Páginas de cine
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Páginas de cine

Volumen 3

  1. 276 páginas
  2. Spanish
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Volumen 3

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Páginas de cine es una selección de las columnas sobre cine que Luis Alberto Álvarez escribió en distintos medios periódicos colombianos entre 1976 y 1995, y que no había vuelto a ser publicada desde 1998. Luis Alberto Álvarez no solo realizó un constante y juicioso trabajo de crítica cinematográfica —de las cuales se compilan cerca de 270 piezas en los tres volúmenes que componen el libro—, sino que además propulsó la crítica de cine en nuestro país, nos mostró lo mejor del cine mundial y, principalmente, contribuyó a formar un público con criterio para ver y juzgar cine.

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Bajo el signo del león
Danza con lobos de Kevin Costner (primera parte)
El regreso del western
Hace ya varios años que un famoso artículo en la revista Life afirmaba: “La primera película importante fue un western y, si alguna vez hay una última película, ella será también un western”. Décadas enteras de la mitología del Oeste americano, de la frontera y de los horizontes sin límite fueron el reemplazo de una epopeya literaria para un pueblo recién constituido, el de Estados Unidos. Y esta mitología, casi espontáneamente, creó un lenguaje universal y comprensible, unos rituales y un esquema narrativo que llegó a ser aceptado en lugares muy distantes y diferentes. Dentro de esos esquemas, incluso directores europeos como Fritz Lang, Jean Renoir o Douglas Sirk fueron capaces de introducir sus propias obsesiones y su propio trasfondo cultural. Y es que el western perduró mucho tiempo, sobre todo por su capacidad de ejemplificar ideologías, traumas, mensajes personales, situaciones humanas de la más diversa índole, todo dentro de esquemas externos preestablecidos y conocidos anticipadamente por los espectadores.
En los años cuarenta y cincuenta (en realidad ya en los treinta, a partir de La diligencia) con las películas de realizadores clásicos como John Ford, King Vidor, Henry King, William Wellman, Fritz Lang, Raoul Walsh, George Stevens, Howard Hawks, e incluso el excéntrico multimillonario Howard Hughes (director de una interesante versión de la vida del bandido Billy the Kid —The outlaw) surgió lo que se llamó el western adulto, un modo de entretejer dramas vitales y a veces complejos en la estructura de lenguaje de las historias del Oeste, más allá de la simple acción externa. Era posible encontrar críticas o justificaciones a las guerras de la nación, comentarios sobre la ley, civilización, barbarie, autoridad o caos, perversiones psicológicas, naturaleza del heroísmo, declaraciones sociales de derecha o izquierda en pequeñas historias de pueblos perdidos en la pradera, de rebaños de vacas u ovejas, de conflictos entre soldados a caballo.
En los años cincuenta, en parte debido a las nuevas técnicas de la pantalla grande y el color, pero ante todo como fruto de la reelaboración de una conciencia nacional después de la Guerra Mundial, el western experimentó un brillante renacimiento y una expansión hacia el paisaje, hacia la tierra, hacia los grandes hechos pioneros de conquista de vastas regiones. Anthony Mann, Delmer Daves, Budd Boetticher, Samuel Fuller fueron las figuras de este nuevo tipo de western que, al mismo tiempo, comenzó a cuestionar muchos de sus propios elementos míticos y a ponerlos bajo una nueva luz. Uno de esos elementos, naturalmente, es el de los indígenas, los clásicos malvados del western comercial. Películas como La flecha rota de Daves o Apache de Robert Aldrich intentaron, no sin sentimentalismo fácil, presentar la otra cara de la medalla. En La flecha rota el blanco James Stewart se casa con Debra Paget, la hija del cacique, una bella joven india que luego es víctima de la intolerancia blanca. Burt Lancaster, por su parte, es el apache cuya rebelión aparece justificada por el acoso y la amenaza en una película que, en su momento, pareció muy osada.
Pero la diversa mirada a los indígenas americanos de parte del cine del Oeste es un fenómeno que puede encontrarse desde los comienzos. Hay películas de Griffith con un gran respeto por los pueblos indígenas y sus costumbres y otras en que tienen el rol tradicional de masacradores salvajes. William Surrey Hart, uno de los primeros héroes del género, fue un conocedor a fondo de las costumbres indias y de la pradera y en su cine hay una mirada interesante y legítima, con las debidas limitaciones. Casi podría decirse que en los primeros años de la industria cinematográfica norteamericana, el clisé del indio malo no estuvo tan extendido como posteriormente. En todo caso, ya el espectador deberá tener en la mente aquella frase de que “el indio bueno es el indio muerto”. Sin embargo, buenos o malos, el Hollywood masivo conformó desde el principio la típica figura del indio de película, empleando para ello una serie de clisés de lenguaje y comportamiento que hoy nos resultan muy difíciles de distinguir de las características verdaderas de los habitantes primitivos norteamericanos.
