene un enfoque más definido. Nuestra misión, nuestras metas, nuestros valores, principios morales y el verdadero sentido de quiénes somos como seres humanos a menudo surgen de nuestra tradición, sea ella un credo religioso u otras creencias humanistas. Si somos libres, esas convicciones nos impulsan y nos mantienen adecuadamente orientados, como si fueran una brújula. No hay nada malo en el hecho de que el jesuita prefiera su tarea de largos años en su ciudad o pueblo natal; lo terrible es que esté totalmente comprometido en su situación presente. La cuestión es si ha llegado a estar tan apegado a ese statu quo que no puede perseguir lo que podría ser más importante para la misión. El espíritu de tener “libertad para” desafía a ese jesuita: “Oye, recuerda que nuestra meta fundamental como jesuitas es hacer lo que sea para la mayor gloria de Dios; ¡debes ser más libre para nuestra misión!” También desafió a ese ejecutivo del hospital: “Por favor, recuerd...

Índice

  1. Índice
  2. Portada
  3. Ediciones Granica
  4. Créditos
  5. Capítulo I
  6. Capítulo 2
  7. Capítulo 3
  8. Capítulo 4
  9. Capítulo 5
  10. Capítulo 6
  11. Capítulo 7
  12. Capítulo 8
  13. -Capítulo 9
  14. Agradecimientos
  15. Acerca del autor
  16. Selección de títulos