El sillón de pensar
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El sillón de pensar

Problemas culturales, soluciones culturales

  1. 120 páginas
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El sillón de pensar

Problemas culturales, soluciones culturales

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Información del libro

Los problemas culturales requieren soluciones culturales. La crisis actual de la cultura, al ser profunda, exige soluciones urgentes.En estos microensayos el autor aporta argumentos para comprender, amar y educar en el enmarañado siglo XXI. Ayuda así a comprender mejor la vida, la muerte, la educación, la ética, la herida del paso del tiempo, el amor, el silencio, la belleza interior, el individualismo y la felicidad, mediante reflexiones breves e incisivas.

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Información

Año
2016
ISBN
9788432146435
Edición
1
Categoría
Philosophy

Capítulo V
La existencia diaria

En una fábula de Esopo, un labrador reúne a su familia antes de morir y les confía un secreto: en una de sus viñas hay un tesoro enterrado. Los hijos remueven a fondo todos los campos con sus instrumentos de labranza, pero al final lo único que logran es una cosecha excelente. Entonces entienden el valor de la confidencia paterna.
Los diversos contenidos intelectuales que se han tratado hasta ahora constituyen una herencia valiosa para transformar la vida diaria y concreta de las personas corrientes. Este objetivo preside los textos de este último apartado.
Se comenzará por una cuestión esencial: enamorarse de lo pequeño nos posibilita para vivir cada día como una nueva aventura. A continuación, se analizarán la felicidad, el trabajo, la convivencia y el cuidado, pero ahora enmarcadas en una meditación que pretende equilibrar lo concreto y lo esencial.
Por último, trataremos la amistad y las ultimidades: responsabilizarse de los amigos y el valioso fondo ejemplar de Jesús de Nazaret, punto de encuentro, además, entre creyentes y no creyentes para la tarea de transformar el ambiente social, mejorando el respeto y la convivencia.

1. ESA AVENTURA DIARIA DE LO MUY PEQUEÑO

La vida humana es un valioso pergamino que se va escribiendo con letras muy pequeñas, hasta construir una historia que puede resultar maravillosa o banal. Y, tal vez, la diferencia se encuentre en la esmerada —o descuidada— atención a lo minúsculo.
Me explico. El mundo ordinario se transforma en deliciosa aventura cotidiana cuando se da importancia a lo pequeño. Entonces, la existencia se puebla de luchas emocionantes, de victorias y fracasos, de tensión vital por acertar en las pequeñeces con las que manifestamos nuestro interior y lo compartimos con los demás. Y, al final de todo, resulta que la felicidad grande a la que aspiramos en lo hondo del corazón nos la jugamos en lo minúsculo de cien aventuras diarias.
Por el contrario, quien desprecia lo pequeño se encadena a lo extraordinario, en un intento vano por no sucumbir a la rutina. Pretenderá entonces, tal vez sin mucha consciencia, buscar un paraíso de felicidad en lo exclusivo, en lo lujoso —por cierto, actitud muy difundida en anuncios, videoclips, etc.—, en lo excitante o en lo digitalmente ficticio. En consecuencia, la vida se transforma en un circo en el que cada vez las atracciones nos impresionan menos, y donde se necesita aumentar el nivel de lo excitante. Además, como todo esto no es nada fácil de conseguir, se termina en un estado de tensión agobiante. Tal vez durante algún tiempo se logre participar en diversas distracciones de ese tipo, pero la requerida elevación del dintel de lo extraordinario conduce finalmente al desencanto.
La tarea de enamorarse de lo pequeño la ha expuesto bien Christian Bobin con su estilo propio entre el ensayo y la prosa poética: «Todo lo que hago es muy pequeño. Es del orden de lo minúsculo, de lo infinitesimal. Ante la pregunta: usted a qué se dedica, esto es lo que me gustaría contestar: me dedico a lo muy pequeño, doy testimonio de una brizna de hierba». Además, nos aclara que su planteamiento no nace de una cierta huida desencantada de lo real y ordinario: «No busco la paz sino la dicha, y creo que para eso es preferible buscar por todas partes, sin método, y preferentemente entre la vida corriente, minúscula».
Solo desde esta antropología minúscula se pueden entrelazar lo extraordinario y lo cotidiano, elementos necesarios para una vida plena. Así, los grandes ideales que dan sentido y fondo de ultimidades a la vida se mezclan con el realismo de lo cotidiano, sin el cual quedarían en proyectos ilusorios. En este sentido, sentencia Bobin que «el mundo está perdido y la vida está intacta»; es decir, no puedo cambiar un universo que está herido, pero sí alcanzo a mejorar mi existencia; y ese cuidado de lo pequeño transforma el mundo.
En resumen, el amor a los detalles salva una vida de la rutina y la convierte en esa gran aventura diaria de lo muy pequeño: una mirada, un guiño, llegar puntual, ser ordenado o dar limosna; un por favor, gracias o perdón; una sonrisa, una pregunta o, tal vez, escuchar en silencio; un regalo, una felicitación, el arreglo o desarreglo personal, una invitación; un buenos días, un amén o un pésame… Este es el suelo sobre el que se construye una vida lograda. «La arena es un puñadito, pero hay montañas de arena», cantaba Jorge Cafrune.
Cuánta importancia tiene esa antropología de lo muy pequeño que ha sido ha sido bien atendida por numerosos poetas. Ya en la segunda mitad del siglo XIX, escribía Emily Dickinson: «Tan poca cosa es llorar – / algo tan breve suspirar – / ¡Y sin embargo – por Asuntos – de esta magnitud / Morimos los humanos». O también, la poeta española contemporánea Pilar Pardo, en su poema “Ruido”, exclama: «Qué triste lo rotundo y excesivo / la ostentación, el grito, la sal gruesa. / Qué bendición vivir para quedarse / en el cauce secreto / de lo leve».

