Alejandro Magno
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Alejandro Magno

Javier Navarro Santana

  1. 152 páginas
  2. Spanish
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Alejandro Magno

Javier Navarro Santana

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Biografía del famoso rey de Macedonia y conquistador de Asia (356-323 a.C.), dirigida al público general. El autor presta especial atención al modo en que Alejandro Magno crea un imperio plural y flexible y hace valer su condición de militar carismático, y enmarca aquella época de un modo atractivo explicando los principales elementos de la cultura griega. Contiene ilustraciones de las batallas más significativas.

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Información

Año
2013
ISBN
9788432143410
Categoría
History
Categoría
World History
1. GRECIA
1. Un pueblo singular
Cuando un lector coge entre sus manos un libro de Historia de Grecia sabe en gran medida qué busca y lógicamente qué se va a encontrar: un mundo ciertamente alejado en el tiempo y por ello con muchos elementos incomprensibles y extraños, pero a la vez próximo y atractivo que le puede llegar a fascinar y a convertir en modelo de muchas pautas de comportamiento. Nunca ha dejado de sorprender en el devenir de la historia las vueltas constantes a la Antigüedad griega, los sucesivos renacimientos por los que ha pasado Europa a lo largo de su evolución. Parece como si no valiera saber que de esa península del Mediterráneo proceden buena parte de nuestros orígenes, sino que hay que volver a recordarlo una vez y otra para que nunca caiga en el olvido. Por ello cobra vital importancia saber qué es lo que ha buscado el hombre entre la ruinas de ese pasado lejano, por qué ese interés tan especial que no se ha dado en otras civilizaciones anteriores; por qué siempre lo mismo, un renacimiento tras otro en la propia historia de Europa; qué es lo que puede encontrar ese interesado lector de provecho en unos hombres y mujeres que sintieron de otra manera y que actuaron con parámetros bien distintos a los suyos.
Qué duda cabe que el nombre de Grecia está asociado al concepto de clásico: se ha convertido en un lugar común hablar de la Grecia clásica y así aparece en múltiples libros y alusiones. ¿Qué significa realmente el nombre de clásico y qué le aporta de especial a Grecia? En la lengua castellana se entiende por clásico aquel periodo de tiempo de mayor plenitud de una cultura o de una civilización, en el que se establecen teorías o modelos que son la base de su desarrollo posterior. Desde el punto de vista artístico o literario, clásico indica que las obras a las que se aplica poseen un valor absoluto, que constituyen el paradigma por el que se habrá de evaluar todos los demás. Para la cultura europea y por lo tanto para los que de ella viven o de ella se benefician, Grecia y también Roma, fueron momentos constitutivos, en los que se cimentó una peculiar visión del hombre y del mundo que le rodea. Cuando los humanistas del Renacimiento volvieron a leer los textos de tantos autores griegos y a deleitarse con las maravillas del arte grecorromano, los reconocieron como propios, encontraron muchos elementos familiares y al denominar a ese tiempo como clásico, lo convirtieron en paradigma y modelo de su propio mundo. Por ello, a pesar del paso de tantos siglos, Grecia sigue siendo algo cercano y explica el por qué de las continuas vueltas a su realidad histórica.
Fueron hombres griegos los que descubrieron la historia, la música y experimentaron todas las formas de literatura. Sus filósofos especularon sobre la naturaleza y sobre el ser del hombre, logrando llevar a la razón humana hasta cotas inimaginables. Ellos descubrieron la belleza y la plasmaron en múltiples manifestaciones artísticas que el paso del tiempo no ha hecho más que agrandar. Inventaron la democracia y experimentaron todos los tipos de organización humana. Descubrieron, en fin, que la guerra podía llevar su sello particular, y lo imprimieron profundamente. Todo lo anterior constituye los méritos de por qué este pueblo ha merecido un puesto singular en la Historia.
