Alerta Barcelona
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Alerta Barcelona

Adiós a la ciudad autocomplaciente

  1. 128 páginas
  2. Spanish
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Alerta Barcelona

Adiós a la ciudad autocomplaciente

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Información del libro

Las grandes ciudades son las verdaderas propulsoras del crecimiento económico y de la creatividad en el mundo, por encima de estados y fronteras. Barcelona no ha parado de escalar posiciones y de afianzar su prestigio, hasta que cierta autocomplacencia colectiva ha erosionado su éxito.El legado de los Juegos de 1992, ejemplo de excelencia e implicación de todos los sectores de la ciudad, empezó a diluirse en los fastos del Fòrum del 2004. En los últimos años, el efecto del 'procés' y las políticas de Ada Colau, muy centradas en lo social pero sin discurso cultural, obligan a redefinir el modelo.Es necesario recuperar el consenso para impulsar los puntos fuertes de la ciudad: la cultura, el libro, la investigación, el sector tecnológico, los grandes eventos y congresos, el deporte, el pacifismo, la tolerancia... Este libro se atreve a detallar aciertos y errores y a formular propuestas concretas para el futuro, entre ellas la de relanzar Barcelona como salida al conflicto político catalán.

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Información

Año
2019
ISBN
9788416372553
Categoría
Arte
1. Coalición de desintereses
El resorte necesario para empezar a escribir este libro se activó el 27 de septiembre del 2017. Aquella tarde, miles de personas ascendíamos la montaña de Montjuïc para cumplir con el que se ha convertido en un ritual muy barcelonés: pasar dos horas en el Estadi Olímpic en compañía de los Rolling Stones. Había expectación por ver si Keith Richards volvía a ser el de antes —las apuestas las tenía en contra— y por averiguar cómo adaptaba Mick Jagger sus coreografías a sus 74 años cumplidos.
La sexta visita a la ciudad de sus satánicas majestades no se producía en un momento cualquiera. Durante las horas previas de aquel miércoles aún veraniego se habían sucedido las noticias alarmantes en torno a los preparativos del referéndum del 1 de octubre. Desde el Tribunal Superior de Justícia de Catalunya se había ordenado a la policía impedir el uso de los edificios públicos para las votaciones. El entonces ministro del Interior, José Ignacio Zoido, afirmaba que el inusitado despliegue policial pretendía garantizar la convivencia. Y en el mundo independentista ganaban peso los partidarios de una declaración unilateral de independencia, la famosa DUI.
Mientras la inminencia del tan invocado choque de trenes era perceptible en el ambiente electrizado de la ciudad, Montjuïc, en cambio, se ofrecía como un remanso de calma. Ni una bandera, ni una pancarta. En el estadio, la única referencia patriótica era una enseña albiceleste colgada de una de las gradas laterales: “Argentina, República Stone”, se leía en ella. Faltaban pocos días para que el término república se adueñara del relato político catalán.
Las visitas a Barcelona de los Rolling Stones, desde aquel concierto en 1976 que incluyó cargas de los grises, habían coincidido con momentos relevantes del historial anímico de la ciudad (la euforia preolímpica de 1990, la depresión post-Fòrum del 2007…). Aquel 27 de septiembre del 2017, sin duda, lo que tenían en común la banda de músicos y la ciudad de Barcelona era una situación sostenida con alfileres. Los Stones ya no eran la troupe diabólica cuyo aterrizaje era esperado con ansiedad por las groupies y los traficantes de narcóticos. Esta vez, quien les aguardaba a su llegada era un conocido médico barcelonés, contratado por la organización para atender en el backstage las necesidades geriátricas de un séquito de abuelos y bisabuelos.
¿Y Barcelona?
Aunque aún no había empezado a anunciarse la fuga de empresas, se temía por el efecto que la crisis política pudiera tener en la economía y en la imagen exterior. Cundía una cierta sensación de desamparo. Cuando más falta hacía un liderazgo municipal fuerte, el papel de la alcaldesa, Ada Colau, se diluía en su intento de mantener transitables los puentes entre una y otra orilla. Forzada por unos a situar a Barcelona al frente de la vanguardia independentista facilitando el referéndum, y amenazada por otros por no oponerse a las votaciones, a Colau no le quedaba margen para ejercer el liderazgo ciudadano que la situación requería. Su drama era el de la izquierda catalana, incapaz de encontrar su lugar en el nuevo mapa político.