En los años sesenta el western parecía haber desaparecido de nuevo. Dos nuevas formas, que se influenciaron mutuamente adquirió el género a través de los italo-west-erns (artificios europeos de consumo que llegaron a tener lenguaje propio) y lo que podría llamarse el western tardío, una mirada que buscaba desmitificar y que, al mismo tiempo, era una evocación nostálgica, no tanto del pasado americano mismo como de un género cinematográfico extinguido. Sam Peckinpah es el único director que obtuvo un perfil continuo en esta aproximación realista, pero otros varios intentos, como The Left-Handed Gun de Arthur Penn, son apreciables tanto temática como estéticamente. Mientras que, por ejemplo, una figura como la del general Custer, masacrado con sus hombres por los indios en Little Bighorn, era antes la de un héroe glorificado (aunque John Ford, bajo otro nombre, lo hubiera cuestionado fuertemente en Fort Apache), el cine de los sesenta lo presentó como lo que era, un narcisista violento y patológico, responsable en buena parte de la tragedia de que fue víctima. Otra película, Soldier Blue de Ralph Nelson (estéticamente deleznable), mostraba con toda crudeza una masacre de indígenas realizada por los famosos soldados azules (otrora glorificados en los westerns). En otros tiempos, de manos del mismísimo John Ford, esos mismos soldados fueron alabados por atreverse a penetrar contra todo derecho en territorio mexicano, para acabar allí con una cuadrilla de malvados apaches (una justificación a la intervención en Corea en Río Grande).
Después puede decirse que el género western se extinguió, al parecer, definitivamente. Películas como The Long Riders de Walter Hill, Goin’ South de Jack Nicholson o Silverado de Lawrence Kasdan y las cintas de Clint Eastwood (quien retornó a la patria del western “legítimo” desde los spaghetti de Leone) fueron, con sus cualidades y defectos, anacrónicos homenajes al pasado que el público masivo no acogió. Desde entonces el género está marcado en las agendas de los productores como veneno de taquilla, que debe ser evitado a toda costa. El castigo más espectacular y aterrador a la contravención de esta norma lo sufrió Michael Cimino, que botó por el caño cuarenta millones de dólares con su Puerta del cielo.
El actor de Silverado fue, no casualmente, el Kevin Costner que hoy hace pensar a muchos que el western puede no estar muerto del todo, máxime cuando su espectacular y costoso oeste ecológico se convirtió, inesperadamente, en éxito de taquilla mundial y a sus productores les llovieron encima casi todos los óscares de la Academia disponibles para ese año.
Lo primero que hay que decir acerca de esta película es que es un proyecto muy personal, que no se ha detenido en consideraciones mezquinas de taquilla y que, sin duda alguna, fue un riesgo grande para sus productores. Es una de esas locuras entre ingenuas y narcisistas, típicas de un actor en la cumbre de su popularidad y que son tan conmovedoras como cómicas en su intento de demostrar calidad a todo precio. Costner salió favorecido en la apuesta, por lo menos en lo que se refiere a respuesta de espectadores y reconocimiento público, aunque bastante menos en cuanto a crear una obra cinematográfica importante.
Danza con lobos tiene la ingenuidad de muchas obras buenas en la historia del cine (¿quién se queja de la ingenuidad de Griffith o Ford?) y si no fuera por la historia de los siete óscares y de las críticas que la ponen por el cielo como obra maestra, uno se sentiría inclinado a disfrutarla como un interesante renacer del género western y a apreciar sus lados positivos e ignorar un poco sus despropósitos. El problema es que, al ser lanzada como mensaje universal, al ser propuesta como gran sermón filosófico y moral, es importante hacer caer en cuenta de sus facilismos y hacer una advertencia contra una charlatanería que, en nuestros días, encuentra fácilmente suelo abonado.
Costner ha partido para su películ...

Índice

  1. Presentación
  2. El cine: la gran ilusión
  3. Cine colombiano: el estado de las cosas
  4. Allen, Lee, Altman, Scorsese: héroes locales
  5. Bajo el signo del león
  6. Un mundo aparte
  7. Europa: tan lejos, tan cerca
  8. Los favoritos de la luna
  9. Nostalgia