Dejar vivir. Marías y Lejeune en defensa de la vida
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Dejar vivir. Marías y Lejeune en defensa de la vida

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Dejar vivir. Marías y Lejeune en defensa de la vida

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Pocas veces ha habido mayor afinidad entre un filósofo y un científico. Julián Marías conoce a Jérôme Lejeune en 1980, y años después lo describe como "uno de los hombres que más se han esforzado por mostrar la significación inaceptable del aborto, cuya difusión, fomentada por unos y pasivamente recibida por otros, es a mi juicio lo más grave que ha sucedido en el siglo XX".Este libro muestra cómo estos dos grandes humanistas supieron ir a contracorriente, usando la razón y la ciencia, para proteger al no nacido.

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Información

Año
2013
ISBN
9788432143328
Categoría
Literatura

DE LA «NATURALEZA» AL «HOMBRE»

Se ha tendido a cosificar la persona, se la ha visto muchas veces como si fuera una mera naturaleza, cosa o “qué”. La filosofía nació primero al preguntarse por las cosas: en los albores del pensamiento griego, el gran tema es la naturaleza, phýsis, y la filosofía era, por tanto, física. Los presocráticos deseaban estudiar lo físico y se dedicaron a la physiología, fisiología; Aristóteles los llamaba physiológoi, fisiólogos, físicos, naturalistas. «Esta prioridad de la preocupación por las cosas ha tenido graves consecuencias porque cuando la mirada se volvió hacia el hombre lo considera como una cosa más»[121].
Ortega —cuya metafísica es una superación tanto del idealismo como del realismo, ambos cosificadores— escribe que «el hombre no tiene naturaleza, sino que tiene... historia. O lo que es igual: lo que la naturaleza es a las cosas, es la historia —como res gestae— al hombre»[122]. Esta frase sigue “indignando” a muchos porque no la comprenden. Como ya vimos, el hombre es quién y es qué (naturaleza). No es que tenga. Lo que sí tiene es historia, vida biográfica, amor, distintas cualidades, cultura animi y cultura corporis. Ahora comprendemos mejor esa frase, cuando sabemos que ousía significa “haber”: el verdadero haber de cada hombre no es su naturaleza, sino su historia, sus obras o vida biográfica. El hombre no tiene naturaleza en el sentido de las cosas; si tiene naturaleza, ésta consiste en no tenerla precisamente en aquel sentido: el hombre no es una cosa. Pero el «hombre, en rigor, no tiene naturaleza, y hablar de “naturaleza humana” es sumamente equívoco»[123]. Porque el hombre no es una realidad “dada” como las cosas, con un ser fijo que llamamos naturaleza. Lo que el hombre hace no le viene dado por una naturaleza o “qué”, sino que lo tiene que elegir, ha de imaginarlo y después intentar realizarlo; por eso es “quién”. Es decir, la persona es siempre viniente, concepto fundamental en la metafísica de Marías.
Cuando «Ortega dice que el hombre no es cosa, que no tiene “naturaleza”, sino historia, no quiere decir que no haya nada constante y universal en el hombre, sino que no tiene naturaleza en el sentido de las cosas y que, en la medida en que tiene naturaleza, no se identifica con ella». Porque el hombre es a un tiempo natural y extranatural. «El hombre está determinado por su “naturaleza”, en la medida en que es un animal, un vertebrado superior, dotado de un psiquismo, y todo ello sometido a las leyes de la física, la biología o la psicología; pero la vida humana no se identifica con esos elementos naturales: es lo que yo hago con ellos»[124].
Por eso, cuando muere alguien querido sentimos ante este hecho «una resistencia a aceptarlo como “natural”, y tenemos razón, porque la persona como tal no pertenece a la naturaleza»[125]. Resulta esa muerte algo inaceptable e incomprensible. La razón de esto es que la persona es alguien absoluto, y su negación o supresión parece algo sin sentido, contradictorio. Al practicar un aborto, le ocurre a la madre de su criatura muerta esa misma contradicción, incrementada por un desequilibrio entre su visión del bebé como alguien absolutamente respetable, único, amparable, y la supresión del mismo, desamparado, arrojado de su seno, el viniente que (tratado como una cosa) es matado en el camino hacia su nacimiento, cuya historia en este mundo se corta y se trunca con violencia, cuya proyección y proyectos son negados, lo cual le origina a la mujer (y, no lo olvidemos, también a su criatura) una resistencia traumática.