Pero la responsabilidad no era sólo suya. Una mirada retrospectiva sugería que Barcelona llevaba años perdiendo relevancia como actor político. Tampoco el Ayuntamiento convergente de Xavier Trias, ni la Generalitat de Artur Mas y Carles Puigdemont, ni, por descontado, el Gobierno central habían considerado necesario anteponer —o, al menos, preservar— los intereses de Barcelona en medio del terremoto político del procés. El voto de los propios barceloneses (como se iba a confirmar en las elecciones al Parlament de diciembre del 2017) se había ido decantando por el eje nacional, obviando los debates de ciudad. Barcelona, ya fuera por un exceso de confianza en su marca, por su valor instrumental como amplificador del proceso independentista, o por el menosprecio de un PP cada vez más centralizador, había dejado de ser un sujeto activo. Todo el mundo la quería al servicio de. Se había acabado configurando una coalición de desintereses en la que la ciudad jugaba el papel de víctima pasiva. Un auténtico frente contra Barcelona donde políticos desnortados compartían trinchera con la ciudadanía aletargada. ¿Qué había sido de la ambición de antaño?
La sensación de que algo muy delicado corría el riesgo de romperse flotaba en el ambiente del Estadi Olímpic aquella noche de septiembre cuando, pocos minutos después de las 22.00 horas, empezaron a sonar las percusiones de Sympathy for the Devil. La ciudad abierta, tolerante, pacifista, elegante, próspera, orgullosa, pionera, cosmopolita, solidaria, feminista, revolucionaria, culta, artística, innovadora, con vocación de ejercer de capital del Mediterráneo podía sufrir un descalabro en su reputación si unos días después estallaba la crisis que llevaba meses larvándose. Los ánimos estaban cada vez más encendidos. La llegada de miles agentes que antes de partir hacia Catalunya habían sido jaleados con el belicoso lema de “a por ellos” —ante el estruendoso silencio de las autoridades competentes— no hacía augurar nada bueno.
Surgían dudas razonables. ¿Perdería la ciudad su caché? ¿Dejarían de celebrarse acontecimientos como aquél si estallaba una grave crisis de convivencia? ¿Estaban en peligro el Mobile World Congress y el resto de los congresos? ¿Aprovecharía la ocasión Madrid para decantar de una vez por todas a su favor la competencia entre las dos ciudades? ¿Conservaría Barcelona la sede social de las pocas entidades bancarias y empresas cotizadas que aún retenía? ¿Seguiría atrayendo talento? ¿Habría que acabar pagando entre todos un alto coste de oportunidad?
El concierto fue un éxito coronado con la inevitable Satisfaction. A Keith Richards se le escuchó poco pero se le aplaudió mucho. Y Ron Wood se llevó una ovación especial. Desde hacía unos meses se había instalado en un piso del Eixample y exhibía orgulloso su condición de vecino barcelonés. Era el Stone de Barcelona. Una vez más funcionaba la conexión: la capital que sedujo a Cervantes, a Picasso, a los autores del boom latinoamericano o a Leo Messi incorporaba una nueva celebridad internacional a su padrón, el simpático guitarrista de los Rolling Stones.
Este libro revisa la evolución de la ciudad desde que comenzó a apagarse la llama olímpica hasta nuestros días, pero no tiene vocación de pesquisa histórica. Cualquier mirada hacia el pasado se ha hecho indagando en el origen de los problemas que hoy atenazan Barcelona. Porque en la raíz de esas dificultades está, por supuesto, la pista para dar con las soluciones. Este libro va de desconexiones. O de conexiones que luego se cortocircuitaron. O, sobre todo, de cómo reconectar lo que ya no está unido. Si es que lo estimamos necesario.
Hablamos concretamente de reconectar a Barcelona con su propio pasado de potencia cultural; de derribar la frontera entre los expatriados y los barceloneses de nacimiento; de conectar la vieja economía de los círculos empresariales con el tejido emergente de los emprendedores; a los artistas con los científicos; los museos con la ciudadanía; las escuelas y las fábricas de creación con las grandes instituciones culturales; el tejido profesional y empresarial con los nuevos retos tecnológicos como son la robótica, la inteligencia artificial o las redes 5G; el municipio de Barcelona con su área metropolitana y a ésta con el conjunto del territorio catalán; a la gran Barcelona, en definitiva, con toda la región mediterránea y con un futuro que será urbano.
En los últimos años, cierta desconexión con la idea de la Barcelona que emergió de 1992 ha derivado en una atomización de las energías y de la creatividad. Esta desconexión no es negativa per se. Cada barcelonés tiene su idea de ciudad, y en una sociedad donde se ha democratizado en extremo el acceso a la información es poco probable que se vuelvan a consolidar liderazgos fuertes y objetivos unánimes. Especialmente en un contexto de erosión de aquellas mayorías que en otros tiempos otorgaban una cierta capacidad de gobernar.
