Secesión
eBook - ePub

Secesión

La guerra civil americana

  1. 516 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
eBook - ePub

Secesión

La guerra civil americana

Detalles del libro
Vista previa del libro
Índice
Citas

Información del libro

Magistral historia de la guerra moderna, esta obra viene a cubrir el vacío que existe en la bibliografía en español sobre la Guerra de Secesión americana. Una perspectiva internacional, desde la visión imparcial de un historiador extranjero.Para un historiador militar, incluso si se trata de uno de los más prestigiosos del mundo, como sir John Keegan, no resulta fácil decir algo nuevo sobre la Guerra de Secesión, la guerra civil estadounidense. Otros eminentes especialistas, como Bruce Catton, Shelby Foote y James McPherson, han narrado la crónica de este enfrentamiento civil analizándolo con todo detalle. Keegan analiza a fondo la influencia que tuvo este conflicto bélico en las técnicas militares europeas.La Guerra de Secesión "inauguró un estilo de guerra que presagiaba la peor clase de males para los pueblos incapaces de mantener a raya a un conquistador, como se vería 75 años más tarde, con las campañas de Hitler en el este de Europa".

Preguntas frecuentes

Simplemente, dirígete a la sección ajustes de la cuenta y haz clic en «Cancelar suscripción». Así de sencillo. Después de cancelar tu suscripción, esta permanecerá activa el tiempo restante que hayas pagado. Obtén más información aquí.
Por el momento, todos nuestros libros ePub adaptables a dispositivos móviles se pueden descargar a través de la aplicación. La mayor parte de nuestros PDF también se puede descargar y ya estamos trabajando para que el resto también sea descargable. Obtén más información aquí.
Ambos planes te permiten acceder por completo a la biblioteca y a todas las funciones de Perlego. Las únicas diferencias son el precio y el período de suscripción: con el plan anual ahorrarás en torno a un 30 % en comparación con 12 meses de un plan mensual.
Somos un servicio de suscripción de libros de texto en línea que te permite acceder a toda una biblioteca en línea por menos de lo que cuesta un libro al mes. Con más de un millón de libros sobre más de 1000 categorías, ¡tenemos todo lo que necesitas! Obtén más información aquí.
Busca el símbolo de lectura en voz alta en tu próximo libro para ver si puedes escucharlo. La herramienta de lectura en voz alta lee el texto en voz alta por ti, resaltando el texto a medida que se lee. Puedes pausarla, acelerarla y ralentizarla. Obtén más información aquí.
Sí, puedes acceder a Secesión de John Keegan, José Adrián Vitier en formato PDF o ePUB, así como a otros libros populares de Historia y Historia del mundo. Tenemos más de un millón de libros disponibles en nuestro catálogo para que explores.

