Ese que llaman pueblo
eBook - ePub

Ese que llaman pueblo

  1. 280 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
eBook - ePub

Ese que llaman pueblo

Detalles del libro
Vista previa del libro
Índice
Citas

Información del libro

En una crítica aparecida en el diario "El Imparcial" de Guatemala (1943) se reseñó como "Uno de los libros más interesantes y de más sólida estructura ideológica y literaria que nos haya tocado leer en los últimos días es la novela del joven escritor costarricense Fabián Dobles,... esto es lo que necesitamos en Centroamérica: que se nos hable con la voz de la verdad; que los hombres de pensamiento, los escritores, los poetas, los artistas desciendan de sus tronos y se acerquen al alma popular".

Preguntas frecuentes

Simplemente, dirígete a la sección ajustes de la cuenta y haz clic en «Cancelar suscripción». Así de sencillo. Después de cancelar tu suscripción, esta permanecerá activa el tiempo restante que hayas pagado. Obtén más información aquí.
Por el momento, todos nuestros libros ePub adaptables a dispositivos móviles se pueden descargar a través de la aplicación. La mayor parte de nuestros PDF también se puede descargar y ya estamos trabajando para que el resto también sea descargable. Obtén más información aquí.
Ambos planes te permiten acceder por completo a la biblioteca y a todas las funciones de Perlego. Las únicas diferencias son el precio y el período de suscripción: con el plan anual ahorrarás en torno a un 30 % en comparación con 12 meses de un plan mensual.
Somos un servicio de suscripción de libros de texto en línea que te permite acceder a toda una biblioteca en línea por menos de lo que cuesta un libro al mes. Con más de un millón de libros sobre más de 1000 categorías, ¡tenemos todo lo que necesitas! Obtén más información aquí.
Busca el símbolo de lectura en voz alta en tu próximo libro para ver si puedes escucharlo. La herramienta de lectura en voz alta lee el texto en voz alta por ti, resaltando el texto a medida que se lee. Puedes pausarla, acelerarla y ralentizarla. Obtén más información aquí.
Sí, puedes acceder a Ese que llaman pueblo de Fabián Dobles en formato PDF o ePUB, así como a otros libros populares de Literatura y Literatura general. Tenemos más de un millón de libros disponibles en nuestro catálogo para que explores.

Información

Año
2016
ISBN
9789930519578
Categoría
Literatura

1.

I

Allá lejos, la luna jinetea las ancas de la cordillera. Aquí, la casa encalada emerge su blanca silueta, como parida del vientre oscuro de la montaña y la tierra labrantía; y, en medio, se adivinan la extensión, el viento, el camino, los potreros.
Por momentos, el mugido de una vaca parte en dos el silencio nocturno, salpicado a veces por el canto monótono de un cuyeo incansable. Es la hora de dormir, para todos. No obstante, en el corredor de la casona, el cuchicheo de dos voces niega la quietud del interior sin luz. Son Juan Manuel y Rosalía, los dos más enamorados de todo el contorno campesino. Y eso que en este no faltan parejas que, según lenguas, no se quieren poco. Ah, pero es que ellos se vienen queriendo desde que la moza iba a la pequeña escuela del barrio y el muchacho pasaba, boyero en cierne, alborotando la cuesta con su yuntilla medio hecha y su creencia presumida de ser ya hombre. Cinco años atrás…
Y ahora los dos ya están casaderos. Dos veces lleva ñor Campos, el tata de la muchacha, de haber llamado a Lico, muy en serio, y haberle preguntado cuáles son sus intenciones. Dos ratos amargos para este, porque, Pos, ahi verá, ñor –le ha dicho al suegro–, yo tengo las mejores pa enyuntame en cuanto pueda. Pero es que la situación está jodía, y mantener a cuatro... Diay, pos... ¡Deme un tiempito!
Y es que a él le quedó la responsabilidad de su familia hace ya dos años, cuando a su tata se lo llevaron para el hospital de la ciudad, con un collar de males prendidos a la cintura, tan solo “pa que los dautores lo tiraran en un camastrón y lo devolvieran dejunto”, como dicen en el vecindario.
Son, por todas, cinco bocas las de su casa: él, su madre y tres hermanos menores. Damián, el de quince años, le ayuda mucho; pero las fuerzas de su cuerpo, desmedrado por nacimiento, son muy pocas como para que Juan Manuel se desentienda y lo deje solo.
Tienen un terreno, casi un barbecho inservible, rico en pedregales y “uñegato” y esmirriado de tierra negra, que, a fuerza de rasguñarlo con el machete y el sudor copioso de la familia, da para mantenerla con el estómago a medio satisfacer y los pies descalzos. Pero aún no se han endeudado. Aún está libre su pequeña tierra. Y eso hace sonreír interiormente a la madre, cuarentona ya, y a Lico sentirse con el cuerpo liviano.
¡Si no fuera por las ganas que tiene de casarse! Llevar a Chalía a su casucha nada tuviera. Ella se acomodaría a todo, porque es como el agua y corre por donde se le abra un cauce. Pero luego vendrían los chacalines al vientre fértil; quién sabe cuántos. Ese terreno tan seco y avaro no tiene sentimientos. Por eso es que cuando el suegro lo ha “jalao al terreno”, la sangre le ha subido a la cara y le han querido salir lágrimas de vergüenza, que él se ha guardado como hombre de orgullo. Por eso, también, es que ñor Campos se ha quedado mudo, como un buey cansado, cuando el muchacho le ha tenido que contestar lo mismo.
—Usté verá –le dijo a un compadre que le conversó del asunto–, ¿qué voy a hacer yo? Es un güen muchacho, de mucho empeño y que no le tiene canillera a nada. ¡Pa qué me voy a oponer!
... Son ya las diez de la noche. De adentro se oye toser al viejo con disimulo, como llamando, mas la conversación sigue, impávida. Ahora está subiendo su tono, para culminar en una lágrima, y luego muchas otras, que se asoman a los ojos decidores de la moza y ruedan por las manos del campesino atormentado.
—Tengo que hacelo, mujer. Lo he rumiao mucho.
—No, Lico, si yo me puedo esperar más. No te vayás... Hay paludismo por esos laos, no es como...
—Aquí también hay. Tengo que irme. Ya platiqué con Damián. Esto no puede seguir asina.
La voz ahumada del viejo llama. Rosalía tiene hermanos crecidos. Uno llega, deja un saludo –que es otra llamada, más bien– y entra en la casa. Luego, un beso enlagrimado se percibe.
—Si te vas... ¡es que no me querés! –agrega la muchacha, y un último sollozo se le cae de la boca, ya en el umbral de la puerta.
Allá lejos se ha hundido en la oscuridad el espinazo de los cerros, porque la luna se ha ido ya. Juan Manuel se queda en la calle, como un tronco de esos que parecen un fantasma en los potreros, pensando con todas sus fuerzas, caminando en el camino duro de los días que han de venir y que él, aunque los espera, no quiere. No, no puede quererlos. La última frase de su novia se le ha prendido en el espíritu, como una abeja zumbadora y de tormento, y lo hiere. Algo le está cortando la madera dura, pero sensible, de su preocupación de hombre; algo que es como un hacha invisible que golpea en la savia misma de su decisión, pensada y madurada tantos días...
Pero se irá para la zona del banano.