En ausencia de esos liderazgos, se nos ofrece la alternativa del trabajo en red. Del tipo de red al que nos referíamos antes de que se inventara Facebook y que básicamente consistía en un sistema de socorro mutuo que se construía a base de complicidades. No se trata necesariamente de un discurso contra el poder: este tejido de interrelaciones que proponemos puede incorporar también a la Administración en un nuevo modelo de relación menos subsidiaria.
En lo peor de la crisis de finales del 2017, en una de aquellas noches sobrevoladas por el helicóptero policial y teñidas del azul de los antidisturbios, un grupo de barceloneses angustiados convocados por la plataforma Barcelona Global se reunían en un restaurante del Eixample para escuchar los consejos del urbanista Greg Clark, colaborador de la Brookings Institution y experto en asistencia de urgencia a ciudades en crisis. Con el pesar por el impacto de la violencia policial del 1-O y la anunciada marcha de más de dos mil empresas flotando en el ambiente, Clark urgió a los presentes a tomar decisiones. Cuando una crisis intensa afecta a la reputación internacional de una ciudad, advirtió, no hay que esperar que sea el gobierno local el que tome la iniciativa. En su lugar, la ciudadanía tiene que organizarse y concentrar esfuerzos para diseñar planes de actuación. Una vez elaborados, es el momento de compartirlos con el poder municipal y de invitarle a colaborar con generosidad (es decir, hay que permitir que éste pueda apuntarse el logro), para que puedan llegar a buen término.
En marzo del 2017, La Vanguardia asumió el reto de presentar un abanico de ideas destinadas no sólo a paliar una eventual crisis de la reputación de Barcelona, sino también a sugerir cómo debe intentarse la reactivación de una ciudad que lleva demasiados años sumida en la autocomplacencia. Las propuestas, elaboradas por la redacción del diario y por representantes de la sociedad civil barcelonesa, estaban contenidas en el suplemento titulado +Barcelona. Algunas se desarrollan en los siguientes capítulos.
Porque buena parte de este libro está dedicada a señalar esas estrategias de reconexión que pueden servir para reconstruir una ciudad que se aproxime al ideal de la Barcelona de la convivencia que corre el riesgo de írsenos de las manos. Una ciudad cohesionada desde la interacción entre sus diferentes culturas que sirva a su vez de marco de superación de las tensiones políticas. Y que, en un sentido más práctico de la estrategia, sea capaz de seguir atrayendo talento para alimentar con él sus polos de generación de riqueza, empleo y oportunidades. Sin complejos. Con una mezcla generosa de generaciones y procedencias como la que se aprecia en un concierto de los Stones. Con esa misma armonía entre los residentes habituales y los temporales.
En definitiva, este libro trata de sustentar la propuesta de un pacto por Barcelona que sitúe su gobernanza al margen de las tensiones nacionales que ahora amenazan con apartarla de otras preocupaciones más inherentes a su naturaleza global. Un pacto por una Barcelona capital con Catalunya más que por una Barcelona capital de Catalunya, que sirva para renovar el compromiso por una ciudad abierta, compleja, justa, poliédrica, que cumpla con las expectativas de todos sea cual sea la postura de cada uno en el debate nacional. Un pacto por Barcelona que puedan suscribir aquellos que aceptan el marco constitucional y estatutario y, también, quienes tienen la legítima aspiración de ver configurarse una Catalunya independiente liderada por una capital fuerte.
2. La última samba
La novela Los Buddenbrook, de Thomas Mann, contiene una de aquellas observaciones que perduran en el recuerdo. Es este un privilegio de la gran literatura. En Los Buddenbrook, el escritor alemán nos convence de que en el momento en que uno cree haber alcanzado la cota más alta de sus aspiraciones y se entretiene recreándose en su logro se han desencadenado ya, de manera imperceptible, las fuerzas subterráneas que van a propiciar su decadencia. Este es el drama de la familia protagonista, burgueses industriales del norte de Alemania en un esfuerzo permanente de emular a la aristocracia de siempre. La primera generación trabaja duro para hacer próspera su empresa; la segunda, disfruta del estatus alcanzado, pero es durante su apogeo cuando empiezan a detec...

Índice

  1. Portadillas
  2. Índice
  3. Dedicatoria
  4. Cita
  5. 1. Coalición de desintereses
  6. 2. La última samba
  7. 3. El baile de los alcaldes
  8. 4. ¿Aquí sí hay playa?
  9. 5. Casi la perdemos
  10. 6. Reconectar Barcelona
  11. 7. Capital con Catalunya
  12. 8. Breve epílogo: Barcelona como remedio
  13. Sobre el autor
  14. Sobre el libro
  15. Créditos