Información

Editorial
Turner
Año
2016
ISBN
9788415427391
Categoría
Historia
VIII
MCCLELLAN TOMA EL MANDO
No resulta del todo descabellado caracterizar a George Brinton McClellan como el Patton del ejército federal de la Guerra de Secesión. Al igual que Patton, era un hombre apuesto, tenía aspecto marcial e insistía en la dignidad militar que, según él, le correspondía. Como Patton, en sus relaciones sociales desplegaba una seguridad en sí mismo que procedía de su educación superior; los McClellan no eran ricos como los Patton, pero el padre era un médico muy distinguido de Filadelfia y la familia era respetada en la ciudad. El más joven de los McClellan había estudiado en una escuela preparatoria de Filadelfia y había asistido durante dos años a la Universidad de Pensilvania, futuro bastión de la Ivy League, donde había sobresalido en el estudio de los clásicos y las lenguas extranjeras. Pero siempre había querido ser soldado, una ambición que lo llevó a West Point en 1842, para incorporarse a la que se convertiría, antes de la promoción de 1915, en la más renombrada de la historia de la academia, la promoción de 1846. Entre sus compañeros de clase estaban George Pickett, el de la carga de Pickett, Ambrose Hill y Stonewall Jackson. Sin embargo, ninguno de ellos se destacó tanto como McClellan. Calificado por sus méritos como el segundo de su clase, desde un inicio sus coetáneos lo consideraron el más prometedor. “El hombre más capaz de la clase”, según uno de sus compañeros; “confiabamos en que lograría un gran historial en el ejército, y si se presentaba la oportunidad, le augurábamos auténtica fama militar”.[1] Los inicios de su carrera confirmaron su promesa. En la Guerra de México de 1846 le fue concedido un grado honorario, en prenda de un ascenso futuro, y al terminar la guerra fue seleccionado para viajar al “escenario de la guerra” en Europa, Crimea, donde Francia y Gran Bretaña estaban combatiendo a Rusia para impedir que esta destruyese al Imperio Otomano, para informar sobre el desarrollo del conflicto entre las grandes potencias militares. Este nombramiento fue una gran distinción para McClellan, puesto que las fuerzas armadas estadounidenses no estaban precisamente a la vanguardia de la modernidad; además, por entonces los ciudadanos estadounidenses rara vez tenían ocasión de viajar al extranjero. McClellan resultó un perspicaz observador de la contienda de Crimea y entregó un informe que impresionó a sus superiores. Entonces el joven oficial anunció su separación de la que parecía una segura aunque laboriosa carrera de ascensos militares. Renunció a su comisión y se hizo ingeniero jefe y vicepresidente de la Illinois Central Railroad Company. Para sus amigos y parientes no debió de haber sido una decisión inesperada. En la década de 1850, los ferrocarriles eran el sector más dinámico de la economía estadounidense, por entonces en explosiva expansión. Los ferrocarriles prometían, y en breve lograrían, unificar físicamente Estados Unidos. Cualquier joven que pudiese ofrecer su competencia en las habilidades necesarias para hacer funcionar los ferrocarriles podía dictar sus propias condiciones. McClellan era uno de estos jóvenes.
Era ingeniero, formado en la escuela de ingeniería de West Point, por entonces el principal centro de enseñanza técnica en Estados Unidos y uno de los pocos de su tipo en el mundo. Los otros que existían –la Real Academia Militar de Woolwich en Inglaterra, la Escuela Politécnica en París– eran instituciones militares, puesto que la tecnología hacía poco que comenzaba a ser algo más que un instrumento al servicio de la guerra. Por suerte para McClellan, los profesores de ingeniería de West Point, así como sus homólogos europeos –el profesor de Woolwich era Michael Faraday– llevaban sus asignaturas mucho más allá de los límites tradicionales del ataque y la defensa de fortificaciones. McClellan, gracias a profesores de West Point como William Bartlett, quien iba a la vanguardia en su disciplina, se había empapado de una educación científica y técnica que lo capacitaba para ocupar cualquier puesto ejecutivo de ingeniería creado por la revolución industrial estadounidense de mediados de siglo. Ya en 1861 la Illinois Central no era el único ferrocarril al que McClellan había prestado sus servicios. Al estallar la guerra, McClellan era un formidable candidato a asumir el alto mando en el conflicto que sumía a su país, un ingeniero militar preparado, un combatiente experimentado y un empresario ejecutivo de probada experiencia. No es de extrañar pues que a las pocas semanas de estallar la guerra, McClellan fuera ascendido a general de división de los voluntarios de Estados Unidos y designado para dirigir las acciones en Virginia Occidental.
McClellan fue uno de los primeros graduados de West Point en alcanzar el rango de general. Aunque ya en 1860 el ochenta por ciento de los oficiales estadounidenses provenía de West Point, ninguno había llegado más que a coronel. La vieja guardia –los veteranos de la Guerra de México, de las guerras contra los indios seminolas, incluso de la Guerra de 1812– todavía dominaba el alto mando y mostraba reticencia a considerar como sus iguales a los muchachos de la academia que aprendían por los libros. Solo la inminencia de la guerra, y la súbita necesidad de comandantes de brigadas y de divisiones y de oficiales de estado mayor, lograron descongelar el bloqueo. Pocos fueron promovidos al alto mando tan pronto como McClellan. Esta rapidez se debió al hecho de que todavía ningún otro comandante de la Unión había alcanzado éxitos en el campo de batalla, aunque cabe destacar que él no estuvo presente en ninguna de las tres batallas por las que fue tan prontamente aclamado. William Howard Russell, el corresponsal del Times de Londres que acababa de llegar de Crimea y había trabado estrecha relación con comandantes experimentados, se refirió desdeñosamente a McClellan en uno de sus despachos como “un pequeño cabo de batallas no libradas”.[2] La pulla era injusta, pero constituyó una saludable advertencia para los entusiastas de las victorias rápidas. Winfield Scott, el único soldado estadounidense con un conocimiento personal de cómo obtener la victoria, estaba particularmente preocupado por deshacer las esperanzas en un triunfo a corto plazo. En una nota añadida a su aprobación del primer plan de acción de McClellan, previno contra el “gran peligro que ahora nos acosa: la impaciencia de nuestros patrióticos y leales amigos de la Unión. Ellos abogarán por acciones instantáneas y enérgicas, sin pensar, me temo, en las consecuencias”.[3]
