Las primeras biografías de Juan Rafael Mora
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Las primeras biografías de Juan Rafael Mora

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Las primeras biografías de Juan Rafael Mora

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Iván Molina Jiménez ha reunido en este tomo las primeras biografías que sobre el presidente Juan Rafael Mora se escribieron dentro y fuera del país. Los comentarios y anotaciones de Molina Jiménez a esos textos pioneros y poco conocidos dan a esta obra una riqueza especial pues permitirán al lector conocer con profundidad y en detalle la figura del héroe nacional Juan R. Mora Porras.

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Información

Año
2015
ISBN
9789930519127

De Páginas de historia[1]

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Manuel Argüello Mora
(1898)

I
Ligero esbozo de la vida de don Juan Rafael Mora[2]

Don Juan Rafael Mora nació el año de 1814.[3] Fueron sus padres don Camilo Mora y doña Ana Benita Porras, ciudadanos acomodados; pero este último honrado patricio, debido a su absoluta buena fe en el comercio, murió casi insolvente, dejando sin recursos a una numerosa familia, compuesta, además del hijo mayor, que lo era don Juan Rafael, de don José Joaquín, que después fue general en jefe de los ejércitos centroamericanos en Rivas; de don Miguel, y de siete mujeres, todas acostumbradas a una vida holgada y confortable. Veintiún años tenía don Juan Rafael Mora cuando perdió a su padre, y aquí comienza a exhibir el futuro Presidente una de tantas virtudes que lo hicieron tan querido y popular. El joven comerciante había logrado acumular en el negocio en pequeño a que se dedicaba, una mediana fortuna. Así es que la sorpresa de los acreedores del difunto don Camilo fue grande cuando se presentó el adolescente don Juanito (que así se lo comenzaba a llamar) en la reunión que para dividirse los bienes de su deudor celebraban, y les manifestó que él venía a pagar todas las deudas del difunto, y que les prohibía que tocaran una sola silla que hubiera pertenecido a su padre. En efecto, satisfizo al contado lo que pudo, y lo que no, lo arregló a plazos, constituyéndose único deudor y dando brillantes garantías. Desde ese momento el joven Mora fue el jefe adorado de toda su familia. A fuerza de trabajo ímprobo, y favorecido por la fortuna, pronto llegó a ser uno de los hombres más ricos del país; lo cual logró conseguir viajando con grandes peligros, en miserables buques de vela, y cambiando el oro que producían nuestras minas, por mercancías que iba a buscar a Francia, Chile, el Perú, Panamá y los Estados Unidos.[4] En 1848 era el agricultor más en grande de Costa Rica, pues que pudo cosechar de solo su finca de café de Pavas, hacienda Frankfort (en donde posteriormente se firmó el célebre decreto de Frankfort disolviendo las cámaras legislativas),[5] siete mil quintales de ese fruto; y como comerciante, lo era tan en grande, que en ese mismo año exportaba para Inglaterra y Francia, en compañía de don Vicente Aguilar, treinta mil sacos de café.[6] La fortuna de esa casa comercial, que se titulaba “Aguilar y Mora”, era tan fuerte y tan saneada, que pudo resistir sin suspender sus pagos a la catástrofe que arruinó la agricultura ese año, la caída de Luis Felipe, Rey de los Franceses, acontecimiento que produjo una baja tan desastrosa del café, que los treinta mil sacos de la compañía “Mora y Aguilar”[7] fueron vendidos a catorce francos el quintal; es decir, que con ese precio no pudieron pagar ni el flete del cargamento. Comprado aquí a ocho pesos, término medio, el quintal, y agregando los gastos de exportación, etc., etc., les costaba más de diez y ocho pesos el saco de cinco arrobas. La pérdida fue, pues, de más de cuatrocientos cincuenta mil pesos oro.[8]
Sin embargo, la casa resistió a tan terrible golpe.