¿Cómo podríamos definir en pocas palabras la civilización griega? En primer lugar podría decirse que esta era particularmente competitiva. Su geografía es extremadamente dura; su paisaje está cortado por múltiples montañas que forman cordilleras abruptas y yermas, complejas de atravesar y que provocan aislamiento e inseguridad. Grecia fue siempre una madre pobre y severa que negaba a sus hijos la mayor parte de sus necesidades, especialmente el alimento, y que los obligaba a luchar permanentemente por la supervivencia. La poca productividad del suelo griego, la escasez de materias primas, la dificultad en las comunicaciones, etc., provocaron que Grecia fuera siempre extremadamente pobre, coartando por ello la vida de sus habitantes. Sin embargo esto no provocó parálisis, sino todo lo contrario: los griegos lo aprovecharon para tomar mayor impulso. Ellos siempre afirmaron que la pobreza era su principal maestra en la temeridad y confianza en sí mismos. Ese permanente estado de necesidad provocó que la guerra fuera algo cotidiano; las disputas y riñas entre las polis griegas por causas banales se perdían en la oscuridad de la historia. Los griegos fueron extremadamente violentos por necesidad. Inventaron el arte de la guerra porque debían defender diariamente lo poco que tenían; la rapiña y el saqueo del vecino fueron una fuente permanente de rencores y violencias que tiñeron frecuentemente de sangre la tierra griega. Pero este espíritu competitivo y agónico lo emplearon mayormente para su bienestar, en un afán permanente de superación. Cada polis soñaba con superar a las demás; cada ciudadano aspiraba a emular en valor y sacrificio a los prohombres de su ciudad. Cada intelectual trataba de ir más lejos de lo que habían llegado sus antecesores. Sus fiestas y celebraciones siempre contaban con competiciones atléticas; hasta la tragedia, obra teatral que resumía como ninguna otra el alma griega, siempre era representada en un contexto competitivo.
La segunda característica de la civilización griega fue que esta siempre se desarrolló a escala humana, pues el hombre griego siempre se relacionaba con el mundo inmediato, y por ello cercano y familiar. La mitología griega nunca dio explicación de la creación o de los orígenes del hombre sobre la tierra. Ellos pensaban que eran realmente autóctonos, es decir, que procedían del mismo suelo (autós cthonós) y por lo tanto no eran originarios de ninguna otra parte. Esto llevó a Grecia a desconocer algo tan romano como era la capacidad de integración. Los griegos siempre despreciaron al extranjero, sobre todo si no hablaba su lengua, calificándolo peyorativamente como bárbaro. Siempre tuvieron problemas para entender el cosmopolitismo: teoría que solo apareció muy tarde en su evolución intelectual y que desarrollaron propiamente los romanos. El mundo griego era el mundo de la polis, o lo que es lo mismo, el mundo inmediato a cada persona: una ciudad y un territorio que este podía abarcar y donde se sentía plenamente seguro. Para el hombre griego su polis era mucho más que para el hombre moderno sus ciudades. La polis constituía todo su universo, todo su cosmos. En ella no solo encontraba seguridad, sino que se desarrollaba plenamente como persona. Entre sus muros se realizaba como ciudadano, cumpliendo sus obligaciones políticas, dando culto a sus dioses y honrando la memoria de sus antepasados. Fuera de la ciudad el hombre griego quedaba inerme y desamparado, perdiendo por ello buena parte de su condición humana. No es de extrañar por tanto que en esta sociedad las mayores penas que podían imponerse no fueran la muerte o la cárcel, sino el exilio o el ostracismo, que desgajaba al ciudadano de su comunidad, lanzándolo a un universo extraño y hostil.
2. El rapto de Europa
El pueblo griego tuvo a lo largo de su historia una fuerte dependencia de Asia y del Próximo Oriente. Sus mejores puertos y sus ciudades más avanzadas miraban hacia allí y por esta vía recibieron los griegos el impulso inicial para desarrollar su propia civilización. Los fenicios jugaron durante los inicios del primer milenio un notable papel de puente entre las viejas y ricas culturas orientales y los pueblos de Europa, más atrasados y dependientes, y los griegos no fueron una excepción en ello. Sin embargo, la relación con los pueblos de Asia nunca fue fácil. El primer libro de auténtica historia, redactado por Heródoto de Halicarnaso en el siglo V a.C., está consagrado a explicar y a detallar la vieja hostilidad entre Europa y Asia, personificada por entonces en griegos y persas. Según Heródoto, el padre de la Historia, todo empezó cuando una nave fenicia atracó en el puerto griego de Argos trayendo mercancías a los habitantes de la ciudad. Entre las mujeres que salieron a recibirles se encontraba Io, la hija del rey, joven de enorme belleza y cuya contemplación indujo al capitán del barco a secuestrarla y llevársela a Tiro como esposa. Este rapto fue el primero de otros muchos que sellarán la enemistad entre los dos continentes. A Io le siguió el rapto de Europa, hija del rey de Sidón que fue secuestrada por el mismísimo Zeus, padre de los dioses. El tercer secuestro fue el de Medea, hija del rey de la Cólquide, por parte de Jasón y los Argonautas que llegaron a aquellas tierras al oriente del Mar Negro en busca del famoso vellocino de oro. Por último, los asiáticos tomaron venganza con el secuestro más conocido de la Historia, el de Elena de Troya, esposa de Menelao, rey de Esparta, y raptada por Paris en una visita a esta ciudad. Heródoto menciona, y este era el sentir general de los griegos, que a cada rapto siguieron embajadas, de griegos a asiáticos y de asiáticos a griegos, reclamando la devolución de cada una de las jóvenes secuestradas. Sin embargo, los intentos de conciliación siempre acababan en mutuos reproches que no hicieron más que ahondar en el rencor y abrir un abismo de hostilidad que lanzará en su momento a griegos y persas a una guerra sin cuartel.
