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El poema en prosa en Costa Rica (1893-2011)
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El poema en prosa en Costa Rica (1893-2011)
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Información del libro
Esta antología, única en su clase, recupera valiosas páginas, casi olvidadas en viejas revistas y periódicos. A ellas su compilador añade las escritas después, por destacadas plumas costarricenses, a lo largo del siglo XX. En su conjunto, revelan toda una tradición, a la vez constante y renovada. El poema en prosa es uno de los géneros literarias que mejor se han cultivado en Costa Rica. Soltura, imaginación, elegancia o libertad se unen al paisaje, a los ritmos del alma, al transcurrir del tiempo, a la quietud y a los movimientos. Las palabras fluyen entre sus páginas, como las aguas de los mares, como las luces urbanas, y pasan los fantasmas de entonces y de ahora.
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Información
Categoría
LiteraturaCategoría
PoesíaLa noche oscura [1]
Princesa del silencio. Amante fatídica de los pálidos soñadores. Cortesana viuda que llora el desdén de su amado sol. ¡Cuánto aumenta mis penas tu lobreguez! ¡Oh soberana misteriosa!
Cuando tú imperas triunfa la iniquidad; de su capa recorta la muerte su fatal sudario y el dolor sus crespones. El vicio te ama, el crimen te solicita, la traición te busca.
Tus guerreros no llevan más arma que el puñal; tu orquesta la forman el grillo, el búho agorero y los aullidos de los perros que espantan las almas timoratas.
En su tinte siniestro tiñe el cuervo sus alas, y son rosas vivas de tu flora maldita los vampiros y los murciélagos. La corrupción te venera. Tus galardones son: los raptos, los adulterios, los asesinatos, los robos, los incestos, las traiciones.
El sol es rey virtuoso, amigo franco. El sol es bueno, es leal, es sano. El sol es juez, delata y condena.
Escupe su luz sobre las mejillas pálidas y los ojos enrojecidos o apagados y muestra a las claras la mancha amoratada de las ojeras, cicatrices del vicio, y va diciendo: éste es borracho, éste es jugador, éste es libidinoso.; éste sacrifica al obeso Dios de los pámpanos; aquel ama a Birjan,[2] ese otro se arrodilla ante Venus; he aquí tus sacerdotes.
Las tabernas, los burdeles, los garitos, he allí tus templos.
Tus siervos huyen la luz. Cómplice, Celestina, incitadora.
Odias la inocencia que se marchita escuchando a la reja, en la hora de la cita, la palabra adulona del libertino que se disfraza de amante, que te oculta tu fealdad tras la careta del amor.
Todo lo fatal habita en ti y de ti dimana. Todo lo malo, lo negro y lo triste presta su contingente a tu espantable lobreguez.
En ti alienta el negror de la juventud, el de la villanía, el de Judas, el negror de los celos, de las ferocidades y de las prevaricaciones, el negror de las tiranías, de las calumnias, de la avilantez y de la ignorancia: el negror horrible del Ángel de la Muerte, el negror del suicidio, del abismo, de la duda.
El negror del traje, de los huérfanos y de las sotanas.
El negror trágico de Doré[3] sobre el negror siniestro del Dante. El negror que habita la cabeza de los locos, el negror de las pesadillas; el negror de la blasfemia, el negror de la baba.
Todo lo dañino, todo lo ruin, todo lo que es ponzoña y llaga y fango vive en ti. Y sin embargo te amo porque eres madre de las estrellas; porque tu nombre engendra el rocío, como el carbón al diamante y el dolor a las lágrimas.
Te amo porque hay algo de tu siniestra lobreguez en mi destino y porque puedo, oculto en tus tinieblas, orar por mis difundas ilusiones.
[1] En Guatemala Ilustrada, 19 de febrero de 1893.
[2] Birjan es el dios de los juegos de azar.
[3] Gustave Doré (1832-1883), artista, ilustrador y grabador francés.
A la pereza[4]
¡Eres magnífica!... Tu palacio no tiene puertas, ni verjas tus jardines, donde la adormidera abre sus amplias flores.