Fue la demanda de acciones instantáneas, “Adelante hasta Richmond”, lo que condujo a la debacle de Bull Run. La derrota de la Unión había revertido el clima moral de la guerra. Antes de Bull Run, era el Sur el que, según sus propios cálculos, se hallaba amenazado, aunque su bravuconería le impedía admitirlo. Después de Bull Run fue Washington, y no Richmond, la que estaba en peligro. Un racionalista estratégico, analizando la escena, hubiese opinado lo contrario. A pesar de la proximidad de las líneas confederadas, que avanzaron desde Bull Run hasta Centreville y dominaban el Potomac, el Sur carecía de fuerzas sobre el terreno para sacar partido de la ventaja que había obtenido. La noche misma de Bull Run, Winfield Scott disipó todos los rumores y temores de que los confederados estaban a las puertas de la ciudad. A un oficial de estado mayor que le trajo un informe de que Arlington, un barrio de las afueras del sur de Washington, había sido ocupado y de que la vanguardia confederada pronto estaría en la propia capital, Scott le espetó: “Ahora estamos probando los primeros frutos de la guerra y conociendo lo que es el pánico. Tenemos que estar preparados para toda clase de rumores. Vaya, que pronto oiremos que Jefferson Davis ha cruzado Long Bridge al frente de una brigada de elefantes”.[4] Scott, hipérbole aparte, estaba diciendo algo muy válido y atinado. La Confederación no tenía las fuerzas necesarias para invadir el Norte –al menos no de momento– y lo que la Unión debía hacer era echar a un lado los temores infundados y buscar la manera de llevar la guerra hasta el enemigo.
McClellan, rebosante del entusiasmo característico del favorito recién nombrado, llegó a Washington con un plan para ganar la guerra sin dilación. La ausencia de dilación era un concepto muy popular en el Norte al estallar la rebelión. Nadie, ni siquiera el presidente, quien abrigaba temores más realistas, quería contemplar la posibilidad de una guerra larga. Tampoco la idea de una contienda seria agradaba a muchos en el Norte. El general Scott se había convencido a sí mismo desde el comienzo, y había procurado convencer a los demás, de que al verse sometidos a las incómodas presiones del bloqueo y las amenazas, los federalistas del Sur, cuyo número él maximizaba, se rendirían para que la Unión pudiese ser restaurada sin gran derramamiento de sangre. McClellan, un veterano en las guerras de dos continentes, era lo bastante realista para aceptar que la visión de Scott de una reconciliación sin conflicto no era nada segura. Él aceptaba que la lucha era un medio necesario para sofocar la rebelión. El plan que presentó a Washington, por tanto, preveía operaciones de enorme magnitud. Era un plan malo –eso es algo universalmente admitido en retrospectiva–, demasiado vago y no lo bastante feroz. Pero, como pudiera haber dicho Sherlock Holmes, tenía puntos de interés. El primero de estos era que incluía una dimensión marítima. El segundo, que trazaba una red estratégica muy amplia, revelando una comprensión del factor geográfico en la planificación bélica en el continente norteamericano que hablaba muy bien de la capacidad intelectual de McClellan. Proponía un avance por mar hacia Charleston, Carolina del Sur y Georgia. La operación anfibia vendría combinada con una incursión desde el Medio Oeste, con vistas a lograr un firme control del río Ohio y del alto Mississippi a lo largo del valle del Gran Kanawha hasta Virginia. El río Gran Kanawha es uno de los pocos que cruza la cordillera de los Apalaches; nace en Carolina del Norte y alimenta al río Ohio. A su vera se extiende Charleston, la capital de lo que es hoy Virginia Occidental y, finalmente, Pittsburgh, en el punto donde se le incorpora el río Monongahela. Físicamente el Gran Kanawha es una importante vía fluvial, pero en el siglo XIX el terreno por el cual fluía no estaba urbanizado, escaseaban los pueblos y carreteras y no había ningún ferrocarril. La elección de McClellan del Gran Kanawha como eje resulta difícil de comprender. McClellan deseaba combinar la ofensiva del Gran Kanawha con otra desde Kansas y Nebraska a lo largo de la línea de los ríos Mississippi y Missouri, dirigida hacia el interior sureño y finalmente hacia Texas. Nada de esto era objetable estratégicamente. Lo que McClellan no explicó a Scott, ni a Lincoln, era dónde establecería su base de operaciones o, lo que era aún más importante, cómo la abastecería de tropas, municiones y suministros.