Los persas eran un pueblo más próximo a los griegos de lo que ellos mismos creían. Antes de que ambos entraran en la Historia, habían formado parte de una misma entidad y habían tenido una misma lengua: la indoeuropea. En fechas próximas al 2.000 a.C., tanto griegos como persas habían emigrado desde las estepas de Ucrania hacia sus respectivos destinos históricos. En el caso de los persas, tras atravesar la gran cordillera del Cáucaso y el norte de Babilonia, acabaron asentándose, junto a otras tribus, en la meseta del Irán. Los persas, más en particular, hallaron acomodo al sur de los medos, en la región de Ansán, junto a las costas del golfo que en el futuro llevará su propio nombre.
La gran oportunidad histórica de los persas llegó hacia el año 550 gracias a la resolución del rey Ciro que, tras librarse del sometimiento de los medos, comenzó una expansión militar muy parecida a la que en el futuro realizará Alejandro Magno. Los primeros pasos del imperio Aqueménida llevarán a Ciro a las costas del Egeo. En esos años de mediados del siglo VI el reino de Lidia se extendía por toda la franja occidental de la península de Anatolia y englobaba a las polis griegas de la costa del Egeo. Cresos, el rey lidio, decidió aprovechar el caos generado por la sustitución de los medos por los persas para cruzar el río Halys y atacar el renaciente imperio de Ciro. Este se vio obligado en el año 547 a responder y, tras rechazar la inclusión de Cresos, conquistó Sardes, su capital, y apresó al rey lidio que acabará sus días en una ciudad de la lejana Mesopotamia. Las ciudades griegas de la costa del Egeo y muchas islas próximas fueron cayendo en manos de los generales de Ciro y pasaron a depender del sátrapa persa de la ciudad de Sardes. La vida de estos griegos no se vio alterada sustancialmente con el cambio de poder; en todo caso se vio algo aliviada. Pasaron de depender del rey de Lidia, mucho más cercano a ellos y por lo tanto más interesado en su evolución interna, a depender de un rey lejano que desde Susa apenas oía hablar de sus cuestiones y no se inmiscuía en su autonomía si ellos mantenían la paz y el orden.
La expansión persa fue irresistible; en muy pocos años se conquistó Siria y Palestina, toda la Meseta del Irán y Afganistán; y el año 539 Babilonia, como la joya más preciada del nuevo imperio. Ciro murió el año 530 luchando contra los sacas, nómadas de las estepas del otro lado del río Oxo (Amu Daria), en la actual Turkmenistán. Su hijo Cambises (530-522) le sucedió en el trono y en la ambición de conquista. El año 525 entró triunfalmente en Egipto, incorporando el País del Nilo al reino de su padre. Su precipitada muerte natural el año 522 provocó una crisis sucesoria que favoreció el acceso al poder de Darío, también de origen Aqueménida, que va a llevar al Imperio persa a su máxima expansión.
Darío I (518-486) completó las conquistas anteriores extendiendo el imperio desde la Cirenaica (Libia) hasta la India; desde el Cáucaso hasta la ardiente Nubia, preparando lo que luego Alejandro Magno arrebatará a los persas. El mayor mérito de Darío no fue extender las fronteras hacia territorios colindantes, de escasa importancia, y sumarlos a las tierras que había recibido en herencia. Su gran papel fue darle forma y hacer funcionar un imperio complejo y abrumador. Dentro de sus dilatadas fronteras se extendían pueblos inmensos con lenguas y tradiciones dispares; con estadios de evolución totalmente contrapuestos, con escasa conciencia de formar parte de una unidad superior y lejanos a un rey del que apenas habían oído hablar y por lo tanto siempre amenazado por la sublevación o rebeldía. Ese imperio necesitaba de un mínimo de unidad y ello fue la titánica labor de Darío y de sus descendientes.