II

Sobre los rieles va regando su costal repleto de recuerdos, mientras las ruedas de los carros de primera se los trituran cuando los deja caer desde el balcón de segunda clase en que se ha estacionado. Allí está, para poder ver mejor, en tanto que el tren desciende, como las últimas cerrerías de la Meseta Central suben –en su imaginación– hasta el cielo; como si quisieran atajarle la vista, que él tiene fija por el lado donde ha quedado perdida su barriada.
Lico no habla. A su lado, un brequero, por ir silbando, no mira que los pensamientos le salen a borbotones por el manantial, asido a la distancia, de sus ojos oscuros. Sin embargo, a ratos una sonrisa se le apretuja al campesino en los labios. Piensa...
Tal vez dentro de unos meses. Tal vez.

III

Y han pasado ya unos meses.
En el bananal –hermanastro, hijo de la tierra adúltera– el viento juega al escondite con las estrellas sonámbulas, por entre las hojas canturreras, y tiene sabor de sal y fresco de horizonte marino.
Medio a medio, un campamento no del todo desguarnecido cubre el sueño cansado de unos cuantos hombres. Allí está el muchacho, debajo del calor costero y la sombra gris de la plantación ajena; junto a su recordar compañero de todos los días, el zumbar incesante de aquella última frase de su novia, y la fatiga en sus brazos, la fatiga con doce horas de cortar bananos y sentir el golpe del sol sobre el cuerpo.
Un mosquito raya en la oscuridad una línea amarilla, temblante y quebrada. Pero nadie le hace caso. Detrás de él, vendrán otros a beberse la sangre agujereada por el calor imposible y a dejarle su semen de escalofrío. Allí están ya, abejoneando encima del sueño de Lico y los demás sueños intranquilos de los peones del campamento.
Sobre el lomo de las olas relampagueantes cabrillea la luna. El campamento tiene muchas hendiduras; por ellas se cuela su pálida luz y da de lleno en la cara del peón. La tiene de color amarillo. Es el paludismo.
Él no sabe nada de Rosalía. Como escribe muy mal, posiblemente se quedaron botadas en alguna oficina de correos las tres cartas que le envió. Y la muchacha tampoco ha tenido noticias suyas. Dos veces se pasó horas contándole cosas con un papel y un lápiz; y echó las cartas en el buzón de la Agencia de Policía de su barrio. En una le decía que ñor Campos, su tata, había cambiado la finquilla que tenía por otra en el cercano pueblo de Jesús. Que allí vivía ella ahora; era un terreno más grande y la casa más ventruda y hermosa... Pero, en los bananales los campesinos que cortan la fruta son muchos. Hoy los tienen aquí: mañana los llevan allá, para que no se quede un racimo pegado a las matas. Ellos no son hombres; son más bien cosas o números, y nadie sabe cómo se llaman... No recibió Juan Manuel las cartas de Rosalía.
***
Chalía cree en Dios; cree aún más en los santos. No hay un campesino que no rece. En su habitación tiene un cuadro: es una santa descolorida ya, y añosa. Frente a esta, una vela que ella ha encendido –amarillenta y de cera como el rostro ausente de Lico Anchía– se desangra sobre una mesilla.
Allí está la muchacha... Todos los campesinos rezan.

IV

¡Quién quita que haya recibido la última carta! ¡Quién quita que lo esté esperando! Ella se lo había prometido, a pesar de todo, y es muy cumplidora.
E...

Índice

  1. Cubierta
  2. Inicio
  3. 1.
  4. 2.
  5. 3.
  6. 4.
  7. Vocabulario de modismos empleados en esta obra
  8. Créditos
  9. Libros recomendados