Para ti no hay jerarquías. Tus guirnaldas orlan la frente de los privilegiados por el oro o la casta, lo mismo que la de los infelices que disfrutan la gloria de tus mercedes, sobre la yerba de los prados, bajo la sombra de los árboles.
Arde en tu pebetero el beleño y el sabroso tósigo oriental, convertido en humo, asesina los dolores, desarma las nostalgias y engaña los ojos, ávidos de goce, con los mágicos ensueños donde la voluptuosidad exhibe el panorama de sus perversas, deliciosas visiones.
¡Oh Diosa! ¡Tu copa es rica: de oro el pie; de cristal los bordes; perturbador el vino que en ella escancias!
La neblina te envuelve, y mis pensamientos, como aves noctívagas, cruzan a través de las heladas hebras de sus finas gasas grises.
Tus besos convidan al sueño. Tus caricias anestesian los corazones.
Cuando penetro en los pensiles de tu apacible reino, soy feliz.
Atúrdeme con tus perfumes enervantes.
Den a mi corazón, las blanduras de tu regazo de seda y plumas, la paz que anhela.
Ámeme, como te amo.
¡Oh tú, madre del sueño y hermana de la muerte!
[4] En El Día, 5 de febrero de 1905.
Anónimo
Clara Rosa [5]
Una flor pálida, casi marchita, que no colora la fe, que no perfuma la esperanza, húmeda con el rocío de cariñosa lágrima, es lo que vengo a poner sobre tu sepulcro, bella virgen.
* * *
Un horizonte de colores vívidos, inmenso, azul, saturado de perfume, en donde resonaban acordes suaves de divina música, en donde se dibujaba con líneas de oro un bello ensueño, eso descubrió tu pupila de niña al despertar en la mañana de tu juventud.
Salías de la penumbra radiante de belleza; alta la frente, plegado por triunfadora sonrisa tu carmíneo labio, brillante la mirada, palpitante el turgente seno, cual reina vencedora entrabas coronada por diez y seis primaveras en el torneo de la juventud, el minuto de oro de la vida. Eras joven y eras bella. Tenías derecho de vivir. El pequeño dios tras el azabache de tus negros ojos guardó las flechas de su carcaj y entre el rojo de tus graciosos labios puso en acecho, incitantes, embriagadores besos. ¡Eras la vencedora!
* * *
En medio de la noche, cauteloso, lleno de odio mortal y de pálida envidia, el sátiro negro clavó en tu seno envenenado puñal. Tu pupila vio transformarse el horizonte de luz en oscura niebla, palideció tu frente, con amarga contracción se plegó tu labio, fría caíste para siempre sobre un lecho de níveas rosas. ¡Estabas vencida!
* * *
Tus atavíos de reina se desvanecieron, tus ojos ardientes se apagaron, el rojo de tus mejillas tornóse albino mármol, el amor, la juventud, la esperanza vistieron luto y sobre tu cuerpo rígido cayó una lluvia de blancas y perfumadas rosas y sobre tus ensortijados y sedosos cabellos un roc...