2. TRES PINCELADAS SOBRE LA FELICIDAD

Últimamente se ha multiplicado un discurso sobre la felicidad en el que, al exponer alguna de sus dimensiones, se la plantea como si fuera una tarea sencilla y simple. Lógicamente, la cuestión es más profunda y poliédrica. Así que para evitar el error referido, solo esbozaré tres elementos de la felicidad: actitud psicológica, trabajo ético y regalo espiritual: pero todos juntos.
Una actitud. La psicología actual insiste en presentar la felicidad como una manera de enfrentarse a la vida, pues sabe que si afrontamos mal la propia existencia se producirá estrés y, a la larga, depresión. También que para atajar el problema se necesita superar el pasado, estar bien instalados en el presente y enfrentarse al futuro con ilusión.
«Un corazón resentido no puede ser feliz». Así de rotundo lo manifiesta la psiquiatra Marian Rojas, quien, además, explica que el perdón no es solo una cuestión moral o religiosa, sino algo necesario para la salud psíquica. Ella trabajó con la camboyana Somaly Mam —premio Príncipe de Asturias de la Comunicación en 1998— ayudando a niñas de los prostíbulos que habían sido vendidas a redes de tráfico sexual desde pequeñas, como la propia Somaly. Y su terapia consistía en ayudarlas a perdonar. No había otra solución para evitar el daño y volver a reconstruir una vida feliz.
Pero quizás la tarea más necesaria —y frecuente— sea la de perdonarnos a nosotros mismos. Con realismo y profundidad, sentencia Jacques Philippe que «la tarea de aceptarse a uno mismo es bastante más difícil de lo que parece. El orgullo, el temor a no ser amado y la convicción de nuestra poca valía están firmemente enraizados en nosotros». Y me parece importante conocer y aceptar estas heridas psíquicas para, después, poder superarlas.
Julián Marías comprendió como nadie que el ser humano es futurizo. En consecuencia, necesita figurarse el bien futuro de los otros y soñar con él: «El que siente decepción debería preguntarse primero si no tendrá la culpa. ¿Nos ocupamos de imaginar a las personas y, sobre todo, de seguir imaginándolas?». De su magisterio bebe la doctora Rojas cuando afirma que «la ilusión es el envoltorio de la felicidad». Con ello da a entender la decisiva importancia de abordar el futuro como proyecto gozoso para alcanzar la felicidad.
Por último, es necesario mantener una actitud sana ante el presente, pues existe un enemigo de la felicidad sobre el que se ha escrito poco, pero que resulta muy importante: la intranquilidad. Y para dominarla, conviene aprender a disfrutar el momento presente.
Un trabajo. En filosofía, ya Aristóteles en su Ética a Nicómaco atisbó que «la felicidad es una actividad del alma según la virtud perfecta». En consecuencia, la vida feliz no se puede asentar sobre un fondo interior frívolo, sobre un suelo moral agrietado. Se necesita, entonces, esfuerzo para superar una enfermedad muy contagiosa en este momento cultural: la superficialidad. Con trazos geniales, lo expone Enrique Rojas: «La felicidad es un estado de ánimo positivo al comprobar que uno ha hecho en su vida el mayor bien posible y el menor mal consciente».
Un regalo. La felicidad es un obsequio que nos adviene desde fuera cuando nos vaciamos de nosotros, siendo capaces de dar y recibir cariño. Y en apunte rápido, me parece interesante advertir el peligro de cansarse de amar ante las dificultades. Decía Chesterton que «cuando amamos una cosa, su alegría es una razón para amarla, y su tristeza una razón para amarla más». ¡Qué gran intuición para evitar el celo amargo, enemigo frecuente y escondido de la posibilidad de ser regalado con la felicidad que da el amor!
«Si amas a una flor que se encuentra en una estrella, es agradable mirar al cielo por la noche. Todas las estrellas estarán florecidas», afirma el principito de Saint-Exupéry. ¿No será esta metáfora celestial la mejor expresión de la felicidad?

