La fabulosa taberna de McSorley
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La fabulosa taberna de McSorley

Y otras historias de Nueva York

  1. 472 páginas
  2. Spanish
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  4. Disponible en iOS y Android
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La fabulosa taberna de McSorley

Y otras historias de Nueva York

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Información del libro

Mujeres barbudas, gitanos, sibaritas, camareros, obreros indios, bohemios, visionarios, fanáticos, impostores y toda clase de almas perdidas circulan en este recopilatorio de veintisiete crónicas publicadas en la sección del New Yorker dedicada a los perfiles de los personajes más exóticos de la ciudad. Personajes todos de carne y hueso que conforman un fresco extraordinario de las décadas 30 y 40 del siglo pasado, una época dorada en la que se fraguó el gran crisol que fue y sigue siendo la ciudad de Nueva York.

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Información

Año
2017
ISBN
9786079409722
Edición
1
Categoría
Literature
LAS GITANAS
A comienzos de los años treinta yo trabajaba por las noches como reportero en la Jefatura de Policía y solía cenar en un restaurante llamado Grotta Azzurra, que se encuentra a una calle de allí, en la esquina de Broome y Mulberry, y que abre hasta las dos de la mañana. Aún voy de vez en cuando. El Grotta Azzurra es un clásico restaurante italiano meridional del centro de Nueva York: una empresa familiar, en unos bajos, con los escalones de mármol, que exhibe sobre una mesa todos los tipos de pasta que sirve, con la cocina vista a través de un arco abierto en la pared y muchas imágenes de la bahía de Nápoles por las paredes. Entre sus especialidades está la lubina rayada cocida en caldo de almejas con mejillones, camarones y calamar; y aunque quizá sea posible hallar un mejor plato de pescado y marisco en los grandes restaurantes del mundo, yo me permito dudarlo. Un domingo reciente cené tarde en el Grotta Azzurra y luego me quedé a charlar un rato con dos de los camareros en una mesa del fondo. Hablamos de la crisis por la que pasaba el Departamento de Policía bajo la dirección del comisario Adams; muchos agentes comen en el Grotta Azzurra y los camareros están al corriente de los asuntos policiales. Me fui sobre la medianoche y eché a andar por Broome hacia el oeste, en dirección al metro. En la esquina de Broome y Cleveland Place, justo frente a la Jefatura de Policía, hay un edificio de ladrillo de ocho plantas donde se encuentra el anexo de la jefatura. Es un edificio viejo, sucio y cúbico; en sus orígenes pertenecía a los confiteros Loft. Actualmente alberga a la Brigada de Estupefacientes, la Brigada Anticarteristas y Estafadores, la Oficina de Personas De­saparecidas, la Oficina de Información y otras brigadas y oficinas especializadas. Estaba más o menos a media manzana cuando un hombre maduro que llevaba un maletín salió del anexo y empezó a cruzar la calle, y cuando pasó bajo una farola vi que era Daniel J. Campion, un oficial de policía al que conocía bastante bien. Me sorprendió que saliera del anexo a esa hora, y más aún un domingo por la noche, porque unos meses antes había oído en el Grotta Azzurra que se había jubilado del departamento de Policía con una pensión de 3.500 dólares al año y se había ido a trabajar en Pinkerton, la reputada agencia de detectives privados. Cuando se jubiló era capitán interino y comandante de la Brigada Anticarteristas y Estafadores. Llevaba veinticinco años en la brigada y durante mucho tiempo fue considerado la máxima autoridad nacional en materia de carteristas, timadores y estafadores. También era el experto del Departamento en materia de gitanos. Los gitanos le habían picado la curiosidad desde la primera vez que detuvo a uno de ellos, siendo un joven agente que patrullaba por las calles, y desde entonces había pasado mucho tiempo buscando su compañía y charlando con ellos, no sólo en Nueva York, sino en las ciudades de todo el país adonde se trasladaba por asuntos policiales. Los frecuentaba en su tiempo libre y de servicio y siempre tomaba notas de la información que iba reuniendo. Apuntaba sus notas en el papel borrador amarillo que usan los abogados y las guardaba en archivadores en cuyos lomos pegaba etiquetas detalladas, con referencias como «Notas sobre el timo gitano conocido como bajour y cómo se realiza, ejecuta o perpetra», «Notas sobre las técnicas individuales de Bronka, Saveta, Matrona, Lizaveta, Zorka, Looba, Kaisha, Linka, Dunya y otras bajouristas de las bandas gitanas de Nueva York» o «Notas sobre las distintas grafías de los nombres y apellidos gitanos, tal como aparecen en las lápidas gitanas de dos cementerios de Nueva Jersey». Yo lo conocí cuando era reportero de la jefatura. Después, a fines de los años treinta y hasta mediados de los cuarenta, pasaba por su oficina del anexo siempre que andaba por ahí y tenía un rato libre. Si lo pillaba con tiempo, mandaba pedir café y nos sentábamos a conversar, casi siempre sobre los gitanos. Si estaba ocupado, me dejaba llevarme alguno de sus archivadores a la mesa de una antesala para leer y estudiar sus notas más recientes. En los últimos años no lo había visto mucho. Lo llamé y se detuvo, así que corrí calle arriba para alcanzarlo.
—Apuesto a que sé dónde has estado —me dijo al estrecharme la mano—: en el Grotta Azzurra, comiendo lubina rayada.
—Pues claro —le dije—. Y, si se puede saber, ¿qué diablos haces tú aquí a estas horas de la noche, y en domingo, para colmo? Me dijeron que habías dejado el departamento y trabajabas en la Agencia Pinkerton.