Índice
- Cubierta
- Inicio
- Prólogo
- Aquileo J. Echeverría
- La noche oscura [1]
- A la pereza[4]
- Anónimo
- Clara Rosa [5]
- Antonio Padrón
- La playa de Puntarenas [6]
- Pío Víquez
- En el tren
- Temblores y lloviznas
- Estación lluviosa
- Marina
- Agustín Luján
- De caza [14]
- Máximo Soto Hall
- Exótica [16]
- Clak (pseudónimo)
- Por qué me gusta el verano [18]
- Juan Bautista Arrillaga Roqué
- El Atlántico [21]
- A. Quiñones
- Contemplación [22]
- Rafael Ángel Troyo
- Alba [23]
- Del tiempo viejo [24]
- Acuarela [25]
- Rogelio Fernández Güell
- La leyenda de Boruca [26]
- Berta María Talart
- El mar [28]
- Mi estrella [29]
- Antonio Bermúdez
- La duda [30]
- Leonidas Briceño
- Aves de paso [31]
- Ánfora anhelada [32]
- Octavio Castro Saborío
- Serenata de amor [33]
- Luis Dobles Segreda
- ¡Oh Cartago! [34]
- (Ante el cuadro de Lhermitte) [35]
- Los ojos [36]
- Gonzalo Sánchez Bonilla
- Sangre de lirios [37]
- Alberto Masferrer
- Los jornaleros [38]
- Jenaro Cardona
- Porteñas [39]
- Rubén Coto
- Renovación [40]
- Una sonrisa [41]
- El camino [42]
- Omar Dengo
- Fini Terre [44]
- Carmen Lyra
- Balada de noviembre [45]
- La leyenda de las rosas blancas [46]
- Del Diario de Juan Silvestre [49]
- María Fernández de Tinoco
- Idilio de plantas [50]
- María Teresa Obregón
- La lluvia es alma [51]
- Manuel Segura
- Las paulinas [53]
- José Albertazzi Avendaño
- Las campanas [54]
- Jenaro Valverde
- La tristeza de don Juan [55]
- Napoleón Pacheco Solano
- Canto a la voluntad [57]
- Roberto Brenes Mesén
- El poder de la obra de arte [58]
- Momentos musicales [59]
- Óscar Padilla
- Novia del poeta [60]
- Joaquín Vargas Coto
- Noviembre melancólico [64]
- Julián Marchena
- Palabras amigas [65]
- Antonio Zelaya
- Sonata a la tristeza [66]
- Max Jiménez
- Agua gris [67]
- Mar [68]
- Coches nocturnos [69]
- Árboles [70]
- Llora en la llanura [71]
- Días [72]
- El pájaro [73]
- El pueblo
- Ricardo Rojas Vincenzi
- Desdén cortesano [74]
- Perenne[75]
- Blanca Milanés
- Música celeste [77]
- El pozo seco [78]
- Las montañas [79]
- Las torres del inalámbrico [80]
- Clara Diana
- Una tarde en el pueblo [81]
- Sombras en la sombra [82]
- Del silencio [83]
- Alas en fuga [84]
- Luis Hine
- Sus manos [85]
- Crepuscular [86]
- Yolanda Oreamuno
- Yo estaba sentada…[87]
- No se puede hablar de un invierno…[88]
- Francisco Amighetti
- ¡Oh! las ventanas…[90]
- Yo soñaba dormido [91]
- Mi arte empezó como el de la humanidad…[92]
- Myriam Francis
- A una mariposa muerta [93]
- Las guarias de la tarde [94]
- La ruta encantada [96]
- Mayo de lirios [97]
- Carlos Luis Sáenz
- Noche [98]
- Octubre [99]
- Fernando Luján
- Minutos de espera [101]
- En una ardiente mañana…[102]
- Arturo Echeverría Loría
- Sensación del mar [103]
- Fernando Centeno Güell
- Vendimia de Juan el Solitario [104]
- Los nombres de la luz [105]
- Victoria Urbano
- El retorno [106]
- La carretilla [108]
- Melancolía [109]
- Carmen Naranjo
- Un domingo tiene señales…[110]
- Rosibel Morera
- Mi Señor…[111]
- Tanto Tiempo de Amor…[112]
- Mía Gallegos
- La sombra [113]
- Casandra [114]
- Fantasía [115]
- Isaac Felipe Azofeifa
- Un día cualquiera…[117]
- Carlos Francisco Monge
- Las sombras de la ciudad…[118]
- Las manos son espejos…[119]
- Meritxell Serrano
- Día tres [120]
- Día seis [121]
- Adriano Corrales
- Solares ha sido mi vida…[122]
- Poesía
- Luis Chaves
- Afuera del agua [126]
- Apendice: Cuatro poemas en prosa de Rubén Darío
- Apuntes[128]
- ¡Bronce al soldado Juan![130]
- Heredia[137]
- Mayo alegre[143]
- Sobre los autores
- Créditos