El joven Juan Rafael Mora había jurado hacer las veces de padre, no solo de sus nueve hermanos, sino aun de los hijos de esos hermanos. Por esa razón, el que estas líneas escribe, que era hijo de doña Mercedes Mora, la mayor de las hermanas, que murió a la edad temprana de 19 años, en 1843, dejando tres hijos pobres y desvalidos, pues ya eran huérfanos de padre desde 1838, fueron recogidos, alimentados y educados por el generoso joven, que no se cansaba de hacer sacrificios por los suyos. Uno de esos esfuerzos sobrehumanos fue el haber resistido por mucho tiempo al invencible poder de Cupido; pues una vez estuvo enamorado y bien correspondido de una de las lindas y buenas hijas de este país, tan fértil en bellezas de esa clase; mas cumpliendo el juramento que había hecho de no casarse, para no dar una madrasta a sus protegidos, y que solo formaría una nueva familia cuando hubiera establecido a todas sus hermanas, permaneció soltero. En 1847 todos sus hijos e hijas adoptivos (con excepción de una, que era paralítica) se habían casado bien: por tal razón satisfizo ese año los impulsos de su corazón, enlazándose con la buena, instruida y entonces bella joven doña Inés Aguilar y Coeto, hija del exPresidente de Costa Rica don Manuel Aguilar.[9]
En 1849, en noviembre, una conmoción popular causó la caída del Doctor Castro del poder.[10] Don Juan Rafael Mora, en su calidad de Vicepresidente de la República, lo sustituyó, según así lo disponía la Constitución, concluyendo el período comenzado por su antecesor, y continuó en el mando por elección libre del pueblo en 1853.
En ningún período de nuestra historia hemos tenido una época tan tranquila y feliz, como la que gozamos de 1850 a 1856; año en que la guerra exterior contra Walker, el cólera y las revoluciones inauguraron ese calvario por que ha pasado Costa Rica, y que aún continúa haciéndonos sentir sus desastrosas consecuencias, con raros y cortos lúcidos intervalos de bonanza y ventura;[11] esto a pesar de los esfuerzos de todos los buenos hijos de esta tierra que han ocupado la silla presidencial después, casi todos más o menos bien intencionados; algunos mal servidos por la suerte y la fatalidad; otros ayudados e impulsados por la diosa casualidad, y dichosamente todos, por su amor a la patria común.
No tratamos de escribir la historia de don Juan Rafael Mora. Nos hemos propuesto trazar solamente un ligero esbozo de los rasgos más notables de su corta existencia, que servirán para la inteligencia de los artículos que en este libro coleccionamos, y que serán la cadena que enlazará unos acontecimientos con otros.
Concluiremos, pues, esta relación preliminar, haciendo recordar al lector: que después de terminada la campaña de Nicaragua, Mora se ocupó solamente en restañar las heridas nacionales, procurando aliviar a las víctimas de la guerra y de la peste. Su reelección para el período de 1859 a 1865, perdió a Mora e infundió ánimo en los opositores para organizar una revolución, la del 14 de agosto de 1859, con la que pusieron fin a la paternal administración de Mora.
Una ligera relación de ese atentado nos servirá de punto de partida para que el lector comprenda el encadenamiento que tienen entre sí las diferentes publicaciones hechas con el título de “Páginas de Historia”, “Apuntes para la Historia”, “Secretos de la Historia”, etc., etc.
Los numerosos impresos que en aquella época vieron la luz poco nos enseñan, y no merecen crédito alguno porque de ambos lados la pasión política velaba u ocultaba del todo la verdad. Tiempo es ya de entrar en las serenas estepas de lo cierto y lo inevitable. ¡Qué ganaríamos con tergiversar los hechos o disfrazarlos, ante una posteridad que no tendrá la más ligera idea de nosotros, pasajeros gusanillos fosfóricos, que apenas poseemos la luz que necesitamos para no llegar a oscuras a la fosa que guardará nuestros huesos!

