Manual de la buena vida
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Manual de la buena vida

  1. 120 páginas
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Manual de la buena vida

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Un sabio de nuestro tiempo. Un bon vivant. Un gourmet. Un erudito. Un recalcitrante amador casado seis veces. Un aficionado al fútbol. Un viajero curioso. Un inquieto buscador de lo espiritual. Por favor, señor Racionero, ¿nos podría dar las claves de una buena vida, de su buena vida, atendiendo más a lo material que a lo espiritual? ¿Una síntesis de todo lo terrenal que complemente lo que nos brindó en el exitoso Espiritualidad para el siglo XXI publicado también por Libros de Vanguardia?A esta pregunta responde este Manual de la buena vida que destila los más sabios consejos para ser feliz y resume lo mejor de una vida intensa. Un manual según la RAE es "aquel libro en que se compendia lo más sustancial de una materia". La materia de este, sin embargo, no es la vida entera, con sus toneladas de paja, sino exclusivamente la vida que merece la pena ser vivida. A través de los viajes, la gastronomía, el arte, las casas bellas, la voluptuosidad...."La experiencia inmediata del placer, aunque buena en sí misma, no conlleva garantía de permanencia. Lo malo del placer no es que sea un vicio, es que no dura. Como en todo, el genio es durar. Se necesita una elección inteligente y no poca sabiduría práctica para evaluar el placer obtenido contra el precio de su dificultad"."Una confusión semántica es llamar amor a aquello que no lo es, y que es más bien su opuesto: egoísmo, miedo, posesión, insuficiencia. A mi entender, el amor, en su acepción correcta, es una emoción benevolente hacia el otro, mezcla de admiración, deleite y deseo de que el otro sea libremente como quiera y haga lo que quiera hacer. Ahí es nada: el supremo altruismo, tratar aquello que deseamos con absoluto respeto, sin interferencia exigente, gozándonos con su abrirse espontáneo e incondicionado como si fuera una flor que miramos, olemos, tocamos, pero sin dañar ni cambiar nada a su perfume y su color. Eso es amar. Procurar a toda costa que el otro sea feliz a su manera".

