Literatura francesa del siglo XX
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Literatura francesa del siglo XX

Sartre, Camus, Saint-Exupéry, Anouilh, Beckett.

  1. 432 páginas
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Literatura francesa del siglo XX

Sartre, Camus, Saint-Exupéry, Anouilh, Beckett.

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Información del libro

¿Cómo lograr que la lectura de un gran libro se convierta en una sugerente y fecunda lección de ética? El autor proporciona claves para adquirir esa capacidad de análisis literario, al hilo de Sartre, Camus, Saint-Exupéry, Anouilh y Beckett, cinco grandes escritores con distinta orientación pero con un mismo empeño: ahondar en el enigmático ser del hombre.Las obras escogidas para lograr ese objetivo son La náusea, Tierra de los hombres, El extranjero, Calígula, El principito, La salvaje, Eurídice y Esperando a Godot.

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Información

Año
2016
ISBN
9788432146121
Categoría
Literature
INTRODUCCIÓN
I. POSIBILIDAD DE UNA LECTURA «GENÉTICA» DE OBRAS LITERARIAS
1. La obra literaria no es un mero objeto, sino un ámbito de realidad
Hay autores que muestran interés en destacar que la obra literaria, una vez terminada, se independiza del autor y posee autonomía propia[1]. Para marcar esta independencia respecto al sujeto creador, afirman que la obra es un «objeto», una «cosa». Tal interpretación empobrece el alcance de la obra literaria de forma inaceptable y amengua en medida proporcional las posibilidades del hombre respecto a la misma. En efecto, si la obra es un objeto, yo no puedo encontrarme con ella, asumirla como propia, como una voz interior. Y al no poder asumirla, no soy capaz de interpretarla creadoramente, vivirla por dentro, como si la estuviera gestando. Con lo cual dejo de enriquecerme con el mensaje profundo que ella me transmite.
Vamos a precisar bien los términos, que es condición indispensable para pensar con rigor. ¿Qué se entiende por «objeto»? Podríamos decir, en principio, que es toda realidad que no se reduce a un apéndice del sujeto, que tiene independencia respecto a él. Bien, pero la palabra «objeto» presenta otra significación muy conocida, y no podemos permitir que se aplique a la obra literaria. Por objeto se entiende, en la filosofía actual (Jaspers, Marcel, Heidegger...), toda realidad que es mensurable, asible, pesable, situable en el espacio y tiempo, sometible a análisis científico... Un ejemplar concreto de una obra literaria presenta estas condiciones: se lo puede medir, pesar, agarrar, manejar, analizar… Pero, como obra literaria, no está en ningún lugar determinado, no puede ser asida con la mano, ni cabe someterla a un análisis científico en cuanto a composición, valor, alcance cultural y humanístico... No reúne, por tanto, las condiciones de objeto. ¿Es, acaso, un sujeto? De ningún modo. El eminente esteta francés Mikel Dufrenne afirmó que la obra artística es un quasi-sujeto, por cuanto presenta cierta iniciativa[2]. Pero esa denominación ambigua no puede satisfacernos. Hemos de precisar qué tipo de realidad ostenta la obra literaria. Si no es ni objeto ni sujeto, ¿cómo debe ser caracterizada?
Antes de responder a esta pregunta, quisiera invitarte, amable lector, a realizar una experiencia que te va a dar luz para resolver por tu cuenta el problema. Así empezarás ya a ver por dentro el asunto y vivir el proceso de génesis de cada obra literaria, así como la experiencia de interpretación de la misma. Aprende de memoria un poema o un fragmento del mismo. Puede ser muy corto:
«Recuerde el alma dormida,
avive el seso y despierte,
contemplando
cómo se pasa la vida,
cómo se viene la muerte
tan callando;
cuan presto se va el placer,
cómo, después de acordado,
da dolor.
cómo, a nuestro parescer,
