Hacia las islas de Levante
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Hacia las islas de Levante

  1. 154 páginas
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Hacia las islas de Levante

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Una travesía en un barco de vela desde Sagunto a la isla griega de Zakynthos, para realizar un viejo sueño de un saguntino: devolver a la isla de Zakynthos la visita que presuntamente hicieron sus

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Información

Editorial
Obrapropia
Año
2016
ISBN
9788416048366
HACIA LAS ISLAS DE LEVANTE
Manolo y yo no lo sabíamos pero el proyecto ya había empezado a gestarse un año antes con motivo de una travesía que hicimos a Cerdeña.
En aquel momento componíamos la tripulación dos jubilados, Vicente Ribes y yo, además del citado Manolo un músico que no concibe la vida al margen de su profesión y que planea mantenerse en activo mientras el cuerpo aguante. No nos conocíamos mucho pero esporádicamente la vida nos había puesto en contacto a partir de actividades en las que muy a menudo aparecía el mar como telón de fondo y eso no era un mal comienzo. Podría decirse que la afición por todo lo relacionado con la parte marítima del mundo era nuestro denominador común y también hay que decir que no fue precisamente la escasez de barcos lo que nos había llevado a compartir aquella travesía porque barco teníamos los tres.
Lo que nos reunía en aquella ocasión era el deseo de hacer realidad ese tipo de viajes en los que después de una jornada mejor o peor de navegación uno no regresa a puerto para amarrar y volver a casa a cenar. Viajes en los que cuando acaba el día la meta queda aún lejos y uno tiene que continuar y tiene que prepararse algo de comer y tiene que dormir un poco para estar a punto lo antes posible mientras el barco sigue trazando lentamente su derrota.
Por cosas que uno va oyendo aquí y allá parece ser que todo propietario de velero es un firme candidato a fantasear alguna vez y de manera más o menos consciente con viajes así. La razón está muy clara y es que nos gusta explorar porque por naturaleza somos curiosos. Y disponer de un velero para esos seres curiosos que somos es sinónimo de tener al alcance de la mano una puerta de escape que permanece fielmente abierta a la aventura. Claro está que ese privilegio implica como contrapartida convivir con la insidiosa tentación de sentirse permanentemente invitado a largar amarras hacia un sueño frecuentemente incompatible con nuestra vida cotidiana. Es una situación que de no resolverse de manera satisfactoria suele llevar o a tirar la toalla y vender el barco o a echar mano de un conocido repertorio de maniobras dilatorias cuya virtud principal es la de permitir posponer sine die el momento de hacerle un hueco en nuestras apretadas agendas al tipo de navegación que nos tienta cada vez que vemos a nuestro barco tristemente amarrado a su pantalán.
La falta de tiempo junto con la esperanza de que más adelante y por una afortunada conjunción astral acabará llegando nuestra oportunidad suele ser la excusa más socorrida para dejar momentáneamente en suspenso esas salidas. Pero ese no era nuestro caso porque tiempo teníamos.
También hay veces en las que, y salvo que uno sienta una especial atracción por la navegación en solitario, la dificultad no viene tanto de la falta de tiempo como del hecho bastante habitual de no disponer de una compañía adecuada, es decir de un compañero o compañera de viaje. Alguien de confianza que te haga sentir su compañía sin reclamar a cambio una atención constante, permitiéndote disponer cuando lo necesites de algún rato de soledad o echarte a dormir tranquilamente sin temor a ser abordado por otra embarcación.
En nuestro caso ese era el problema a resolver y, aun sabiendo lo delicado que resultaba embarcarse con alguien que apenas conoces, decidimos apostar por aquel grupo improvisado.
Queríamos ir un poco más allá de las habituales Baleares y pensamos que Alghero podría ser un buen objetivo. Con ello descubriríamos un rincón más de nuestro querido Mediterráneo con el que compartimos lengua y de esa manera no sólo conoceríamos esa región de Cerdeña sino que lo haríamos como casi alguereses y no como simples forasteros. Cuatro semanas más tarde regresábamos con el convencimiento de haber realizado una apuesta acertada y con la satisfacción de haber cumplido parcialmente con las ilusiones que nos habían reunido y algunas más que fueron surgiendo durante el viaje. Lo de parcialmente viene a cuento del alguerés. En contra de lo que habíamos imaginado nos encontramos con una lengua que habla sobre todo la gente mayor y cuyo uso queda frecuentemente limitado al ámbito familiar. Los jóvenes generalmente la entienden pero no suelen emplearla. Eso sí, cuando tropiezas con alguien que lo hace la relación se vuelve muy fácil y muy cordial.