Lincoln y Scott, aunque al principio parecieron aprobar el plan de McClellan, en realidad no lo aplicaron, ni facilitaron los recursos que lo hubieran puesto en marcha. Esto dejaba al Plan Anaconda, que Scott había propuesto a principios de mayo, a cargo de encerrar a la Confederación, bloqueando las costas y controlando el río Mississippi. En términos económicos, el Plan Anaconda estaba bien concebido y era factible. El Norte, dado que controlaba la mayor parte de los barcos y hombres de la Marina de Estados Unidos, y casi todos los astilleros estadounidenses, estaba en posición de cerrar los accesos marítimos del Sur con bastante rapidez; como los dueños de las embarcaciones fluviales eran en su mayoría norteños, la Unión también estaba bien posicionada para controlar el tráfico de las grandes vías fluviales. Una vez hecho esto, la gran capacidad exportadora de la que tanto se enorgullecía el Sur quedaría anulada. Cuatro millones de pacas de algodón, una enorme reserva de riqueza, perderían todo valor si no podían sacarse de los almacenes. Al comienzo de la guerra, algunos sureños se convencieron de que sería ventajoso para la Confederación que se interrumpiera el suministro de algodón en el mercado mundial. La subsiguiente crisis en la industria manufacturera del norte de Inglaterra y de Francia obligaría, creían ellos, a los federalistas moderados a exhortar al gobierno federal a que aceptara la secesión, y a los poderosos socios comerciales del Sur a reconocer su independencia. Estas ideas resultaron erróneas. La falta de algodón ciertamente generó una crisis en las fábricas textiles europeas, pero tan fuerte era el apoyo de los trabajadores textiles a la causa antiesclavista que la penuria económica no se tradujo en protestas políticas. Los dueños de las fábricas, y la gente acaudalada en general, tenían más simpatía por el Sur; todavía había bastante resentimiento por la rebelión de las trece colonias para que la gente chapada a la antigua se regocijara viendo a los republicanos en aprietos. Sin embargo, la fuerza de la causa antiesclavista, que Gran Bretaña prácticamente había hecho suya en la primera mitad del siglo, el orgullo nacional por el éxito de la Marina Real en la eliminación del comercio de esclavos, y el mero sentido común sobre el modo de conducir la política exterior, resultaron los factores decisivos. El Ministerio de Exteriores, pese al intenso cabildeo de los representantes sureños, decidió no reconocer la independencia confederada.
En el terreno diplomático, por tanto, el Plan Anaconda, una vez instituido, cumplió su cometido. La campaña del Mississippi, a la cual dio origen, capturó sucesivamente Cairo, Memphis y, en la desembocadura del río, Nueva Orleans, dividiendo el Sur y aislando su mitad occidental de los estados interiores. Al explicar el objetivo de su plan a Lincoln el 3 de mayo, Scott escribió que su intención era “despejar y mantener abierta esta gran línea de comunicación […] para así cercar a los estados insurgentes y forzarlos a capitular con menos derramamiento de sangre que mediante cualquier otro plan”.[5] Este comentario era sumamente característico de Scott. Tras haber ganado una guerra, no tenía ninguna necesidad de demostrar sus virtudes marciales. A su entender, el plan de McClellan era deficiente porque requería lanzar grandes ofensivas contra el Sur, las cuales él, acertadamente, dudaba que funcionaran, pero en las que preveía, también acertadamente, que morirían muchos que él hubiera preferido mantener con vida. Mas, ay, el plan de Scott, con todas sus virtudes, también tenía defectos. Era como si Adam Smith se hubiese dedicado a la estrategia en vez de a la economía: una mano invisible habría de lograr el resultado que el comandante deseaba, sin ninguna intervención de la cruel maquinaria de guerra. En el Plan Anaconda de Scott era notable la omisión de toda referencia a las batallas. Aparentemente los puntos clave serían capturados, las vías fluviales controladas, sin provocar ninguna reacción del enemigo. El territorio del Sur sería dividido en dos sin que los confederados protestasen. Al parecer, el enemigo compartiría el loable deseo de Scott de evitar derramamientos de sangre entre compatriotas. Ciertamente, tal no era el caso. El Sur rebosaba de entusiasmo bélico, en parte porque quería terminar la guerra y ganarla, y en parte porque ardía en deseos de dar una buena tunda a los ineptos y amanerados yanquis. El Plan Anaconda tuvo, no obstante, el mérito de presentar a Lincoln una alternativa a los planes de maniobras en Virginia de McClellan, y de alertarlo sobre la importancia estratégica del Mississippi.
A Lincoln le preocupaban el Oeste y el Medio Oeste. Como escenarios de las maniobras ofensivas confederadas no constituían un gran peligro para el interior norteño, pero lo que realmente lo angustiaba era el riesgo de que sus poblaciones divididas se pasaran a las filas sureñas, con la consiguiente disminución del prestigio y la moral norteños. Por otra parte creía, con razón, que el bloque Kentucky-Missouri-Tennessee proporcionaba una base desde la que Virginia y sus vecinos podían lanzar invasiones exitosas. El primer comandante asignado al Oeste, John Frémont, candidato republicano a la presidencia en 1856, pronto hubo de ser reemplazado. Pese a su fama en Estados Unidos como “Pathfinder” [Explorador] en razón de sus hazañas como explorador en los territorios del Oeste antes de la guerra, y pese a ser militar de carrera, carecía de experiencia y de talento para la guerra. También era un ferviente abolicionista y uno de sus primeros actos como comandante del Departamento del Oeste fue liberar a todos los esclavos que pertenecían a los rebeldes en Missouri. Pero la emancipación inmediata no era la política de la Unión, ya que muchos, entre ellos Lincoln, pensaban de esa manera se perdería el apoyo de los estados fronterizos. Tras la destitución de Frémont, McClellan –que había sucedido en el cargo de general en jefe a Scott, a quien su enfermedad y la indiferencia de McClellan tenían deprimido–, dividió en dos el Departamento del Oeste, entregando a Don Carlos Buell el este de Kentucky y Tennessee, y poniendo a Henry Halleck al mando del resto. Buell tenía fama de haber sido muy eficiente en el ejército de antes de la guerra. Halleck había sido el principal rival de McClellan para asumir el mando del Ejército del Potomac. Ninguno de los dos desplegaría un gran talento práctico, ni en la inminente campaña del Oeste ni después.
Por desgracia para ambos, fue en este punto, en diciembre de 1861, cuando Lincoln y McClellan comenzaron a instarlos a entrar en acción. El propio McClellan se hallaba bajo presión para iniciar una muy postergada incursión en Virginia cruzando el viejo campo de batalla de Manassas, mientras que Lincoln, quien también esperaba que McC...