—Tenía asuntos pendientes —dijo—. Medio año antes de jubilarme alguien de la jefatura me habló de dos jóvenes oficiales que parecían buenos candidatos para integrar la Brigada Anticarteristas y Estafadores. Por aquel entonces tenía a treinta y tres agentes en la brigada, diecisiete hombres y dieciséis mujeres, pero a dos de mis mejores hombres los iban a transferir a Estupefacientes por ciertas habilidades que tenían. Así que llamé a los dos muchachos, que me causaron buena impresión, y les pregunté si les apetecía trabajar en Anticarteristas. Al principio parecían dubitativos, pero cuando les expliqué en detalle el carácter de la brigada llegaron a la conclusión de que era lo suyo. De manera que pedí su traslado. Y bueno, con las cosas de palacio ya se sabe. Pasaron meses. Luego me llegó la oferta para trabajar como detective privado. Yo no tenía intención de jubilarme hasta al cabo de unos años, pero la oferta me tentó, así que decidí aceptar. Y lo que son las cosas, la mañana de mi último día de servicio me llegó la notificación de que se había aprobado el traslado de aquellos dos agentes jóvenes. Así que me puse en contacto con ellos y les expliqué la situación: no podría formarlos, pero los llamaría en cuanto estuviese instalado en mi nuevo puesto, nos reuniríamos a conversar y les contaría cuanto pudiera sobre carteristas, timadores y estafadores, para ayudarlos con mi experiencia. Pensé que tenía la obligación moral de hacerlo. El otro día los llamé, les pregunté si aún querían conversar y contestaron que sí, así que quedamos en encontrarnos en el despacho de la brigada el domingo por la noche, porque estaría más tranquilo y lo tendríamos más o menos a nuestra disposición. Y eso es lo que he estado haciendo. Hemos hablado cuatro horas seguidas, entre explicaciones y preguntas, y apenas hemos entrado en materia, así que decidimos reunirnos dos o tres domingos más. Después he pensado que podría pasar un momento por la jefatura, saludar al teniente de la recepción y preguntarle qué se cuece desde que me fui. Vamos, acompáñame hasta la puerta trasera.
Doblamos por Centre Market Place, una calle de apenas cien metros, estrecha, ominosa y bien iluminada, que queda detrás de la jefatura.
—¿Y qué hay de los gitanos? —le pregunté—, ¿sigues viéndote con ellos?
—Sabía que me lo preguntarías —dijo el capitán Campion—. Pues claro que nos vemos. La otra noche fui a Brooklyn y estuve charlando con una vieja reina del bajour de la Costa Oeste que se llama Paraskiva Miller. Es una machvanka, de la tribu machwaya de gitanos serbios, y tiene setenta y cinco años. Se hace llamar Madame Miller. Ha oficiado de adivina y ejecutado bajours desde 1898, 1899 o 1900, más o menos, sobre todo en California, y estoy bastante seguro de que es una de las gitanas más ricas del país. Entre los gitanos se rumorea que la vieja cree que el dinero está a punto de perder su valor: dicen que lo vio en un sueño, e invierte el suyo en diamantes que lleva cosidos entre las faldas y las enaguas; un día de éstos un gitano de otra tribu la va a dejar en cueros. Oí hablar de ella por primera vez en el verano de 1945 en San Francisco. El Departamento de Policía de Nueva York y los de otras ciudades del país tienen un convenio por el que a veces se prestan oficiales. Aquel verano me destinaron a San Francisco. Se celebraba allí una conferencia internacional, esa en la que se fundaron las Naciones Unidas, y la ciudad hervía de gente. Se suponía que yo tenía que detectar delincuentes llegados de la Costa Este. En mis ratos muertos salía a conocer a los gitanos de la zona. Por entonces Paraskiva y una de sus hijas tenían en San Francisco una ofisa, un garito de adivinación dentro de una tienda, e intenté verla en distintas ocasiones, pero siempre salía la hija y me decía que Madame Miller no estaba, lo que significaba que estaba tras las cortinas y me había espiado y no le gustaba mi aspecto. Hace poco me enteré de que había venido al Este para visitar a una de sus nietas, Sabinka Uwanawich, que regenta una ofisa en Atlantic Avenue, en Brooklyn. A Sabinka la conozco bien: la habré detenido cinco veces, si no me equivoco. Así que la otra noche fui a su ofisa y sólo entrar Sabinka empezó a insultarme a gritos, soltando las típicas barbaridades de las gitanas: que si yo era una rata hedionda y me iba a sacar las tripas por las orejas, esas cosas, pero sabía que había dejado el departamento y le intrigaba qué podía querer de ella. Cuando le dije que sólo venía a hacerle unas preguntas a su abuela sobre los gitanos que vivían en la Costa Oeste en los viejos tiempos, se calmó y me llevó a la trastienda. Paraskiva resultó ser una de esas gitanas corpulentas, de tez oscura y ojos grandes, con dientes de oro y facciones indias. Estaba llena de vida. He conocido a muchas mujeres así entre las gitanas serbias; tienen más pecho que culo (son 90 por ciento pechuga, la verdad), pero andan muy erguidas, se mueven muy deprisa y caminan pavoneándose. Aun siendo vieja y corpulenta, llevaba zapatos de tacón, carmín y colorete. De salud no andaba muy fina. Tosía sin parar. Me contó que años atrás había tenido tuberculosis y le daba miedo que le hubiera vuelto a brotar, pero conversó conmigo más de una hora y le saqué bastante información que no habría podido obtener en ninguna otra parte. No es que me contara mucho, pero lo que me contó cuadraba con lo que ya sabía.
A uno de los lados de Centre Market Place se suceden edificios de ladrillo rojo con locales en la planta baja ocupados por armerías, sastres para policías y tiendas de artículos policiales. En el escaparate de una de estas últimas, en medio de una muestra de cartucheras, descansaba una vieja gata negra y obesa.
—Es la gata más grande de las tiendas del vecindario —me dijo el capitán Campion—. A menudo me paro a mirarla cuando paso por aquí de noche. Una vez la vi cazar una rata y comérsela. —Nos detuvimos delante del escaparate. Mientras Campion hablaba los dos mirábamos a la gata, que nos sostenía la mirada y meneaba lentamente la cola—. ¿Te acuerdas de que te decía que cuanto más estudiaba a los gitanos, menos sabía sobre ellos? Bueno, pues he cambiado de opinión. Lo cierto es que con el tiempo creo haber llegado al fondo de muchas cuestiones relacionadas con ellos. Para serte sincero, en los últimos años he averiguado más sobre ciertos aspectos de su vida que en todos los anteriores. Para empezar, he tenido una cantidad inusitada de informantes. En 1951, 1952 y 1953 las gitanas dedicadas al bajour de las tres o cuatro bandas que andan por la ciudad tuvieron una buena racha embaucando a mujeres trastornadas. Un alto porcentaje de las mujeres que les piden consejo están un poco chifladas, de ot...

