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Un largo viaje por la vida
Información del libro
"La vida se comprende hacia atrás, pero se vive hacia adelante", escribió Kierkegaard. En Un largo viaje por la vida, el autor, con casi noventa años a sus espaldas, indaga sobre cómo ayudar a las personas a morir en paz, a despedirse de la vida con sosiego y soportar las pérdidas. A través de profundas reflexiones sobre la identidad, la incertidumbre, la felicidad, el recuerdo y el legado, esta obra plantea las preguntas más importantes que nos hacemos cuando miramos atrás sobre el camino recorrido.El autor nos propone en estas páginas detenernos en todo aquello cuyo conocimiento y aceptación nos ayude a vivir bien: los valores, la esperanza, el acompañamiento, la amistad… Y disfrutar los momentos excepcionales de extraña clarividencia en los que creemos entenderlo todo y sentimos que no nos falta nada.
Preguntas frecuentes
Información
1. Vivir
Estos días azules y este sol de la infancia.
Cada persona es un viaje
Cuando hablamos de un «cuadro clínico» no nos referimos a la fotografía de un hombre enfermo en cama, sino a la pintura impresionista de un paciente en el entorno de su casa, su trabajo, sus relaciones, sus amigos, sus alegrías, sus preocupaciones, esperanzas y miedos.
El enfermo no lleva su estómago o su columna vertebral a que los visiten. Va todo él, con sus miedos y sus esperanzas.
Los enfermos presentan sus malestares al médico como personas.
Los que sufren no son los cuerpos; son las personas.
–Es fundamental perseverar a lo largo del ayuno en una idea central: «Yo no soy mi cuerpo».
–Nada más fácil –le dijo Ryle– el miércoles de la próxima semana sube conmigo a Oxford.
–La visita ha sido muy interesante, pero ¿dónde está la universidad?
No quisiera terminar mis impresiones sin hablarles, brevemente, de unos momentos de gran belleza que experimenté en otro viaje posterior durante una incursión a la isla de Skye, en las Hébridas: sus nubes me maravillaron. Recorrían el azul del cielo a una velocidad que jamás había visto. Cerrabas un momento los ojos y al volver a abrirlos el paisaje había cambiado. Al incidir los rayos del sol sobre el mar los colores eran distintos, cambiantes, sus destellos recorrían la superficie del agua, encendiéndose y apagándose sin dar tregua a la vista. Nada permanecía; los reflejos brillaban y se oscurecían sin cesar. Imposible inmovilizar una imagen nítida de lo que sucedía; la luz era puro cambio. Un nuevo paisaje, dinámico, más bello que el anterior, nacía y desaparecía a cada instante. Vivir el desplazamiento fugaz de las nubes sobre el mar en la isla de Skye ha sido una de las experiencias más hermosas de mi vida, sólo superada por el eclipse total de sol en una playa de Costa Rica o contemplar el nacimiento de un nuevo día desde la cumbre del Teide, mientras, mágicamente, aparecía el contorno de las islas Canarias a mis pies.
Cuando emprendas tu viaje a Ítaca pide que el camino sea largo, lleno de aventuras, lleno de experiencias. […] Ten siempre a Ítaca en tu mente. Llegar allí es tu destino. Mas no apresures el viaje. Mejor que dure muchos años y en tu vejez arribes a la isla, con todo lo que conseguiste en el camino, sin aguardar a que Ítaca te enriquezca.Ítaca te regaló un hermoso viaje Sin ella el camino no hubieras emprendido. Mas ninguna otra cosa puede darte.
El mundo entero no vale las lágrimas infantiles. […]. Si los sufrimientos de los niños han ido a completar la suma de sufrimientos necesaria para comprar la verdad, yo afirmo de antemano que la verdad no vale semejante precio. […] No se puede hacer solidarios a los niños en el pecado y si la verdad está en que ellos son, en efecto, solidarios con sus padres en todas las atrocidades por estos cometidas, tal verdad no es, desde luego, de nuestro mundo y a mí me resulta incomprensible.