Índice

  1. Portadilla
  2. Créditos
  3. Contenido
  4. Listado de mapas
  5. Dedicatoria
  6. Mapa
  7. Prólogo
  8. I El Norte y el Sur se dividen
  9. II ¿Habrá guerra?
  10. III Ejércitos improvisados
  11. IV El alto mando
  12. V La geografía militar de la Guerra de Secesión
  13. VI La vida del soldado
  14. VII Planes
  15. VIII McClellan toma el mando
  16. IX La guerra en el Medio Oeste
  17. X La guerra de Lee en el Este y la guerra de Grant en el Oeste
  18. XI Chancellorsville y Gettysburg
  19. XII Vicksburg
  20. XIII Cortando la conexión Chattanooga-Atlanta
  21. XIV La Campaña Terrestre y la caída de Richmond
  22. XV Irrumpiendo en el Sur
  23. XVI La batalla de la costa de Cherburgo y la Guerra de Secesión en el mar
  24. XVII Soldados negros
  25. XVIII Los frentes internos
  26. XIX Walt Whitman y las heridas de la guerra
  27. XX Los generales de la Guerra de Secesión
  28. XXI Las batallas en la Guerra de Secesión
  29. XXII ¿Podría haber sobrevivido el Sur?
  30. XXIII El final de la guerra
  31. Agradecimientos
  32. Bibliografía