cualquier tiempo pasado
fue mejor».
«Nuestras vidas son los ríos
que van a dar en la mar,
que es el morir;
allí van los señoríos,
derechos a se acabar
y consumir»[3].
Una vez aprendido el poema, repítelo una y otra vez, con intención de darle todo su alcance, su plenitud de sentido. Altera el tempo, para conceder a cada palabra y a cada verso su valor sonoro, su sentido en el conjunto, su colorido. Apaga la luz para quedarte a solas con el poema. Verás cómo, al cabo de un rato, te parece que eres el autor del mismo, porque lo modelas a tu gusto, lo vas re-creando en virtud de una voz interior que te lo dicta. En realidad, lo vuelves a crear, como si fuera la primera vez. No tienes, obviamente, el mérito del autor, pero te corresponde el privilegio de dar vida al poema en ese instante preciso, y, sin tu colaboración, el poema no existiría plenamente. Las meras letras sobre el papel no son el poema. El poema es esa fuerza que te mueve desde dentro a expresar unos pensamientos y sentimientos de una determinada forma. Ahora dime: ¿Qué tipo de realidad es esa que, siendo distinta de ti y, en principio, externa, extraña y ajena, se te acaba de convertir en íntima, en el sentido profundo de que es el principio de tu obrar como declamador del poema? Un objeto nos es siempre distinto, externo y ajeno. No podemos asimilarlo como propio. Un alimento lo asimilamos, pero, al hacerlo, lo fusionamos con nuestra realidad, y pierde su autonomía, su identidad propia. El poema, en cambio, refuerza su identidad e independencia cuanto mejor y más intensamente lo asimilamos como una fuerza propulsora. ¿Te das cuenta de lo maravillosas que son estas realidades: un poema, una obra musical, un paso de danza...? Es fantástico descubrirlas y ahondar en su modo de ser, pues tal descubrimiento nos abre perspectivas colosales en nuestra vida.
Para determinar el modo de realidad del poema tuve que introducir un término nuevo, el de «ámbito» o «realidad abierta». Acompáñame en estas sencillas experiencias de la vida cotidiana y verás cómo te ves también llevado a utilizar dicho vocablo. Estoy ante una persona desconocida. Con una cinta métrica puedo medir rápidamente lo que abarca de alto y de ancho; puedo pesarla, tocarla, empujarla, como si fuera un paquete. Presenta los caracteres de objeto. Pero sé perfectamente que esa persona, aunque no la conozco, no se reduce a lo que yo oigo, toco, mido... Estoy seguro de que en su vida abarca cierto campo en diversos aspectos: el afectivo, el profesional, el estético, el religioso... Más que un objeto, bien delimitado, ese ser humano es un campo de realidad, que no es delimitable, ni asible, ni localizable, como lo son los objetos, pero es real. Llamémoslo campo de realidad o ámbito de realidad. «¿Dónde termina el que ama; dónde comienza el ser amado?», preguntaba una mujer a su esposo en un drama de Gabriel Marcel. No lo podemos determinar, porque se trata de un ámbito de realidad que es difuso como una atmósfera, pero no por ello menos real.
Cuando nos acostumbramos a ver como perfectamente reales ciertos seres que no tienen las condiciones que presentan los objetos, ampliamos inmensamente nuestra visión de la realidad, sobre todo de nuestra realidad personal, y ganamos una gran madurez como personas.
Pero no solo los seres humanos son ámbitos, además de presentar una vertiente de objetos, por ser corpóreos. Un piano, como mueble, es un mero objeto. Puede ser medido, tocado, pesado... En cuanto instrumento, no se reduce a objeto. Es una fuente de posibilidades de sonar. Se abre, por así decir, a toda una serie de relaciones posibles; relaciones, por ejemplo, con obras de un carácter u otro (clásico, barroco, romántico...), a intérpretes de distinta técnica, mentalidad, orientación estética... Como realidad abierta y dotada de cierta iniciativa, el piano es un ámbito, no un objeto.
