1. Cuando la tormenta nos sorprende
8/9/1988
«No hay accidente, por desgraciado que sea, del que los hombres hábiles no obtengan provecho.»
François de la Rochefoucauld
Ese día no iba a tener nada de especial.
Ocho de septiembre, nueve de octubre, veinte de enero. ¿A quién le importaba? Sin embargo, estaba a punto de descubrir que el simple transcurrir de los días es por sí mismo un milagro cotidiano. Los relojes pasan el tiempo en segundos, minutos y horas. Las personas lo pasan entre emociones y sentimientos. Esa es la mecánica interna del tiempo. La única manera de aprovecharlo, incluso de detenerlo. Cualquier otra manera es insistir en ese error al que nos arrastra una sociedad apresurada. Pero aquel 8/9/1988 aún no lo sabía, al menos no de este modo.
¿Qué ocurrió? ¿Cómo empezó mi viaje?
Intentaré explicar los hechos tal como sucedieron.
Yo gestionaba un pequeño negocio que, básicamente, consistía en tres puestos de venta de frutas en el golf de Saint-Tropez.
Hacía buen tiempo. No tenía que cargar mercancía, se trataba, simplemente, de vender un poco de stock, así que no era necesario coger la furgoneta. ¡Perfecto! Por fin, por primera vez en la temporada, podía ir en moto.
¿Qué podía salir mal?
Terminé con la rueda de un Opel Corsa aplastándome la espalda.
En el suelo, consciente y sin poder respirar, no tuve tiempo de tener miedo. Tampoco de sentir dolor. Me ahogaba. Eso era Todo. Con mayúscula, porque en ese momento el universo se había reducido a poder respirar. Y no podía. Sin saber cómo, sin pensarlo, recordé todos los ejercicios que había hecho como submarinista. Centré toda mi atención en conceptos que conocía bien, como reserva de aire o gestión del consumo de oxígeno en situaciones de riesgo. Bien. Ya tenía una pista: mantener la calma. Era fundamental. Igual que la confianza, que pude verla en los pies de la gente. Y es que desde el suelo podía ver los zapatos de todas aquellas personas que se arremolinaban a mi alrededor. Y confié. Pude percibir su preocupación, sus ganas de ayudar, su empatía; y confié. Y me tranquilicé. Y finalmente un soplo de aire entró en mi cuerpo. Me hinchó. Me sació. Me devolvió a mí. Primera prueba superada, ahora tenía que seguir llevando el mayor aire posible a mis pulmones, gastando el menor oxígeno posible de mi cuerpo.
Llegaron los bomberos, me liberaron de la rueda. Ambulancia. Hospital de Saint-Tropez.
Pulmones encharcados de sangre, siete costillas rotas, doble fractura de fémur, traumatismo craneal. Apareció el dolor, agazapado todo aquel tiempo. Mi estado era crítico, tanto que decidieron evacuarme a Marsella. Nunca pensé que al cielo se subía en helicóptero.
A pesar de los medicamentos no perdí la conciencia. No quería. Me negué a desmayarme. Luché. Me concentré de nuevo. Quería mantenerme despierto y resistir. Pude hacerlo. Y me alegro. Porque en la pista de aterrizaje esperaba mi padre, director administrativo del hospital de Marsella. Nervioso, impaciente, agitado. Me tomó la mano. Me sentí en casa. Ya podía descansar. Ahora sí, me desmayé.
Tendemos a obviar las cosas obvias. A no saber mirar aquello que tenemos justo delante de los ojos. Esas moscas en la punta de la nariz son las que llevo aprendiendo desde aquel ocho de septiembre. La primera que me gustaría compartir contigo, en el fondo, la conocemos todos. Tal vez por eso, porque está en el fondo, debemos sacarla a la superficie. Y vivirla. Experimentarla. Agradecerla. ¿Cuál es? Mira si es obvia:
PRESENTE TAMBIÉN SIGNIFICA REGALO
Hacer un presente a alguien es hacer un regalo. No es casualidad. Vivir el presente con intensidad, con la total fuerza del milagro que significa, nos hace más conscientes. Agradecer el regalo nos hace humildes y nos conecta con Dios, el espíritu o el universo, cada cual tiene un nombre distinto para las mismas verdades. Cada día es un regalo. Y cada día deberíamos vivirlo con la misma alegría con la que, de pequeños, recibíamos los regalos.
UN DÍA NO ES UN DÍA CUALQUIERA
Es ese día. Y no se repite. Y no se vuelve a vivir.
Hace tiempo que intento, antes de ir a dormir, pensar en las cosas buenas que ha tenido ese día en concreto. Anotarlas en mi cabeza. Pensarlas, disfrutarlas una vez más y agradecerlas de corazón. Es un ejercicio muy sencillo, pero que me hace sentir muy bien y ser consciente de la inmensa cantidad de cosas buenas que a uno le suceden cada día. Desde que el dependiente de la panadería te dedique una sonrisa, hasta cualquier cosa que te arranque una sonrisa a ti. Sí, presente es sinónimo de regalo, no hay duda.
Además, luego descubrí que está científicamente comprobado que revivir momentos felices, agradecerlos, incluso anticiparlos, fortalece el sistema inmunológico.
OTRA VEZ: ¡NO HAY NADA POR CASUALIDAD!
La vida por delante
«A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante.»
Oscar Wilde
Me lo habían contado, me habían enseñado la famosa fórmula, me habían dicho que esa era una verdad demostrada matemáticamente. Pero sólo cuando lo viví supe que sí, que el tiempo es relativo. Y que en un instante cabe toda una vida. A mí, la vida me pasó por delante.
No es exactamente como en Hollywood, con su música y sus planos a cámara lenta. No es exactamente un montaje audiovisual, es más bien un huracán de sentimientos, de emociones. Y no pasa por delante de tus ojos, pasa por en medio de tu corazón. Y a mí me pasaron muchas cosas, pero una quedó adherida a mi persona. La culpa.
Durante un momento del accidente, eterno, me sentí enfadado conmigo mismo, responsable de haberme metido en aquella situación. No había estado a la altura, no había dado la talla. ¡Por favor, había sido incapaz de esquivar el coche! No había logrado mantenerme encima de la moto. Como un maldito novato.
¡Mierda!
Estaba muy cabreado, jodido y triste por mi familia. Me sentía responsable por el susto que iban a vivir. Por las lágrimas que iba a provocarles. Luego, en otro relámpago, decidí dejar de ser el espectador de mi vida y volver a convertirme en el actor principal. Recuperar la conciencia y darme cuenta de la situación. Estaba debajo de la rueda de un coche sin poder respirar. Y eso era un problema.
Aparté cualquier sombra que impidiera concentrarme en respirar. Aparqué la culpa. Todo esto, como ya debes de imaginar, lo explico como si una cosa sucediera detr...