Capítulo 1
Los libros, la literatura y los escritores antes de la Editorial Costa Rica (1750-1959)
El nacimiento de la industria editorial en Costa Rica y el proceso de creación de la ECR están marcados por una serie de antecedentes; entre ellos, la circulación de textos escritos en Costa Rica y la situación de los escritores y escritoras antes de 1959, año en que comienza a funcionar la editorial nacional. De hecho, la historiografía nacional, al menos desde finales de la década de 1980, ha procurado estudiar la dinámica social y cultural relativa a la publicación de obras escritas durante ese mismo periodo. El historiador Iván Molina Jiménez, por ejemplo, ha estudiado con gran esmero la cultura impresa y literaria desde mediados del siglo XVIII –el ocaso colonial– hasta la primera mitad del siglo XX. De la misma forma, la historiadora Patricia Vega Jiménez, se ha interesado en profundizar en el tema de la comunicación impresa a partir del segundo cuarto del siglo XVIII y hasta la década de 1930, concentrándose principalmente en el análisis de temas relativos a la prensa escrita y, en menor medida, al estudio de la dinámica social de los libros y las librerías durante los primeros años del siglo XX.
A dichas investigaciones se suman los esfuerzos realizados por intelectuales como Luis Dobles Segreda, quien entre 1927 y 1967 publicó un índice bibliográfico de Costa Rica distribuido en doce tomos; y el trabajo de Jorge Lines, que en 1944 presentó un estudio sobre los libros y los folletos publicados en el país entre 1830 y 1849.
Finalmente, se destaca el trabajo de Luis Felipe González Flores, que hacia finales de la década de 1970 se dedicó al análisis profundo de una gran cantidad de textos escolares, con el fin de estudiar la historia de la instrucción pública y el desenvolvimiento educacional y científico costarricense a través de su historia. Varias décadas más tarde, a esos esfuerzos pioneros se les agregaron diversos trabajos que profundizaron en la historia del consumo y circulación de textos escritos, así como la cultura impresa en el país.
1.1. Los libros en el ocaso de la colonia (1750-1821)
Las distintas etapas en la producción, comercialización y consumo de libros en Costa Rica han sido objeto de periodización por parte de estudiosos como Iván Molina (2011). Su análisis inicia desde mediados del siglo XVIII y se extiende hasta los años posteriores a la independencia de Centroamérica. Este periodo se caracteriza por el hecho de que los libros que circulaban en la provincia de Costa Rica eran importados en su totalidad, y aunque su procedencia aún no ha sido estudiada de manera adecuada, se sabe que en su mayoría provenían de España, Guatemala y México. Hacia el final de la etapa colonial, los libros eran escasos, poco atractivos comercialmente y predominaban los de carácter religioso; generalmente catecismos, novenas y breviarios. Pese a ello, en las bibliotecas privadas se encontraban también algunos poemarios, novelas, comedias y cuentos, pero estos últimos eran despreciados por los ilustrados de la época. Circulaban, además, publicaciones sobre otros temas como filosofía, moral, medicina, comercio, política, derecho, geografía e historia.
Entre los bienes de los campesinos y artesanos casi no figuraban los libros, y los más comunes para ellos eran las cartillas y los catones, que se empleaban para el ejercicio de la lectura y la escritura. La poca circulación de libros a finales de la colonia se debía a sus altos precios. Por ejemplo, hacia 1821, el valor monetario de un libro era superior a un peso, en una época en que el jornal que se pagaba a un peón era de tres a cinco pesos mensuales. Este precio inaccesible se debía a varios factores, entre ellos el alto costo de la producción editorial en Europa y América, el cual se explica porque la tecnología utilizada era aún rudimentaria; a la ausencia de una imprenta en el Valle Central, que llegaría al país hasta 1830, y a las redes de intercambio desigual con América que continuaban reproduciendo los patrones coloniales aun después de declarada la independencia.
Caso contrario era el de los sectores acaudalados –principalmente comerciantes, terratenientes, burócratas y curas– entre quienes circulaban obras de detallada confección, generalmente muy caras, que se adquirían a través de comerciantes o por herencia. Para este grupo, el libro representaba un símbolo de prestigio, poder y riqueza dentro de una sociedad esencialmente agraria y oral. A pesar de esto, entre 1800 y 1824, las bibliotecas eran relativamente pequeñas –tenían de uno a 19 títulos–, por lo que el consumo era muy bajo. Un caso excepcional en los inventarios de libros del primer cuarto del siglo XIX, era la biblioteca de Pedro Antonio Solares, un comerciante asturiano que poseía 36 títulos y 119 volúmenes. Este español se dedicaba, entre otras cosas, al comercio de libros entre Europa y América. Sin embargo, en este periodo el acceso dependía, casi siempre, de copias manuscritas, donaciones y préstamos.
1.2. La consolidación de los textos literarios en la cultura costarricense (1821-1890)
Entre 1830 y 1940, surgen y se expanden las imprentas, las librerías y las bibliotecas. Sobresale, en ese periodo, la figura de Miguel Carranza Fernández, comerciante y caficultor josefino, quien introduce la primera imprenta a Costa Rica –Imprenta La Paz– y da inicio a la producción local de libros, concentrada en la edición de textos oficiales encargados por el Estado. También se establecen en el país las primeras bibliotecas públicas y privadas de relevancia. Sin embargo, durante ese lapso apenas se asomaba tímidamente el trabajo editorial de las imprentas; es decir, la recepción, dictamen y publicación de obras de autores nacionales.
Entre 1830 y 1850, según el historiador Carlos Meléndez, comenzó una gran circulación y producción de libros y periódicos. Esto se explica por la traída de la imprenta de Carranza, que permitió diversificar la producción en un contexto marcado por el auge económico y social producto de la capitalización del agro por medio del café. Este hecho específico hizo que el Estado comenzara a organizar y expandir el aparato escolar. Así, por ejemplo, la Casa de Enseñanza de Santo Tomás –que data de 1814– es convertida en universidad en 1843, lo que ayuda a ampliar y diversificar el consumo de textos escritos. También aparecen los primeros anuncios de periódico ofreciendo la venta de libros, lo cual evidencia su ascenso comercial progresivo, que llegó a ser masivo después de 1850 y estuvo ligado al gran despliegue del aparato educativo. En cuanto a los lugares donde se podían adquirir, estaban, en primer lugar, las imprentas y las librerías, que en esos años comenzaron a promocionar títulos incluso antes de que fueran publicados. Existía ya, para ese entonces, un carácter comercial en la producción de libros, pues los fabricantes lograron elevar el consumo y diversificar la oferta.
La imprenta estatal creció y se diversificó entre 1850 y 1890, incrementando el liderazgo del Estado en la producción editorial, que aún se especializaba en la publicación de obras de índole secular y oficial, que trataban temas relativos a la política y el derecho, siendo marginal,...