Algo semejante puede decirse de un barco. En cuanto puede ser medido, localizado, pesado..., constituye un objeto. Pero tampoco se reduce a tales condiciones; presenta diversas posibilidades: la de comer, pasear, pescar, navegar, luchar... Es, por tanto, además de objeto, ámbito.
Leemos un poema, y descubrimos fácilmente en él una fuente de posibilidades: de declamación, de configuración sonora y verbal, de expresión, de evocación... En cuanto está expresado en un material concreto, por ejemplo en este papel —que puedo tocar con mi mano y ver con mis ojos—, es un objeto. Pero, como obra literaria —fruto de un proceso creativo—, supera inmensamente la condición de objeto. Constituye todo un ámbito.
Este descubrimiento preciso de la condición «ambital» de ciertas realidades encierra la mayor importancia por una razón decisiva: los ámbitos pueden encontrarse entre sí; los objetos no. Y ya sabemos que el ser humano vive como tal, se desarrolla y perfecciona creando encuentros de uno u otro orden. Un bolígrafo que está sobre la mesa se yuxtapone a esta, pero no se encuentra con ella. El barco que se desliza desde el dique al mar choca con este, porque en un aspecto ambos son objetos, pero, al mismo tiempo, se encuentra con él, porque los dos —mar y barco— son ámbitos. De ahí el valor simbólico de una botadura. De modo semejante, el piano y el pianista se encuentran, porque entreveran sus posibilidades respectivas: la de sonar, por parte del piano; las de hacer sonar y crear formas musicales, por parte del pianista. Este entreveramiento de dos ámbitos da lugar a un ámbito nuevo de mayor envergadura: la obra musical interpretada.
El término «ámbito» puede referirse a tres formas de realidad distintas:
Una realidad no delimitable, no asible, no pesable, dotada de iniciativa y de la capacidad de abarcar cierto campo en diversos aspectos. Muy sensible a este tipo de realidades, Martin Buber solía decir que «el tú no limita»[4].
Un campo de posibilidades de acción. Un tablero de ajedrez, una red vial, un campo de deporte, un instrumento musical, un barco, un avión, el mar, el lenguaje, una obra de arte y tantas otras realidades presentan una vertiente objetiva, pero no se reducen a ella; ofrecen al hombre diversas posibilidades de juego creador y deben ser consideradas como ámbitos. Tocarlo al piano —como objeto— es distinto de tocar el piano —como instrumento—. Lo primero es una actividad objetivista (una relación con un objeto); lo segundo es una actividad lúdica; significa un tipo de juego, un intercambio de posibilidades. Cuando se da esta forma de intercambio, acontece el fenómeno del encuentro, que implica la fundación de modos relevantes de unidad, el alumbramiento de sentido y la eclosión de belleza.
Si hablamos con rigor, el juego no constituye un mero pasatiempo; es la fundación de ámbitos llenos de sentido (jugadas deportivas, formas musicales y artísticas, diálogos personales...) bajo unas normas precisas. Las diversas formas de juego están formadas por ámbitos que se entreveran, no por objetos que se yuxtaponen.
El fruto de la interacción o entrev...

Índice

  1. PORTADA
  2. PORTADA INTERIOR
  3. CRÉDITOS
  4. DEDICATORIA
  5. ÍNDICE
  6. PRÓLOGO
  7. INTRODUCCIÓN
  8. PRIMERA PARTE. LA NÁUSEA DE JEAN-PAUL SARTRE (1905-1980)
  9. SEGUNDA PARTE. TIERRA DE LOS HOMBRES DE ANTOINE DE SAINT-EXUPÉRY (1900-1944)
  10. TERCERA PARTE. EL EXTRANJERO DE ALBERT CAMUS (1913-1960)
  11. CUARTA PARTE. CALÍGULA DE ALBERT CAMUS (1913-1960)
  12. QUINTA PARTE. EL PRINCIPITO DE ANTOINE DE SAINT-EXUPÉRY (1900-1944)
  13. SEXTA PARTE. LA SALVAJE DE JEAN ANOUILH (1910-1987)
  14. SÉPTIMA PARTE. EURÍDICE DE JEAN ANOUILH (1910-1987)
  15. OCTAVA PARTE. ESPERANDO A GODOT DE SAMUEL BECKETT (1906-1989)
  16. ALFONSO LÓPEZ QUINTÁS