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ÉLITE
Pronunciar /elíte/ era privilegio solo de unos pocos iniciados en el bien decir, y quienes sabíamos que, aunque se escribiera con tilde sobre la primera vocal no era una palabra esdrújula sino llana, procurábamos sorprender al resto de los hablantes y así les demostrábamos que ellos no pertenecían a la élite que sabía pronunciar la palabra élite. Y es que lo de ser afrancesado en el habla seguía conservando cierto prestigio, y esa voz no estaba aún en los diccionarios de español.
Así, en 1979, en el Manual de español urgente de la Agencia Efe, para evitar esa confusión en la pronunciación, se decía lo siguiente:
ÉLITE. Escríbase elite, hispanizándola definitivamente y, por supuesto, sin acento, para evitar la pronunciación esdrújula antietimológica.
Y así, sin acento —elite— fue como apareció por primera vez esa palabra en el Diccionario, en la edición de 1984; pero dos ediciones más tarde, en la del 2001, los lexicógrafos de la Real Academia Española decidieron dar cabida a las dos formas de escribirla: élite y elite, y por ello en la 15.ª edición del Manual de español urgente de la Agencia Efe, ya en el 2004, tuvimos que cambiar la redacción y decir:
ÉLITE. Ambas formas son hoy correctas, élite y elite.
Mas ahí no terminó la historia, pues, de pronto, en la última edición del Diccionario (la del 2014) se toma otra decisión: la de dar preferencia a la forma tildada —élite—, donde se define la palabra y se dice que también puede ser elite… O sea que, finalmente, ganó la batalla la pronunciación esdrújula que intentábamos atajar en aquellos años afrancesados. ¡Mon Dieu!
EMANAR
Apenas estuvo cuatro años —de 1994 a 1998, en las ediciones 10.ª, 11.ª y 12.ª— en el Manual de español urgente, y durante ese tiempo nos dio por avisar a los redactores de la Agencia Efe, y a los demás usuarios de nuestro libro, de que emanar era un verbo intransitivo que significaba ‘proceder’ (de alguien o algo) y por lo tanto no era correcto usarlo como transitivo confundiéndolo con exhalar o emitir.
No está de más reconocer que actuamos con cierto desfase —nos ocurría con mucha frecuencia— con respecto al diccionario académico, pues en la edición de 1992 (la antepenúltima, de momento) ya se había incluido una nueva acepción en la definición de emanar, la de ‘emitir, desprenderse de sí’. Su persona emana simpatía.
Visto lo visto, no podemos negar que ese tipo de libros —manuales de estilo y diccionarios de dudas— emanan de vez en cuando cierto tufillo a purismo y a conservadurismo; pero, por qué no admitirlo, es parte de su esencia, ya que no todo lo que llega a las páginas del Diccionario es recomendable solo por haber llegado hasta allí.
EMERGENCIA
Siempre recordaré el impacto que me causó la etiqueta de una botella de agua mineral en la que, entre otras informaciones, estaba esta: «Temperatura de emergencia, 41 grados». Y en este mismo momento, mientras redacto estas líneas, acabo de hacer una búsqueda en internet y he dado con más de 300 000 documentos en los que aparecen juntos «temperatura de emergencia» y «agua».
Pero no se trata, como podrían entender la gran mayoría de los hispanohablantes del siglo XXI, de un aviso sobre cuál es la temperatura en la que esa agua comienza a ser peligrosa o en la que la botella puede estallar, sino, simplemente, de la que tiene el agua cuando emerge —sale, brota…— de la fuente, pues la emergencia no es ni más ni menos que el hecho de emerger.
Por eso en el Manual de español urgente de 1985 introdujimos una entrada sobre esa palabra en la que decíamos:
EMERGENCIA. Conviene combatir el empleo anglicado de esa voz, que suele hacerse sinónimo de imprevisto, peligro, urgencia, apuro, aprieto, etc.
Y ahora, cuando leo ese «conviene combatir» se asoma una sonrisa a mi cara, pues fui uno de los que hicieron caso y combatieron aquel uso tomado del inglés, y debo confesar que aún hoy sigo haciéndolo, pero ya con el claro convencimiento de que la mía es una postura quijotesca.
Aquella advertencia desapareció de nuestro manual con la llegada del nuevo siglo, en el 2000, porque, aunque nos ocupamos de hacer como si no la viéramos, desde 1947 había una acepción en la definición de emergencia en el Diccionario que iba algo más allá de la mera ‘acción y efecto de emerger’ que decía ‘ocurrencia, accidente que sobreviene’. Y después, ya en el 2001, se añadió ‘situación de peligro o desastre que requiere una acción inmediata’. Y, además, en algunos países de América, emergencias (en los hospitales) es lo que en otros se llama urgencias.
Recuerdo también que en ocasiones, cuando en alguna clase sobre el buen uso del español surgía esa palabra, decíamos que no se dijera «salida de emergencia» porque era una redundancia (salida de salida), sino «salida de socorro», y que tampoco se empleara la expresión «aterrizaje de emergencia» puesto que eso en español correcto era un «aterrizaje forzoso».
ENCUENTRO
En las tres primeras ediciones del Manual de estilo de la Agencia Efe (1979, 1980 y 1981) ya había un consejo de uso sobre la palabra encuentro, que se amplió un poco en 1985, con la llegada de primera edición del Manual de español urgente:
ENCUENTRO. No es sinónimo de reunión, sesión o entrevista. No se debe escribir: «La jornada de ayer se inició con una reunión entre las delegaciones de...