En un texto inédito hasta ahora, Ortega dice que el «error grande de Rousseau —en general, de su tiempo—, fue creer que el hombre tenía una conducta natural y fija previamente a su educación y a la presión de la sociedad. Este naturalismo de Rousseau ha sido una de las grandes ideas erróneas que han traído más desventuras a nuestro tiempo. El hombre no tiene esa naturaleza. Si hubiéramos podido hablar y comparar las sociedades animales con las humanas, y por tanto plantearnos un poco más próximamente esta cuestión de la naturaleza del hombre, habríamos visto que eso es lo que caracteriza y hace algo exclusivo de la condición humana frente a todas las demás cosas que hay en el universo; todas las demás tienen su naturaleza, su ser fijo y dado de una vez para siempre. El hombre no tiene naturaleza; tiene que buscársela, hacérsela; y ese trabajo por conquistarse un modo de ser es la historia universal. El hombre, a diferencia de los demás seres, no tiene naturaleza, lo que tiene es historia, que es lo que no tienen los demás seres». El «hombre no tiene naturaleza, lo que tiene es historia. Esta razón histórica sería la auténtica metafísica». Y «buena parte de las presentes angustias proviene del desequilibrio padecido por el hombre occidental entre lo mucho que sabe sobre la naturaleza y lo poco que sabe sobre la humanidad»[126].
Cada vez que Aristóteles dice del hombre que es algo “por naturaleza”, hemos de prestar atención porque puede resultar, por cosificador, muy peligroso. Por ejemplo, en su Política Aristóteles establece, al comienzo de esa obra, una distinción entre los hombres: los griegos o señores por naturaleza, phýsei, y los bárbaros o esclavos por naturaleza, phýsei (en el original griego; al latín se traducirá a natura o naturaliter). Escribe que «el que es capaz de prever con la mente es naturalmente jefe y señor por naturaleza, y el que puede ejecutar con su cuerpo esas previsiones es súbdito y esclavo por naturaleza». Por eso «dicen los poetas que “es justo que los griegos manden sobre los bárbaros”, entendiendo que bárbaro y esclavo son lo mismo por naturaleza». Más adelante sigue diciendo Aristóteles que «el que por naturaleza no pertenece a sí mismo, sino a otro, siendo hombre, ese es naturalmente esclavo». Y «ya desde el nacimiento unos seres están destinados a ser regidos y otros a regir». El esclavo es el hombre que participa de la razón, pero sin poseerla: «es naturalmente esclavo el que es capaz de ser de otro (y por eso es realmente de otro) y participa de la razón en medida suficiente para reconocerla pero sin poseerla». Y «la naturaleza [phýsis] quiere sin duda establecer una diferencia entre los cuerpos de los libres y los de los esclavos, haciendo los de estos fuertes para los trabajos serviles y los de aquellos erguidos e inútiles para tales menesteres, pero útiles en cambio para la vida política». Según ello, Aristóteles sentencia que «es, pues, manifiesto que unos son libres y otros esclavos por naturaleza [phýsei], y que para estos últimos la esclavitud es a la vez conveniente y justa» [127].
El ilustre profesor escocés John Maior, catedrático de la Sorbona, parece haber sido el primer tratadista que aplicó el concepto aristotélico de la esclavitud natural al problema de gobierno planteado por el Descubrimiento del Nuevo Mundo. Los europeos en general veían en los indios aquellos seres inferiores de que habla Aristóteles. Por tanto, se consideraba que el europeo debía esclavizarlos. En 1519 el obispo fray Juan de Quevedo sostenía ante Carlos V que los indios «son siervos a natura, por lo que el Filósofo dice en el principio de su Política». Las Casas sostiene que ese obispo interpretó mal a Aristóteles. Pero aunque el Estagirita fuera partidario de la esclavitud natural, Bartolomé de las Casas afirma que Aristóteles era un gentil que estaría «ardiendo en los infiernos», y dice que se ha de usar de su doctrina cuanto con la fe cristiana conviniere. Más