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Información

Año
2018
ISBN
9788416372454
Capítulo 1
El clima y el ‘genius loci’
El determinante principal de una cultura es el espíritu del lugar. Así como una viña da siempre un vino especial con características discernibles, así España, Italia o Grecia darán siempre el mismo tipo de cultura y se expresarán por medio del ser humano igual que lo hacen a través de sus flores silvestres.
Tendemos a ver la cultura como una especie de pauta histórica dictada por la voluntad humana: para mí esto es cada vez menos cierto. No creo que el carácter británico, por ejemplo, o el germánico, haya cambiado un ápice desde que Tácito lo describió; y en tanto nazca gente en Grecia, Francia o Italia sus producciones culturales llevarán la inconfundible rúbrica del lugar. Sí, los seres humanos son expresiones del paisaje, deseos paisajísticos de la tierra, compartiendo sus particularidades con el vino y la comida, la luz del sol y el mar. Desde luego, hay lugares donde uno siente que la gente no atiende ni interpreta su territorio; pueblos enteros o naciones se confunden a veces y comienzan a vivir de espaldas a la tierra, lo cual comunica al viajero una rara sensación de alienación; gente que no atienden a lo que la tierra está diciendo, no conformándose a los ocultos campos de sensibilidad que el territorio está tratando de comunicar a la personalidad.
Así explica el viajado Lawrence Durrell la relación entre paisaje y carácter, geografía y psicología.
Los autores que se ocupan del tema confieren a la temperatura y la luz una influencia determinante: la luz cae en el Mediterráneo, según hacía notar Gaudí, en ángulo de 45 grados, dada la longitud de esta zona en el globo terráqueo y resulta, por lo mismo, limpia y suave, confiriendo a las cosas una pátina de claridad. El clima benévolo y contrastado es elemento fundamental en el ambiente de suavidad que fomenta la sensualidad, y de viveza, que tiende a la facilidad. El paisaje es abrupto, diverso y entrecortado, marcando espacios cuya dimensión es amplia sin ser desoladora por su inmensidad. Esta moderación en los elementos naturales, así como la claridad, dan un ambiente de mesura, de contorno perfilado, de realismo preciso: en último término, de escala humana.
Me he preguntado tantas veces de dónde nace esa fascinación que tiene sobre mí y sobre tantos otros el Mediterráneo, que he elaborado mi pequeña teoría.
La entidad, esencia o personalidad del Mediterráneo está en el mar que reúne las tierras circundantes, en esas costas que se parecen y en sus gentes que aún se asemejan más. Es un mar interior, entre tierras, en medio de Asia, África y Europa; está, además, en medio del mundo, en el paralelo 42, franja mediana templada del hemisferio norte. Antaño se creía que por estas latitudes se ubicaba el centro del orbe, pero la opinión periclitó al descubrirse América y China. Estamos en medio de la tierra por latitud y por continentes, tres continentes cuyo contenido es el Mediterráneo, en él se vuelcan sus ríos y sus culturas, y todo eso el Mediterráneo lo destila por el estrecho de Gibraltar, de donde recibe aguas puras del océano inmenso.
Las temperaturas son uniformes, como corresponde a la latitud de 42 grados norte, y no son extremas: ni glaciales ni tórridas. Con ese clima, la vida no exige el excedente de trabajo que realizan los nórdicos para calentar sus países inhóspitos, ni el excedente de ocio que pagan los habitantes de los desiertos del sur por convivir con el sol y las arenas. Es un lugar donde con unas pasas, unas almendras, una hogaza y un celemín se vive, es decir, se habla, se pasea, se trabaja un rato, se contempla la puesta de sol bajo una parra tomando el vino del año. Los vientos son tan importantes como el agua, pues sin ellos no se navega, a no ser en trirremes esclavistas. La rosa de los vientos es común en todo el mar, tanto que aquí se llama gregal al viento de noreste que, lógicamente, no viene de Grecia, pero sí en Sicilia. El siroco se traduce en catalán por garbí porque, como aquel, viene de Argelia.
Hay una lengua franca entre marineros, una koiné que se habla en los puertos y que permite a cualquier pescador informarse sobre corrientes y vientos con unas cuantas palabras entre sus colegas de paso en cualquier puerto. ¿Será verdad o es otra exageración de pescadores en días de ocio, que son muchos?
Todo lo que viene hacia el sur en Europa, al norte en África, y al oeste en Asia es terreno mediterráneo, pero no todo lo es plenamente: el Ródano nace en Ginebra, que no es una ciudad mediterránea precisamente. En Francia, el Mediterráneo acaba a la altura de Orange y no pasa de Valence. ¿Cómo se delimita? Al sur es fácil, la franja costera fértil, el secano y luego el Sáhara, el desierto es la frontera sur; al este las montañas que angostan la costa. Al norte hay tres elementos para delimitar la zona de influencia del Mediterráneo: la comida, el cultivo y la construcción. Donde se bebe vino, se fríe con aceite y se condimenta con ajo, las tres cosas simultáneamente, es Mediterráneo. El cultivo del olivar, el viñedo, la presencia del ciprés, es otro índice. La construcción con teja moruna curvada y la casa tipo masía provenzal, catalana o toscana, son síntomas inequívocos, junto con la inclinación de los tejados. Otro es la mesa de café en la acera y las sillas en la calle del pueblo.
Afrodita, saliendo a contraluz aureolada de agua sobre arenas doradas de playas luminosas, y la sirena nórdica, sumergiéndose en el frío mar entre brumas del Báltico, son arquetipos de las dos Europas, encarnaciones míticas de su sensibilidad polarizada: romántica, nebulosa y fría en el norte; realista, perfilada y sensual en el Mediterráneo. Kazantzakis exploró magistralmente esta polaridad en su novela Alexis Zorba, donde contrapone el intelectual inglés al vitalista mediterráneo. El personaje de Zorba es todo un manual de saber vivir. Tanto me fascina que puse de nombre Alexis a mi hijo, creo que le gusta.
