De la fe maltratada a la fe bien tratada
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De la fe maltratada a la fe bien tratada

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De la fe maltratada a la fe bien tratada

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Índice
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Información del libro

Catequistas y educadores de la fe pueden sacar mucho provecho de este libro que contiene un amplio recorrido por los catecismos españoles. En él aparecen explicaciones dignas de ser tenidas en cuenta e imitadas y, a la vez, proposiciones desacertadas. Tan reales son las unas como las otras. Hay que aprender del pasado.

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Información

Editorial
PPC Editorial
Año
2014
ISBN
9788428826440

PRIMERA PARTE

3. Credo

P
ara el conjunto del credo, como síntesis de la fe cristiana, resulta repetido hasta la saciedad el argumento de remitir a la autoridad de los apóstoles. Algunos catecismos apuntan tímidamente que se les atribuye, pero son más los que lo afirman de una manera tajante y definitiva. Valga una muestra:
«–Las verdades que hay en el Credo, ¿por quién fueron enseñadas?
–Las verdades que hay en el Credo fueron enseñadas por los doce Apóstoles.» (CARTAÑÁ, 1951, 51)
Sin embargo, no deja de resultar curioso que se pretenda extraer una lección que, por sus características de cálculo barato, provoca la hilaridad, a la vez que no convence a nadie; se trata de justificar las doce afirmaciones del credo:
«Un gran sacramento, dice S. Agustín, es la significación de este número doce. Cuatro partes tiene el mundo; y de las cuatro convoca a su Iglesia por medio del bautismo. El bautismo se administra en el nombre de las tres personas de la Trinidad. Éstas son tres, y cuatro aquéllas. Ahora bien, multiplicando tres por cuatro hacen doce.» (LIZARRAGA, 1803, 105)
En la atribución de las afirmaciones del credo a los apóstoles, algunos catecismos van más lejos al señalar expresamente la frase que pronunció cada uno de los apóstoles en su pretendida composición del símbolo de la fe (OLAECHEA, 1763, 48)
° La autoridad de la revelación
Antes de analizar con detalle el contenido del credo, vamos a contemplar una serie de cuestiones previas, relativas a la autoridad de la revelación y el hecho de conservar y defender la fe. Antes de nada, es preciso considerar que se trata de la síntesis de la religión verdadera, y, como tal, es indispensable que siempre se haya podido tener acceso a ella, incluso pasando por encima de la verdad histórica:
«–¿Cómo se llama la verdadera religión?
–La Religión cristiana.
–¿Es muy antigua?
–Tan antigua como el mundo.» (GAUME, 1855, 45)
La autoridad de la revelación encuentra su indiscutible y principal argumento en la autoridad de Dios que se manifiesta, aunque la forma de presentarlo no resulte precisamente la mejor:
«Para confirmar esto, sucedió lo que se cuenta de S. Román, cuando lo tenían preso para martirizarle. El glorioso mártir quería convencer al tirano: “Créame, le digo la verdad. Y si no quiere creerme a mi, crea a ese niño”. Había allá un niño de pecho en brazos de su madre. De pronto el niño dijo claramente delante de todos: “Es absolutamente cierto lo que él predica”. Irritado, dice el tirano al niño: “¿Quién te lo ha dicho?” El niño inmediatamente: “A mí, mi madre; y a mi madre, Dios”.» (LIZARRAGA, 1803, 133)
Semejante argumento resulta contundente e imposible de rebatir. Pero no es el único. Otro argumento concomitante es el testimonio de los mártires que han sancionado su fe con su sangre. Sin embargo, hay algunas discrepancias numéricas, que arrojan una duda razonable sobre la seguridad de las cifras manejadas:
«–¿Cómo sabemos ciertamente que Dios se ha revelado? (...) Lo cuarto, por más de once millones de mártires que con su sangre y vida lo acreditaron y confirmaron.» (CALATAYUD, 1764, 13)
«–¿Fue grande el número de mártires?
–Según testimonios de Eusebio, Sulpicio, Severo y Orosio, el número de mártires fue crecidísimo, sobrepasando en nuestros días la cifra de dieciocho millones.» (COMPENDIO, 1955, 127)
¿Habrá que buscar la razón de la diferencia de siete millones de mártires en los 191 años que median entre las fechas de composición de ambos textos?
Paralela a la prueba aducida por el triunfo de los mártires, está la del castigo que Dios inflige a quienes persiguen a su Iglesia:
«–¿Cuál fue el fin de los perseguidores de la Iglesia?
–La mayor parte recibieron en este mundo su merecido castigo, y esto mismo sucederá con los actuales y venideros. Dios castiga y no con palo. El dicho de Juliano el Apóstata: “¡Venciste, Galileo!”, se cumple en todos los perseguidores.» (COMPENDIO, 1955, 127)
Ya que estamos centrados entre mártires y persecuciones, enfoquemos nuestra atención en el exacerbado ataque a los enemigos de la religión y, paradójicamente, en la defensa de la propagación de la fe, aun empleando idénticos medios:
«–¿Quiénes se establecen matando y corrompiendo a los que no los siguen?
–Los herejes mahometanos y revolucionarios.
–Pues en algunas partes, ¿no se propagó con las armas la fe?
–No, padre; las armas no eran para hacer cristianos, sino para conquistar tierras y defender a los cristianos…» (ARCOS, 1896, 32)
Sutil distinción que se rechaza en un caso y de la ...

Índice

  1. Didajé
  2. Portadilla
  3. Prólogo: La fe maltratada y la fe “bientratada”
  4. LA FE MALTRATADA
  5. Exposición de la fe cristiana
  6. Primera parte
  7. Segunda parte
  8. Tercera parte
  9. Cuarta parte
  10. LA FE BIEN TRATADA
  11. Epílogo: Saber... y practicar
  12. Siglas y Bibliografía
  13. Contenido
  14. Créditos