3. VIVIR SIN MORIR

El poeta Rilke conoció a Rodin, a quien admiraba como el escultor más importante de su época. Lo narra así: «Llegué para preguntarle: “¿Cómo se debe vivir?”. Y usted respondió: “Trabajando”. Lo comprendo. Bien comprendo que trabajar es vivir sin morir». Aquel que había logrado arrancar de la materia esas esculturas llenas de vida y pasión era el interlocutor perfecto para plantear la pregunta esencial: ¿cómo conseguir una vida plena? Y la respuesta del genial escultor sirve para nosotros: trabajando.
A pesar de la anécdota, resulta sorprendente la poca atención que ha merecido la cuestión del trabajo en la historia del pensamiento. En resumen apretado, para el pensamiento clásico el trabajo se consideraba como hacer o producir, una tarea por debajo de la contemplación y del obrar. Posteriormente, en el pensamiento cristiano y durante la Edad Media, tampoco se captó bien la potencialidad del trabajo. Y solo con la Modernidad se empezará a considerar el trabajo de modo positivo, por la influencia del auge de la ciencia, los descubrimientos geográficos, la aparición de la conciencia individual y la influencia de la Reforma protestante. Pero se valorará, sobre todo, en la medida que supone capacidad de transformación de la naturaleza, como fuente de enriquecimiento y elemento de cohesión social.
Aun así, todos estos elementos se refieren a las características objetivas del trabajo, y no a su importante y primaria dimensión subjetiva, a que el ser humano se realiza y se enriquece a sí mismo cuando trabaja. Efectivamente, esta cuestión no ha sido atendida por la filosofía hasta bien entrado el siglo XX.
Curiosamente, se ha hablado de la belleza de casi todo, pero no de la que brilla cuando se realiza una labor profesional bien hecha, la que refleja el trabajo entendido como creatividad que modela y madura el carácter. Acaso nuestro Ortega y Gasset sea una excepción, pues en su Meditación de la técnica afirma que «el hombre, quiera o no, tiene que hacerse a sí mismo, autofabricarse (…). Con esto quiero decir que la vida no es fundamentalmente como tantos siglos han creído: contemplación, pensamiento, teoría. No; es producción, fabricación».
Un ejemplo: el del filósofo Martin Buber. Este autor, en 1942, escribe un precioso librito que titula ¿Qué es el hombre? En sus páginas nos ofrece su original punto de vista sobre la importancia de la relación yo-tú: «El hecho fundamental de la vida humana es el hombre con el hombre». A partir de esa intuición, el filósofo judío expone su antropología delentre”: el ser humano es esencialmente relación, un “encuentro” («lo denomino la esfera del entre»). Y partiendo de este presupuesto, declara: «Esta condición se pone de manifiesto en el hecho de que cada una de las tres relaciones vitales esenciales ha encontrado su perfección y transfiguración, la relación con las cosas en el arte, con las personas en el amor, con el misterio en la vida religiosa».
La intuición es muy fecunda: para vivir en plenitud hay que aprender a relacionarse —para enriquecerse— con las cosas, las personas y el misterio: a través del arte, del amor y de la trascendencia. Pero, ¿qué pasa con el trabajo? ¿No se debería añadir a ese trato con las cosas que, además de con el arte, se transforman mediante un trabajo bien hecho, en el que también estampamos nuestra creatividad y establecemos una relación enriquecedora? Lo que el poeta Rilke captó en la respuesta del escultor francés pasó inadvertido para el padre de la filosofía del diálogo, Martin Buber. En otras palabras, la densidad antropológica encerrada en el trabajo cotidiano le resultó invisible, a pesar de que esa labor ocupa la mayor parte de nuestra jornada: ¿no resulta llamativo?
Se ha escrito mucho sobre las circunstancias negativas derivadas del trabajo: explotación del trabajador, sueldos de miseria o, incluso, la imposibilidad de encontrar trabajo en este tiempo de crisis. Pero esto no debe ocultar la belleza y el enriquecimiento personal que proporciona el trabajo hecho con perfección. En el fondo, no se ha sabido ver que el trabajo bien hecho nace del amor y lo manifiesta. Nada menos.

4. INDIFERENCIA O SENSIBILIDAD

El auténtico peligro ético es la indiferencia. Esto no quiere decir que seamos inmunes a otras amenazas morales más graves, sino que el problema habitual, el enemigo que no se ve —y que por eso mismo resulta el más ominoso— es la indiferencia; o también algo que suele i...

Índice

  1. El sillón de pensar
  2. Índice
  3. Dedicatoria
  4. Cita
  5. Capítulo I. La verdad y su lenguaje
  6. Capítulo II. Quién es el ser humano
  7. Capítulo III. El amor y sus alrededores
  8. Capítulo IV. Educar en la postmodernidad
  9. Capítulo V. La existencia diaria
  10. Agradecimientos
  11. Créditos