En Alghero pensamos que ya que estábamos allí podíamos acercarnos hasta la Costa Esmeralda y de paso navegar un estrecho de nombre truculento, las Bocas de Bonifacio. Zarpamos pues de buena mañana con ese objetivo y una vez sobrepasada la Cala Conte y el impresionante cabo Caccia viramos al norte. En pocas horas alcanzamos el paso entre Cerdeña y la isla de Asinara y nos adentramos en él pendientes de la sonda porque la profundidad era más bien escasa. Dejamos a estribor el puertecito de Stintino y un poco más tarde el de Castelsardo sin detenernos. Ya al final de la tarde apuntamos al cabo Testa que marca propiamente la entrada al estrecho de Bonifacio. Todavía teníamos opción de entrar en Santa Teresa de Gallura pero como no era demasiado tarde y la mar estaba manejable decidimos alargar la singladura hasta la isla de la Maddalena.
A pesar de su mala fama la navegación por las Bocas no nos planteó en realidad más problema que la fuerte corriente en contra que disminuyó nuestro andar hasta dos nudos e incluso menos en algunos momentos. Ello nos retrasó bastante sobre nuestras previsiones y nos obligó a navegar en un mar sembrado de rocas durante buena parte de esa noche y con una Luna que no se decidía a salir. El recuerdo a flor de piel del famoso naufragio de la fragata Sémillante allí mismo a babor, en las islas Lavezzi, no era precisamente tranquilizador. La tensión acumulada en aquellas horas de navegación quedó bien reflejada en una composición musical realizada por Manolo que, mira por dónde, se sintió inspirado esa noche. En casa guardo además de la partitura una grabación y puedo asegurar que recoge fielmente nuestros estados de ánimo durante dicha travesía nocturna. Todavía al escucharla me parece estar percibiendo el momento mágico de la salida de la Luna iluminando aquel mar tenebroso.
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Cruzándonos con el buque escuela Palinuro de la marina italiana
El conocimiento de la Costa Esmeralda por el contrario nos salió caro, exactamente 172 euros por amarrar una noche en Porto Massimo en la isla de la Maddalena. En realidad ni siquiera una noche porque llegábamos pasadas las dos de la madrugada. Menos mal que al final valió la pena no sólo por la costa que es espectacular sino porque una vez puestos a navegar pensamos que tampoco estaría mal acabar de darle la vuelta entera a Cerdeña y conocer su fachada oriental.
Pero el tiempo pasaba y hubo un momento en el que sintiéndolo mucho tuvimos que ir pensando en iniciar el regreso dejando para mejor ocasión escalas tan atractivas como Porto Cervo o Cala di Volpe. Aun así, empujados por una fuerte tramontana que nos cogió por medio y nos obligó a entrar en Cagliari junto con otros navegantes a cual más pintoresco, pasamos de manera inesperadamente grata los tres días de rigor que se le suponen a toda tramontana en un puerto que en un principio no parecía especialmente atractivo.
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Con otros navegantes a cual más pintoresco
El viaje acabó y acabó bien. Los recuerdos acumulados afloraban a la menor oportunidad en aquel invierno del 2008 y la perspectiva de contar con unos posibles compañeros para futuras travesías me permitía mirar con optimismo el futuro.
Así que cuando en Abril me telefoneó Ribes para hacer planes cara al verano la llamada encontró en mí un interlocutor absolutamente receptivo.
- Te llamaba para saber si puedo contar contigo para una travesía un poco más larga que la del año pasado. Llevo algún tiempo dándole vueltas a un viaje que siempre he querido hacer y creo que ha llegado el momento. La idea consistiría, después te explicaré por qué, en llegarnos a Zakynthos en mi barco. Me he puesto en contacto con Manolo y está dispuesto a venir. Si vienes tú sería como continuar con la salida del pasado verano. Como si hubiésemos hecho simplemente u...

Índice

  1. Inicio
  2. Portada
  3. Copyright
  4. Un olivo en Zakynthos
  5. Hacia las islas de Levante
  6. Final
  7. Epílogo