II
El 14 de agosto

Era el 14 de agosto de 1859. Las cuatro de la mañana sonaba en el reloj de la Catedral. Yo dormía profundamente en mi cuarto de la Avenida 3ª. Fuertes golpes en la puerta de la calle me despertaron, y una voz desconocida me llamaba y decía:
—Levántese don Manuel: don Juanito el Presidente ha sido llevado preso a la Artillería.[12]
¡Era aquello una horrible pesadilla! Así lo pensé un momento; pero luego oí pasos acelerados en la calle, gente calzada que corría y ciertos ruidos insólitos a aquella hora matinal. Me vestí y salí a la calle. La ciudad aún estaba a oscuras. En un instante me puse en casa del Presidente.
Llanto y lágrimas de la señora de Mora, doña Inés, y de los niños. Allí supe cómo el militar Sotero Rodríguez, al frente de una escolta, se había presentado a las 3:30 de la mañana y había hecho despertar al señor Mora, diciéndole que había un desorden en el Cuartel de Artillería, y que solo su presencia podía calmarlo. Don Juan Rafael Mora no sospechó ni un solo momento que Rodríguez lo engañara. Apenas se puso unos pantalones, y en mangas de camisa salió al salón para hablar con el mensajero de desgracias. Se acercó a él pidiéndole informes, y este le puso la mano en el hombro y quiso arrastrarlo hacia la calle, ayudado por unos soldados. En ese momento se acercó a Mora un sirviente español que le era muy adicto y le llevó un revólver, empuñando otro de seis tiros con la mano derecha. Mas, cuando vio la violencia que se hacía a su patrón, apuntó al artero militar con ánimo de matarlo; pero este le gritó que si disparaba el arma o se acercaba a Mora, haría fuego sobre él. El Presidente, temeroso de que sacrificaran a su fiel servidor, le ordenó que se mantuviera quieto. Arrastrando y maltratando a su jefe, lo condujo Rodríguez a la Artillería, en donde lo esperaba el jefe de la sublevación que en esos momentos se consumaba. Era este el entonces Coronel Lorenzo Salazar, comandante de plaza de San José, secundado por el Mayor Máximo Blanco, jefe del Cuartel Principal.[13] Desde que Mora fue encerrado en un calabozo del cuartel, el Coronel Salazar, puñal en mano, lo amenazaba poniéndole la punta en el pecho y asegurándole que si alguna fuerza armada o el pueblo ensayaba su salvación, se le inmolaría sin misericordia, pues, dada la situación respectiva de los autores de aquel atentado, tenían que jugar la vida del uno o de los otros.
A las seis de la mañana fui yo también arrestado en el mismo cuartel. En uno de esos calabozos estaba, cuando los oficiales Rosario Gutiérrez y Luis Pacheco me propusieron la contrarrevolución.
Más tarde fuimos trasladados al Palacio Nacional, en donde permanecimos dos días, el Presidente en su antiguo despacho, y yo en el salón del ministro de Relaciones Exteriores, junto con el exVicepresidente don Rafael Escalante.
Después que se nos notificó nuestro destino, que era el destierro indefinido, fuimos puestos en comunicación, y centenares de personas nos visitaron; pero siempre en presencia de algún jefe militar.
El 16 se nos hizo salir escoltados por el Coronel Blanco[14] (militar colombiano al servicio de Costa Rica), quien a la cabeza de cien soldados y diez oficiales, nos acompañó hasta Puntarenas.
En ese puerto nos reunimos con los generales don José Joaquín Mora y don José María Cañas.
El 19 se nos condujo a bordo del vapor Guatemala, que hacía viajes periódicos hasta San José de Guatemala.
Don Juan Rafael Mora siguió para San Salvador, donde fue magníficamente recibido por el Presidente don Gerardo Barrios, quien le hizo ofertas de auxilio con tropas y dinero para que volviera a Costa Rica. El General Cañas y yo entramos en León de Nicaragua, de donde aquel pasó a San Salvador. Barrios recibió a Cañas como a un hermano, y lo nombró comandante en jefe del ejército salvadoreño; por ese motivo, Cañas hizo ir su familia a San Salvador y residió allí hasta que la fatalidad nos trajo a Puntarenas en 1860.
Mora volvió en el mismo vapor Guatemala y yo retorné a Corinto, donde nos reunimos para continuar juntos el viaje a New York. Nos acompañaba don Crisanto Medina (padre).
En Panamá se nos recibió muy bien, principalmente por Mr. Nelson, el superintendente del ferrocarril del Istmo. Se nos obsequió con pasajes libres a los tres, dándonos el privilegio de hacer uso del ferrocarril y de cualquier vapor perteneciente a la Pacific Mail, tanto en la línea Colón-Nueva York, como en la de Panamá-San Francisco de California.
El 13 de septiembre desembarcamos en la metrópoli americana.[15] Nos hospedamos en el Hotel San Nicolás, donde nos fatigaron los reporters de los periódicos. La revolución consumada en San José el 14 de agosto, con todos sus detalles, la hicieron conocer al público americano varios diarios, entre otros, el World, el Herald, etc., etc.
En mi artículo “Secretos de la Historia” relato lo más interesante de nuestro paso por los Estados Unidos.
Don Juan Rafael Mora volvió a El Salvador en diciembre y se dedicó a cultivar en grande el café, industria enteramente desconocida en ese país en aquella fecha. También hizo grandes plantaciones de tabaco, mejorando el sistema de beneficio, que allí encontró muy primitivo.[16]
El General Cañas, en su destino de jefe del ejército, se hizo inmensamente popular. En El Salvador tenían muchos motivos para hacer de Cañas un semidiós. Lo primero, porque él nació en Suchitoto, y era por consiguiente salvadoreño; segundo, por su gloriosa campaña de año y medio contra Walker en Nicaragua; tercero, porque habiendo militado con Morazán, se le tenía como una hechura de ese jefe adorado; y finalmente, porque el viejo Cañas era verdaderamente simpático y digno del general aprecio: generoso, va...

Índice

  1. Cubierta
  2. Inicio
  3. Presentación
  4. Introducción
  5. Don Juan Rafael Mora por Joaquín Bernardo Calvo
  6. De Páginas de historia por Manuel Argüello Mora
  7. Don Juan Rafael Mora por Máximo Soto Hall
  8. Juan Rafael Mora por Francisco Castañeda
  9. Juan Rafael Mora por Carlos Jinesta
  10. Biografía del expresidente D. Juan Rafael Mora por Lucas Raúl Chacón
  11. Anexos
  12. Cronología mínima de Juan Rafael Mora Porras
  13. Créditos