Enric Castelló (ed.)
Conflicto político y medios: marcos, narrativas y discursos
Enric Castelló
Conflicto político y comunicación social
En conjunto, este libro ofrece resultados de investigación de diversos casos en los que la mediatización de conflictos políticos ha llevado a la elaboración y difusión de una serie de discursos sobre la realidad política y social en España. La obra colectiva, en general, y este artículo, en particular, no satisfarán a quienes busquen soluciones o recetarios para resolver conflictos mediante la comunicación. No es un libro sobre resolución de conflictos sociales o políticos, aunque puede dar pistas de cómo la comunicación influye en la resolución o el recrudecimiento de los conflictos políticos. Con este ensayo inicial nuestro cometido es el de ofrecer unas bases teóricas para estudiar los conflictos mediatizados. Parte de una premisa que considera que los medios influyen y transforman situaciones de conflicto político y territorial. Trataremos de esta forma asentar una aproximación a las teorías de la mediatización del conflicto político poniendo especialmente énfasis en el estudio de los marcos interpretativos (frames), las narrativas y los discursos.
La cuestión del conflicto en sociedad ha sido estudiada desde diversas disciplinas entre las que podemos citar la psicología, la sociología, las ciencias políticas, la economía o las ciencias de la educación. Su importancia ha generado el desarrollo de lo que hoy se considera el ámbito de estudio de la conflictología, la resolución de conflictos (conflict resolution) y la gestión de conflictos (conflict management). Pero la perspectiva que nos interesa aquí es la visión que desde el estudio del conflicto social se ha tenido de la comunicación social y viceversa. Desde este punto de vista, ponemos inicialmente la atención en la sociología del conflicto, pero también en la sociología de la comunicación y, más tarde, en la relevancia del análisis del discurso y de las narrativas. La comunicación social y el papel de los medios en la formación, gestión o resolución de conflictos es ciertamente un campo poco explorado, que en algunos casos ha quedado excluido de las obras que han elaborado una teoría de los conflictos (por ejemplo, Entelman, 2002: 33-34; Schlee, 2008), y en otros, los menos, ha sido centro de atención (véase en especial a Ellis, 2006: 101-125; Cottle, 2006).
Para entender cómo ha evolucionado la atención que la sociología ha prestado al conflicto social deberíamos remontarnos a principios del siglo xx. Lewis Coser indica que los inicios de la sociología americana tuvieron en el estudio del conflicto una temática central e imprescindible para entender los procesos de cambio social y progreso. En estos albores de la sociología, los estudiosos tomaron una perspectiva reformista y el conflicto se entendió inherente a las estructuras y las relaciones sociales. Para Coser (1956: 19), que en su momento combinó el funcionalismo con la teoría del conflicto social, estos primeros sociólogos consideraron que cuando el conflicto generaba efectos negativos y destructivos para la sociedad, los investigadores señalaban la necesidad de cambios estructurales, de reformas. En los años cincuenta, momento en que Coser desarrolla su teoría de las funciones del conflicto social fuertemente influenciado por Georg Simmel, se producirá un cambio de perspectiva entre los sociólogos. Los poderes públicos y privados se interesaron en la aplicación de la sociología en la consecución de sus objetivos y los estudiosos, influidos por la obra de Talcott Parsons, se centraron en el análisis de las estructuras normativas, en aquello que garantiza el orden social —lo que es de máximo interés de dichos poderes—. El conflicto quedó entonces olvidado como objeto de estudio y se entendió básicamente como una disfunción, como algo que se debería eliminar o evitar, como un producto indeseado de las relaciones sociales. De hecho, se relegó así la concepción marxista de conflicto, ligada a la vertiente de clase y circunscrita al choque entre fuerzas de producción y organización social (Marx, 2010[1867]: 478). Como indica Eagleton,
Muchos pensadores sociales han concebido la sociedad humana como una especie de unidad orgánica, pero para Marx, el verdadero elemento constitutivo de esta es la división. La sociedad está formada de intereses mutuamente incompatibles. La lógica que la guía es la del conflicto, más que la de la cohesión (Eagleton, 2011: 44).
De hecho, el pensador marxista Antonio Gramsci —que puso especial y renovador énfasis en el papel de la cultura y la educación en los procesos sociales— consideraba que los intelectuales tenían una responsabilidad en generar el acuerdo espontáneo de las masas hacia las direcciones impuestas por la vida social, un consentimiento producido por el prestigio y la posición dominante de los mismos (Gramsci, 1971[1949]: 12). Aquí el poder del Estado (coercitivo), combinado con instituciones culturales y educativas como la escuela —lo que más tarde Louis Althusser identificó como Aparatos Ideológicos del Estado— ejercerían como elementos laminadores de la consciencia social de grupo. Pero los conflictos sociales y políticos no se circunscriben únicamente a su vertiente de clase y la comunicación social contemporánea contempla muchas combinaciones y elementos que influyen en los procesos de creación de conocimiento y significado a nivel social. Hoy, podríamos considerar un anacronismo el entendimiento del Estado como único (o incluso principal) generador ideológico. En la era de las redes sociales, sería también problemático considerar la unidireccionalidad (de arriba abajo) en el establecimiento de sistemas ideológicos.
Comunicación y conflicto son conceptos fuertemente unidos; su relación establece procesos de inexorable retroalimentación. En los inicios de la sociología que estamos comentando, la comunicación se consideró una herramienta fundamental para evitar el conflicto o gestionarlo. George A. Lundberg, a finales de los años treinta, interpretó que sin comunicación entre las partes en disputa no podía establecerse una resolución del conflicto, que entiende también como una situación a erradicar. Sin duda estamos en los prolegómenos de la consideración de la comunicación de masas como herramienta para el tratamiento del conflicto social, lo que también era considerado por el mismo Parsons en su idea del papel de los especialistas en propaganda (ambos citados en Coser, 1956). Dicho esto, entendemos que buena parte del cambio que se produjo en los años cincuenta en torno a la importancia del conflicto y el papel de la comunicación social es vigente, aún hoy en día, cuando asistimos a argumentos que, de una forma u otra, interpretan que la comunicación social es una herramienta de resolución de los conflictos sociales. A menudo se afirma, en una especie de cliché, que es la incomunicación lo que genera los conflictos entre sociedades o en su seno, cuando podemos entender más bien lo contrario. Como indica el filósofo alemán Peter Sloterdijk, «más comunicación significa, en primer lugar, más conflictos» (citado en Žižek, 2009: 62). La falta total de comunicación no genera conflicto entre las partes absolutamente aisladas, las comunidades sin lazos de relación no entran en disputas, igual que las gentes que no se conoce en absoluto no entran en conflicto sino que viven y desarrollan sus actividades ignorantes de la existencia y naturaleza del otro.
La política y la sociología, por su parte, tienden a hacer uso del concepto de comunicación desde un punto de vista utilitario: la comunicación puede aproximar las partes, la comunicación puede resolver problemas sociales, políticos, territoriales y se usa como herramienta para limar incomprensiones y asperezas entre comunidades. Esta perspectiva se centra en «la función de la comunicación» en contraposición a la «disfunción del conflicto». Incluso falsamente se llegan a utilizar los conceptos «comunicación» y «conflicto» como antagónicos. Pocas veces se reflexiona sobre las «disfunciones ...