Los condicionantes formativos de una cultura se atribuyen a determinismos ambientales, elementos mentales y componentes económicos. La sociedad es producto de ese conjunto de fuerzas: genes, suelo, relaciones de producción, influencias culturales; cada escuela pone énfasis en la importancia de unos factores sobre otros; lo correcto es incluir el mayor número.
La teoría sobre las relaciones entre paisaje y carácter viene de antiguo, tanto que Hipócrates estableció una relación entre aire, aguas, lugares, factores naturales y el carácter, ya formulada en Heródoto. Isidoro de Sevilla retoma esta idea, y, en el siglo XVI, Olaus Magnus propone la dicotomía meridionales-nórdicos: los primeros blandos y degenerados por el clima cálido; los nórdicos sanos y virtuosos por el rigor del entorno. Bodín saca la conclusión contraria: clima frío o cálido dividen a la humanidad en dos tipos: en el sur prevalecen la civilidad y vivacidad de espíritu, mientras en el norte sus bárbaros habitantes son rudos e ignorantes.
El mejor sitio para vivir, dejando de lado lealtades étnicas o de amistades, se me aparece como una isla. No sé por qué, pero ni Florencia, ni Salamanca, ni La Seu d’Urgell, ni el mismísimo Empordà, me atraen con la fuerza de alguna isla. La primera de todas Eivissa. No lo digo por las discotecas, sino porque su tierra tiene una energía telúrica tan benigna que allí no proliferan alimañas, es más, si se rodea el tronco de un árbol con tierra traída de Eivissa, no le ataca ningún bicho. No en balde los cartagineses opulentos ya veraneaban en la isla y se retiraban a pasar la vejez. Se dice que por eso nació ahí Anibal. Ahora está Abel Matutes, gran futbolista y político.
Eivissa es un trozo de Empordà trasladado a más suaves latitudes. En el interior, en mayo, florecen las amapolas y crecen espárragos de margen, clavelinas y ajos salvajes. El interior de Eivissa en primavera es un paraíso de campos cultivados y casas cubistas entre almendros y algarrobos.
Pero lo determinante son el mar y las calas, las mejores de España, que ya es decir –pues tenemos Tamariu y Aigua Blava en la Costa Brava–. Y no olvidemos que en sus discotecas miles de europeos han pasado montones de horas disfrutando del placer, y eso al final se nota, porque impregna el ambiente y queda flotando como un egregor gozoso en el plano astral, lo cual se siente en cuanto se ponen los pies en la isla: de la tierra sale una energía saludable, del éter cae un egregor gozoso. Es la mejor isla del mundo, para mí superior a sus inmediatas rivales: Capri, Bali y Phuket. En cualquiera de ellas podría vivir.
Las playas de Formentera tienen aguas de color esmeraldino, las calas de Eivissa les siguen en belleza. También algunas de la Costa Brava como Aigua Xelida, Tamariu, El Castell o Aigua Blava. Agua transparente, que vira del azul al verde.
Algunas islas griegas tienen preciosas playas, como la de Lindos en la isla de Rodas, con su doble bahía a ambos lados de la acrópolis, pero son más pétreas y desoladas, como el resto de Grecia, por lo general.
¡Cómo olvidar la Pregonda en Menorca o la Macarella! Terenci Moix hablaba muy bien de Bodrum en Turquía. Las del Caribe o Tailandia son suaves, tibias, pero el ambiente es demasiado húmedo y caluroso. Me falta la Polinesia. Bali regular, demasiado abierta al oleaje, como Río de Janeiro.
El clima en forma de temperatura y humedad condiciona decisivamente el buen vivir. Por encima de los 30 grados de temperatura y de un 50 por ciento de humedad, la atmósfera se muestra pegajosa, palpable, irritante. Por eso la decisión más sabia es la migración, que es una idea nacida en los animales: golondrina, becada, grandes albatros, emigran cada año, huyendo de los calores del sur en verano y del frío del norte en invierno.
Les recomiendo que, si pueden, hagan como ellos: de noviembre a marzo váyanse al trópico: Caribe, Conchinchina, Polinesia; y de abril a octubre en el Mediterráneo: Eivissa, por ejemplo, o Capri o Corfú.
Capítulo 2
La casa o los lares
Hay un orden de prioridades muy claras en mi vida. Primero el aseo personal, después la limpieza y orden de mi casa. Luego ya puede venir todo lo demás, por el orden que cada uno estime más conveniente: trajes de lujo, almuerzos apetitosos, decoraciones suntuosas o zen.
Me convertí al espacio minimalista a través del zen. Al casarme monté un piso convencional con el decorador Jordi Vilanova, pasaron cinco años, que para mí fueron toda una vida, pues dos de ellos, 1968 y 1969, transcurrieron en Berkeley, California, y allí cambié de vida: pasé de burgués a hippy, y el zen me llevó a la estética del vacío, que luego se llamaría minimalismo.
La estética de una pared abarrotada de cuadros o muebles cubiertos de bibelots desapareció borrada por la niebla de los koanes y la sencillez del haiku. En mi cabeza se acabaron las “ínclitas razas ubérrimas”, el “polvo, sudor y hierro”, y apareció: “El camino desierto, nadie transita: el crepúsculo de otoño está cayendo”.
En la estética japonesa inspirada en el zen, las obras de arte se tienen guardadas y sólo se deja una a la vista, la cual se elige por diferentes criterios: el estado de ánimo, el día que hace, el invitado que nos visitará, la estación del año, la fecha señalada.
Lo puse en práctica en una vieja torre en el Putxet. Vac...

Índice

  1. Introducción
  2. Capítulo 1
  3. Capítulo 2
  4. Capítulo 3
  5. Capítulo 4
  6. Capítulo 5
  7. Capítulo 6
  8. Capítulo 7
  9. Capítulo 8
  10. Capítulo 9
  11. Capítulo 10
  12. Sobre el autor
  13. Sobre el libro
  14. Créditos