Al cabo de dos horas, el dolor del cuello se transformó en un terrible diagnóstico de cáncer. En una pantalla pude ver un tumor cancerígeno de tres centímetros de diámetro alojado en el pulmón izquierdo. En la nuca tenía una metástasis. Esa era la causa del dolor.[…]Padecer un cáncer es una catástrofe en la vida. Sólo después de transcurrido el tiempo sabremos si hemos sido capaces de enfrentarnos a él. Lo que pensé y viví aquellos diez días posteriores a tan devastador diagnóstico es algo que todavía no tengo del todo claro. Puede que nunca lo comprenda. Aquellos diez días de enero de 2014, después de la fiesta de la Epifanía, son como sombras, tan oscuras como los largos días del invierno sueco. Me pasaba la mayor parte del tiempo en cama, tapado con el edredón hasta la barbilla.Lo único de lo que ahora estoy totalmente seguro es de que el tiempo se había detenido, como en un universo compacto y condensado, todo se había convertido en un punto en el que no existía un «antes» ni tampoco un «después», sólo aquel inamovible «ahora». Un ser humano que se aferraba a la orilla de un gran remolino de arenas movedizas que quería engullirlo.
¿Qué pensó cuando le comunicaron el diagnóstico?–Era invierno, hacía frío, el día era desapacible. Mi mujer y yo volvimos a casa en taxi y vimos una niña saltando en un montón de nieve. Pensé que yo había hecho lo mismo muchas veces. Y que ahora ya no lo haría más. Que ahora sólo saltaría ella. Que mi vida acababa de cambiar radicalmente, para siempre.–¿Cómo lo pasó su mujer?–Fue lo suficientemente inteligente como para no hablar de ello al principio. Mi mujer también tenía que descubrir qué significaba mi enfermedad, qué representaba para ella. En una pareja, si uno tiene cáncer, lo tienen los dos. Luego aprendimos a hablar del tema. No hacerlo habría sido peor, ya lo había vivido con amigos: un silencio mortal que se desploma sobre una familia como una enorme losa…[…]–En su reciente libro Arenas movedizas describe un cuadro que está a sólo 30 kilómetros de aquí, colgado en una iglesia.–Ah, sí, ¿lo ha visto? ¿Le ha gustado?–Es muy inquietante. Muestra a un sacerdote del siglo XVII con su familia; en él se ve a quince hijos, aunque seis de ellos…–… Ya habían muerto cuando el pintor pintó el cuadro. Así que sólo pintó trozos de sus rostros, un ojo aquí, el nacimiento del pelo allá…–… El bebé, que probablemente falleció de muerte súbita, aparece medio tapado en su cuna.–Esos niños no querían desaparecer. El artista los devolvió al único escenario que tenemos: la vida. Luego cae el telón y nos vamos. ¿A cuántas personas recordamos de verdad a los diez años de su muerte, a los cien, a los quinientos? A muy pocas. Vale, Galileo, Shakespeare… Pero los demás sólo tenemos una oportunidad. No podemos rebobinar y decir: ahora lo voy a hacer de otra manera. No.–¿Tiene miedo a desaparecer sin más?–Nunca he pensado en eso, la verdad. Basta con escupir en el océano para tener toda la eternidad que se quiera… Somos átomos, nos disolvemos, luego ya no hay eternidad que valga. A veces me vienen a la cabeza unos pensamientos algo ingenuos, como el de que estar muerto debe de hacerse muy largo, terriblemente largo. Sé que suena absurdo. Cuando estás muerto, no hay espacio, ni tiempo ni conciencia, pero no puedo evitar pensarlo.
Miramos atrás y tenemos la sensación de que estás con nosotros en el momento de mirar. Es absurdo, porque estás más allá del tiempo, donde no existe antes ni después. Y, sin embargo, estás...
Índice
- Cubierta
- Portada
- Créditos
- Epígrafe
- Prólogo. El Bayés Exprés, de Tomás Blasco
- Introducción
- 1. Vivir
- 2. Envejecer, compartir, acompañar
- 3. Modos de morir
- Anexo
- Agradecimientos
- Bibliografía complementaria
- Colofón