El imperio persa fue un imperio flexible y plural, donde el elemento ario o iranio apenas se dejó sentir, en favor de otros elementos culturales más aglutinadores. Darío impuso una administración bastante descentralizada al dividir el imperio en provincias o satrapías y entregarle prácticamente todo el poder de ellas a un sátrapa que actuaba como auténtico virrey de la región. Este administraba el territorio con bastante autonomía y solo se le exigía el mantenimiento del orden y de la seguridad, el pago de los impuestos y el cumplimiento de las levas y reclutamientos militares que en cada momento se le podían requerir. El rey contaba con unos funcionarios conocidos como los ojos y oídos de gran rey, que recorrían las satrapías transmitiendo instrucciones, vigilando la acción de los sátrapas y evitando cualquier intento de sublevación o golpe de estado. Por el contrario, la administración central era relativamente sencilla. Giraba en torno a la figura del monarca que constituía el elemento de unidad del imperio, y que residía normalmente en Susa o en Ecbatana (la antigua capital de los medos). Hasta él llegaban las cuestiones de gobierno y el cobro de impuestos para mantener la corte y el ejército persa, formado este por un grupo de élite denominado los diez mil inmortales, debido a que su número nunca se alteraba, pues cada muerte se reemplazaba rápidamente por un nuevo guerrero, y sobre todo por el ejército procedente de las levas de cada una de las satrapías. El ejército persa era tan plural como el propio imperio, y ahí residía su fuerza y su debilidad. Su fuerza porque cada rey podía movilizar a cientos de miles de soldados procedentes de todos los rincones del reino, y eso le otorgaba un poder pavoroso; también representaba su debilidad pues este ejército era excesivamente heterogéneo y desigual, ya que cada cual luchaba con sus armas tradicionales, de calidad muy variable según los conocimientos técnicos de cada uno, y tenían diversas concepciones de la guerra, de la disciplina, etc., según el estado de evolución histórica de los propios guerreros. Además, siempre supuso un enorme quebradero de cabeza conjuntar a fuerzas que hablaban lenguas muy extrañas unas a otras y que obstaculizaban la transmisión de las órdenes y el establecimiento de claros objetivos.
La convivencia entre griegos y persas fue inicialmente buena, debido al desinterés de estos últimos por lo que pudiera pasar en una frontera lejana y secundaria como era la Península de Anatolia. Sin embargo esa indiferencia comenzó a cambiar en hostilidad cuando el rey Darío concibió el proyecto el año 514 de convertir el Mar Negro en un mar persa. Para ello dos cuerpos de ejército comenzaron a ocupar simultáneamente la orilla oriental, el Cáucaso, y la occidental europea, lo que supuso una enorme amenaza para los griegos. Cuando el ejército de Darío tomó posesión de la Tracia, sometió a vasallaje a Macedonia y comenzó su expansión por la actual Bulgaria, los griegos advirtieron el grave peligro que sobre ellos se cernía; no solo por la proximidad física de las tropas persas, sino sobre todo porque estas podían cortar el suministro de alimentos sin el cual Grecia no podría sobrevivir. Como ya indicamos, el suelo griego no era suficiente para alimentar a tantas bocas como las que lo habitaban, por ello debían traer constantemente alimentos de fuera: cereales básicamente y productos de primera necesidad. A finales del siglo VI la principal fuente de suministros se encontraba en la actual Ucrania, objetivo último de la expansión persa.
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La confrontación de griegos y persas se extenderá desde el año 500 a.C. hasta los años previos al reinado de Alejandro. Las sucesivas guerras dejaron profundos rencores entre ambos pueblos que los hicieron irreconciliables e incapaces de aprovechar las oportunidades de paz que se les ofrecieron. Los griegos consiguieron salvar su independencia en ocasiones señaladas, con batallas sorprendentes y exitosas como fueron las de Maratón (490), Salamina (480) y Platea (479), e incluso llegaron a causar perjuicios a los persas en batallas ofensivas como las que tuvieron lugar en la desembocadura del río Eurimendonte (468) o frente a la ciudad de Salamina de Chipre (451). Pero los esfuerzos griegos apenas inquietaron a los persas. El gigantesco imperio creado por Ciro y Darío no podía resentirse excesivamente de un conflicto de frontera como fueron las guerras médicas, y su decadencia provino exclusivamente de problemas internos y de la descomposición producida por luchas civiles estériles. Sin embargo, para los griegos, nuestra principal fuente de información, fue una epope...

Índice

  1. Portada
  2. PORTADA INTERIOR
  3. CRÉDITOS
  4. ÍNDICE
  5. 1. GRECIA
  6. 2. MACEDONIA
  7. 3. TROYA
  8. 4. ASIA MENOR
  9. 5. SIRIA Y EGIPTO
  10. 6. EL CORAZÓN DEL IMPERIO PERSA
  11. 7. EN BUSCA DEL OCÉANO
  12. 8. LA INDIA
  13. 9. ALEJANDRO MAGNO
  14. CRONOLOGÍA DE ALEJANDRO MAGNO