Índice

  1. PORTADILLA
  2. CRÉDITOS
  3. PREFACIO
  4. PRIMERA PARTE
  5. LA FABULOSA TABERNA DE MCSORLEY
  6. MAZIE
  7. UNA VACA EN LA CABEZA
  8. EL PROFESOR GAVIOTA
  9. PASMO Y ESPASMO
  10. LADY OLGA
  11. VELADA CON UNA NIÑA PRODIGIO
  12. UN CALAVERA
  13. LOS CAVERNÍCOLAS
  14. EL REY DE LOS GITANOS
  15. LAS GITANAS
  16. EL CLUB DE LOS SORDOMUDOS
  17. SANTA CLAUS SMITH
  18. EL HOMBRE BIENHABLADO
  19. RÉQUIEM POR UN BAR DE MALA MUERTE
  20. EL PÍCNIC DE HOUDINI
  21. LOS INDIOS DE LAS ALTURAS
  22. HASTA REVENTAR POR CINCO PAVOS
  23. UN MONTÓN DE ALMEJAS
  24. COMO LAS GLÁNDULAS DE MONO
  25. SEGUNDA PARTE
  26. ADIÓS, SHIRLEY TEMPLE
  27. EN EL DIQUE SECO
  28. LA RUBIA ANGELICAL
  29. NO ME CABÍA EN LA CABEZA
  30. TERCERA PARTE
  31. LA CAÍDA DEL FASCISMO EN EL CONDADO DE BLACK ANKLE
  32. MAMÁ TIENE LA CULPA
  33. EL TÍO DOCKERY Y EL TORO REBELDE
  34. IMÁGENES
  35. CONTENIDO
  36. COLOFÓN I
  37. COLOFON II