tarde, el año 1550, en la controversia con Sepúlveda dice Las Casas que «mandemos a paseo en esto a Aristóteles». Ahora bien, se cuida en repetir que ha sido falseado el pensamiento aristotélico. Y pide que no sea utilizada contra él la autoridad de Aristóteles: él la acata; lo que ocurre es que los partidarios de la esclavitud natural no conocen bien lo que el Filósofo escribió: «Dejen, pues, ciertos hombres impíos de echarme en cara al Filósofo», dice Bartolomé. Debido al gran prestigio que seguía teniendo el Filósofo, Las Casas no se atreverá a tomar una postura rotundamente antiaristotélica. Al negar que los indios fueran los esclavos por naturaleza a que se refiere Aristóteles, se le planteó el problema inmediato de querer saber quiénes fueran estos. Bartolomé pensó que los esclavos por naturaleza serían los negros, y esta opinión es lo que explicaría que defendiese en un momento de su vida la esclavitud de los mismos, aunque después se arrepintiera de esa propuesta. Y no deja de reconocer el hecho: «este aviso de que se diese licencia para traer esclavos negros a estas tierras dio primero el clérigo Casas, no advirtiendo la injusticia con que los portugueses los toman y hacen esclavos; el cual, después de que cayó en ello, no lo diera por cuanto había en el mundo, porque siempre los tuvo por injusta y tiránicamente hechos esclavos, porque la misma razón es de ellos que de los indios».
Evidentemente, en Las Casas se produce una lucha entre su conciencia de cristiano, que repudia la teoría aristotélica sobre la esclavitud natural, y su conciencia de hombre de su época y de su cultura, que lo obliga a aceptar las directrices del Estagirita. Por eso tanto Las Casas como los menos favorables a las teorías aristotélicas sobre la esclavitud no se atrevían a impugnar abiertamente al Filósofo: interpretaban, discutían la aplicación de sus principios, buscaban acomodamientos. Porque negar abiertamente a Aristóteles hubiera sido hacer imposible el diálogo, colocarse fuera de la sociedad intelectual. Para Francisco de Vitoria se ha malinterpretado la intención de Aristóteles, y hace verdaderos malabarismos para salvarlo. Asombra considerar el respeto casi supersticioso que inspiraba el Estagirita. No ha habido seguramente en la historia del pensamiento humano una autoridad más indiscutida, cuyo magisterio se prolongó durante tantos siglos[128].
Pero trasládese esa misma argumentación anterior al tema del aborto: hay quienes, “por naturaleza”, deben ser esclavizados desde el momento de su nacimiento debido a la diferencia de su cuerpo, y deben ser bárbaramente tratados. Cuando nazcan serán destinados a la esclavitud si son de otra raza. Y si tienen un defecto, entonces se abandonan o se eliminan.
Hoy puede saberse durante el embarazo que un niño va a ser anormal “por naturaleza”, y de este modo se le despoja, también bárbaramente, de la libertad de nacer: «Con frecuencia se afirma la licitud del aborto cuando se juzga que probablemente el que va a nacer (el que iba a nacer) sería anormal, física o psíquicamente. Pero esto implica que el que es anormal no debe vivir, ya que esa condición no es probable, sino segura. Y habría que extender la misma norma al que llega a ser anormal, por accidente, enfermedad o vejez. Si se tiene esa convicción, hay que mantenerla con todas sus consecuencias; otra cosa es actuar como Hamlet en el...

Índice

  1. Portadilla
  2. Índice
  3. Un filósofo y un científico ante el aborto
  4. Angustia ante la monstruosidad
  5. Lo más grave que ha ocurrido en el siglo XX
  6. Deshumanización
  7. Diversas hipocresías
  8. El caso de Jérôme Lejeune
  9. El informe que Marías le pidió a Lejeune
  10. Del cigoto a Pulgarcito
  11. Unicidad desde la concepción
  12. Teoría de la animación retardada
  13. «Yo soy yo y mi circunstancia»
  14. La nueva metafísica
  15. De las «cosas» a la «persona»
  16. De la «naturaleza» al «hombre»
  17. De la «sustancia» al «hacerse»
  18. De la «materia signata» a las «experiencias radicales»
  19. Del «qué» o «algo» al «quién» o «alguien»
  20. Del «algo corporal» al «alguien corporal»
  21. Del «embrión» a la «criatura»
  22. Del «aborto» a la «perduración»
  23. Del «parecer» a la «verdad»
  24. Créditos